El término Pyme permite referirnos a las pequeñas y medianas empresas. Es una convención lingüística, un acrónimo para que todos denominemos igual al mismo fenómeno. Pero aunque mínimamente, el lenguaje siempre provoca cierta pérdida de eficiencia al pensamiento. De ahí, la necesidad de cambiarlo en determinados contextos comunicacionales.
Si uso la palabra Pyme en el contexto cubano, la costumbre, la inercia y la política remiten sobre todo a regulaciones, leyes, decretos leyes; es decir, a un lenguaje jurídico y de políticas económicas. Y no está mal, pero es algo disperso para hacer evidente otras cuestiones. Pero si en lugar de decir Pyme, digo Empresas pequeñas y medianas, la asociación inmediata cambia. Hablar de una ley de Pymes no tiene el mismo impacto que hablar de una ley de empresas pequeñas y medianas.
-I-
Las empresas pequeñas —sin usar la convención reciente de Pyme— existen desde que el propio ser humano se asentó y dejó la vida nómada.[1] Hay evidencias que sitúan esta forma de organización productiva diez mil años atrás, y no solo en la cultura occidental. Las Pymes son como el campesinado, siempre han estado ahí.
Si bien el surgimiento y evolución del capitalismo estuvieron dominados por los imaginarios de la gran industria y la producción seriada, que evolucionó hasta el fordismo —quizá su expresión más acabada—, en la década de los cincuenta del siglo pasado (cuando aún dominaba esta concepción empresarial) ya eran conocidos algunos de los beneficios de las pequeñas empresas en cuanto a eficiencia.[2]
Su incapacidad para generar grandes inversiones no les permitía insertarse en las producciones en serie, lo que motivó el criterio de que las Pymes eran incompatibles con las economías industrializadas, más bien algo transicional, propio de las economías que comenzaban la industrialización. Sin embargo, en los setenta, con la crisis de rentabilidad del modelo fordista, ellas cobran auge.
La Historia puede identificar momentos de expansión de las pequeñas empresas; no obstante, resulta casi imposible visualizar un universo económico antes de su aparición. Visto así, de la aprobación de una ley de Pymes en Cuba —que busca legalizar las ya existentes y las que pueden surgir—, la primera conclusión que se extrae es que se va a legalizar una forma de organización de la producción que es casi tan antigua como la propia humanidad.
Alasoluciones es una pequeña empresa fabricante de drones en San Nicolas de Bari, Mayabeque. (Foto: Adalberto Roque/AFP)
Por tanto, y esta es otra conclusión, la desaparición de las Pymes en Cuba clasifica como un hecho «antinatural». Sencillamente, como un hecho extraeconómico. Fue en clave de marxismo-leninismo que se decretó su desaparición.
Cuba, en 1959, como cualquier país, tenía pequeños comercios, pequeños productores, pequeñas fábricas, pequeños agricultores. En las primeras oleadas estatalizadoras se nacionalizaron grandes monopolios, sobre todo extranjeros, pero sobrevivieron las pequeñas empresas.
En el seno del poder revolucionario, no tardó mucho el pesepismo, es decir, el estalinismo cubano, en ocupar lugares de privilegio. Y se hizo sentir el trauma estalinista con la propiedad privada en manos de otras personas que no fueran los altos cargos del Partido. Se manifestó entonces la desconfianza hacia las pequeñas empresas, argumentada por ellos como «lucha contra el capitalismo».
En concordancia con esta actitud, en 1968 se lanzó la mal llamada Ofensiva Revolucionaria, que sí era ofensiva pero jamás revolucionaria; mientras, se procedió a la colectivización de la agricultura a partir de granjas estatales y un sistema de cooperativas agrícolas.
Ya para 1970, la mayoría absoluta de la producción estaba en manos estatales. La excepción era el treinta por ciento de la tierra en manos de pequeños productores. Se puede, categóricamente, hablar de una extinción de las pequeñas empresas. Salvo eso, toda la producción estaba dirigida por (y desde) los inmensos monopolios estatales, que no alcanzaban la productividad del modelo fordista, pero sí se basaban en grandes empresas.
En el mismo año hubo una crisis económica, evidenciada en la escasez de alimentos como consecuencia de la reducción significativa de la producción, sobre todo la asociada a la colectivización agrícola. En los años posteriores, los oficios tradicionales y actividades económicas básicas, relacionadas a maestros y herencia familiar, como: albañilería, zapatería, carpintería, etc., se vieron afectadas en calidad y cantidad.
Con ello, la política económica implementada por el gobierno desnaturalizó la economía, no tanto por el cambio jurídico formal de los actores económicos —privados, obreros estatales, cooperativas—, sino por la destrucción de estructuras productivas y, con ello, de la producción y ciclos económicos enteros.
A contrapelo de lo explicado hasta aquí, la presencia de Pymes de facto en Cuba, primero con la discreta apertura de los noventa, luego con su boom a partir del 2011, y ahora con su legalización —pendiente—, sugiere, como se ha argumentado desde otros enfoques, un desgaste del modelo económico del gobierno cubano. Sobre todo, se devela que está en crisis el modelo de grandes empresas estatales y militares en cuanto a su capacidad de ocupar todos los espacios económicos que pretende.
-II-
El mundo transitó hacia un auge de las Pymes, primero para complementar y perfeccionar las cadenas de valor, la optimización de costos, etc., y luego para convertirse en una filosofía empresarial que ha llenado numerosos espacios y ha logrado un rol protagónico en algunas economías nacionales. Incluso, se puede hablar de la tendencia a un proceso de descentralización formal en algunos territorios del planeta. Pero esto fue hace casi cincuenta años, de modo que Cuba pudiera transitar hacia lógicas económicas que llevan funcionando con fuerza estratégica hace medio siglo.
Por último, si bien el auge de las Pymes se correspondía con un agotamiento del modelo fordista, se conoce que ese modelo alcanzó un óptimo productivo y de eficiencia, y luego comenzó un descenso. Se trata entonces de una alternativa que dio todo lo que podía de sí.
En el caso cubano, por el contrario, el agotamiento del modelo de grandes empresas no viene después que estas lograran un tope productivo, cosa jamás alcanzada. Además, aquí las grandes empresas son estatales y militares, por lo que el tránsito natural de grandes empresas a pequeñas que se dio con el auge de las Pymes en el mundo, es casi imposible que ocurra.
Las grandes empresas estatales no se repartirán como pequeñas empresas privadas, sino que algunas cerrarán, en tanto otras, la mayoría, seguirán ahí. Luego, la dinámica económica hará que la ineficiencia y baja rentabilidad de las empresas estatales sea aliviada a partir de la redistribución, mediante políticas fiscales, de las utilidades generadas por las pequeñas empresas privadas. Este mecanismo, dada la escasez no resuelta, terminará poniendo todo el peso sobre los hombros del consumidor: aumento de precios de bienes y servicios de consumo.
Por ello, vista la economía como un todo y desde el punto de vista del patrón de acumulación, es poco probable que la legalización de las Pymes logre representar un despegue. El resultado de esta entrada de las pequeñas empresas puede que ni siquiera se corresponda con el que tuvo en el mundo en 1970. Con suerte, volveremos a empezar en el momento antes de la Ofensiva Revolucionaria.
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[1] H.E. Barnes: Historia económica del mundo occidental, UTEHA, México, 1967.
[2] B. Späth: «Smalls firms in Latin America: Prespects for economic and socially viable development» En: Smalls firms and development in Latin America. Ginebra, Organización Internacional del Trabajo, pp. 1-38.
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