Uno de los rasgos que diferencia a la medicina moderna de la antigua es la aplicación del método científico en la comprensión de la enfermedad: más que aliviar el síntoma, lo que se busca son las causas profundas para trabajar sobre ellas. Del mismo modo, el marxismo está concebido como un instrumental teórico que sirve a los revolucionarios para ir más allá de la simple rebelión o berrinche, que se queda siempre en lo superficial, y de ese modo llegar a la raíz de los problemas sociales. Conformarse con atacar los síntomas es, tanto para la medicina como para la transformación social, un infantilismo.
Si algo se puede sacar en claro de la obra de Marx, es su comprensión de que la ideología no puede ser vista como algo sustancial. La esfera de lo ideológico siempre debe ser analizada en el contexto de lo que los clásicos llamaron el proceso de vida real, es decir, el conjunto de relaciones materiales de una sociedad. Después de todo, las diferentes representaciones del mundo responden al diferente lugar que ocupan los hombres en el proceso de producción y reproducción de la vida social.
Cuando vemos algún fenómeno preocupante en el terreno ideológico, debemos darnos cuenta, en primer lugar, de que se trata de un síntoma de algo peor. Si queremos enfrentar un peligro que se alza en el campo de la ideología, y en general de lo cultural, sobre todo debemos buscar cuáles son las causas materiales que lo han provocado, porque solo allí se podrá vencer la enfermedad. Todo lo cual no quiere decir que la ideología no sea algo importante: se le debe prestar atención, del mismo modo que a los síntomas de una enfermedad biológica.
El marxismo no solo se debe aplicar durante el proceso de lucha por el poder político. Con mucha mayor pertinencia se debe aplicar durante la construcción de la nueva sociedad de transición socialista. De igual modo, debe ser el punto de partida obvio para aquellos que tienen la responsabilidad de defender en los diferentes terrenos ese proyecto social. Es por eso que resulta tan indignante lo que ha sido una constante en la historia de las experiencias socialistas: el pobre uso de las potencialidades del pensamiento marxista por parte de los encargados de la defensa ideológica de esas experiencias.
Entre los mayores despropósitos que se han cometido se encuentra la burda comprensión de la lucha de clases y del concepto de la dictadura del proletariado. Eso llevó a la persecución de cualquier manifestación cultural que pudiera ser tachada arbitrariamente de “burguesa”, y el atropello de sus portadores, al ser considerado enemigos. Además, la creación de etiquetas estigmatizantes para cualquier manifestación que simplemente se saliera de ciertos cánones morales, como podía ser la de “diversionismo ideológico”, “colonizados mentales”, la “blandenguería”, etc. En Cuba no se llegó a las infamias que se vieron en otras latitudes, pero existen experiencias como la de la estigmatización que sufrieron los frikis amantes de la música rock.
Las reacciones excesivamente defensivas terminan siendo eso, reaccionarias. No es que un poder socialista no deba ser defendido. Lo que ocurre es que en la defensa no se debe perder el sentido dialéctico, la manera en que se entrelazan las continuidades y las rupturas. O para decirlo con una metáfora de las artes marciales orientales, debes aprender a usar la propia fuerza del enemigo, dejarla fluir y convertirla en tu fuerza. La mejor defensa es el ataque inteligente, y el que se pone rígido como un roble, sobrevive menos al vendaval que el flexible cocotero.
La defensa ideológica a ultranza está derrotada desde el momento en que sucumbe a dos errores. Uno es enfocar los cañones contra ciudadanos que son parte del pueblo, olvidando que ellos son la razón de ser de la Revolución también, y que debe ser obligación de un revolucionario usar todas alternativas posibles para sumar, antes de decidirse por restar. El otro es creer que el ataque a los síntomas es suficiente para alcanzar una victoria duradera frente a los problemas.
Una muestra de defensismo obtuso, muy reciente, es el modo en el que desde ciertas plataformas se pretende defender la Revolución. Lo hemos visto en el último artículo aparecido en el blog El Joven Cubano, en el que se ataca a La Joven Cuba. También en el discurso público que funcionarios como Enrique Ubieta, Iroel Sánchez y M. H. Lagarde mantienen hacia esta y otras plataformas digitales. Todos ellos son hipersensibles a la crítica a partir de cierto punto, y practican la costumbre de atacar al mensajero cuando no les gusta el mensaje.
El mundo de los nuevos medios digitales es muy complejo, y ciertamente existe una voluntad desde el norte de utilizar esas plataformas para atacar al gobierno y al proyecto social cubano. Pero estos funcionarios no entran a analizar las diferencias que existen entre las páginas, las complejas motivaciones que están detrás de muchas de ellas, ni cuánto hay de respuesta legítima frente a los problemas profundos de nuestra sociedad. Prefieren atacar la hipercrítica, que no es más que un síntoma, como si eso fuese a resolver las contradicciones raigales que carcomen a nuestro país.
