La colonización europea se caracterizó por la dominación de territorios mediante el sometimiento físico con intereses de extracción económica. Dicho proceso estuvo acompañado de normas cívicas, patrones de pensamiento y tradiciones importadas desde el Viejo continente e impuestas a las comunidades sojuzgadas como resultado del uso brutal de la fuerza, dada la superioridad tecnológica de los conquistadores.
En esta empresa, el papel de la ideología –ora como manifestación religiosa o como ciencia revestida de autoridad cognitiva–, desempeñó un rol trascendente en el apuntalamiento de estructuras que los sectores hegemónicos establecieron sobre las colectividades y/o grupos sometidos.
La antropología y la etnología, entre otras disciplinas, sirvieron como instrumento ideológico para el perfeccionamiento de los aparatos opresivos. La descalificación de expresiones culturales ajenas al continente europeo, se convirtió en práctica recurrente, lo que puede constatarse en gran parte de la documentación administrativa de las autoridades, así como en los enunciados discursivos de su dirigencia.
Tales postulados enfatizaban en el carácter supuestamente inferior de las manifestaciones religiosas de indígenas y africanos; considerados «vagos», «perezosos», «incivilizados» e «indecentes» por quienes sustentaban las riendas de las actividades productivas.
La esclavitud moderna fue una empresa efectiva en el proceso de acumulación originaria del capital. Ello impuso una racionalidad que asumía como natural la desigualdad entre personas, acorde a condicionamientos que instauraban en la cúspide de la representación universal al hombre blanco.
En consecuencia, las figuras más reconocidas en los distintos campos del saber tuvieron dicha condición racial y sexo-genérica, por lo que disfrutaron de prestigio y notoriedad, aun cuando su bienestar se sustentara en el sometimiento de millones de personas a la esclavitud o en la masacre de poblaciones indígenas.
Los sectores populares en el capitalismo latinoamericano y el papel histórico del marxismo con la emancipación social
El proceso de independencia de las repúblicas latinoamericanas se caracterizó por el predominio de oligarquías de poder conservadoras, aristocráticas y corruptas. Ellas intensificaron la explotación de las clases desposeídas, pactando con los poderes neocolonial e imperiales del capitalismo mundial, lo que agudizó las condiciones de dependencia y subdesarrollo económico que limitaban la prosperidad de sus habitantes.
El proceso de independencia de las repúblicas latinoamericanas se caracterizó por el predominio de oligarquías de poder conservadoras, aristocráticas y corruptas. (Imagen: Revolución Mexicana)
La subordinación económica en muchos casos adquirió expresiones de sujeción política hacia los centros de poder internacionales, bajo el paradigma occidental/blancocéntrico, caracterizado además por su distinción clasista, racista y patriarcal en las formas en que se establecían las relaciones de poder.
Bajo el predominio de ese orden sistémico, la clase obrera y grupos subalternos vieron postergados sus ideales de realización existencial, al estar sometidos a las múltiples formas de explotación que impone el régimen del trabajo asalariado ante la maquinaria del capital y la dominación cultural que el sistema imperante dictó a la ciudadanía bajo sus propias lógicas de funcionamiento mercantil.
Los procesos revolucionarios del siglo XX arrastraron consigo rasgos de colonialidad y trans/posdominación. A tenor con ello, las autoridades reprodujeron prácticas de preterición social gestadas en tiempos coloniales. De este modo se mantuvieron múltiples prejuicios y patrones discriminatorios que requieren de un desmontaje integral, para lo cual pueden ser útiles teorías revolucionarias como el marxismo.
La perversión autoritaria/estalinista de esta última durante el siglo XX la apartó de todo compromiso social con la clase trabajadora, para apuntalar regímenes oligárquicos que, aunque autoproclamados socialistas, adoptaron una estructura anti-democrática propia del capitalismo de estado e incorporaron en su ordenamiento unipartidista numerosas formas de subyugación obrera que ha sido analizada por marxistas heterodoxos como León Trotsky, Tony Cliff, Milovan Djilas, entre otros.
En la concepción de esa variante hegemónica, la cuestión racial, así como de las mal llamadas «minorías sexuales», desempeñó un rol de segundo orden, al relegar sus derechos cívicos e intereses grupales.
