El filósofo alemán Ernst Bloch utilizó la palabra “asincronicidad” para referirse a la coexistencia, en un mismo tiempo y una misma sociedad, de diferentes formas de concebir la realidad que se suponen correspondientes a épocas diferentes. Es una categoría que muy bien se podría utilizar para Cuba, donde coexisten a la vez una realidad de Guerra Fría, y un sector de la sociedad que a nivel subjetivo ha dejado atrás ese paradigma, al sentir que este ya no responde a sus necesidades. Esta asincronicidad ha sido bien retratada en una conocida frase, esa de que actualmente hay muchas Cubas dentro de una misma Cuba.
Esta contradicción entre épocas que coexisten se hace especialmente traumática en lo que se refiere a las generaciones más jóvenes. Muchos de sus representantes se sienten ajenos al discurso del socialismo cubano, manifiestan rechazo a la propaganda oficial y buscan refugio en paradigmas de la cultura de masas globalizada y postmoderna. Sin embargo, esto no debería ser leído de forma simplista como un fracaso de la Revolución, o un avance de ideas conservadoras dentro de Cuba. Más bien se trata del resultado lógico de un éxito parcial.
El modelo de socialismo de Estado burocratizado que vio la luz en la URSS, principalmente de la mano de Stalin, ha sido descrito por Isaac Deutscher como un socialismo de analfabetos. Su modelo de sociedad, en el que esta es vista como una gigantesca fábrica en la que los cuadros del Estado dirigen todos los procesos, resultó ser eficaz para sacar a millones de personas de la pobreza, darles educación, etc., pero no para crear sujetos emancipados.
Esto tiene una explicación muy simple: en un primer momento lo que necesita toda persona es un grupo de condiciones mínimas que dignifiquen su vida, un techo, una escuela, un hospital, y cualquier sistema que le garantice eso será perfecto para ella; acto seguido, una vez satisfechas esas necesidades, esa persona querrá ser sujeto de la cultura, de la política, tener voz en las decisiones de la comunidad, y entonces chocará con ese mismo Estado, para el cual ella no debe ir nunca más allá de ser una pasiva estadística.
En Cuba se aplicó una versión del socialismo de estado burocratizado, el socialismo para analfabetos.
La experiencia cubana tuvo menos acento en el productivismo y la disciplina pero la misma pretensión de tutelaje eterno de la sociedad por parte de un Estado paternalista. Como era de esperar, los resultados han sido semejantes. Se ha logrado la hazaña de garantizar servicios sociales para todos durante décadas, lo cual ha permitido que los cubanos seamos como promedio más informados y saludables que la media latinoamericana.
Sin embargo, este modelo de Estado se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo material y espiritual de quienes no están en una situación de precariedad, sino que se encuentran en capacidad para hacer un aporte desde su creatividad, tanto a la economía como a la cultura y la política.
Entonces tenemos la paradoja de que el propio éxito de la Revolución se vuelve en su contra. El Estado, con sus servicios sociales, es el creador de sujetos que entran en contradicción con él. Dicho de otra manera, el mismo Estado al cual los individuos le deben parte de su bienestar, se convierte para estos en fuente de frustración.
Esta contradicción explota de manera particular en los jóvenes, que no vivieron el primer momento de expansión de bienes y garantías sociales, que consideran todo esto como un derecho dado por la naturaleza, y que se encuentran existencialmente en el segundo momento, el del sistema como obstáculo al desarrollo del individuo.
Lo que aquí se ve es el resultado de intentar construir una sociedad superior recurriendo a paradigmas obsoletos. En esta prehistoria del socialismo en la que vivimos, todo se ha querido resolver con paliativos y parches. Tanto el modelo de la gran fábrica como el del Estado-Padre pertenecen a épocas superadas del capitalismo, si no a un pasado más remoto.
Nunca ha existido un modelo de empresa socialista, solo camisas de fuerza administrativas para maniatar el mercado. Estos paliativos que en un primer momento resuelven problemas, se convierten en cascarones vacíos que son barridos por la historia, pues no dan a luz un nuevo principio de realidad.
