Reflexionar en Cuba sobre el llamado «trabajo político e ideológico» puede parecer extemporáneo. Sin embargo es importante para entender las causas de algunos complejos fenómenos actuales. También confirma la necesidad de repensar el socialismo y el modelo social cubano.
Hace poco tuvo lugar una interesante polémica entre cuatro intelectuales que comparten generación y fueron dirigentes en diversos niveles y momentos del país: Félix Sautié, Fidel Vascós, Humberto Pérez y Joaquín Benavides. Se publicó inicialmente en Segunda Cita y después fue replicada en otros espacios.
El debate quedó inconcluso y me dejó pensando. Así que con todo respeto y desde la distancia generacional que me separa de los polemistas, ofrezco algunas ideas.
La noción de ideología y política, la relación entre ambas y las dimensiones de cada una, son puntos de partida básicos. La vinculación es estrecha. La primera, como conjunto de ideas fundamentales de una persona, una colectividad o una época en términos políticos, jurídicos, morales, estéticos, filosóficos, etc.
La segunda, en tanto actividad que a partir de cierta ideología se orienta hacia la toma de decisiones de una clase o grupo para alcanzar objetivos relacionados con la toma y/o ejercicio del poder político. Desde el siglo XIX, los partidos políticos y determinadas asociaciones constituyen su forma superior de organización.
Como sistema de valores que trata de explicar cómo es y cómo debería ser la realidad social, la ideología política también es importante para comprender lo que guía el análisis acerca del «trabajo político e ideológico». Félix Sautié lo define como «un conjunto de acciones e ideas, referidas a la educación, divulgación y/o defensa de (…) una determinada ideología y a su sistema de divulgar, educar, aplicar y/o defender sus concepciones específicas».
I. Algunos desacuerdos interesantes
Los disensos en esa polémica se encuentran en la dialéctica y flexibilidad o no de la ideología y teoría que defienden, en principio Marxista, esencialmente Marxista-Leninista; el papel de la práctica como legitimación de esos elementos conceptuales; los errores cometidos en la esfera del trabajo político e ideológico, sus causas y las prioridades actuales.
Llamo la atención sobre dos cuestiones que sobresalen en el debate:
- La debilidad de la labor política e ideológica, a pesar de tener el poder político, dominar los principales medios y vías de formación y divulgación ideológica, tener una guía exclusiva del Partido Comunista de Cuba y haber contado durante 56 años con un líder como Fidel Castro. Varios son los argumentos, pero lo cierto es que no ha dado los resultados deseados y esperados por el gobierno y el PCC. Los polemistas consideran esa labor «prácticamente obsoleta en algunos aspectos esenciales», «desactualizada». Y es cierto desde hace tiempo. Hoy asistimos a una fractura del consenso y la hegemonía que consiguió el liderazgo del PCC durante mucho tiempo.
- La raíz de algunos de los principales conflictos que arrastramos hoy y que nos limitan para repensar el país y avanzar, es el predominio de esquemas mentales que bloquean el diálogo, como la dicotomía de amigos y enemigos. Significa que quienes no comulguen con los preceptos ideológicos y de la política práctica que dicta el poder, que se atribuye la representación del Socialismo y la Revolución, son el enemigo o están al servicio de este. Y no hay cómo salvarse de semejante esquema mental. La reiteración de un lenguaje de emergencia y confrontación, a través del cual se convoca muchas veces a la unidad, asegura la dominación y la cesión de derechos y aspiraciones de los ciudadanos. Es la visión del Marxismo-Leninismo refrendada en los congresos del PCC desde 1975.
II. Conviene ir a la raíz de los problemas
El espectro sociopolítico e ideológico cubano es más diverso desde los años 90 del siglo pasado. Sin embargo, en las altas esferas del poder, la ideología política, con apenas algunos matices, es la misma de los años 70 y 80. Una parte de la sociedad civil la acepta por convicción; la mayoría, por reproducción mecánica de un modo de pensar y actuar inculcado durante décadas. Eso explica el mosaico complejo y a veces inexplicable que presenciamos hoy.
Desde inicios de los años 70, Cuba –a través de su gobierno y Partido Comunista– se unió oficialmente al campo socialista, cuya ideología oficial, emanada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), era el Marxismo-Leninismo. No todo se aplicó de modo dogmático y sectario, pero en la esfera de lo ideológico fue esencial.
El Marxismo, que es un conjunto de teorías y doctrinas derivadas de la obra de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), es una de las tres principales corrientes de pensamiento universal y tiene un amplio espectro en todo el mundo. Importantes aportes al ámbito que ahora interesa pueden encontrarse en obras de Rosa Luxemburgo (1871-1919), Antonio Gramsci (1891-1937), Luis Althusser (1918-1990) y autores de la Escuela de Frankfurt, como H. Marcusse (1898-1979), T.W. Adorno (1903-1969), E. Fromm (1900-1980), J. Habermas (1929- ), entre muchos otros.
El Marxismo-Leninismo es la interpretación estalinista del pensamiento marxista, cuyos antecedentes se encuentran en el folleto de Stalin, publicado en 1926 con el título «Cuestiones del Leninismo». Sus bases fueron definidas en la segunda mitad de la década del 20 y se consolida como ideología oficial de la URSS unos años después, bajo mandato de Stalin. Fue una época en la que se conocían apenas unos cuatro o cinco textos de Marx, predominaban los manuales y los textos divulgativos, un Marxismo vulgar.
Esa variante soviética del pensamiento marxista incluyó ideas originales de Marx, de Lenin y de autores afines, desconociendo a las demás escuelas adscritas al Marxismo. Consagró la dictadura de la burocracia sobre la clase trabajadora y un Estado fuerte con partido único. Casi una negación del Marxismo por parte de la burocracia estalinista. Con toda la carga sectaria y excluyente se reproduce en una relación de subordinación en la Internacional Comunista y los países del otrora Campo Socialista hasta el fin de la Guerra Fría.
Varias generaciones de cubanos, que se formaron hasta el nivel universitario en base al Marxismo-Leninismo exclusivamente, descubrieron durante los años 90 a la mayoría de esos autores antes mencionados. Por obra de las circunstancias en que surgió, es esta la teoría más articulada y, al mismo tiempo, la más dogmática y simplificadora del Marxismo.
Ha sido la base que guía la «lucha ideológica» y el «trabajo político e ideológico» en Cuba. Un repaso de los siete congresos del PCC –1975, 1980, 1986, 1991, 1997, 2011 y 2016– permite identificar algunas regularidades que explican las posturas asumidas en la polémica referida y la situación actual.
III. Regularidades y carencias
-Los congresos efectuados entre 1975 y 1986, con extensión a 1990, refrendan de modo reiterado la asimilación y generalización a toda la sociedad del Marxismo-Leninismo como «punto culminante y logro superior de la evolución del pensamiento económico, político, social y filosófico de la humanidad» y como «instrumento científico indispensable para realizar con éxito las tareas de la construcción socialista», según queda expresado en las Tesis y Resoluciones de la Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba.
-Desde el IV Congreso, de 1991 en adelante, esa reiteración en el discurso político fue matizada para dar espacio a lo nacional: la historia de Cuba, sobre todo la épica y la figura de José Martí. El matiz se refleja en la dinámica sociopolítica, aunque a escala del trabajo político e ideológico práctico se mantienen las mismas características del Marxismo-Leninismo.
-Entre las que más laceraron la formación del pensamiento y la evolución de la sociedad cubana durante esas décadas, cuyas manifestaciones y efectos llegan hasta hoy, se encuentran:
- Esquematización del pensamiento para el análisis de los problemas de la sociedad.
- Identificación del gobierno, el PCC y el modelo socialista, asumido como la esencia misma de la Revolución y único camino para la nación.
- Prioridad de la crítica al enemigo externo: el capitalismo y, especialmente, los EEUU.
- Intolerancia frente a manifestaciones críticas de derecha e izquierda, estas últimas consideradas como revisionistas y lesivas a la unidad del pueblo en torno al gobierno.
- Clasificación de «enemigo» o al servicio de este a todo el que disiente, junto a otros apelativos denigrantes.
- Excesiva discrecionalidad de la información, amparada en la hostilidad de los EEUU. Generalización del «secretismo» y, consecuentemente, la desinformación de la población respecto a los asuntos públicos. Durante mucho tiempo el cuadro se completó con la imposibilidad de los ciudadanos de conocer otras realidades directamente –solo se podía viajar de modo selectivo a países socialistas–, o informarse con libertad sobre lo que ocurría en el resto del mundo.
- El trabajo político e ideológico se desarrolló a través de un sistema vertical de relaciones que abarca a toda la sociedad. Priorizó la formación de cuadros y funcionarios del PCC, el Estado y las organizaciones de masas, la educación en todos los niveles, el control de los medios de comunicación –prensa plana, radio y televisión–, la política editorial, las organizaciones políticas, sociales y de masas principales –UJC, CTC, CDR, FMC, ANAP– y la cultura artística y literaria. Algunos ejemplos pueden ilustrarlo:
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- Respecto a la educación, en el discurso de clausura de la sesión diferida del III Congreso del PCC, el 2 de diciembre de 1986, Fidel expresó: «que el trabajo político y revolucionario venga desde la niñez, desde que son pioneros, (…) desde que están en el círculo infantil. Y el Estado socialista tiene todo: círculo, educación, todos los niveles de educación, hasta el universitario, lo tiene todo. ¿Puede o no puede hacerse?».
- Bajo la dirección del PCC, en su condición de «educador, organizador y conductor de las masas», se crearon centros de superación política e ideológica, escuelas provinciales y nacionales, centros de estudios regionales y luego, de la historia de Cuba.
- Se creó una importante base poligráfica, con unidades en todas las provincias: periódicos, revistas, libros, afiches y otros materiales de carácter político propagandístico, respaldando también a la UJC y organizaciones sociales y de masas importantes.
- Durante el quinquenio 1981-1986, solo la Editora Política del PCC tuvo una tirada superior a los 60 millones de ejemplares, publicó 746 títulos, incluidas 15 intervenciones y entrevistas de Fidel, según el Informe Central al III Congreso del PCC. Para establecer la comparación, en esa fecha, 1986, la población de Cuba era de 10 millones 183 mil 900 habitantes y entre militantes y aspirantes del PCC se contaban 523 mil 639 personas, poco más del 5% del total. La cifra más alta, según los documentos partidistas, es la del 2011 cuando el país contaba con 11 millones 236 mil 700 habitantes y la militancia rondaba los 800 mil, alrededor del 7%. Cuba alcanzó una de las más altas proporciones de periódicos por lector entre los países del Tercer Mundo. Se distribuyeron anualmente cerca de 400 millones de ejemplares de periódicos nacionales, más de 90 millones de los provinciales, 62 millones de revistas y unos 13 millones de ejemplares de publicaciones extranjeras afines.
- Sobre los medios de comunicación –prensa, radio y televisión– primó el enfoque triunfalista, la reiteración de los mensajes y las debilidades mencionadas antes. Para eso, el PCC se apoya en las instituciones estatales, la estructura partidista y de la UJC; y como complementos, la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Esta visión de los mecanismos informativos y de la cultura puestos más en función del «deber ser» comenzó a distanciar a los medios principales de la realidad concreta y de los ciudadanos y a minar la propia credibilidad de sus diseñadores y ejecutores.
IV. Actualidad
La realidad es muy terca, como se vio en los intentos reformistas entre 1981 y 1986 y también desde los 90, a pesar de sus costos. Estos se identificaron como desviaciones o cambios indeseados, pero inevitables. En una interpretación invertida y perjudicial, el trabajo político e ideológico se consideró como la vía fundamental para el avance de la sociedad y la edificación del socialismo.
Estamos en el 2020. En la Constitución vigente, aunque menos reiterado y explícito que en la de 1976, se refrendan tanto en el preámbulo como en el artículo 5, el sustento del Marxismo-Leninismo con su vocación centralista, estatista y unipartidista.
Según la Enciclopedia Colaborativa Cubana (Ecured), la ideología política del PCC tiene cuatro componentes: «Comunismo, Antimperialismo, Marxismo-Leninismo y Martiano».
Sin embargo, el tercero no remite a su contenido real, sino al Marxismo, identificado como «la doctrina revolucionaria de Marx y Engels, un sistema íntegro y armónico de concepciones filosóficas, económicas y políticas sociales (…)». El Marxismo-Leninismo se revela al presentar a Lenin y la Filosofía Marxista Soviética con el referente de Stalin. Este, que nos llegó de la URSS y forma parte de las causas del fracaso del socialismo en Europa del Este, es el que sigue refrendando el PCC.
La asimilación acrítica del Marxismo-Leninismo fue un retraso frente a la fertilidad que tuvieron las ideas en Cuba durante los años 60. Terminó lacerando la hegemonía del liderazgo de la Revolución. Esta se mantuvo durante un tiempo prolongado debido a: 1) el beneficio que reportó a las mayorías las medidas revolucionarias; 2) el monopolio de la información, ejercido de modo férreo y coherente con el ejercicio político; 3) la formación marxista-leninista exclusiva a todos los niveles y por todas las vías; 4) el liderazgo de Fidel Castro, quien contó «con una aceptación y seguimiento mítico por parte la mayoría absoluta del pueblo», como bien señala Humberto Pérez; 5) con lo anterior se combinó la inconsciencia de las mayorías acerca de los alcances y consecuencias de la nueva dependencia a la URSS y a los países del Campo Socialista. Quienes por su edad o nivel cultural eran conscientes, la aceptaron por su confianza en Fidel, la imagen de éxito que llegaba de la URSS frente a los problemas del capitalismo, la perspectiva de un futuro promisorio para Cuba y la idea de que las fallas del proceso se irían corrigiendo poco a poco.
Ninguno de esos elementos da frutos más allá del corto y mediano plazos. Solo el primero se sostiene en la realidad social y exige actualización permanente, pero se ha sacrificado una y otra vez por los atrincheramientos ideológicos.
Concluyo con un excelente pensamiento de Fidel Vascós: «Defender en exceso a una ideología determinada conlleva el peligro de convertirla en un dogma y aplicar sus consideraciones de una manera sectaria. Es lo que yo entiendo por fundamentalismo, que puede ser islámico y también marxista y leninista. Para evitar este peligro, la ideología que se asimile debe ser suficientemente dialéctica para comprender sus límites en un momento histórico dado e incorporar nuevos conceptos y nuevas formas en su aplicación práctica, aunque provengan de partes de otra ideología».
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