Vivimos en un verano casi eterno, por lo que el significado de la palabra primavera nos importa poco. Aquí las cosas no florecen, ni reverdecen los campos, ni brota la hierba después de hibernar por meses porque la naturaleza exuberante es una condición perpetua.
Tampoco en el Medio Oriente ha habido primaveras, pero la semiótica universal dicta que esa estación es el renacimiento de todo y, por demás, a cualquier renacimiento en cualquier lugar le toca ese alias, sea lo que sea que renazca –una guerra civil, la anarquía– y sea para quien sea que renazca –una monarquía, un consorcio, un estado extranjero–. Pero, ¿cuánto toma en concretarse una «primavera» y cómo se logra?
Primero es necesario el frío del invierno, en forma de insatisfacciones populares y deseos incumplidos: de la felicidad nunca surgen los cambios, no hacen falta ni son deseados. Ese es ya un panorama existente aquí y muchas acciones que de él pueden derivarse suelen ser aprovechadas para el diseño de una buena «primavera», aunque sus objetivos nada tengan que ver con esta.
Por ejemplo, la manifestación pacífica del pasado 27 de noviembre a las puertas del Ministerio de Cultura fue una acción legítima cuyo objetivo no era fomentar el caos, sino el diálogo con las autoridades. Por ello, debe permanecer limpia en la mente de todos los actores políticos y sociales de la Isla. Aunque por desgracia este y otros ejercicios democráticos muchas veces sufren de incomprensión gubernamental y son tenidos como oportunidades por parte de proyectos ajenos a los de los demandantes. En cualquier caso, no dejan de ser ejercicios genuinos.
Luego hace falta un dios y su pensamiento y palabra. Digamos en este caso, Gene Sharp, fundador de la Institución Albert Einstein para la «democratización del planeta» a través de la acción no violenta –así de peregrino y absoluto–. Este gran «democratizador», politólogo y escritor estadounidense, que se especializó en «primaveras» y otras estaciones transitorias, sugiere, como una deidad que crea en tiempo récord, sólo cinco días para la implantación de «primaveras» una vez definido el país «invernal». Y así reza su génesis:
El día uno dijo: «Háganse las acciones para generar malestar social en el país». Muy fácil, casi lógico porque para ello se usan los problemas reales existentes, por lo cual la credibilidad de dicha promoción resulta muy verosímil para casi todos los ciudadanos. Es necesario aquí asegurarse de que hayan graves problemas en la sociedad. En el caso de Cuba, primero con la puesta en práctica de todo tipo de sanciones económicas y financieras, y segundo, aprovechando los problemas domésticos como la escasez, el burocratismo, las malas políticas económicas y la improductividad.
Hay que decir que entre los problemas domésticos y los importados desde la injerencia, muchas veces hay una relación simbiótica, aunque no absoluta. Las legítimas insatisfacciones de los ciudadanos en este y otros sentidos, su derecho a reclamar pacíficamente de la forma en que entiendan que serán escuchados, es materia que puede usarse en la construcción de la estación deseada.
El día dos creó –o se robó– los reclamos por la libertad de expresión, la democracia; además de las acusaciones de totalitarismo, violencia política y policial. Vio que eran buenas acusaciones y las montó en las redes sociales, esas que actualmente son tenidas por millones de usuarios como medios de información y donde el término libertad de expresión, por ejemplo, pasó de ser un reclamo justo para llegar a semánticas absurdas.
La creación de grupos y comunidades es algo muy atractivo para el público, por lo cual las redes se esfuerzan en un proceso de retroalimentación donde el usuario recibe las noticias u opiniones que reafirmen sus propias posturas. He aquí el aislamiento casi total de la realidad que pueden proporcionar, ya que en el mundo actual –y en el que fuere– la realidad no es monocromática, sino compleja.
Según un estudio conjunto de la Compañía Estudio de Comunicación y de la Agencia Servimedia, es en Facebook donde se construyen mayor número de comunidades, pero es en Twitter, por su naturaleza, donde las noticias falsas se difunden con más rapidez, con un 70% de retuits más que las noticias veraces. Para colmo, son las noticias falsas de carácter político las que cuentan con mayor facilidad para su difusión, alcanzando al doble de usuarios en una tercera parte del tiempo.
