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Raza

Estudios enfocados en la diversidad cultural, la discriminación racial y la asimetría de oportunidades por el color de la piel u otros rasgos físicos o de raza

Nación

Re-imaginar la nación cubana

por Alberto Abreu Arcia 23 febrero 2022
escrito por Alberto Abreu Arcia

Si realmente queremos acercarnos a las razones que condicionan la sobre-representación de la población afrocubana en los estándares de marginalización, desigualdad y pobreza vigentes en Cuba desde la última década del pasado siglo, debemos hurgar en las lógicas y dinámicas que estructuran los procesos históricos, sociales y económicos que tuvieron lugar  mucho tiempo antes de la crisis de los noventa y de las sucesivas reformas que a partir de entonces se han venido implementando por parte del Estado.

En este sentido, resulta plausible el consenso metodológico —bastante extendido entre los cientistas sociales cubanos que estudian las brechas de equidad racial y los procesos de reproducción racial de la pobreza— de superar una concepción biológica o economicista. Dicha perspectiva positivista especula la existencia de una predisposición genética en ciertos grupos sociales para la marginalidad, o para aquello que Oscar Lewis denominaba «cultura de la pobreza».

Es impostergable un enfoque más integral y dinámico del problema, como el realizado por María del Carmen Zabala, que tome en cuenta los complejos procesos económicos, políticos, históricos, culturales, sociales, de raza e identidad de género, que sirven de sustento y configuran «los fenómenos de pobreza y vulnerabilidad y a los procesos de descalificación y exclusión social, y asumirlo como situaciones de carencias acumulativas —de todo orden—las cuales se retroalimentan sincrónica y diacrónicamente».

Lo anterior resulta clave para la construcción de una ciudadanía y una democracia sustantivas capaces de identificar las desigualdades sociales y sus raíces, elaborar políticas públicas a favor de la equidad y ayudar en el proceso de empoderamiento de los sujetos y sectores subalternizados.

En el espacio físico donde desarrollamos la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, se erige un monumento que me hace meditar en el drama que supuso para negros y mulatos libres su empeño por adquirir un lugar social y económico respetable en la nación que se gestaba. El monumento en cuestión —hasta hace apenas unos días sumido en el abandono y el desconocimiento histórico de la ciudad—, fue erigido en recordación de los seis negros y mulatos libres o/y esclavos fusilados el 1ro de octubre de 1844, recordado como «el año del cuero» acusados de participar en la «conspiración de La Escalera».

La presunta conspiración —en la que fuera implicado como principal cabecilla el poeta mulato Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido—, era una estratagema de las autoridades coloniales destinada a destruir la emergente pequeña burguesía de negros y mulatos libres en Matanzas. Para ellas, esta clase de color, capaz de ser rica y civilizada, no solo podía abrigar una voluntad libertaria, sino también proyectos vengativos de aniquilación racial.

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Gabriel de la Concepción Valdés

Desde una década antes, en su ensayo Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba —considerado un clásico de la literatura social cubana—, José Antonio Saco mostraba alarma ante el desempeño que evidenciaban negros y mulatos libres en las artes y los oficios, esfera menospreciada por criollos y peninsulares. «Entre los enormes males que esta raza infeliz ha traído a nuestro suelo, uno de ellos es el de haber alejado de las artes a nuestra población blanca». (Saco, 2001, 296).

Las acuciosas investigaciones realizadas por Pedro Deschamps Chapeaux y Juan Pérez de la Riva —El negro en la economía habanera; Contribución a la historia de la gente sin historia. Cimarrones, propietarios y morenos libres; El negro en el periodismo cubano en el siglo XIX—, documentan la importancia alcanzada dentro de la economía habanera por numerosos negro/as y mulato/as libres, que durante este período crearon «una especie de aristocracia», rica, educada, culta.

Hablamos de miles según constatan los censos sobre oficios del período colonial. Muchos llegaron a ser dueños de importantes inmuebles —usados para el trabajo o como vivienda—, y a poseer esclavos, algo bastante común entre los bienes de capital. La paradoja que resulta de esta presunta movilidad socioeconómica de negro/as y mulato/as en una sociedad colonial y esclavista, pone de manifiesto la voluntad de resistencia del referido grupo social.

Los datos que acabo de ofrecer impugnan la representación del negro como sujeto vago, conformista y asociado a escenarios del hampa habanera. Tal representación fue construida por el imaginario colonialista y legitimada por el discurso historiográfico, a través de las pinturas de Landaluce y el teatro bufo, como intentos de invisibilizar el importante rol económico, social y emancipatorio desempeñado por negro/as y mulato/as en los procesos formativos de la nación cubana.

El imaginario popular cubano atesora, a manera de chistes, un grupo de expresiones que re-simbolizan estas prácticas de exclusión y subalternización racial. Ellos nos hablan de una fisura, un espacio de irresolución simbólica que dramatiza la voluntad de construir, dentro de la nación presente, un espacio de equidad racial.

Por ejemplo, cuando en el trabajo, en una reunión de amigos o en Facebook, a manera de broma, se le dice a una persona negra que el 10 de Octubre es su día porque «Carlos Manuel de Céspedes les dio la libertad». O cuando, en determinado contexto sociopolítico, se exige a los negros gratitud ya que: «La Revolución los hizo a ustedes personas».

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Los negros cubanos se visten para ir al baile – Víctor Patricio Landaluce

Expresiones como esas, no solo apuntalan un mensaje de inferioridad racial, sino que su propia enunciación deviene institucionalización verbal de esa subordinación, por ende, se convierten en ratificación y extensión de aquella «subordinación estructural». Tal es el juego performático del lenguaje, en lo que Butler llama «el discurso del odio».

Estas expresiones, en el orden simbólico del lenguaje, participan de los  procesos de configuración de sujetos racialmente vulnerabilizados; así como de asimetrías, relaciones de poder e inequidades entre grupos sociales. Al tiempo, reactualizan viejos discursos que llegan desde la colonia.

En los ejemplos expuestos asistimos a una re-semantización de la polémica entre Sanguily y Juan Gualberto Gómez. Cuando el primero le recuerda: «Olvidar lo que hicieron los blancos cubanos por los hombres de color, es una ingratitud manifiesta». Los argumentos de Sanguily tratan de despojar a los negros y mulatos de cualquier protagonismo en la fundación de la nación y de la patria misma. Y percibe su desempeño durante la Guerra del 68 como apéndice de la racionalidad e iniciativas emancipadoras de los patricios blancos.

Este posicionamiento de Sanguily se enmarca en una situación económica análoga a la de 1844 entre los negros y mulatos libres. Hacia 1883, a pesar de la represión desatada por los sucesos de La Escalera, treinta años antes, «esta masa silenciosa de los libres “de color” se mantuvo, se fortaleció, aspiró a cultivarse y a mejorar su nivel educacional y por lo tanto social y finalmente alcanzó su grado de organización que se manifestó en la creación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color».

Aproximadamente treinta años después, ya en la República, se repite el mismo ciclo. Si en 1899 el número de profesionales negros era apenas visible en el escenario nacional, esto cambiará totalmente. Para 1931 la cifra de abogados se había incrementado de uno en 1899 a 174. Este número incluía a tres mujeres. De 102 maestros, los afrocubanos ascendieron a 1375. También los médicos aumentaron de diez a 158, cinco de ellos mujeres; además de cuarenta y nueve dentistas y setenta y un farmacéuticos. El 4% de la población laboral afrodescendiente estaba vinculada a los servicios profesionales. En el año 1943, este número ascendió a 5.3%.

Aquí hay que añadir un dato significativo: el trauma social y político que representaron los dramáticos eventos de 1912 asociados al Partido Independientes de Color, donde resultaron masacrados más de 3000 negros y mulatos.

A pesar de ello, como apunta Alejandro de la Fuente en Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba, le sobran razones a los intelectuales afrocubanos del período, como Gustavo Urrutia, para aseverar que los afrocubanos «contaban con los profesionales competentes en todas las disciplinas, que constituían “una amplia clase de nuestra sociedad”». Desde luego, este crecimiento de profesionales afrocubanos «se percibió como una amenaza a la capacidad de los blancos de controlar el acceso a los trabajos lucrativos».

