―¿Me pregunta para qué la cité? Así será lo pendiente que vive de los asuntos de su hijo.
―Son cosas de la edad.
―Cuando yo tenía la de él, brindaba ya mi aporte voluntario en múltiples tareas que la patria convocaba, lo que constituía una importante fuente para la formación de valores.
―¿Con cinco años? No me diga.
―Créalo. Formé parte entonces de las Fuerzas de Acción Pioneril (FAPI), compuestas por cientos de miles de pioneros, hoy tristemente desaparecida.
―Con esas siglas estaban destinadas a desaparecer. Cualquiera interpretaba que eran las fuerzas armadas de ese lugar al que solemos mandar a tanta gente.
―Craso error, señora. Si existieran, no estuvieran las cosas como están. Ayudarían a la organización de pioneros a «preparar a los niños no solo en el estudio, sino como seres educados, decentes, revolucionarios y patriotas».
―¿Mi hijo no lo es?
―Tengo mis dudas. Ayer protagonizó un conato de huelga por la escasez de libretas. Pretendía enrolar a sus compañeritos.
―Lo habré compulsado yo sin proponérmelo. Hablé pestes tras regresar de gastarme en el estanquillo cuatrocientos pesos por cinco cuadernos de cuarenta hojas cada uno. ¿Le parece eso decente, revolucionario y patriota?
―Las pañoletas azules y rojas de nuestros infantes son símbolo de un presente que les abre puertas al futuro.
―Mi futuro es este. No lo soñé para que una libreta costara ochenta pesos. Si mi hijo es pionero «moncadista», debe estar dispuesto a asaltar fortalezas.
―«Cometemos errores, son parte del proceso», ha dicho Con Filo. «Superarlos es una condición para el avance. El día en que nuestras dificultades no sean un motivo de superación, entonces seremos un estado fallido. Mientras tanto, somos una sociedad que se construye».
―Para que un ciclón la tumbe.
―Es cuestión de paradigmas. El de su hijo no es el mismo que el de Liam Ernesto.
―¿Ese quién es?
―Un chama de solo cuatro años, citado por Cubadebate porque «escogió camisa, botas y sombrero para protegerse del sol y preguntó qué le tocaría llevar». «Él sabe que los mayores están en un trabajo voluntario, igual que hacía el Che, a quien le debe parte de su nombre». «No podía quedarse atrás. Así que comenzó a juntar cuanto gajo y yerba encontró fuera de lugar». «Hasta piensa en lo que le va a decir a su papá cuando le pregunte cuando lo llame: “lo hago por Cuba”». Una foto suya con una rama a cuestas inundó las redes.
―¿Con cuatro años una rama? ¿Nadie lo ayudó? Los zangandongos tienen más suerte.
―Ya veo por dónde viene. El mensaje desestabilizador emplea «las tecnologías de la informatización y las comunicaciones, las redes sociales», «provocando un daño neuronal irreversible». Lo dijo la Mesa Redonda.
―¿La Mesa Redonda habla de «daño neuronal irreversible»?
―Agrega que el primer paradigma del golpe blando es «tratar de desgastar por todas las tácticas posibles a la población, haciendo que empiece a hablar mal de su propio gobierno».
―Es lo normal, ¿no? Hablar del desgobierno propio y no del ajeno debía ser uno de nuestros paradigmas. ¿El de mi niño, según usted, es ese muchachito del que me hablaba?
―Exacto. Liam Ernesto, un «gigante de cuatro añitos», «no es de los que se entretienen durante mucho tiempo jugando con los dinosaurios que tanto le gustan».
―¡Pues mi hijo sí! Tiene que aprender que existieron los dinosaurios, que un día cayó un meteorito y…
―Evítele esos relatos catastróficos y vandálicos. Mejor léale «Mujer rural como una Caperucita Verde», de una periodista de Trabajadores: «Como si hubiera salido de un pasaje del cuento infantil de Caperucita, pero no roja…
―¡¿No roja?!
―…viste las tonalidades de los retoños y lleva una capucha de igual color; en medio del campo recién sembrado, donde se divisa hasta el infinito, pienso, siento que no teme a un lobo feroz». «La Caperucita Verde está justo delante de mí, serena y alegre, aunque también un “lobo” la aceche: la responsabilidad de dirigir, con otro cambio de estructura, a un colectivo de la Unidad Empresarial de Base (UEB) Granja no. 2».
―Reviva las FAPI, sí… y écheselas encima.
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