Un viejo amigo pinareño, profesor de Historia de Cuba que conocí en La Habana en un postgrado, solía narrar esta anécdota con el orgullo que le ponía la gente a los cuentos —siempre victoriosos— del carismático líder. Resulta que un potente huracán amenazaba a una de las localidades más occidentales de Cuba, en Pinar del Río, y Fidel sobre un helicóptero militar se dirigía hacia ese territorio, a comprobar in situ los preparativos para enfrentar el fenómeno atmosférico.
Al aterrizar lo fue a recibir el Primer Secretario del Partido en el municipio, elegantemente vestido, con camisa de mangas largas metida por dentro del pantalón, zapatos impecables, todo pulcro y lisonjero.
Cuando lo vio, el Comandante en Jefe le preguntó a quemarropa que dónde estaba el primer secretario de aquella zona. «Seguramente no es usted, porque a esta hora, esperando un ciclón, el líder del partido aquí debe andar vestido de verde olivo, con su traje de presidente del Consejo de Defensa en la localidad, botas enfangadas y verificando que no haya el más mínimo problema», dicen que le dijo. El hombre, pálido y desconcertado, no hallaba palmo de tierra donde meterse.
Cuenta la leyenda popular que Fidel realizó la visita de trabajo, verificó lo que correspondía, dio órdenes en ráfaga, como solía hacer, tomó nuevamente su helicóptero y retornó a La Habana. Ese mismo día, al más puro estilo autoritario que tipificaba al Comandante, el dirigente local de marras quedó sustituido de su cargo.
Fidel, con todos los defectos que pueda señalársele, sabía el valor político de tocar con sus manos los problemas.
Cierta o no, aunque perfectamente verosímil, la historia devela no pocos matices de cómo se construyó el orden de cosas que hoy nos agobia: verticalismo atroz, mando de campamento donde debiera imperar poder colegiado de república; devoción y miedo permanentes al todopoderoso Jefe; funcionamiento de las instituciones no por mecanismos eficientes de trabajo colectivo, sino por personalismos rampantes…
Pero también evidencia que Fidel, con todos los defectos que pueda señalársele, sabía el valor político de tocar con sus manos los problemas, estar allí donde la gente padecía y, al menos con su palabra, contribuir al alivio y la esperanza. Cuando salió de la escena y arrancaron los 12 años de regencia de su hermano menor, ese estilo varió sustancialmente. Raúl comenzó a gobernar a distancia, en la sombra, y esto tampoco representó que las instituciones funcionaran por sí mismas.
Con Díaz-Canel al mando, desde 2018, el Gobierno ha intentado recuperar aquella tradición de interactuar con la gente, palpar los problemas en las localidades y poner la mano en el hombro necesitado. Sin embargo, esto ni ha llegado a concretarse en su necesaria magnitud, ni se ha traducido en estrategias eficientes de desarrollo, ni ha podido evitar el colapso en que las múltiples pandemias (no solo la de Covid-19) tienen sumida a la Isla.
La reflexión me viene a cuento tras leer en redes y escuchar de boca de varios amigos que viven en la antigua Vueltabajo, desgarradores relatos de lo que allí acontece. ¿Cómo se explica que en la provincia de mayor reserva forestal de la nación, que incluso envía camas de madera a otros territorios, no exista la imprescindible disponibilidad de ataúdes y los cadáveres (con sus familias custodiándolos) se amontonen en las morgues 6, 8, 10 horas, en espera de esos tristes cajones fúnebres?
¿En qué lógica puede concebirse que el Estado, que es dueño y administra en nuestro nombre las tiendas en MLC y los hospitales, no pueda disponer de cinco split de las primeras para armar una sala de emergencia en los segundos?
Pues no, tienen que conmoverse cuatro campesinos tabacaleros, donar el dinero de su sudor, y que otro cuentapropista compre los aires acondicionados; y que otros más los instalen a toda velocidad; porque el administrador plenipotenciario de los centros médicos tampoco parece disponer ni siquiera de un transporte o de una brigada de mantenimiento para estas labores. La historia, en la que es de destacar el espíritu solidario de los lugareños, también tiene ribetes ridículos si uno la mira con detenimiento.
¿Cómo es posible que ninguno de los dirigentes locales advierta la relación directamente proporcional entre las medidas restrictivas en la provincia que, por ejemplo, lleva más de siete meses sin transporte público y ha tenido hasta toque de queda alas 2:00 pm, y el ascenso desmedido de los casos de contagio? ¿Acaso no se ve que si las tiendas y demás entidades solo trabajan de 8:00 a 12m (medida que ya por suerte se rectificó), las colas y aglomeraciones lejos de disminuir van a aumentar, y con ellas, los enfermos?
¿Acaso no se ve que si las tiendas y demás entidades solo trabajan de 8:00 a 12m (medida que ya por suerte se rectificó), las colas y aglomeraciones lejos de disminuir van a aumentar, y con ellas, los enfermos?
¿Dónde quedó aquel slogan de que esta provincia había pasado de Cenicienta a Princesa con el triunfo de la Revolución? ¿Una princesa de la que nadie se ocupa, a la que nadie le «pone corazón», para decirlo a tono con la propaganda de turno? ¿Una Alteza donde 2500 familias afectadas por huracanes esperan soluciones de vivienda desde hace 19 años? ¿Una soberana a la que le aplican hasta 8 horas de apagón, para que, encima de sus ya trágicas condiciones, siga «disfrutando de lo lindo»?
Los muertos vueltabajeros, como los de toda Cuba, se seguirán subdeclarando. El SARS-CoV-2, cuando ya no tenga más habitantes que infectar, porque en cada cuadra, en cada familia, tiene su comité, terminará bajando los niveles de agresividad. Y cuando eso pase, en el NTV nos dirán que ha sido gracias a las certeras medidas de nuestro monolítico Estado/Partido/Gobierno. El 15 de noviembre se abrirán los aeropuertos. Y, como dice el jocoso (ahora dramático) refrán: «el muerto al hoyo y el vivo al pollo».
Pero la gente, la tan machacada gente que ya no digiere más promesas y discursos, ante cada nuevo dislate se seguirá preguntando cada día en voz más alta: ¿dónde diablos está el Primer Secretario?
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