La lección capital del fracasado intento socialista del siglo XX estuvo en no comprender que de lo que se trata no es de sustituir al capitalismo sino de superarlo. La adulteración del objetivo socialista estuvo en reducir la socialización del poder y la propiedad con la estatalización, limitándose así la complejidad y profundidad de lo que Marx había entendido como superación del modo de producción capitalista (producción material y apropiación subjetiva)
En materia política el modelo soviético no superó al capitalismo. No se dio paso a un mecanismo más eficiente de participación ciudadana en la toma de decisiones políticas en los distintos espacios de realización, ni tan siquiera en el debate respecto a la conformación de estas. La clase trabajadora se constituyó en objeto y no en sujeto de la actividad económica y política de la sociedad.
El modelo autoritario aplicado en el socialismo histórico y su expansión mimética a otras experiencias, obnubiló el intento de un verdadero poder de los trabajadores y del pueblo, no ya como fuerza motriz en la toma del poder sino como sujeto activo en su reproducción. La monopolización del poder por el partido-Estado negó los avances que, mediante sus luchas, los oprimidos habían logrado dentro del capitalismo en diferentes niveles y períodos, incluida de modo imprescindible la propia experiencia de los soviets que pasaron de órgano espontáneo de lucha de las masas a adquirir funciones de Estado.
La lenta muerte dela Revolución de Octubre comenzó cuando los soviets (órgano de poder del pueblo) pasaron a ser un espacio decorativo dentro del sistema político soviético. Con el advenimiento del stalinismo la oportunidad de lograr la participación política de las masas, incluyendo los mecanismos de movilización, real y autónoma, fue cercenada. En ese proceso, las organizaciones políticas de los trabajadores y ciudadanos sufrieron una considerable atrofia que generó un tipo específico de cultura política (pasiva, reproductiva) entre los ciudadanos en general y entre los trabajadores en particular.
Como elemento distintivo del modelo político del socialismo real el sistema requirió de una extrema supremacía del Partido Comunista, mediante la supresión de todas las fuerzas sociales que no estaban controladas y subordinadas a él, o al menos de sus posibilidades de acción autónoma, creativa, crítica y propositiva dentro de los diferentes sectores y espacios sociales. El partido fundió en su actividad práctica al aparato administrativo y sus instituciones, se hizo del gobierno y cumplió las funciones de éste (razón por la cual se le conoce como el partido-Estado). A esto se añade que la dinámica interna del partido se estructuró en estamentos jerárquicos verticalistas. Funcionaba como una pirámide de poder que generaba desde la cima las decisiones que se abrían al resto de la estructura partidista y social.
En la sociedad política y civil no hubo una instancia de carácter masivo que estuviera fuera del alcance del partido-Estado; todas eran reproductoras de los dictámenes políticos y seguían al pie de la letra las directrices de éste sin que hubiera el más mínimo asomo de presión o contraposición al régimen. Indiscutiblemente, fueron efectivos dispositivos de control político en lugar de funcionar como fuerzas autónomas de la sociedad civil. Se violentó de manera errática y costosa la función social del partido y el Estado dentro de la sociedad en edificación.
Esta práctica dio como resultado que los órganos y las instituciones estatales se convirtieron en simples ejecutores de las directrices centrales sin ser responsables de lo que sucedía en el proceso productivo y político.
Desde este modelo de relaciones de poder se intentó diluir la individualidad en un colectivo cada vez más abstracto, con enmarcado irrespeto a lo distinto, se esquematizó un modelo de ciudadano recio, inflexible, como si el hombre “nuevo” pudiera realizarse por decreto. Todo lo que tuvo de fondo una concepción demasiado simplista del ser humano, que ignoraba completamente la psicología y sus modificaciones en atmósferas diversas que desatendía la diversidad misma.
Otra prueba aberrante de esta práctica fue el espíritu de autocrítica —otra deformación del ideal inicial— a la que se sometían individuos e instituciones. Siempre y en todas partes, la autocrítica acusaba a los organismos de ejecución de la escala inferior, a los que vituperaba como indignos de los organismos superiores de decisión. El método era efectivo pues distrajo durante décadas la atención a los problemas estructurales y de principio que presentaba el régimen, y ponía en manos de las masas la “solución” a problemas de baja escala, más bien a solucionar consecuencias mientras las causas permanecían intocables.
La unidad poder-verdad que tipificó el modelo socialista de matriz stalinista tuvo nefastos resultados. La falta de diálogo y de construcción conjunta, en lugar de la cual prevaleció la revelación de justezas en el discurso oficial y la adecuación de los planteamientos que sustentaban dicho discurso, trajeron como resultado un profundo resentimiento hacia valores antes compartidos, desesperanza en la posibilidad de influir en el cambio y la apatía desmovilizadora.