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Miembros del Partido Independientes de Color.

Menciono estos hechos no por pura curiosidad histórica, sino para poner de manifiesto que a pesar del racismo estructural que atravesó tanto la sociedad colonial como la republicana, la lucha de negros y mulatos por el empoderamiento económico, social, político e intelectual no cesó. Esa voluntad recorre una zona importante de los escritos que conforman la tradición del pensamiento afrocubano —Juan Gualberto Gómez, Gustavo Urrutia, Alberto Arredondo, Cesar Pinto—, invisibilizado por la historiografía oficial y los discursos del nacionalismo cubano.

Desde luego que para los afrocubanos, como parte indisoluble de los pueblos de la diáspora africana en Latinoamérica y el Caribe, formados en medio de procesos marcados por la esclavitud transatlántica y el colonialismo; por la diasporización, las dislocaciones violentas de opresión y resistencia; el acto de reflexionar sobre los dispositivos históricos de desigualdad y exclusión que determinan y catalizan la reproducción racial de la pobreza no se reduce solo a la búsqueda de una justicia reparativa (afro-reparaciones) centrada únicamente en la redistribución equitativa de la riqueza y el poder, sino que demanda una mirada crítica ante esa violencia epistémica que nos configuró como otredades: (negro/a, indio/a, mujer, gay y lesbiana) cuyos cuerpos están necesitados de «corrección».

Debemos descolonizar la memoria, lo imaginario, la educación, la economía y la cultura. Es decir, re-imaginar la nación. Deconstruir el racismo epistemológico, la colonialidad del ser y el saber que todavía prevalece en las Ciencias Sociales latinoamericanas y caribeñas.

Lo que intento poner en solfa en este texto es la tesis que considera a la crisis de los noventa, la caída del campo socialista y las sucesivas reformas económicas implementadas desde el Estado, como los factores principales que condicionan la marginalización, la desigualdad y la reproducción racial de la pobreza.

Si bien ellos han actuado como catalizadores, al ensanchar las brechas de equidad racial, las verdaderas causas poseen raíces y tramas históricas más profundas que deben ser escrutadas en la persistencia del racismo estructural, epistémico y cotidiano que hemos padecido históricamente. Y en lo que la suspicacia teórica de Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira —en su estudio Contrapunteo cubano de la muerte y el color— denominara «significativa acumulación de desarticulaciones».

El texto de Albizu-Campos constituye una monografía sin precedentes en este campo de estudios por sus sorprendentes hallazgos respecto al rol desempeñado por el color de la piel como diferencial de la mortalidad: «[…] pareciera que el color de la piel (condición biológica individual), por lo que históricamente ha representado, da cuenta de una significativa acumulación de desarticulaciones y se erige como un marcador de riesgo en el que el hecho de no ser blanco impone una carga adicional de riesgo» (el énfasis es mío).

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Los negros curros, de Víctor Patricio Landaluze

Y tras un meticuloso análisis estadístico, como documentan las tablas donde se entrecruzan raza, género, lugar de residencia, se concluye que, a pesar de los logros del sistema de salud de la Revolución en materia de supervivencia los cuales no tienen comparación en Latinoamérica y el Caribe:

[…] la desventaja de la población no blanca aún persiste para el sector de salud, en particular, y para la sociedad cubana, en general, como una «asignatura pendiente» de esa política social, que al no haber reconocido diferenciación práctica entre los grupos raciales, tomando como una masa homogénea, de pobres y marginados a toda la población tradicionalmente preterida, fue a la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades históricamente ignoradas sobre la base de una distribución igualitaria.

Sobre los riesgos que supuso para la política social cubana y su visión integradora y universalista, la negación de los afrocubanos como una identidad colectiva, argumenta la socióloga María Paula Espina en «El caso cubano En diálogo de contraste»:

[…] lógica de la política social típica de la transición socialista cubana, el tema de la equidad entre razas —que en Cuba tiene largas raíces históricas, entroncadas con la experiencia de la esclavitud africana en la etapa colonial— se manejó dentro de una variante de integración social general, con muy pocos instrumentos de políticas afirmativas, en el entendido de que si negros y mestizos formaban parte mayoritariamente de los sectores populares, las acciones de promoción de estos tendrían un efecto directo y equiparable al esperado sobre el resto de los grupos. Con ello se trataba también de no extender y reforzar, con instrumentos focalizadores particulares, la estigmatización vinculada al color de la piel, manteniendo como valor político supremo la unidad por sobre las diferencias.

Claro que en el caso de Cuba, hay que reconocer la complicidad de las instancias académicas con esas más de cuatro décadas en que el tema del racismo anti-negro fue silenciado y prevaleció su negación; o con el empleo de categorías y eufemismo como «racismo de baja intensidad». Es lo que el sociólogo Eduardo Bonilla Silva ha llamado «racismo ciego al color» o «racismo daltónico».

En la misma línea habría que preguntarse por qué la reticencia del discurso académico-institucional a aceptar la existencia en Cuba de un racismo estructural; a pesar de nuestra condición colonial, de las similitudes del contexto cubano con problemáticas que persisten en países como Colombia, Brasil, etc.; y de los inquietantes resultados de investigación arrojados por tesis de diploma, maestría y doctorado; estudios de casos, informes, artículos, libros y ensayos consagrados al análisis de la pobreza desde una perspectiva racial y desde sus cruces e intersecciones con otros ejes o categorías, como las de género, clase, lo urbano y lo rural, etc. y que han permitido no solo graficar y diagnosticar las situaciones de pobrezas en las ciudades, localizar sus causales y generar un sinnúmero de programas y políticas públicas, algunos de los cuales han ofrecido resultados positivos.  

En este punto concuerdo con el sociólogo puertorriqueño Agustín Laó-Montes, en Contrapunteos Diaspóricos: Cartografías Políticas de Nuestra Afroamérica, cuando a propósito del debate sobre las políticas de igualdad universal y las políticas de reconocimiento de la diferencia étnico-racial y cultural en el escenario demanda de los movimientos sociales en Latinoamérica y el Caribe; insiste en la necesidad de «combinar políticas universales de justicia y bienestar social como el derecho a un salario justo y a la educación pública, con políticas étnico-raciales como las Afro-reparaciones y Acciones Afirmativas».

Para Laó-Montes se trata de un «falso debate» ya que, por un lado, la equidad étnico-racial exige de políticas sociales y económicas a favor de la distribución justa y equitativa de bienes y recursos; mientras por otra parte, la realización de los ideales democráticos de igualdad y ciudadanía plena demandan «el reconocimiento, la valorización y el apoderamiento de las colectividades excluidas y discriminadas uno de cuyos recursos es la elaboración de políticas públicas dirigidas a corregir las desigualdades históricas provocadas por el racismo estructural». Son demandas o escenarios que se complementan.

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Compra de esclavos en La Habana, 1837 (Tomada de El País)

Como ven, esta cuestión no es privativa de Cuba, sino que afecta a todos los pueblos de la diáspora africana en el Caribe y Latinoamérica. Solo que, a diferencia de lo que ocurre en ellos, en el caso de Cuba se manifiesta un hecho sui generis: las políticas de beneficios, derechos y garantías destinadas a eliminar las históricas brechas de equidad, fueron promulgadas desde sus primeros años por la Revolución para todos los ciudadanos, independientemente de su color de piel.

¿Cómo explicar que treinta años después, con la llegada del Período Especial, las brechas de equidad y la reproducción de la pobreza asociada al color de la piel resurgieran con más fuerza? ¿Por qué la población negra está subrepresentada en las aulas de la educación superior y sobrerrepresentada en las prisiones y demás centros penitenciarios del país? 

Los procesos socioeconómicos posteriores al Período Especial provocaron una ruptura con la configuración socio-clasista de las décadas anteriores a los noventa. Como consecuencia de los mismos, uno de los rasgos fundamentales que, socio-estructuralmente, distingue a la sociedad cubana contemporánea es la diferenciación social y de las formas de propiedad.

