El Socialismo no tiene que ver con subsidiar los derechos, ni la justicia, ni la igualdad, ni la equidad, ni las condiciones para la felicidad, la libertad y la plenitud de las personas; menos con condicionar todo esto a un criterio general de sostenibilidad económica, de rentabilidad, o de lucro. Trata, en todo caso, de hacerlos reales, plenos y universales, como metas inherentes e imprescindibles a su realización.
Recordaremos el contenido de los discursos pronunciados en la Tángana del Parque Trillo y veremos una apelación a ello. Economía solidaria dijeron allí sin vergüenza. Y dijeron más. No pudo aquello ser un diálogo. Será recordado como una interpelación.
La restauración capitalista siempre se inicia por la impugnación, el asedio y distorsión de los contenidos esenciales sobre los que descansa el consenso civilizatorio alcanzado por la sociedad en que se implanta como proceso; por la individualización de los problemas sociales, de sus causas y de las soluciones a ellos, así como por la atomización y enajenación de lo político y la política, ya sea como comprensión de la realidad o como el conjunto de prácticas para transformarla desde la ciudadanía.
Todo ello es realizado por –y en beneficio de los intereses– de élites compuestas por capitalistas anónimos, políticos, funcionarios y académicos aliados y concertados silenciosamente en el asalto del Estado y los derechos, en su privatización y dominio.
Entonces, la ejecución de la restauración capitalista, el asalto del Estado y la desarticulación de los derechos, su privatización y dominio por dichas élites, implica la anulación y desactivación de la noción de democracia y de cualquier experiencia de ella. También, una extraordinaria carga de violencia estructural, física y simbólica que asume y prevé, ya desde sus primeras etapas, tanto las resistencias que pueda enfrentar, como su represión.
Es por eso que se tiene que impedir a toda costa el nacimiento del Estado de Derecho, abortar la cultura política y la identidad ciudadana que emana, o crear las condiciones necesarias para que pierda eficacia en la vida cotidiana y acabe por ser una frase hueca del discurso político y, al mismo tiempo, un escarnio de la arbitrariedad y el despotismo a la promesa de procurar la justicia, la libertad y la igualdad política que contiene la República.
Afirma en un foro público una periodista cubana que el presidente de la República llama a algunos «tontos útiles». Es difícil entender tal cosa cuando se piensa en qué significa ser un servidor público. Hay que pensar, seguir pensando, publicar, u opinar, es, en última instancia, no más que una consecuencia.
*Este comentario fue publicado originalmente en el perfil de Facebook del autor, motivado por el texto «En Cuba nadie es sancionado por su forma de pensar», publicado en el periódico Granma.
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