Al tercer día creó la lucha activa por cambios políticos y sociales, la promoción de manifestaciones y protestas violentas, la amenaza a las instituciones porque no bastan en la búsqueda de la «primavera» las noticias falsas y las redes sociales. Debe haber un consenso de lo que es bueno y lo que no, del sentido común, por supuesto, de lo razonable y de lo incorrecto, –si se quiere, lo demoníaco–, para despertar «ideales puros de reivindicación» en sectores como la juventud, por ejemplo, edad que por su naturaleza es dada a las causas justas.
La percepción de lo común y lo razonable es trabajada entonces desde la narrativa de los medios de difusión masiva occidentales –en este caso–, a saber: cómo debe ser un país, una casa, un modo de vida, unas costumbres. Entonces, cualquier cosa que no coincida con esa narrativa, con esa semiótica de lo correcto, pues está mal y debe ser cambiado.
Al cuarto día creó la ingobernabilidad y las operaciones de guerra psicológica. Se responsabiliza al gobierno por los enfrentamientos físicos, editando y tergiversando videos y fotos, o poniendo como la generalidad aquellas acertadas.
En la imposición de algunas «primaveras», sobre todo en el Medio Oriente, se han llegado a difundir fotos de otros momentos y otras latitudes sin el más mínimo reparo. Uno de los informes del Departamento de Defensa de Estados Unidos, asegura que «…la percepción es tan importante para el éxito como el evento mismo. (…) al final del día, la percepción de lo que ocurrió importa más que lo que pasó realmente».
No es necesario que la trampa de la multimedia funcione por mucho tiempo, sólo basta el suficiente para que se cree un estado de opinión pública al que se adhieran personalidades internacionales de la cultura, el deporte y la misma política, como influencers defendiendo la marca de un producto que no han comprado.
El día quinto, por fin con las enredaderas subiendo por las paredes de las instituciones gubernamentales, supo que la «primavera» ya casi estaba ahí. Entonces creó términos, como «renuncia del presidente», y vio que eran bueno. Y mantuvo la presión en las calles, y vio que también era buena. Y con una guerra civil prolongada en pleno apogeo y el aislamiento internacional del país, llamó a la intervención militar y, de nuevo, vio que era buena. Y dijo: «Hágase la primavera». Y la «primavera» se hizo.
Este camino de cinco días ha sido descrito, con otro nombre por supuesto, por su propio creador, Gene Sharp, en libros y artículos y se ha aplicado en muchos países con resultados muy interesantes. Hasta hoy es casi infalible.
La Institución Albert Einstein, fundada por Sharp, ha sido acusada de haber estado detrás de las llamadas revoluciones de colores que tuvieron lugar en varios países exsoviéticos, y con repercusión en las «primaveras» árabes. Se ha seguido con relativo éxito en Latinoamérica: Venezuela-2002, Bolivia-2008, Honduras-2009, Ecuador-2010, y así, como una lista de olimpiadas en la que compite un solo atleta.
Ahora vemos este modelo de «primavera» en Cuba, en su «segundo día». Ojalá no llegue al tercero. He aquí que los reclamos –justos a mi entender– de reformas a muchas de las políticas estatales, no deben tomar posición alrededor de un «golpe suave», ni luchar en una guerra prefabricada, y sí, lo digo, pagada, donde esos reclamos más que ser protagonistas, son las armas con las que se librará una batalla tras la cual estarán los mismos reclamos sin satisfacer y otros nuevos.
Se ha visto cómo muchos de los ciudadanos que siguen sosteniendo reclamos y reformas se han desmarcado de las agendas ajenas, y esto es positivo; otros no logran discernir la diferencia entre exigir sus derechos al gobierno y la increíble aventura de «disentir», apoyada en la autocomplacencia social que ofrecen las redes.
Y en pos de evitar este «golpe suave» como la brisa, también es comprensible que la semiótica gubernamental dé un cambio profundo, más allá de los eslóganes esquemáticos y las arengas públicas; más allá de accidentalmente unir a quienes protestan por derechos justos y a quienes tienen la agenda de Nerón y quieren ver todo esto arder; más allá de no poder dominar todavía el escenario de las redes –que ahora mismo es El Escenario–; más allá de los uniformados en las calles –que por arte de Facebook se multiplican–.
Una «primavera» caribeña no es una opción viable, por nuestro fuero, por nuestra historia, por las rencillas acumuladas durante décadas a los dos lados del Estrecho de la Florida –porque es de ilusos creer en una guerra estrictamente nacional–, y porque nunca la palabra «primavera» tuvo tantas comillas a su alrededor.
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