Tal fenómeno se ha desarrollado de manera acelerada y propiciado grandes brechas de desigualdad socioeconómica, reflejadas en la emergencia de nuevos sujetos o/y actores sociales que el imaginario popular ha bautizado como: «los nuevos ricos», «los jineteros», «el luchador», «los deambulantes», «los buzos», «el pinguero», etc. Los mismos evidencian la segmentación de la sociedad cubana en clases y capas sociales; la aparición, por un lado, de élites y, por otro, de marginalizados, pobres y vulnerables.

Veamos algunos datos que grafican cómo en las cuatro últimas décadas los negro/as constituyen el segmento poblacional que ha enfrentado mayores barreras para lograr una movilidad social ascendente. Una sistematización de estudios sobre desigualdad, equidad y política social realizada entre el año 2000 y 2010 por investigadores del CIPS, identifica, entre otros, los siguientes problemas como expresión de la persistencia de brechas de equidad racializadas:

– Aumento de la proporción de dirigentes blancos en la medida que se asciende en la jerarquía de dirección.  

– Sobrerrepresentación de negros y mestizos en la franja de pobreza.

– Subrepresentación de negros y mestizos en la culminación de estudios superiores.

– Reproducción de prejuicios raciales.   

– Enseñanza de la Historia sin suficiente presencia de los aportes de las personas negras a la identidad nacional.

– El reflejo de la sociedad en los medios de difusión masiva no se ajusta a la composición por color de la piel, cuantitativa y cualitativa, de la población cubana.

– Por otra parte, las estadísticas advierten una sobrerrepresentación de personas no blancas entre las familias de menores ingresos, y dentro de los segmentos de la estructura laboral menos ventajosos.

– La población afrodescendiente es la que recibe menos remesas del exterior. Recordemos que el exilio cubano históricamente ha sido predominantemente blanco. En consecuencia, sus estrategias de sobrevivencia dependen del esfuerzo personal y se realizan con recursos precarios.

– A ello sumémosle el tópico de los activos: la carencia de bienes patrimoniales de origen familiar (autos, casas y otros bienes) que se puedan heredar de una generación a otra.

– Esto se refleja en la sobrerrepresentación de la población negra y mulata entre las familias que viven en barrios marginales, fundamentalmente solares y ciudadelas. Mientras, existe una mayor presencia de personas no negras en barrios residenciales y viviendas con mejores condiciones habitacionales.

– También en las asociaciones mixtas y firmas extranjeras, las personas blancas están sobrerrepresentadas.

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(Foto: El Nuevo Herald)

Datos aportados por CEPDE-ONEI durante el 2016, señalan que en los negocios privados la proporción de personas blancas empleadas es la más alta (8,4%), y la más baja la de negros (6,4%). También revelan que las personas blancas están sobrerrepresentados en este sector (68,1%), mientras los negros y mestizos están subrepresentados (9,0% y 22,9%, respectivamente)

Las cifras anteriores hablan de relaciones y dinámicas raciales asimétricas dentro del sector del sector «emergente» de la economía cubana. Donde las personas blancas están colocadas en situación de propietarios de negocios y empleadores, mientras los afrodescendientes se hallan en condiciones de fuerza de trabajo a contratar, casi siempre en empleos pocos remunerados. Por otra parte, estas asimetrías han propiciado la proliferación de actos de discriminación y exclusión racial dentro de ese sector, que han sido denunciados en las redes sociales.

En respuesta a este panorama un segmento bastante influyente del movimiento afrocubano, como parte de la sociedad civil cubana, desde hace algunos años comenzó a gestar sus propias estrategias de empoderamiento económico para la población negra y mestiza cubana. Algunos, como el caso de la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, una voluntad marcadamente identitaria y económicamente reivindicativa, promueve estrategias de impulso a emprendimientos de desarrollo local, redes de empoderamiento familiar, capacitación comunitaria y la autogestión como punto de partida para el   mejoramiento de la calidad de vida de la personas afro-descendientes.

Proyectos como Beyond Roots, Lo llevamos rizo, Turbam Queen, Bárbar’A Power, la Red de Afroemprendimientos del CCRD de Cárdenas —una articulación encargada de abrir espacios formativos, compartir saberes y propiciar la cooperación y el desarrollo entre afro-emprendedores—, la marca de cosmético Qué negra, el salón de belleza Afrotalla, en Cárdenas así lo corroboran.

Aunque la principal dificultad para llevar adelante estas y otras acciones destinadas al empoderamiento económico de las personas negras y mestizas, muchas de las cuales viven en situaciones de vulnerabilidad, marginalidad y pobreza; sigue estando en el financiamiento: en la carencia fondos y patrocinios cuya ruta también participa de estas asimetrías y desigualdades raciales.

23 febrero 2022 7 comentarios 2,7K vistas
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against racism

The struggle against racism and its challenges

por Consejo Editorial 5 julio 2020
escrito por Consejo Editorial

I

Why look at the past?

We benefit from the past in the fight against racism. History exists as a science precisely because it caters to a human need. Even illiterate cultures resort to memory in order to attain cohesion. As historians, we analyze the past with the theoretical instruments of the present. The facts have an objective nature, but are necessarily interpreted from subjectivity. Each generation, each period, brings along particular ways of questioning and interpreting the sources, and of later rewriting history working on their own interests, arguments, capacities or limitations.

Nevertheless, assessing any fact in the light of the present should not lead us to decontextualize it. It’s not ethical to interpret the facts, or to evaluate the ideas of historical personalities while stripping them of their economic, cultural or socio-political frameworks and of the contradictions of their time, so as to make them conditional on the aspirations and interests of the present, that is, to subsequent historical or ideological contexts.

In the last few days, a controversy started in the social networks and on some digital media regarding racism. The discussion has been focused emphatically on the responsibility attributed to José Miguel Gómez, the second President of our republic, for the repression of the Colored Independents Movement. There are calls for removing his statue from the monument in a central avenue of the capital as a sort of historical apology, considering the deaths of thousands of black and mixed-race people in that episode, which for many years was pejoratively called the little war of ’12.

I will not be the one to oppose a critical approach to the political leaders of the first bourgeois republic, who were great and heroic military leaders during the independence wars, but, once they clung to republican politics, mostly fostered corruption and a political patronage system, and almost always had their eyes set on the North. Precisely, it was the breaking-off with the political monopoly of the old military leaders that allowed the generation of ’25 to find their own way in the island’s history and politics. However, the events of 1912 have been reduced to an exclusively racial issue, without analyzing the political connotation it had, getting around the political mistakes that were made, both by the government and by the leaders of the PIC (the Colored Independents Party); it is not mentioned that the government had the support of black and mixed-race sectors, and that black and mixed-race military officers actively participated as part of the army in the repression of the rebels.

The text ‘Monumentos al racismo en Cuba’ was published in the blog Comunistas by Frank García Hernández. In it we can read that José Miguel Gómez was ‘a murderer who tried to carry out an ethnic cleansing’. This not only implies an ignorance of history, but also anthropological clumsiness.

The author confuses the biological diversity of the ethnos or ethnic group —designated as raciality—, with ethnicity itself. The latter is defined as a stable group of people which has historically established itself in a given territory, and which possesses common cultural features, a certain level of stability (including language and mentality), a national character (idiosyncrasy or ethno-psyche), as well as self-awareness, fixed by self-denomination or a common ethnonym, which in our case would be Cubans.

There are nations where several ethnicities coexist, even though their biological diversity might not be evident. For example, Hutus and Tutsis are not differentiated by skin color, and in Rwanda —an African country where part of those groups live— there was indeed an ethnic cleansing, or ethnocide, of the latter by the former. In only one hundred days, almost a million people died, about 85 per cent of the Tutsi ethnic group.