Tales elementos incidieron en la reproducción de prácticas imperiales como la rusificación de los pueblos europeos del este, o el socavamiento de la soberanía nacional de estados vecinos, invadidos por la orden del mando moscovita, auto-considerado centro mundial de las ideas socialistas y marxista-leninistas. Esta vertiente fue proclamada única teoría continuadora de las ideas de Marx, con lo que se estableció una teleología que encontró su origen en la revolución rusa de 1917 y su liderazgo político.
A ese corpus interpretativo, el intelectual argentino Néstor García Canclini —en su libro Las culturas populares en el capitalismo—, lo denominó «marxismo esencialista». Esta tradición intelectual estableció reflexiones marcadamente economicistas caracterizadas por diálogos solo vinculantes con el poder político, lo que condujo a la desatención de conflictividades que abarcaban la realidad de las clases desposeídas.
A su vez, la militancia autodenominada comunista en el siglo XX, se distinguió por la implementación de patrones de consumo industrial/desarrollistas y recreó visiones de empoderamiento obreristas, que desatendían las problemáticas de diversos grupos sociales como: indígenas, población negra y mujeres.
No obstante, a lo largo de la contemporaneidad se llevaron a cabo interpretaciones de proyección anticapitalista que abarcaron zonas del pensamiento invisibilizadas por la hegemonía soviética, entre cuyos exponentes resulta notorio destacar a los intelectuales marxistas José Carlos Mariátegui, Eric Williams (afrodescendiente) y Angela Davis (feminista negra), que desarrollaron visiones particulares de la transformación social, acorde a su contexto y realidad geográfica.
Angela Davis
La revolución de los indecentes como praxis contrahegemónica frente a las estructuras dominantes del pensamiento occidental
La clasificación como otredad, el disciplinamiento del cuerpo, y la homogeneización social, han sido prácticas acometidas tanto por las elites burguesas como por las vanguardias políticas anti-sistémicas, encabezadas por elementos de la ciudad letrada, según acuñara el escritor uruguayo Angel Rama.
Dichas prácticas reniegan de las cosmovisiones alternativas a los conocimientos que la academia considera universales, otorgándoles un carácter de universalidad inmanente, del cual extrae las emociones y sentipensares; no pocas veces sustentados en procedimientos clasistas, darwinista-sociales y despreciativos de los subalternos, a los que exige el cumplimiento de patrones previamente normados para la «convivencia cívica».
En la conceptualización de ese proyecto, las capas populares son entendidas como «indecentes», «violentas» e «irracionales» en sus manifestaciones frente al carácter extractivo de los recursos por la clase poseedora de capital y medios productivos, no sin el proceso de desposesión previa que antecede a toda acumulación capitalista.
De igual forma, desde emplazamientos de privilegio se invoca al sostenimiento de la «paz ciudadana», para el predominio de un pacto extractivo únicamente sostenible sobre el trabajo de los asalariados. Estos se ven obligados a ofertar su fuerza laboral en el mercado para competir con otros sujetos en idéntica condición. Todo a cambio de jornales arbitrarios que impone el orden anárquico de producción, cuyo perfeccionamiento ha agudizado las consecuencias sociales del intercambio desigual, debido a las reglas dictaminadas por la globalización neoliberal.
En este contexto, los anhelos de quienes se han visto privados de satisfacer las más elementales necesidades humanas como resultado de la enajenación del trabajo que impone la apropiación privada de las riquezas, es resultado del predominio mundial de ese sistema que adquiere formas sofisticadas de dominación burocrática bajo las lógicas estatalistas del partido único, proveniente de una tradición de pensamiento autoritaria/estalinista en sus nociones y preceptos conceptuales del socialismo.
Dicha proyección ha sido incapaz de materializar los anhelos poscapitalistas que la teoría emancipatoria ha propuesto. De esta forma, han quedado relegados los derechos de quienes permanecen en condiciones de preterición respecto a los postulados del proyecto histórico de la modernidad. De ahí que la revolución de los subalternos e «indecentes», se proponga el desmantelamiento de todo el andamiaje que soporta la racionalidad de esa estructura civilizatoria, hasta alcanzar los ideales más amplios e inclusivos de liberación social y control popular de la producción frente al orden sistémico del capital.
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