Si bien es cierto que la mayoría de los animales tiende a reunirse en grupos, la realidad es que los seres humanos hemos hecho de esta práctica no solo un modo de compartir con nuestros semejantes, encontrar parejas y socializar conductas; sino también una manera de ponernos de acuerdo conscientemente, discutir ideas, resolver problemas, en fin, podría decirse que hemos llevado las reuniones a su máximo desarrollo dentro de la naturaleza.
Nadie ha aclarado nunca, sin embargo, si el hecho de reunirse con mayor frecuencia y para cualquier cosa, nos distancia más del resto de los animales; vaya, algo así como si incrementar las reuniones fuera directamente proporcional a convertirnos en seres humanos más evolucionados.
Estaría bien que los especialistas (me refiero a sociólogos y antropólogos, no a especialistas en reuniones) estudiaran el asunto con seriedad y ofrecieran criterios sólidos desde la Ciencia, pues serían nuevas armas para enfrentarse a cierta tendencia que, al menos en Cuba y contra todos los llamados a lo contrario, hace que las reuniones crezcan como una plaga.
Existen reuniones de todo tipo. Reuniones en las que se habla de todo y no se acuerda nada; reuniones en las que quienes dirigen van a escucharse a sí mismos y no a los demás, aunque estas ya tienen una variante: aquellas en las que casi todo el que habla y no solo quienes dirigen, se adueñan de la palabra y se duermen con el arrullo de su propia voz.
Hay reuniones interminables y reuniones cortas. Estas últimas son las menos y por lo general dejan un sabor desagradable en la boca, pues breve resulta la mayor parte de las veces sinónimo de que te citaron por gusto o para una bobería que podía resolverse por email o teléfono; aunque también se da el caso de las reuniones breves a la fuerza, esas en las que cuando la cosa cuaja y va por buen rumbo, cuando se está yendo verdaderamente a las esencias, alguien la termina de golpe porque “se trataba solo de un contacto operativo”, no interesa cuán importante sea aquello que se estaba debatiendo.
Están además, las reuniones a las que vas por disciplina, aun cuando no tienen nada que ver contigo u otras que se dan porque en algún plan dice que hay que darlas, sin importar que no haya nada relevante que decir. Hemos llegado a transformar los planes de acciones en planes de reuniones, porque después de discutir hasta la saciedad un problema, en lugar de hacer algo para resolverlo, resulta que la propuesta es hacer unas cuantas reuniones más para seguir hablando de lo mismo con otras personas (a veces con las mismas).
El colmo es que hemos creado incluso la reunión para preparar la reunión; y todo ello con la misma gente. Sí, porque quien asiste a la reunión del sindicato, ya ha estado en la de los CDR, la Federación, las organizaciones políticas, estudiantiles o gremiales, de pertenecer a ellas, sin contar las muchas otras que le tocan si por casualidad tiene algún cargo, por más insignificante que este sea. Pero como si no bastara con esa cantidad, lo peor es que con muchísima frecuencia resulta que todas las reuniones están dedicadas a idéntico tema y uno se encuentra no solo aburrido, sino de mal humor, sin deseos de aportar al debate y mucho menos a las soluciones.
No dejo de preguntarme si esto es acaso un requerimiento de la complejidad del mundo que vivimos hoy, porque no logro imaginarme a Martí perdiendo tiempo en hacer reuniones para preparar reuniones, cuando estaba claro que lo que necesario era unir a los cubanos, recaudar dinero, comprar armas e ir a la guerra por la independencia.
Aunque claro está, si se trata de una cuestión de evolución, entonces sería mejor no resistirme y disfrutar el modo en que nos convertimos en los seres humanos más desarrollados del planeta.
Tomado de: http://espaciolibrecuba.wordpress.com/2013/06/18/reuniones/
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