Protagonistas a secas

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El pasado 23 de agosto se cumplió 59 años de creada de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Las redes se hicieron eco de la celebración, bien merecida, por su “natalicio” y transformaciones, mucho más profundas de lo que expresan los elogios sobre la magnitud de su labor: “Madres de cuba, aguerridas, luchadoras incansables, mambisas, rebeldes, continuadoras de la obra de Mariana y Vilma…”

Las mujeres cubanas quedamos ancladas en esos adjetivos, que han sido utilizados desde antaño para calificarnos, entrelazando las luchas de las féminas con la Revolución, moldeando la organización, sujetándola del brazo como si necesitara de guía constante para saber en qué sentido debe continuar. No seamos reduccionistas, somos eso y mucho más.

Quizás la frase más ilustrativa y controversial sobre la FMC sea llamarnos “protagonistas de la obra revolucionaria que les emancipó…”

El lenguaje construye realidades, proporciona sentidos, lógica y construye una verdad. Nuestra verdad ha sido construida a través del discurso revolucionario, del cual somos protagonistas sí; porque la generamos mano a mano, no porque nos emancipó.

La FMC en su conformación aglutina diversas organizaciones feministas ya existentes, que quedaron en una tangente de la historia, donde solo resaltan algunas de las muchas mujeres que fueron protagonistas de los derechos que hoy gozamos.

El Frente Cívico de Mujeres Martianas encarnado en Carmen Castro Porta, Aida Pelayo, Olga Ramos, Maruja Iglesias, etc. utilizaban el ideario martiano como parte de su programa político, participando en gran parte de las acciones políticas de los años 50, materializando la organización femenina del M-26-7. Otro grupo fundamental lo conformaban Las Mujeres Opositoras Unidas entre las que se encontraban Martha Fraide, Clementina Serra, Esther Noriega, Zoila Lapique y muchas otras.

De ambos grupos surgieron mujeres que compondrían el posterior pelotón femenino de la Sierra Maestra “Mariana Grajales”. También se fusionaron en la conformación de la FMC como frente único, las campesinas de la Unidad Femenina Revolucionaria, las militantes de la Columna Agraria, los Grupos de Mujeres Humanistas y otras organizaciones; dando paso a que en noviembre de 1959 una delegación compuesta por ochenta y una delegadas, encabezada por Vilma Espín fueran recibidas con honores en el I Congreso Latinoamericano de Mujeres, celebrado en Chile.

Analizar el papel desempeñado por las mujeres en nuestra revolución resulta paradójico. Los logros alcanzados hasta la fecha son una muestra fehaciente de lo conseguido en el ámbito político, generando un empoderamiento significativo, aunque no suficiente, en materia de estructura social.

Como organización de masas que representa los intereses de la mujer ha trabajado en pos de lograr una igualdad sustantiva desde sus inicios. Son innegables los progresos en materia de paridad, la autonomía generada por la incorporación masiva al trabajo en todos los sectores, la posibilidad de decidir sobre la maternidad teniendo los medios seguros al alcance, la orientación en materia de cuidados anticonceptivos, la educación universitaria y la representatividad en los órganos de decisión del Estado.

Contradictoriamente esto no sucede en los ámbitos privados donde la mujer sigue teniendo las mayores responsabilidades en el cuidado de infantes, adultos mayores y la responsabilidad de “atender la casa” lo cual supone una doble jornada no reconocida, ni remunerada en el caso de las amas de casa. Además, la violencia doméstica y a nivel familiar es uno de los grandes retos por conquistar aún.

¿Cómo se explica que la FMC, con tanta participación en los ámbitos de decisión, haya sufrido tal estancamiento (sobre todo posterior a los años 90) luego de haber propiciado en tiempo record, disímiles políticas públicas que colocaron a la mujer cubana en el status que hoy posee?

Para ser consecuentes, en necesario decir que el modelo socialista nos permitió asentar las bases de luchas de muchos años anteriores, profundizarlas en tiempos cortos; pero también restringió el debate.

Somos parte fundamental de esta revolución sin embargo haber quedado sujetas a ella como si fuese un ente y no un proceso, como un apéndice inamovible, anquilosó el pensamiento provocando lo que lastimosamente vimos reflejado en el último congreso de la Federación de Mujeres Cubanas: muchas consignas, reproducción de esquemas, mujeres dando “el paso al frente” ante los cambios por venir y poco debate acerca de las cubanas de este siglo.

Podemos decir entonces: de nada sirve que seamos pares en un sistema legislativo, si no tenemos voz propia. De esta forma dicha paridad continuará siendo formal y jamás llegará a ser sustantiva.

La visión homogeneizadora con que se pretendía construir “La Revolución”, llevó a pensar por mucho tiempo que no se debían discutir problemáticas particulares de las minorías, pues esto propiciaba la discriminación. De esta forma no se tienen en Cuba cifras precisas sobre ciertas cuestiones como el racismo, los femicidios no se encuentran tipificados y no es hasta el 2016 que se realiza una Encuesta Nacional de Igualdad de Género (ENIG).

La falta de puesta en actualidad de la organización, ha costado que si bien gran parte de las mujeres somos afiliadas, la incidencia social de las mismas ha ido mermando con los años. La desactualización en temas de género, las propuestas de superación en torno a tareas del hogar como corte y costura, maternidad, cuidado de la familia, entre otras; han alejado los debates de las condiciones actuales que viven las mujeres cubanas.

Fue notorio un cambio luego de la conferencia de Beijing en 1995. Se han gestionado nuevas políticas públicas con el objetivo de traer una discusión más contextualizada. Los cursos, capacitaciones, campañas e investigaciones aún son reducidas, pero es posible palpar una nueva forma de sacudir la organización social y en especial la vida privada de las mujeres cubanas.

Poco de todo esto sabe la mayoría de las federadas, reciben los derechos y los deberes venidos “de arriba” de esta forma quedan ajenas a la organización de la cual no se sienten parte activa. Buscar un trabajo conjunto que rompa con la verticalización de las políticas públicas que desarrolla la FMC parece imperante. Teniendo como premisa los derechos y deberes consolidados, comenzar a abordarlas “de abajo hacia arriba” incorporando a las mujeres de la organización (que somos todas) no solo como objeto de las mismas, sino como creadoras al unísono, será la única forma de revivir la FMC.

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Gabriela Mejías Gispert
Gabriela Mejías Gispert
Psicológa cubana, femista, escritora

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