Michel pasa corriendo. Lo persigue un perro alto y flaco que ladra sin parar. Atrás viene Jhonatán, más lento y gordito. Desde su balcón en el tercer piso, la vecina que siempre está hablando por WhatsApp con su hija, la de EE.UU., les grita que dejen el escándalo y se pongan a jugar pelota.
– ¡¿Con qué guantes?! -grita Michel.
– A la manito, como antes. ¡O por lo menos quimbumbia!
La viejita del quinto piso se asoma a ver si es con su nieto. La del tercero le dice: «Yo sé que son niños, pero cómo joden». La conversación se desvía antes de un minuto y me entero que al quiosco entraron los cigarros y esperan el aceite que debieron traer el mes pasado. Pero, ¿cuál de los dos quioscos, el de TRD o el de CIMEX?
El reparto / Foto: Néster Núñez
Esos quioscos fue lo último que construyeron por los años 90, más el Ditú donde vendían pollo frito, croqueticas, potes de helado Nestlé y refrescos, confituras, chupa-chupas y cervezas. ¡Qué nostalgia! Cachito, Ciego Montero… Los cigarros Vega también se fueron a pique, como un paracaídas mal cosido. Recuerdo hasta el eslogan de los inicios: Lo mío primero. Temo que ya no haya nada nuestro, tan poco se produce en este país. A la gente le ha dado por decir que antes del reordenamiento éramos felices, pero no lo sabíamos.
De la peluquería/barbería ya no queda nada. Tampoco del taller de reparación de electrodomésticos. Recuerdo que hubo incluso un organopónico. De siete u ocho consultorios del médico de la familia, malamente funcionan dos o tres. En uno hacen guardias nocturnas, aunque a veces no hay ni oxígeno para los asmáticos. Las guaguas ya no entran al reparto. En los noventa pusieron un tractor que halaba una especie de carreta con asientos, y ahora ni eso. O sales hasta la plaza en un coche de 20 pesos o coges un mototaxi. Por el viaje más corto piden 100, imagínate. Está también la opción de madrugar y llegar caminando al trabajo, por supuesto.
Algo bueno sí hay: las matas de mango y de aguacate que se sembraron entre edificio y edificio ya dan sus frutos. Estamos en esa temporada. Veo también chirimoyas y naranja agria y, últimamente, maracuyá. ¿Qué otra cosa? Que la amenaza del gobierno de demoler las construcciones ilegales no se ha cumplido hasta la fecha. Hay casas enteras como extensión de las plantas bajas, por eso son mejor valoradas.
El reparto /Foto: Néster Núñez
Los del cuarto piso tiran por las ventanas papeles, semillas, pomos y latas, en dependencia del nivel de conciencia de cada quien y de cuán bien se lleven con sus vecinos de abajo. Estos son los que más sufren si hay filtraciones. Hace unos años impermeabilizaron las azoteas, pero la manta asfáltica ha terminado por levantarse. Además, las tuberías hidráulicas se oxidan, las llaves gotean y arreglar cualquier cosa vale un ojo de la cara. No todos pueden.
Por suerte, ya nadie cría cerdos en los baños. Los corrales están camuflados entre los edificios, sobreexplotando la obsoleta red sanitaria que debe llevar las aguas albañales al lugar de tratamiento para que no corran libres y contentas por las calles, como Jhonatán y Michel. La solución ha sido, en algunos repartos, abrir huecos para conducirlas… hasta el manto freático.
El reparto /Foto: Néster Núñez
El reparto está feo y cuadrado. Las ventanas originales que sobreviven están acabadas por el comején. La panadería hace un pan de asco y ya no vende el cake por el Día de las Madres. Los de la escalera del medio oyen a los Van Van los fines de semana a todo lo que sube el bafle. El sonido rebota entre las toneladas de concreto y se escucha como si estuviésemos metidos en una gran cueva. Unos se quejan y otros solo agradecen que no sea reguetón. Los pajaritos y los gallos andan sueltos, cantando también a su antojo.
Bajo a botar la basura. Michel me pregunta por Ayra, mi perra blanca, con quien jugaba a tirar y traer el palito. Le digo que estaba vieja, que se enfermó y murió. El niño abraza a su perro flaco. La vecina del segundo, la que cuida niños, no puede creerlo. Me dice que suba a tomar café acabadito de colar. Yo que no, que gracias, pero ella insiste. Así somos la gente del reparto.
Foto: Néster Núñez
Contrario a lo que pienso, no chismea nada. Solo hay tristeza en sus ojos cuando me extiende el café humeante. «Es un poco de Cubita que me regalaron». Yo dejo de mirarla para no acordarme de mi pastora suiza que en los últimos días tenía también una mirada similar, apagada. Le pregunto a la vecina por la foto en la pared, la de la Plaza Roja de Moscú. «Soy yo misma, estudié en la universidad, la Lomonósov».
En el reparto hay un edificio al que le decían «de los rusos», y otro que era «el de los franceses». Los franceses nos dejaron la termoeléctrica, y los rusos… la estética fea. Ahora están regresando tal vez con más fuerza. Mi apartamento está en el «edificio de los médicos» y lo estoy vendiendo a la mitad de lo que me costó. Me voy de aquí por segunda vez. Los recuerdos seguirán pegados como tatuajes, supongo. Ahora está también ese lugar que solo yo conozco, donde enterré a Ayra.
El reparto /Foto: Néster Núñez
8 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario