El espacio geoestratégico de América Latina y el Caribe se estremeció en 1959 con el triunfo de la Revolución Cubana, seguida de cuanto revés guerrillero quiso imitar ese camino. En 1970 una vía diferente, con algunas afinidades con la Isla, se estrenaba en Chile para ser sofocada brutalmente. Algunos años después, para sorpresa de muchos, el triunfo guerrillero de los sandinistas sacudía a Centro América. Casos no menos singulares, serían los de Panamá (Omar Torrijos) y Perú (Juan Velasco Alvarado), caracterizados con frecuencia como «nasseristas».
En estos y futuros casos, la hostilidad y agresiones por parte de EE.UU. no se hicieron esperar. Desde Bahía de Cochinos y la Crisis de Octubre hasta las invasiones de República Dominicana o Granada; desde el recurso del golpismo militar en cadena hasta la invasión de Panamá. Por su parte, en Venezuela, y por vía electoral, ganaba el gobierno un bloque de izquierdas encabezado por Hugo Chávez, originándose así lo que conocemos como chavismo, en alguna medida vinculado al proceso cubano, aunque no a su modelo.
Hoy, bajo los efectos de una «oleada rosada» —bautizada así por los medios en Occidente—, sorprenden las victorias electorales con variados tintes de izquierda, de muy diferentes inclinaciones y proyectos. ¿Victorias comunistas o de extrema izquierda? Ciertamente ninguna de ellas lo es. Con la victoria de Gustavo Petro en junio y la próxima, en octubre, de Lula da Silva en Brasil, la «oleada rosada» eleva el pánico en sectores dominantes del continente y en no pocos asesores del presidente norteamericano Joe Biden, pues ni siquiera con una izquierda moderada pueden quedar satisfechos y comportarse de forma tolerante.
¿Parentesco con los precedentes cubano y venezolano? Muy lejano y muy limitado. Tal vez en algunas experiencias provechosas o con algunos niveles de colaboración bilateral en esferas como salud y educación y algún proyecto económico, como el acometido por Brasil en la construcción de la ZEDM o la industria azucarera y la energía.
¿Ideologías o programas siguiendo los patrones de Cuba y Venezuela? Ni remotamente. Sus orígenes y proyectos actuales tienen y tendrán raíces muy propias y diferentes, nada dependientes de alianzas o apoyos de Cuba o Venezuela; y nada de imitaciones estériles en el contexto actual. Sus proyectos de reformas se ajustarán a sus posibilidades reales, contextos específicos, alianzas políticas internas, a las correlaciones de fuerza en cada parlamento, a las alianzas internacionales que cada uno pueda articular. No es lo mismo Castillo en Perú, Boric en Chile o el mismo Petro. Segunda Cuba no habrá, por seguro. Chávez y Lula lo probaron pese a sus mayorías electorales en los albores del siglo XXI. Es lógico que así sea.
La «oleada rosada» eleva el pánico en sectores dominantes del continente. (Foto: israelnoticias)
De cómo reaccionó y se condujo Fidel Castro ante aquellos movimientos puedo dar testimonio responsablemente. En todos y cada uno de los casos mencionados anteriores a la «oleada rosada», desde el comienzo de cada uno de ellos, lo primero que razonó Fidel con los dirigentes de esos movimientos fue algo categórico y válido: ¡NO HAGAN NADA DE LO QUE HICIMOS NOSOTROS! Advertía así la singularidad del caso cubano y de las alianzas internacionales que lo sustentaron e insistía que cada uno debía asumir su propio camino.
Sería un disparate de proporciones olímpicas tomar la ruta de las copias o las imitaciones; ni arremeter con críticas, dudas o cuestionamientos a lo que Boric, Castillo o Petro hagan o dejen de hacer. Lula sabe perfectamente por dónde debe ir su agenda pues se trata de un regreso victorioso, mucho más cómodo que el de Petro y tiene mucho que reparar de los extremismos de derecha y abusos del presidente Bolsonaro. Al igual que el chavismo de Maduro rectifica ahora no pocas medidas anteriores y trata de conciliar una posible normalización con Washington, alentado por las múltiples derivaciones del conflicto Ucrania-Rusia.
¿Qué puede significar todo esto para el gobierno cubano? Primero que todo, que hay mucho que aprender de los componentes de esta «oleada rosada». Que la diversidad política y los desafíos electorales pueden asegurar igualmente victorias merecidas, más allá del monopolio absolutista y autoritario del poder por más de sesenta años, aferrados a un modelo que aportó algunas soluciones claves en sus primeras décadas, pero que hoy está agotado probadamente.
Asimismo, que se crea una coyuntura hemisférica muy diferente, favorable a Cuba desde diferentes perspectivas, en un marco flexible de colaboración Sur-Sur en el que vienen insistiendo ya hombres de la estatura política de Lula, Petro y otros. La solidez y horizontes de la CELAC (Conferencia de Estados Latinoamericanos y del Caribe), se refuerza como nunca antes, con amplios horizontes para la colaboración bilateral y multilateral y mayor capacidad de contención a los desafueros y acciones de fuerza de parte de EE.UU. hacia el Sur.
Y, finalmente, que esta «oleada rosada» de hoy no naufrague en reveses y fracasos —como ha sido el caso de Venezuela en años recientes—, que la eficiencia en cada uno de sus modelos deje un legado de desempeño exitoso y capaz de asegurar procesos de continuidad electoral, de alianzas internacionales que neutralicen las abusivas prácticas de EE.UU., máxime cuando para noviembre del 2024 probablemente tendremos que lidiar con un regreso vengativo del trumpismo a la presidencia en Washington.
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