Tampoco se trata de asumir el debate como vehículo de escape en espacios periféricos a las decisiones políticas, sino como revelación de las distintas aristas de la verdad, entendida como proceso permanente de penetración en el complejísimo mundo social contemporáneo y su transformación.
La cultura socialista sin participación se atrofia y genera contradicciones contraproducentes a las posibilidades de cambio del sistema, lo cual contiene un nuevo orden para las relaciones de poder. La experiencia socialista del siglo XX tuvo como corolario en los años ochenta que la población supiera lo que no quería, pero no lo que quería, pues no estaba “entrenada” en organizarse, formarse y movilizarse para la consecución de sus intereses.
Consecuente con la desnaturalización del proyecto socialista, el marxismo se desnaturalizó y se esgrimió como una doctrina rígida, inmutable, justificadora más que aclaradora. El pensamiento social se metió en una camisa de fuerza, se impidió la confrontación con otras corrientes (de modo científico) y el propio enriquecimiento de las teorías desarrolladas por Marx. Se cercenó el carácter científico de la teoría, valga decir su inmanencia.
El pensar de otra manera fue un peligro para los privilegiados del socialismo del siglo XX. La dirigencia no solo reveló su incapacidad de mantener con vida el espíritu revolucionario en el proceso de enfrentamiento a las circunstancias históricas en que interactuaron, sino que imposibilitó cualquier vestigio de pensamiento divergente, crítico, desafiante de la autoridad. Por esa razón, como ha señalado el filósofo cubano Jorge Luis Acanda, la consigna de la libertad de pensar de otra manera le era indigerible.
Mientras la lógica del capitalismo se manifiesta en la concentración de la propiedad en pocas manos, a la par que socializa los sueños de alcanzar la prosperidad, aun a quienes viven en las peores condiciones, es un hecho que, sin omitir su contra lógica, devela eficiencia en el ejercicio hegemónico de la clase dominante. Sin embargo, en la experiencia del socialismo del siglo XX se socializaron los bienes materiales y se privatizaron los sueños, de ese modo se redujo a un grupo de personas la capacidad de construir la alternativa social.
Una visión de conjunto de las razones expuestas hasta aquí conduce a concluir que no existió una sustitución cultural en el nuevo sistema, pues no superó los aspectos distintivos del capitalismo circundante, dominador, jerárquico, excluyente, elitista, donde la política estaba “privatizada” por un grupo social reducido.
En resumen, los elementos esenciales del modelo político del socialismo de matriz stalinista fueron: a) la centralización estatal extrema; b) la deformación de la función del partido en la sociedad; c) la capacidad de decisión sobre todos los aspectos de la sociedad quedó en manos de una reducida élite, d) la inmovilidad de los conceptos por la atrofia del pensamiento social crítico, y e) la anulación de los criterios divergentes, incluso mediante la violencia. Por tanto no se dio paso a un mecanismo más eficiente de participación de los trabajadores y los ciudadanos en la toma de decisiones políticas en los distintos espacios de realización, locales y sectoriales, ni tan siquiera en el debate respecto a la conformación de estas.
Aunque se establecieron nuevas estructuras económicas, nuevas tendencias políticas y éticas no hubo una sustitución histórica real del modo de producción capitalista, lo que hizo posible que, al menor descuido de los “preservadores del régimen” las fuerzas del capitalismo subyacentes por décadas vieran la luz y se adueñaran del poder político para cambiarlo todo a su alrededor. En realidad, el “socialismo real” no solo fue incapaz de revertir al sistema antagónico, sino también de resistir a su desafío económico, tecnológico y cultural en sentido general.
La lucha por el socialismo, que implica no la sustitución sino la superación del modo de producción capitalista, adquiere una demanda histórica inmanente: el socialismo desde abajo contra el socialismo desde arriba. En otros términos, los trabajadores en particular y el pueblo en general, dado el mecanismo sistémico erigido en su nombre, no fueron los creadores de su propia emancipación. Los trabajadores fueron despojados del poder, su participación política no se hizo efectiva, sufrieron una enorme atrofia política por los años dictadura de la burocracia, caracterizada por la incapacidad para articular sus propios intereses mediante la organización conciente y poder realizar una revolución política desde abajo.
A la vuelta de la historia, como resultado totalizador del sistema y concepción del socialismo del siglo XX, se reiteró la conducción política en nombre de los oprimidos sin la participación directa y creciente de estos. Marx había develado este problema como un desafío esencialmente revolucionario: Los trabajadores del mundo han esperado durante demasiado tiempo que algún Moisés les conduzca fuera de su cautiverio. Tal Moisés no ha llegado ni llegará. Yo no os sacaría de él, aunque pudiera; pues si pudierais ser sacados, también podríais ser llevados de nuevo a él. Yo aspiro a convenceros de que no hay nada que no podáis hacer por vosotros mismos.
230 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario