No se escribe un libro sobre alguien que sigue las reglas, porque no se cambia lo que debe ser cambiado respetando el orden imperante. Ninguno de nuestros héroes fue particularmente obediente, al contrario. Son los revolucionarios difíciles quienes muestran el camino, en un balance de ruptura y continuidad que cambia de forma pero mantiene las esencias. No son muchos los intelectuales que hacen eso y cuando perdemos uno, sentimos que se nos van miles. Esos son los imprescindibles.
No había un debate actual sobre el que Guillermo Rodríguez Rivera no se atreviera a escribir. Desde una película censurada hasta el bloqueo, no necesitaba “todos los elementos”, el sentido común era suficiente. Criticaba absurdos y defendía lo nuestro. Mientras otros escogían caminos más llanos, él participaba. Quizás por la satisfacción del deber cumplido, seguro consciente de la posible ingratitud de los hombres.
Fue el primer gran intelectual que conocí. Yo era aquel que entre cien estudiantes le pidió un autógrafo de su libro “Por el camino de la mar”. Habló en mi universidad y pasaron dos cosas: me fascinó la mitad de lo que dijo y no entendí la otra. Esa chispa de conocimiento, junto a la Guerra de los Correos e Internet, cambiaron mi vida. En el estudio del pensamiento cubano fui descubriendo algo por lo que luchar. Guillermo hizo eso por mí.
Nunca le agradecí. Otro día lo encontré en el Instituto Superior de Arte (ISA), donde se defendía una tesis sobre el Quinquenio Gris. Tuve el lujo de escuchar a Guillermo y Ambrosio Fornet hablar más de tres horas sobre política cultural en Cuba y sus experiencias personales. Rivera pertenecía a una línea de pensamiento cubano que no subordina su ética a la disciplina o la obediencia, nada hay más revolucionario que el conocimiento y la verdad.
Otro difícil fue Alfredo Guevara. Recuerdo cuando hicieron un panel sobre Alfredo en otra universidad, enumerando responsabilidades y enalteciendo su incondicionalidad, sin una palabra sobre la herejía que lo acompañaba. Omitieron su cruzada por promover un pensamiento crítico en la juventud, a lo cual dedicó sus últimos años, febrilmente. Ese día preferí ser políticamente correcto pero nunca más guardo silencio. La cruzada de Guevara por mover a los jóvenes, es similar a la de Guillermo publicando en un blog o Graziella Pogolotti en nuestra prensa. Es compromiso.
No tengo ni quiero una imagen edulcorada sobre Rodríguez Rivera. Quizás hoy comiencen a citarlo solo como escritor e intelectual, relegando a un segundo plano su capacidad de diálogo e inserción en los debates importantes de la opinión pública nacional. Mejor seguir su ejemplo que gastar mármol en pedestales. Guillermo decía que las verdaderas revoluciones son siempre difíciles. Y sus mejores hijos son también los más dificultosos. Por eso nuestros paradigmas de hoy son los herejes de antes, absueltos por el tiempo.
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