La sociedad cubana sí enfrenta grandes problemas ideológicos, pero las plataformas digitales alternativas no son uno de los principales. Un problema cien veces mayor es la banalización que permea el consumo cultural masivo en nuestro país. Pienso sobre todo en la música. En cualquier esquina te encuentras una bocina enseñándole a los niños que la vida exitosa es la que se tiene rodeado de dólares, mujeres de plástico, drogas y pistolas. Problema ideológico es el irrespeto de los espacios públicos con música de este tipo, la hipersexualización de los niños, el culto a la violencia que se hace en ciertos espacios.
Problema ideológico es la distorsión de las escalas de valores: que tantos cubanos vean bien “estar luchando”, que se valore un trabajo por el nivel de “búsqueda” que tiene, etc. Un problema ideológico es que nos acostumbremos a vivir rodeados por la basura en la capital, rodeados de fosas desbordadas, de papeles sucios, de escombros que parecen no tener fin. También lo es la doble moral, que tantos den su asentimiento en las reuniones oficiales, para luego hablar mal por los pasillos, y decir cosas que van más allá de la crítica destructiva.
Un terrible problema ideológico es lo que está pasando con mi generación, donde ya la gente entra en la Universidad planificando la beca para la que se va a ir dentro de cinco años. ¿Cómo se incorpora al proyecto revolucionario a jóvenes que tienen en sus manos la posibilidad de un mayor consumo material en otras partes del mundo? ¿Cuán profunda y sincera es la adscripción de los jóvenes cubanos que asisten a las reuniones de la FEU o la UJC?
Existe un problema allí donde las personas ven como una gran aspiración, sino la mayor de sus vidas, salir del país. Muchos cubanos salen, de mula, a traer mercancías desde Panamá, Guyana, México, Rusia, etc., una gran parte regresa pregonando las virtudes que desde su punto de vista parcial le ven al capitalismo. ¿Se ha pensado desde la Revolución qué contradiscurso darle a ellos?
Podría seguir. Sobre estos y otros problemas ideológicos, no he visto a ninguno de aquellos funcionarios plantear una estrategia eficaz para combatirlos. Es muy fácil defender a ultranza y atacar a los críticos. Lo difícil es enfrentarse a la pregunta: ¿cómo relanzar el proyecto revolucionario? ¿Cómo recuperar la iniciativa histórica?
Tenemos ante nosotros un cronograma legislativo que es una maravilla. Se legisla sobre asuntos de una tremenda importancia. Se mencionan palabras que en su tiempo estuvieron vedadas. Sin embargo, no se respira el entusiasmo que podría esperarse. En el pueblo, se mantiene la misma inercia, esa mezcla corrosiva de resignación y desidia, a la cual nuestro flamante Presidente solo ha conseguido arañar.
Plan contra plan. Muy linda la consigna, pero no se ha dicho todavía cuál es nuestro plan. O lo que se ha dicho es tan pobre que no podemos conformarnos con eso. Por supuesto, enfrentar los problemas no es una responsabilidad solo de los encargados de la defensa ideológica. Eso le corresponde a la totalidad de las instituciones y a la sociedad civil, que son las que pueden llegar hasta las raíces materiales de los problemas e intervenir sobre ellos.
Mientras tanto, es cierto, hay que ocuparse también de los síntomas. Para eso sirve la lucha en el terreno ideológico, que puede acelerar o retrasar procesos. Pero para que esa lucha cultural tenga sentido, deberá ser parte del proceso coordinado para llevar a la Revolución Cubana a nuevas cumbres. Deberá ser parte de un proceso no pensado desde la defensa, sino desde la iniciativa histórica.
Lo que está ocurriendo ahora es un despropósito. La fijación de algunos con La Joven Cuba es un espectáculo que ya se está volviendo aburrido. Debería dedicarse más tiempo a pensar en problemas mucho más graves como los arriba mencionados. Los que todavía piensan desde el defensismo obtuso, deberían ver cosas como el último video de Eduardo del Llano, o las declaraciones de Ray Fernández en Facebook, y pensar con un poco más de profundidad. Los artistas e intelectuales ayer críticos, los que no fueron comprendidos, pueden ser mañana los que mejor contribuyan a la lucha ideológica contra los enemigos de la Revolución y la Nación Cubana.
¿No se les ha ocurrido pensar que quizás muchos de los intelectuales que nos movemos en la crítica, somos la última línea de combate de la Revolución, no del Estado, contra los verdaderos problemas ideológicos?
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