Señalar con el dedo es un ejercicio atrevido. Quien intente erigirse en paradigma debe tener cuidado no hacerlo a costa de otros sino por mérito propio. Cuestionarse las ideas de alguien debe implicar primero un ejercicio de empatía, ponerse en el lugar del interlocutor e imaginar el contexto que lo llevó ahí. Si a estas alturas no has perdido la perspectiva descubrirás que en la vida hay más que política, hay seres humanos y valores que los identifican. La decencia y la honestidad no son una invención marxista exclusiva de nuestra tierra sino una construcción histórica.
Saber que los valores personales no distinguen de ideologías, que reconocer esto no es un síntoma de debilidad política ni significa dejar de luchar en lo que uno cree, es aprender que la vida no cree en esquemas, solo nosotros.
Que lancen la primera piedra los fanáticos, los extremistas, los que carecen de empatía y no ven más allá de sus propias ideas. Que aparezca entonces un solo disidente cubano que no haya recibido beneficios de la Revolución. Incluso el diplomático extranjero que se cuestiona el socialismo cubano en la mañana puede reconocer sus virtudes de noche en la intimidad de su casa. Veremos a quien se descubrió racista cuando la hija vino a casa con un novio de otra raza u homofóbico cuando un amigo le confesó que era gay, y renunció a él. Incluso en nuestros mejores momentos pecamos por no mirarnos a nosotros mismos.
Ten cuidado tus acciones no sean movidas por la intolerancia, esta tampoco ha distinguido mucho de orillas. Cuántas veces no hemos visto personas demandar libertades que no están dispuestos brindar a otros. Si insistes en señalar con el dedo asegúrate que tus ideas no sean la simple negación del adversario, sino su superación. Y al lanzar la primera piedra mantén altura moral o perderás tu esencia en batallas inútiles, no hay mayor pecado que ese.
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