In other cases, there may be a cultural, political and legal segregation of a certain part of the population, to the point that it may generate in them and ethnic self-awareness that differentiates them from other groups in the nation. That’s what happens with the black and mixed-race population in the US, which self-designates as African-American. In Cuba, none of those conditions apply. Unlike what happened among the slave owners in that country, the Spanish Crown and its representatives in Cuba allowed a greater margin of tolerance for the cultural and religious practices of the enslaved, which would transcend with time and coexistence to find relations with cultural traits of other groups. On the other hand, they did not systematically oppose the gradual legalization of interracial marriages and unions, or the recognizing of the children born as a result of them, which would help the historical process of Cuban transculturation and ethnogenesis. Biological and cultural miscegenation reciprocated.

It wouldn’t be until the 1920s, already during the republic, that an acceptance would be achieved of transculturation as an agreed upon discourse in science, art and politics; as a shared, hegemonic explanation regarding the insular ethnogenesis process. It took a lot of time to prevail, and it required great controversies and multiple approaches: scientific, artistic and political, which did not entail the elimination of racism. This subject was analyzed by Mario Valdés and me in the essay ‘Contrapunteo cubano de la identidad cultural: ¿hispanos, aborígenes, africanos, o mestizos?’ (‘A Cuban Controversy of Cultural Identity: Hispanic, Aboriginal, African or Mixed?’), published in the journal Debates Americanos, vol. 1, no. 1, 2016.

Therefore, speaking of ethnic cleansing is an error. Here we need to talk about racism, but interpreting that one can fight it symbolically, by tearing down monuments or changing the names of streets —many of which continue to be called by their old names, as has been verified—, is trivial consolation that distracts from other, more relevant demands. The subject is complex, with multiple causes, and it necessitates approaches from sciences such as History, Anthropology, Sociology, Law or Psychology.

II

More than just a monument

At the base of racism are the centuries of slavery. Those societies which, as ours, coexisted with it for so long, received a sociological and psychological impact that we first need to acknowledge and then fight. Let us remember that, although it began much earlier, the period of greater expansion of the slave trade was the late 18th century and the first half of the 19th century. The trading of enslaved people —in spite of having been deemed illegal by Spain since 1817, in a treaty that would come into force in 1821— grew by the same proportion that sugar plantations did. Cuba, the world’s leading producer of sugar, was next-to-last in the region, only after Brazil, to abolish slavery

In a capitalist ideological-political context such as that one, in which in spite of the obvious social differences a number of principles had emerged along the lines of equality, liberty and fraternity; at a time in which the last redoubts of medieval servitude were crumbling in the Old World, on this side of the Atlantic there was tolerance for an aberration like slavery, which even as a historically conditioned mode of production was already well past its prime.

How to validate such infamy? It required a warping of reality, first of all to convince themselves of the fairness of their actions; secondly, so that the servants would accept their situation. To that end, the image of inferiority, simple-mindedness, backwardness or primitiveness of black people was articulated as a discourse from politics, art, hegemonic religion, and even from the science of that period, and it was incorporated into social and family practices which reproduced from one generation to another and crawled into later times.

Despite the fact it was eliminated as an institution, subjected to harsh criticism and meticulously studied, the centuries-old slavery took an ideological toll which explains that, even in its absence, racist attitudes continue to be generated. There was much optimism in the early declarations of the revolutionary process, which believed a political change such as socialism would root out those attitudes, but mental conditionings have proven to resist discourses and statements.

I understood that better when I had the good fortune of editing Zuleica Romay’s book Cepos de la memoria, impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano (Stocks of Memory. The Imprint of Slavery in the Cuban Social Imagination), published by Ediciones Matanzas in 2015. The author herself considers it an ‘unsettling’ book, and she is right to believe so, for its reading demythologizes excessive confidence, political and historical discourses, and it reveals, in all its harshness, the certain fact that ideological constructs —such as racism— do not vanish by decree, or even by means of egalitarian and inclusive policies. They are rather incorporated into subjectivity, which is why she explains in the introduction: ‘When it’s rejected by reason or feeling, racism exists in instinct and emotion. Denied by ideological affiliations, ethical discourses and educational precepts, the easily influenced notion of race emerges in everyday phrases and behaviors, and in states of mind as evanescent as apprehension and anxiety.

In each part of the text, the sociologist and researcher unveils the manner of manifestation of the mechanisms that, even today, reproduce a process of domination and subordination which was initiated centuries ago with the enslaving of Africans, but which is not only reducible to the economic or political spheres. It also operates on the plane of subjectivity, of the symbolic world, of the way in which the imprints of memory manage to be implanted in the imagination of dominators and the dominated, making them share stereotypical social representations.

Slavery belongs in the past, that’s true, but as Zuleica Romay well says: ‘If the body is set free, but the mind remains chained to the past, or to the adaptive reproduction of the subordination relationships which that past begot, the manners of thinking and behaving will follow the models established by those who once dominated us, creating the conditions for them to go on doing so, only now from the prison of our minds.’

The question then would be, is removing a statue from its plinth the most convincing method for fighting racism? Save for some isolated cases, the science of history has produced and reproduced traditional studies on the subject of slavery which long approached the image of the slave from an external perspective.

Economic history took care of studying the slave plantation, its role in the country’s development and its stagnation. For that purpose, data were supplied and censuses were analyzed to show the ups and downs of trafficking. Meanwhile, the history of political ideas brought to the fore the controversy on the issue of slavery from the perspective of ideologues, the question of abolition, its detractors and sympathizers. There has also been research on the topic of life in the slaves’ quarters, bodily punishments, and the slave uprisings that resulted from abuse and lack of freedom.

Nevertheless, in almost all of those studies, the life of the men and women that suffered so much appears blurred. The individual was lost for the collective, since slavery, as the hideous institution it is, has become the protagonist of history. Memories and faces are lost, names are ignored. As a result, little is known about the life of the enslaved and about black people in general, about the groups in which they were divided, about their family relations, about the female issue, about the organizations that brought them together, about the motivations, strategies and ways they used to ascend in the social order.

Cuban historiography was practically devoid of this kind of study for decades. To be honest, research on social history was rare, which is explained by the level of difficulty of its theory, methodology and sources to be consulted. Doing it requires multidisciplinary approaches which surpass the limited categories and concepts of traditional historical science; and it also requires shedding a positivist paradigm that survived here and remains in good health.

In the introduction to her book La otra familia. Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba (The Other Family. Relatives, Networks and Descendants of the Slaves in Cuba), which won the 2003 Casa de las Américas essay award and was made available by that publishing house the next year, professor and researcher María del Carmen Barcia explains her motivations for writing it:

‘For me it was then made evident there was a need to analyze the slaves from another perspective, capable of breaking with that paradigm of brutality, clumsiness, ineptitude and mistakes that has been part of a model constructed from a purportedly philanthropic perspective, but which ultimately carries racist criteria that separate black people, in a supposedly methodological parenthesis, from the rest of the society in which they have lived, without looking at their participation within classes, strata, groups and sectors.’ (p. 8)

In the above-mentioned text, doctor Barcia deals with the family relations they established in the adverse conditions in which their lives developed. She highlights the contrast between the legal design and the actual construction of the slave families, the alternatives for the building of networks of kinship by affinity, which in many cases replaced the blood relationships broken by slavery. In Chapter VII, ‘Recovering and Redeeming’, the author turns the enslaved into the creators of discourse, into subjects who voice their truths. Thus we hear from Gerónima Estrada, Dominga Gangá, Pablo Sobrado, Clara Linares, Josefa Quintana…

The humanization of people, the act of naming them, produces empathy and a psychological attitude of closeness. Knowing who the enslaved were —listening to their voices— is something that’s likewise enabled by the pioneering text of historian Gloria García: La esclavitud desde la esclavitud. La visión de los siervos (Slavery Seen from Slavery. The View of the Servants), published in Mexico in 1996 and which, in the opinion of María del Carmen Barcia: ‘cleared the more or less erudite formulas of the attorneys and projected the voices of those who resisted, tolerated, appealed, offered their views, even by means of a legal power, on the questioning they were subjected to in the process of issuing reports, of a judicial appeal or of a request for freedom.’