El ideal marxista de que desaparezca la separación entre el Estado y la sociedad civil ha sido sistemáticamente malinterpretado. La idea original era que el Estado se disolviera en la forma de sociedad civil organizada, y hasta cierto punto se puede afirmar que en los primeros años de la Revolución Cubana la cosa iba por ahí. Sin embargo, desde entonces ha llovido mucho, y la ecuación se ha resuelto a favor del Estado. De un modo macabro, el ideal terminó justificando la petrificación de la sociedad civil bajo un paradigma de lo que es el Estado nada liberador.
Frente a lo que tenemos actualmente, es preferible defender la autonomía de la sociedad civil.
Esto nos lleva a las paradojas de la consciencia en los jóvenes cubanos. No es que en Cuba no haya jóvenes progresistas: por el contrario, tras sesenta años de Revolución Cubana, la mayoría de los jóvenes están de acuerdo con la universalidad de los derechos sociales, el aborto, la igualdad de género, e incluso se manifiestan en contra de las prácticas imperialista en el plano internacional.
La paradoja está en que no ven al Estado cubano como una fuerza progresista, al percibirlo como un obstáculo a su desarrollo individual, tanto económico como espiritual. Incluso a muchos que agradecen los beneficios sociales, les cuesta defender un Estado que tiene prácticas estalinistas, sobre todo en el modo de tratar a críticos y opositores.
Y aquí es donde está la tragedia, porque la Guerra Fría sigue existiendo, aunque algunos no quieran vivir en ella. El bloque de poder que se opone al gobierno cubano, o sea, el de las oligarquías latinoamericanas y la plutocracia norteamericana, es tan reaccionario y fascista que el gobierno cubano aparece como un aliado objetivo, casi una coraza protectora. Muchos no quieren verlo de este modo, porque estas elucubraciones de la geopolítica son algo lejano, y lo que se percibe existencialmente es al Estado como barrera, pero no por ello deja de ser real.
Para los jóvenes cubanos, esos a los que la Revolución ha hecho inteligentes, sanos y preparados, y que son los que se encuentran más representados en las redes sociales, el capitalismo liberal es muy atractivo. Es normal que así sea, porque el liberalismo postula una autonomía de la sociedad civil y del individuo que no encuentran en la sociedad que se ha construido en Cuba. Pero olvidan muchas cosas. Olvidan que no existe ese capitalismo abstracto y hermoso, sino formas reales de capitalismo que pueden ser desastrosas.
Es triste, porque parece que estamos en un proceso indetenible. Una parte importante de la juventud cubana cada vez más abraza los ideales del liberalismo, seducida por plataformas y formas de manipulación de la conciencia, sin darse cuenta de la catástrofe que sería que Cuba se rindiera en su pulso con el capitalismo realmente existente. Y muchos de los que perciben que hay valores positivos en la Revolución Cubana, se encuentran desmoralizados, sin argumentos para defender un Estado que no deja atrás su modelo burocratizado, y que se encuentra por debajo de las expectativas existenciales de toda una generación.
La mayor crisis del socialismo real es su falta de imaginación.
Todas las revoluciones han caído por no ser lo suficientemente radicales. Pero esto nos lleva a otro problema: ¿acaso se le puede exigir imaginación a un Estado que se bate todo el tiempo a la defensiva, entre bloqueos, deudas, desabastecimiento y ahora pandemias? No parece muy realista.
Esto me hace pensar que el bloqueo ha tenido otro impacto deseable para nuestros enemigos: aunque no ha logrado la rendición por hambre, ha sido efectivo en mantener al socialismo cubano como un prehistórico y nada liberador socialismo de guerra. Les basta sentarse a esperar, para ver cómo los mecanismos que creamos para defendernos nos destruyen desde adentro.
Analizar hoy lo que está pasando dentro de la mente de los jóvenes cubanos, equivale a asomarse al futuro. Los tiempos no están como para optimismos, y ninguna solución va a caer del cielo.
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