Hoy ocurrirá un cambio en la máxima dirección del país. Se dará entrada a una nueva figura en un proceso de transformaciones sociales muy complicadas. En medio de la preocupación no dejo de preguntarme ¿qué pasará?
Intento buscarle un orden, dirección y sentido a lo que ocurrirá. Algunos con exceso de optimismo me dirían que toda está bien claro en esos documentos llamados lineamientos. Si pudiera responder con un emoticono a quien me diga eso, le pondría la carita que parece decir -no te entiendo nada-.
Me gustaría creer eso, pero no es así. Es más, me aterra el hecho de tener fe en los lineamientos. Me gusta su espíritu, pero ¿y el cuerpo? Solo hay que leerlos para advertir ciertas faltas que no es necesario ser académico para notarlas.
Por solo mencionar, nuestros lineamientos no están jerarquizados, ni se plantean un grado de interdependencia entre ellos. Son un listado, que dan al socialismo tal y como no debe darse: de forma abstracta. Con tal estado de las cosas, no me tranquilizan mucho esos escritos.
Debo mirar qué está pasando, y desde ahí, quizá obtenga mejores predicciones sobre mi futuro (y el de mis compatriotas). No me interesa mucho el tema de las licencias y su estancamiento (que se anunció como temporal). De hecho, si abogara en un contexto así por un asunto como ese, no dudo que me acusen de alinearme con cierta derecha pro-capitalista (al estilo años 50).
Resulta que hay cambios recientes más concretos y preocupantes. Se aprobó ese nuevo y ya famoso mercado mayorista. Ante él, muchos anuncian la felicidad del negocio privado (mal llamado muchas veces “por cuenta propia”). Acúseme de lo que se me acuse: ¿se ha pensado en la implicación de esto?
Me gustaría recordar que hasta ahora (sin el mercado mayorista) las diferencias sociales en Cuba son importantes (si alguien tiene duda intente consultar el índice de desigualdad del país[1]). Solo hay que pensar que si ya estas diferencias son así, ¿cómo será cuando ese privado adquiera sus insumos en precios inferiores? Su rentabilidad aumentará mucho más. En pocas palabras: el ya rico lo será más.
No tengo nada en contra de ellos pero, ¿por qué aparece una política ahora que lo que hace es fomentar la desigualdad habiendo problemas más importantes? Estoy seguro que mis compañeros economistas estarán de acuerdo en que tal medida no traerá consigo una reducción del precio de los servicios que da el sector privado.
No sé si fue consciente o no pero el efecto se verá. ¿Habrá alguna mano detrás de eso? ¿Cómo es posible que la política estatal apunte a favorecer no precisamente a los que más les hace falta?
Con semejante cosa mi proyección del futuro puede tender a pensar en un escenario similar a Rusia pos-URSS. Es un fatalismo que no quiero ni pensar, pero que es una posibilidad.
Intentaré no pensar de esa forma, pero no acepto tampoco la confianza, sobre todo por cómo vivimos, en que ahora va todo a estar mejor. Ya se cuestionaba Mario Valdés Navia el triunfalismo que heredamos de los camaradas soviéticos, y que no nos suelta todavía.
Si casi no crece nuestra economía, si la industria sigue en el mismo lugar, si el Mariel no despega, si la producción de alimentos, el transporte y toda la infraestructura no florecen, ¿cómo esperar que repentinamente un cambio en el gobierno, un mero hecho formal, mejore la realidad?
Aún cuando ya hay cosas que no son buenas señales, siempre puedo, en el mejor de los casos, esperar un alto grado de compromiso en el nuevo gobierno. Pero de todos modos no es solo el compromiso del cirujano lo que salva a su paciente, sino también la certeza con que hace su operación. Por eso, pase lo que pase, ante el nuevo período que se avecina solo puedo, al igual que muchos, intentar ser optimista y tener el deseo y la ilusión casi idealistas de que mejore la vida de los cubanos.
[1]El índice de desigualdad (Gini) de Cuba no es público.
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