This type of historical narrative, in which I would also include other authors who deal more with the sociological, the anthropological and the testimonial —such as Oilda Hevia, Daisy Rubiera, Tomás Fernández Robaina and Esteban Morales, to single out only a few examples—, may, due to its nature, generate a more comprehensive knowledge of the meaning of slavery, and promote rejection for it and therefore for the discrimination that’s its historical social consequence.

In order to achieve that, it will be necessary to effect changes in the teaching of traditional history, so that it may include these social aspects of slavery in the different schooling levels, from syllabi to textbooks, depending on their complexity, naturally. We will also have to banish the reductionist image of the African, in which rustic scenarios prevail: the bow and arrow, loincloths and wars. The continent from where twelve million people were carried away also had kingdoms and empires, contents which are not included in the training courses for History professors, and I speak from my own experience. Such courses adopt a Eurocentric preeminence, so our professors know more about the Russian Revolution of 1905 than about the Yoruba cities and rulers, despite it being an obvious legacy received by Cuban culture.

When the Aponte Commission was created, little over a decade ago, I heard its director, Rigoberto Feraudy, propose, during a speech at the House of Africa museum, a revision of the teaching of History. As far as I know, this is yet to be implemented.

If spaces for public debate are not promoted in Cuba about racism as a surviving ideology, though sometimes concealed in its very carriers, whatever their color, we won’t be able to make progress in the direction of social transformation.

During the time when I worked as professor of Anthropology at the University of Matanzas, around the year 2003, I supervised a group of theses dealing with the interracial relations among the university students of the three institutions of that level in the province back then: the University, the Higher Pedagogical Institute and the School of Medical Sciences.

The instruments applied to a significant sample of students, revealed racist criteria and stereotypical conceptions, frankly retrograde in some cases, which, though not massively, for the concern of the team converged on the School of Medical Sciences.

Since it is manifested on an ideological level, racism is scientifically impossible to verify. The Social Sciences in Cuba are as blind in this regard as they are in many other aspects that would require the freedom of researchers to apply surveys to large groups of people. Without research, there can be no diagnosis, and without it there can be no transforming strategies designed. Mentalities are harder to change because, unlike statues, they cannot be destroyed; they can, however, be transformed.

And yet, to think that the consequences of slavery are merely ideological is to be naïve. They are dramatically evident in material existence and in life projects.

III

For the good of all…

Black people have a historical disadvantage. For starters, with few exceptions, they don’t have a long-established patrimony materialized in large and luxurious mansions or other family property. It isn’t common either that they belong to depositary groups of sedimented cultural capital.

In spite of that, their ability and intelligence, as well as their potential for social upward mobility are admirable. If we bear in mind the statistical reports by Juan Pérez de la Riva, made a short time after the abolition of slavery in Cuba, the percentage of former slaves who had become literate was far higher in average to that of the United States, which had reached abolition more than twenty years earlier.

In the bourgeois republic, a kind of racism was materialized which, without reaching the extremes of school and political segregation that survived in the southern US, allowed that at some social institutions —parks, beaches, lyceums and clubs— people were divided by the color of their skin and access was denied to those who were black or mixed-race. The same also happened in certain jobs.

Socialism was presented as project of social justice, and it declared the equality of all people. It forever ended institutionalized racism. In spite of that, not having accounted for the initial disadvantage of a significant human group that had been left out for centuries was a mistake.

It’s not a secret that social differences among us are accentuated with each turn of the screw caused by the worsening of a crisis which is already of a structural nature.

In the article ‘Realidades incómodas’ (‘Uncomfortable Realities’), published in this website several months ago, I expressed: ‘When some complain that the dramatic case of three Havana girls who died due to a collapsing balcony has been politicized, and they argue that the avalanche of pictures of run-down buildings circulating in the Internet plays along with the enemy, I wonder why they don’t focus on a deeper reading of what’s happening right in front of us, and of which this case is proof: the deep social differences that exist in Cuba regarding families, neighborhoods and skin color.

‘These inequalities are even more obvious in Havana, since it’s an overcrowded capital, but they are evident throughout the country, and they disagree with one of the accepted victories of the Revolution, for which generations of compatriots have made sacrifices.

[…]

‘Hopefully […] we’ll be able to have a precise idea, from science, of the magnitude of the inequality and its relation to the racial issue. However, there already are scientific questions we may ask without so much effort. Here’s one: what’s the relation between poverty in neighborhoods with a large black population and the obvious presence of people of that ethnicity in active opposition groups in Cuba? I know it’s an uncomfortable question. Reality always is.’

In some countries where a similar situation existed, the US or Brazil to name some examples, the so-called affirmative action policies are applied, which favor social sectors that have suffered some sort of discrimination, with the purpose of balancing their living conditions and reducing inherited inequalities.

These policies materialize as student scholarships with a certain number of guaranteed spots, subsidies, or tax exemptions, among others. They have advocated for and against; the latter believe that the search for equality may give way to discomfort and tensions in the people who are not part of those sectors.

My opinion favors the search for a solution that keeps into account the improvement of the conditions of black and mixed-race people in Cuba, with actions of this kind as part of the challenges in the struggle against racism.

Last March, the National Program against racism and racial discrimination was announced, along with a government Commission for its follow-up and a set of actions. The arrival of the COVID-19 pandemic in the country naturally required that other priorities be established. When the health situation is under control, as everything seems to indicate is happening, this important issue will certainly be taken up again.

We benefit from the past. We go back to it to study it, to find the key to many current problems. But we cannot live chained to the past. We must make changes in the present. Tearing down statues is a superficial change. It can be done if deemed appropriate, but it won’t solve the most pressing challenges in the struggle against racism.

Translated from the original

5 julio 2020 0 comentario 512 vistas
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racismo

La lucha contra el racismo y sus retos

por Consejo Editorial 29 junio 2020
escrito por Consejo Editorial

I

¿Al pasado para qué?

Nos nutrimos del pasado. La historia existe como ciencia precisamente porque resuelve una necesidad humana. Incluso las culturas ágrafas apelan a la memoria para cohesionarse. Como historiadores, analizamos el pasado con instrumental teórico del presente. Los hechos tienen carácter objetivo pero necesariamente son interpretados desde la subjetividad. Cada generación, cada época, trae consigo maneras particulares de interrogar e interpretar a las fuentes y luego reescribir la historia partiendo de sus intereses, cuestionamientos, capacidades o limitaciones.

No obstante, evaluar cualquier hecho a la luz del presente no puede significar descontextualizarlo. No es ético interpretar los hechos, o evaluar las ideas de determinada figura, despojándolos de los entramados económicos, culturales o sociopolíticos y de las contradicciones de su época, para condicionarlos a las aspiraciones e intereses del presente, es decir, a contextos epocales e ideológicos posteriores.

En los últimos días se suscitó en las redes sociales y en algunos medios digitales una controversia alrededor del racismo. La discusión se ha enfocado enfáticamente en la responsabilidad atribuida a José Miguel Gómez, segundo presidente republicano de nuestra historia, por la represión al Movimiento de los Independientes de Color. Se exige retirar su estatua del monumento que existe en una céntrica vía de la capital como satisfacción histórica, dadas las muertes de miles de negros y mestizos en aquel episodio, que durante muchos años fue denominado, peyorativamente, la guerrita del 12.

No seré yo quien me oponga a un acercamiento crítico a los caudillos de la primera república burguesa, que fueron grandes y heroicos jefes militares durante las guerras de independencia pero, una vez aferrados a la política republicana, potenciaron en su mayor parte la corrupción y el clientelismo político y tuvieron la vista casi siempre fija en el Norte. Precisamente fue la ruptura con el monopolio político del mambisado lo que le permitió a la generación del 25 hallar un camino propio en la historia y la política insulares.

