Delegados que me acompañan:
He pedido la palabra para explicar la importancia del número 8 que preside este Congreso de los comunistas cubanos, de cómo una puntilla puede variar el sentido de todo lo discutido aquí. Pensar en estos días en el futuro de la patria ha hecho rompernos la cabeza y poner en tensión los ocho huesos del cráneo.
El número ocho significa el comienzo de algo grande que estamos empezando a construir desde este cónclave. Es considerado el número de una equidad que cada día nos es más esquiva. Habla de la organización, la perseverancia, el control de la energía para producir logros materiales y espirituales. Es cierto que se nos hacen un número ocho los logros materiales, y que a veces nos dormimos en otros significados de esa cifra: la autosuficiencia, el éxito y la firmeza de planteamientos, así como el acoso de ese pulpo imperialista de ocho tentáculos que no ha podido impedir que Goliat se estrelle contra David, octavo hijo de Isaías, por cierto.
Así como el cubo tiene ocho vértices y subir un cubo ocho pisos da vértigo, una puntilla, repito, puede echar por tierra nuestro mensaje de pretender un país próspero y sostenible. Si este número hace presencia en nuestras vidas es porque la prosperidad y la abundancia están en camino, todo dependerá de cómo funcione el transporte. En culturas más antiguas que la nuestra ―sabida es ya la importancia que ha recobrado Cultura en los últimos tiempos―, el ocho es considerado el lazo de unión que relaciona nuestro mundo con otro mundo mejor que es posible, más grande y desarrollado. La estrella octogonal y la figura del octaedro simbolizan la unión de esos dos mundos.
Para lograrlo, tendremos que laborar como los arácnidos, esos animalitos de ocho patas capaces de sobrevivir a las guerras economizando el oxígeno, elemento con número atómico ocho en la tabla periódica. En este inmenso tablero de ajedrez de ocho por ocho escaques en que se ha convertido la economía, habrá que poner los ocho huesos del oído en función de oír a los que piensan, y los ocho de la mano para trabajar en jornadas de ocho horas como se debe.
Aprendamos de los chinos, en supersticiones no les gana nadie. Ellos dicen que el número que preside este Congreso del Partido es por excelencia el número de la suerte, tanto, que se menciona ochenta veces en la Biblia. ¡Y qué clase de suerte tenemos los cubanos…!
Para Pitágoras, el sabio que un día dijo: «Más le vale a un hombre tener la boca cerrada, y que los demás le crean tonto, que abrirla y que los demás se convenzan de que lo es» ―no aludo a nadie en específico―, el ocho significaba el número de la justicia, porque siempre puede dividirse en dos partes iguales.
Ojalá y, como el ocho, este congreso signifique el comienzo de algo nuevo, y que también, como ese número, traiga renovación más que continuidad en esa secuencia de ADN que, cual espiral en eterno número ocho, guía a los revolucionarios cubanos. «Cae siete veces, levántate ocho» es frase inspiradora que eleva las virtudes de la perseverancia, y como esto no se cae, pero nadie lo levanta, clamemos por las ocho bienaventuranzas: la de los mansos, la de los que lloran, la de los que tienen hambre y sed de justicia, la de los misericordiosos, la de los pacíficos, la de los perseguidos por causa de la justicia y la de los limpios de corazón.
Se preguntarán ustedes qué puntilla ni que ocho cuartos he mencionado, y es que el número ocho pudiera además significar, si nos descuidamos, la posible transición futura entre el… cielo y la tierra. Ahí entra a jugar su rol ese objeto de acero con punta redonda que sostiene el gigantesco ocho que preside este magno evento. Si no lo reforzamos con otra puntilla y ese logo se viene al piso, visto horizontalmente ya no representará el dígito tan celosamente alabado en esta arenga mía, sino lo que nadie desea del Octavo Congreso: que las esperanzas y los sueños acaben de perderse en un ocho acostado que derive al infinito.
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