Sin embargo, se ha reducido los sucesos de 1912 a una cuestión exclusivamente racial, sin analizar la connotación política que tuvo, obviando los errores políticos que se cometieron, tanto por parte del gobierno como por la dirección del PIC; no se menciona que el gobierno recibió apoyo de sectores negros y mestizos y que en el ejército participaron jefes militares negros y mestizos que fueron activos en la represión a los sublevados.

En el blog Comunistas se publicó el texto «Monumentos al racismo en Cuba», de la autoría de Frank García Hernández. Allí se lee que José Miguel Gómez fue «un asesino que intentó llevar a cabo una limpieza étnica». Lo cual denota no solo desconocimiento histórico sino impericia antropológica.

Confunde el autor la diversidad biológica del etnos o etnia —denominada racialidad—, con la etnia propiamente dicha. Esta última es entendida como un grupo estable de personas constituido históricamente en un territorio determinado, que posee particularidades culturales comunes, cierto nivel de estabilidad (incluso de lengua y mentalidad), un carácter nacional (idiosincrasia o etnopsiquis) así como autoconciencia, fijada por la autodenominación o etnónimo común, que en nuestro caso sería cubanos.

Existen naciones donde conviven etnias diferentes aunque su diversidad biológica no sea evidente. Por ejemplo, los hutus y los tutsis no se diferencian por el color de su piel,  y en Ruanda, país africano donde vive una parte de esos grupos, sí se produjo en 1994 una limpieza étnica, o etnocidio, de los segundos por los primeros. En solo cien días murió casi un millón de personas, el 85 por ciento de la etnia tutsi.

En otros casos puede ocurrir una segregación cultural, política y legal de cierta parte de la población, hasta el punto que se genere en ellos una autoconciencia étnica que los diferencie respecto a otros grupos de la nación. Así sucede con la población negra y mulata en EE.UU., que se autodenomina afroamericana. En Cuba no acaece ninguna de esas condiciones.

A diferencia de lo ocurrido entre los esclavistas de aquel país, la Corona española y sus representantes en Cuba ofrecieron mayor margen de tolerancia a las prácticas culturales y religiosas de los esclavizados, que trascenderían con el tiempo y la convivencia para relacionarse con rasgos culturales de otros grupos; por otra parte, no fueron antagónicos a la legalización paulatina de los matrimonios y uniones interraciales y al reconocimiento de los hijos habidos de ellas, lo que ayudaría al proceso histórico de transculturación y etnogénesis cubana. El mestizaje biológico y el cultural se reciprocaron.

No será hasta los años veinte del pasado siglo, ya en la república, que se logre la aceptación de la transculturación como un discurso consensuado desde la ciencia, el arte y la política; como una explicación compartida, hegemónica, acerca del proceso etnogenético insular. Demoró para triunfar y requirió de grandes polémicas y múltiples enfoques: científicos, artísticos y políticos, lo que no significó la eliminación del racismo. Dicho tema fue abordado por Mario Valdés y por mí en el ensayo «Contrapunteo cubano de la identidad cultural: ¿hispanos, aborígenes, africanos, o mestizos?», publicado en la revista Debates Americanos, vol. 1, no. 1, 2016.

Por tanto, hablar de limpieza étnica es un error. Aquí hay que hablar de racismo, pero interpretar que el mismo se combate simbólicamente, derrumbando monumentos o cambiando la denominación a las calles —muchas de las cuales siguen siendo designadas por sus viejos nombres como ya se ha comprobado—, es un consuelo trivial que aleja de otras demandas más pertinentes. El tema es complejo, multicausal, y requiere abordajes desde ciencias como la Historia, la Antropología, la Sociología, el Derecho o la Psicología.

II

Más que un monumento

En la base del racismo están los siglos de esclavitud. Aquellas sociedades que, como la nuestra, convivieron tanto tiempo con ella, recibieron una impronta sociológica y psicológica que es necesario, primero, reconocer, para luego combatir.

Recordemos que aunque empezó mucho antes, la etapa de mayor expansión de la trata esclavista data de fines del siglo XVIII y primera mitad del XIX. El comercio de personas esclavizadas —a pesar de que fue reconocido como ilegal por España desde 1817, tratado que entra en vigor en 1821—, se incrementó en la misma medida en que lo hizo la plantación azucarera. Cuba, mayor productor mundial de azúcar, fue el penúltimo país de la región, solo antes que Brasil, en abolir la  esclavitud.

En un contexto ideo-político capitalista como aquel, donde a pesar de las evidentes diferencias sociales habían emergido consignas que se hacían eco de igualdad, libertad y fraternidad; en momentos en que se derrumbaban los últimos reductos de la servidumbre medieval en el Viejo Continente, se consentía de este lado del Atlántico una aberración como la esclavitud, que, incluso como modo de producción históricamente determinado, ya había dado todo de sí.

¿Cómo validar tamaña infamia? Deformando la realidad, primero que todo para convencerse a sí mismos de la justeza de su actuar; en segundo lugar, para que los siervos aceptaran su situación. Con ese fin, la imagen de inferioridad, simpleza, atraso o primitivismo de las personas negras, fue articulándose como un discurso desde la política, el arte, la religión hegemónica e incluso la ciencia de aquel período, y fue incorporado a prácticas sociales y familiares que se reprodujeron de una generación a otra y se arrastraron a épocas posteriores.

A pesar de que fue eliminada como institución, sometida a dura crítica y estudiada minuciosamente; los siglos de esclavización tuvieron un costo ideológico que explica, aun en su ausencia, que se sigan generando actitudes racistas. Muy optimistas fueron las declaraciones iniciales del proceso revolucionario, que consideró que un cambio político como el socialismo arrancaría de raíz aquellas actitudes, pero los condicionamientos mentales han demostrado ser reacios a discursos y declaraciones.

Eso lo entendí mejor cuando tuve la suerte de editar el libro Cepos de la memoria, impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano, de Zuleica Romay, perteneciente al catálogo de Ediciones Matanzas del año 2015. La propia autora lo considera un libro «inquietante», y hace bien en opinar de este modo, pues su lectura desmitifica confianzas excesivas, discursos políticos e históricos y revela, con toda crudeza, el hecho cierto de que las construcciones ideológicas —como el  racismo—, no desaparecen por decreto, ni siquiera por políticas igualitarias e inclusivas; sino que se incorporan a la subjetividad, de ahí que nos explique en la introducción:

«Cuando es rechazado por la razón o el sentimiento, el racismo existe en el instinto y la emoción. Negada por filiaciones ideológicas, discursos éticos y preceptos educativos; la dúctil  noción de raza aflora en frases y comportamientos cotidianos, y en estados anímicos tan evanescentes como la aprensión y la  inquietud».

En cada parte del texto, la socióloga e investigadora devela cómo se manifiestan los mecanismos que reproducen hasta hoy un proceso de dominación y subordinación que se inició siglos atrás con la esclavización del africano, pero que no es reducible únicamente al ámbito económico o político, sino también a nivel de la subjetividad, del mundo simbólico, del modo en que las marcas de la memoria logran implantarse en el imaginario de dominadores y dominados, haciéndoles compartir representaciones sociales estereotipadas.

La esclavitud pertenece al pasado, es cierto, pero como bien afirma Zuleica Romay: «Si el cuerpo queda libre, pero la mente sigue encadenada al pasado, o a la reproducción adaptativa de las relaciones de subordinación que ese pasado engendró, los modos de pensar y comportarnos seguirán las pautas establecidas por quienes nos dominaron una vez, creando condiciones para que continúen haciéndolo, ahora desde la prisión de nuestra mente».

La pregunta sería entonces, ¿retirar una estatua de su base es el modo más conveniente de combatir al racismo? Salvo excepciones puntuales, la ciencia histórica ha producido y reproducido estudios tradicionales sobre el tema de la esclavitud que apreciaron durante mucho tiempo la imagen del esclavo desde una perspectiva externa a este.

La historia económica se encargó del estudio de la plantación esclavista, de su rol en el desarrollo del país y de su estancamiento. Con ese objetivo se aportaban cifras y se analizaban los censos para demostrar los altibajos del tráfico. Entretanto, la historia de las ideas políticas ponía en primer plano la controversia sobre el tema de la esclavitud desde la perspectiva de los ideólogos, la cuestión de la abolición, sus detractores y simpatizantes. Se ha abordado también el tema de la vida en los barracones, los castigos corporales, y las rebeldías esclavas resultante de los maltratos y de la falta de libertad.

No obstante, en casi todos estos estudios, la vida de los hombres y mujeres que tanto sufrieron aparece difuminada. Lo individual se sacrificó a lo colectivo, pues la esclavitud, como espantosa institución, se convierte en protagonista de la historia. Se pierden las memorias y los rostros, se ignoran los nombres. Como resultado, se conoce poco respecto a la existencia de los esclavizados, y de los negros en sentido general, de los sectores en que se dividieron, de sus relaciones familiares, del problema femenino, de las organizaciones que los agruparon, de las motivaciones, estrategias y vías que utilizaron para ascender en la escala social.

La historiografía cubana fue prácticamente virgen de ese tipo de estudios por décadas. En honor a la verdad fueron raras las investigaciones de historia social, lo cual se explica por su nivel de dificultad teórica, metodológica y de las fuentes a consultar. Hacerlo requiere abordajes multidisciplinarios que exceden las escasas categorías y conceptos de la ciencia histórica tradicional; además de que exige romper un paradigma positivista que pervivió aquí y todavía goza de buena salud.

En la introducción a su libro La otra familia. Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba, premio de ensayo Casa de las Américas 2003 y publicado por ese sello editorial al año siguiente, la profesora e investigadora María del Carmen Barcia explica su motivación al escribirlo:

 «Para mí se hizo entonces evidente la necesidad de analizar a los esclavos desde otra perspectiva, capaz de romper con ese paradigma de brutalidad, torpeza, ineptitud y desaciertos, que ha formado parte de un modelo construido desde una supuesta perspectiva filantrópica, pero que en definitiva es portador de criterios racistas que separan al negro, en un paréntesis supuestamente metodológico, del resto de la sociedad en que se ha desenvuelto, sin ver su participación dentro de clases, capas, grupos y sectores». (p. 8)

En el referido texto, la doctora Barcia aborda las relaciones familiares que establecieron en las adversas condiciones en que desenvolvieron sus vidas, destaca la contraposición entre el diseño legal y la construcción real de las familias esclavas, las alternativas de construcción de redes de parentesco por afinidad, que suplían en muchos casos los lazos consanguíneos rotos por la esclavitud. En el capítulo VII, «Recuperar y redimir», la autora convierte a los esclavizados en discursantes, en sujetos que cuentan sus verdades. Así nos hablan Gerónima Estrada, Dominga Gangá, Pablo Sobrado, Clara Linares, Josefa Quintana…

La humanización de las personas, el acto de nombrarlas, produce una empatía y una actitud psicológica de acercamiento. Conocer quiénes eran los esclavizados, escuchar sus voces, es algo que permite asimismo el precursor texto de la historiadora Gloria García: La esclavitud desde la esclavitud. La visión de los siervos, publicado en México en 1996 y que según valora María del Carmen Barcia: «despejó las fórmulas más o menos eruditas de los letrados y proyectó las voces de aquellos que resistían, consentían, apelaban, daban sus percepciones, ya fuese a través de un poder legal, del interrogatorio a que eran sometidos en el marco de un levantamiento, de una apelación judicial o de una solicitud de libertad».

Este tipo de narrativa histórica, a la que agregaría también a otros autores más encauzados hacia lo sociológico, lo antropológico y lo testimonial —como Oilda Hevia, Daisy Rubiera, Tomás Fernández Robaina y Esteban Morales, por solo destacar algunos ejemplos—; puede, por su naturaleza, generar un conocimiento más integral del significado de la esclavitud y promover el rechazo a ella y por ende a la discriminación que es su consecuencia social histórica.

Para lograrlo será necesario producir cambios en la enseñanza de la historia tradicional con el fin de que incluya estos aspectos sociales de la esclavitud en los diversos niveles escolares, desde los programas hasta los libros de texto, dependiendo como es lógico de su complejidad. Deberemos desterrar igualmente la imagen reduccionista de lo africano en la que priman escenarios selváticos, el arco y la flecha, los taparrabos y las guerras.

El continente de donde fueron arrancados doce millones de personas también tuvo reinos e imperios, contenidos que no son abordados en los programas de formación de profesores de Historia, y hablo por experiencia propia. Tales programas asumen una preeminencia eurocéntrica, por lo cual nuestros profesores saben más de la revolución rusa de 1905 que de las ciudades y los soberanos yorubas, a pesar de que ese es un legado evidente que recibió la cultura cubana.

Cuando fue creada la Comisión Aponte, hace poco más de una década, escuché, en el marco de una intervención en el museo Casa de África, a su director Rigoberto Feraudy proponer una revisión de la enseñanza de la historia. Hasta donde conozco, todavía no se ha implementado.

Si en Cuba no se promueven espacios de debate público sobre el racismo como ideología superviviente, aunque escondida a veces hasta de sus propios portadores, sea cual fuere su color, no lograremos avanzar en un sentido de trasformación social.

Durante la etapa en que me desempeñé como profesora de Antropología de la Universidad de Matanzas, alrededor del año 2003, tutoré un grupo de tesis que abordaban las relaciones interraciales entre los estudiantes universitarios de las tres instituciones que tenía entonces la provincia: Universidad, Instituto Superior Pedagógico y Facultad de Ciencias Médicas.

Los instrumentos aplicados a una muestra significativa de alumnos, revelaban criterios racistas y concepciones estereotipadas; francamente retrógradas en algunos casos, que aunque no masivos, para preocupación del equipo coincidían en la Facultad de Ciencias Médicas.

Como se manifiesta a nivel ideológico, el racismo es algo imposible de comprobar científicamente. Las Ciencias Sociales en Cuba están ciegas en ese como en tantos otros aspectos que requerirían la libertad de los investigadores para aplicar cuestionarios a grandes grupos. Sin investigación no hay diagnóstico y sin este no se pueden trazar estrategias transformadoras. Las mentalidades son más difíciles de cambiar porque a diferencia de las estatuas no se pueden destruir; sin embargo se pueden trasformar.

Pensar, no obstante, que las consecuencias de la esclavitud son solamente ideológicas es pecar de ingenuo. Ellas son dramáticamente evidentes en la existencia material y en los proyectos de vida.

III

Para el bien de todos…

Las personas negras tienen una desventaja histórica. Para empezar, no poseen, salvo excepciones, patrimonio de larga data, concretado en grandes y lujosas mansiones u otras propiedades familiares. Tampoco es común que pertenezcan a grupos depositarios de un capital cultural sedimentado.

Aun así, su capacidad e inteligencia y su potencialidad de ascenso social es admirable. Si nos atenemos a los informes estadísticos de Juan Pérez de la Riva, poco después de la abolición de la esclavitud en Cuba el porciento de antiguos esclavizados que se habían alfabetizado era muy superior, como promedio, al de los Estados Unidos que había logrado la abolición más de veinte años antes.

En la república burguesa se manifestó un racismo que, sin llegar a los extremos de segregación escolar y política que subsistían en el sur de los EE.UU., permitió que en determinadas instituciones sociales, en parques, playas, liceos y clubes se dividiera a las personas por el color de su piel y se limitara el acceso a negros y mestizos. Eso también ocurría en ciertos empleos.

El socialismo se presentó como un proyecto de justicia social y declaró la igualdad de todas las personas. Concluyó para siempre el racismo institucionalizado. A pesar de ello, no haber tenido en cuenta la desventaja de partida de un importante grupo humano preterido por siglos fue un error.

No es un secreto que entre nosotros las diferencias sociales se acentúan con cada vuelta de tuerca que provoca la agudización de una crisis que ya tiene carácter estructural.

En el artículo «Realidades incómodas», publicado en este sitio hace varios meses, manifesté: «Cuando algunos reclaman que se ha politizado el dramático caso de tres niñas habaneras que murieron por el derrumbe de un balcón, y arguyen que la avalancha de imágenes de edificaciones derruidas que circula en internet le hace el juego al enemigo, me pregunto por qué no se enfocan en una lectura más profunda de lo que está pasando ante nuestras propias narices y que este caso evidencia: las profundas diferencias sociales que existen en Cuba a nivel de familias, de barrios y de color de la piel.

Desigualdades todavía más notorias en La Habana por ser la capital y estar superpoblada, pero que son ostensibles en todo el país y dejan sin sustento una de las admitidas victorias de la revolución por la que se han sacrificado generaciones de compatriotas.

[…]

Ojalá […] podamos tener una idea exacta, desde la ciencia, de la magnitud de la desigualdad y su vínculo con el tema racial. Sin embargo, hay ya preguntas científicas que podemos hacer sin mucho esfuerzo, aquí dejo una: ¿qué relación existe entre la pobreza en barrios de gran confluencia de población negra y la evidente presencia de personas de ese color en grupos de la oposición activa en Cuba? Sé que es una interrogante incómoda. La realidad siempre lo es».

En algunos países donde existió similar situación, EE.UU. o Brasil para citar ejemplos, se aplican las denominadas políticas de acción afirmativa, que favorecen a sectores sociales que han sufrido algún tipo de discriminación con el fin de equilibrar sus condiciones de vida y reducir desigualdades heredadas.

Estas políticas se traducen en becas estudiantiles con determinada cantidad de cupos garantizados, subsidios o exoneración de impuestos, entre otras. Ellas tienen defensores y detractores, los últimos consideran que en la búsqueda de la equidad se puede dar lugar a molestias y tensiones en las personas que no forman parte de esos sectores.

Mi opinión es favorable a la búsqueda de una salida que tenga en cuenta el mejoramiento de las condiciones de negros y mestizos en Cuba con acciones de este tipo como parte de los retos para la lucha contra el racismo.

En marzo pasado se anunció el Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, una Comisión gubernamental para su seguimiento y un conjunto de acciones. La llegada de la pandemia del covid-19 al país requirió establecer, como es lógico, otras prioridades. Cuando la situación sanitaria sea controlada, como todo parece indicar que está ocurriendo, con seguridad se retomará este importante asunto.

Nos nutrimos del pasado. Volvemos a él para estudiarlo, para hallar claves a muchos problemas actuales. Pero no podemos vivir atados al pasado. Hay que hacer cambios en el presente. Destruir estatuas es un cambio epidérmico. Puede hacerse si se considera oportuno, pero no va a resolver los retos más apremiantes en la lucha contra el racismo.

29 junio 2020 15 comentarios 1,1K vistas
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neoliberalismo

Neoliberalismo y racismo en USA

por Consejo Editorial 12 junio 2020
escrito por Consejo Editorial

Recientemente leí en Facebook un texto plagado de errores de Liu Santiesteban y otros autores sobre el problema racial en los Estados Unidos. Hay errores, aunque también intencionalidades. Su error principal consiste en no considerar al racismo como un fenómeno estructural dentro de la sociedad norteamericana.

Su tesis principal es que los negros debemos ser aconsejados a depender de sus propios esfuerzos y ello es más que suficiente para lograr el triunfo. El consejo no es malo, pero sí bastante perverso e ingenuo.

Mencionaban entonces un largo listado de artistas negros de la música y el cine, que habían ascendido por sus esfuerzos, con independencia de su color de la piel. Cosa que es cierta, pero que nada tiene que ver con la existencia y el funcionamiento del racismo en los Estados Unidos.

El error esencial de sus formulaciones, más bien neoliberales para endulzar a la sociedad norteamericana, consiste en olvidarse de que el racismo en los Estados Unidos es un fenómeno estructural. Es decir, forma parte y funciona como elemento integrante dentro del sistema de relaciones capitalistas de la sociedad norteamericana.

El ejemplo de los que logran cruzar las dificultades para alcanzar el éxito, dentro de esa sociedad, no niega la existencia del racismo ni de la discriminación racial; todo lo contrario, lo reafirma. Por ley de los contrarios.

Por lo que situar y tomar como ejemplo a los que han llegado a triunfar, no es más que una forma de endulzamiento de la realidad, que es mucho más compleja y contradictoria de lo que los autores asumen.

El racismo no nació del capitalismo, vino de la mano de la sociedad colonial esclavista, aunque al capitalismo le brinda un servicio inestimable. Adueñándose de él para sostener su régimen de explotación. Al convertir el color de la piel, en una variable de diferenciación social. Acción más sofisticada y difícil de superar que la esclavitud.

En la sociedad colonial el esclavo podía obtener su libertad, en el capitalismo no. Pues se encuentra sometido a una estructura social en la que su lugar esta predeterminado, liberándose de ella solo por excepción.

Los argumentos esgrimidos, resultan además la tergiversación de una larga historia, en la que el negro norteamericano comenzó siendo esclavo y pago un alto precio por participar en la vida económica y más tarde en la política, para lograr ejercer el voto. Sobre todo, la mujer negra. Ello no hizo más que darle formas de participación social, pero sin liberarlo de las ataduras sociales que su condición de negro implica. Es decir, sin liberarlo de los prejuicios al color de la piel, la discriminación y el racismo.

El racismo es un fenómeno estructural de la sociedad norteamericana.

Es parte integra de la institucionalidad de esa sociedad y solo con la terminación del capitalismo podrán crearse las condiciones para comenzar a eliminarlo de la vida social del país. Pero tampoco desaparece automáticamente, al desaparecer el capitalismo, dado que permanece en la cultura heredada.

Cuba con una revolución radical y más de 50 años de lucha por su eliminación, no ha logrado terminar con el racismo, ni la discriminación racial. Funcionando como un paradigma para la comprensión de que, con el fin del capitalismo, solo comienza el periodo histórico para crear las condiciones que posibiliten eliminar el racismo.

Cierto que el negro norteamericano nos aventaja en que posee por lo general una gran conciencia racial, pero no nos aventaja en como Cuba ha ido paulatinamente creando las condiciones para eliminar el racismo. Ahora, con una conciencia social más avanzada en cuanto a la necesidad de su eliminación y una conciencia, en parte importante de su dirección política, de que la tarea de eliminar el racismo y la discriminación racial se debe llevar adelante. Contándose ya con una Resolución Gubernamental como instrumento para formular una estrategia de lucha contra el racismo y la discriminación racial.

Luego se equivocan los Autores del artículo cuando nos aconsejan. Púes no se trata de un asunto individual sino de toda la sociedad. No se trata de que la sociedad les permita o facilite a unos individuos llegar. No se trata de que algunos por su esfuerzo lleguen. Tampoco de que algunos pasen las barreras para ser tratados como iguales, sino de que todos puedan alcanzar la igualdad y la justicia.

Ni siquiera estadísticamente es válido el análisis de los autores.

En la sociedad norteamericana, los negros ocupan el penúltimo escalon en la pirámide demográfico-social. Por encima solo de los pueblos originarios y de los esquimales, que ocupan los últimos escalones. Por lo que, ni habiendo alcanzado el éxito, un negro en los Estados Unidos llega al nivel de consideración que esa sociedad solo reserva al blanco.

Los datos estadísticos muestran claramente las diferencias para los negros, en términos de desempleo, acceso a la salud, acceso a la justicia, etc.

No se trata de que un negro pueda o no económicamente y hasta socialmente llegar a vivir como un blanco. No, es que la estructura social ha quedado diseñada para darle un lugar como negro.

Lo demás es una circunstancia o una casualidad de la vida. El negro no llega a conseguir nunca la posición del blanco dentro de la sociedad capitalista norteamericana y cuando lo logra, se trata de una circunstancia excepcional, que no hace más que confirmar la regla. La regla es que el negro este por debajo y los años más recientes la han confirmado.

Por eso el artículo de marras, no es más que un intento neoliberal, de quitarle, de limpiar al capitalismo de las lacras del racismo.

12 junio 2020 31 comentarios 701 vistas
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