En los primeros días de diciembre La Habana acogerá en la pantalla grande la edición número 40 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Volverá a llenarse la calle 23 de amantes del séptimo arte, habrá cola en los cines y todos tendrán la oportunidad de disfrutar de una buena película. Realizadores de alrededor de cuarenta países podrán exhibir su obra. Esta fiesta, que se repite cada año, brinda también una oportunidad para reflexionar acerca de las luchas ideológicas que sacuden el mundo de la pantalla grande en Cuba, las cuales han tenido momentos de particular encono en los últimos tiempos.
Mi profesor de Introducción a las Ciencias Sociales, el ilustre profesor Oscar Loyola, dijo una vez en clase que si algún día se quería buscar material documental fidedigno sobre el período de la Revolución en el Poder se tendría que recurrir al cine cubano.
Esta afirmación tiene su base, desde mi punto de vista, en un hecho fundamental: que el cine, la pantalla grande, fue una de las pocas manifestaciones artísticas en Cuba que pudo conservar el impulso genuino de la revolución de 1959, sobreviviendo a los desmanes de la burocracia a partir de 1971. Para comprender esa capacidad de resistencia, no se puede olvidar el papel de Alfredo Guevara al frente del ICAIC, un hombre de irreductible integridad, fiel al mensaje libertario y creador de la Revolución Cubana.
Para los que crecimos con el período especial, el cine cubano fue siempre una sorprendente isla de tolerancia y libertad creativa. Una esperanzadora anomalía. Después, con el tiempo, uno se va enterando de que el ICAIC siempre tuvo enemigos, de que en 1991 hubo un intento de desmantelarlo, de que ha habido películas censuradas. Uno se entera de los prolongados reclamos del gremio de los cineastas, como el de promulgar una nueva ley de cine que sustituya a la Ley 169 de 1959, ya obsoleta en algunos aspectos.
En mayo de 2013, un grupo de reconocidos realizadores cubanos fundaron una especie de grupo de presión llamado G-20 (Grupo de los Veinte). Lo hicieron movidos por la preocupación de que, tras la desaparición física de Alfredo Guevara, algún tiburón de la burocracia viera llegada la hora de poner límites a la creación audiovisual. Además, enarbolaron la bandera de exigir una nueva ley de cine, que le brindara reconocimiento y seguridad a la producción independiente en la pantalla grande, que pusiera reglas claras en cuanto al financiamiento, la producción, la comercialización, la promoción, etc.
El G-20 mantuvo durante casi cinco años una meritoria actividad reivindicatoria. Se reunía con cierta frecuencia en el Centro Cultural Fresa y Chocolate. Entre sus miembros se contaban importantes personalidades del cine cubano, como Fernando Pérez, Rebeca Chávez, Magda González, Claudia Calviño y Arturo Arango.
Sin embargo, desde hace algunos meses el G-20 dejó de existir, en medio de la mayor discreción. Es difícil hablar sobre algo de lo que se tiene tan poca información, sin embargo, no parece que se haya debido a ninguna presión. La hipótesis más probable es que el G-20 haya obtenido los frutos de su permanente diálogo con las autoridades cubanas, acerca de la ley de cine.
Por otro lado, por aquellos mismos días, ocurrió un suceso que sacó a relucir los conflictos ideológicos que se ocultaban bajo la superficie. El ICAIC decidió suspender la exhibición de una de las películas de la 17 Muestra Joven del ICAIC llamada Quiero hacer una película, la cual fue incorporada al evento a última hora por los organizadores, y que contenía frases irrespetuosas hacia José Martí.
Luego, en la conferencia de prensa del 22 de marzo de 2018, convocada por el ICAIC para dar a conocer la programación de la 17 Muestra Joven, se dio un altercado entre los organizadores de la muestra y las autoridades del ICAIC. La prohibición puesta sobre la película se convirtió en tema de dominio público, y sirvió para un largo debate acerca de la censura y los límites de la libertad artística en la pantalla grande.
La cosa no paró ahí, y en mayo fue puesta en circulación vía Facebook una declaración titulada Palabras del Cardumen. Declaración de Jóvenes Cineastas Cubanos. Se trata de un texto complejo, en el que contrasta la justeza de algunas demandas, como la relacionada con la ley de cine, con el lenguaje un tanto abstracto y fútilmente oposicionista que utiliza. Cada cual debe leerlo para formarse su opinión.
Sin embargo, lo interesante es cómo el Cardumen pretendía ser una especie de movimiento, nacido en las redes sociales, que tomaba cada like como una adhesión. Por esa vía, el Cardumen llegó a contar con el apoyo de las más diversas personas, desde realizadores con inmenso prestigio hasta individuos más relacionados con el activismo político opositor que con el cine.
Cuando uno analiza el suceso en toda su extensión, llega a una interesante conclusión. Aquí estamos más allá del viejo conflicto entre burócratas de cortas luces y artistas imbuidos de espíritu crítico. Lo que se ve es que el abismo ideológico entre el mundo de los cuadros que ejecutan la política cultural y el mundo de algunos de nuestros jóvenes realizadores se ha ensanchado tanto, que es como si hablaran idiomas diferentes.
Jóvenes cineastas cubanos. Foto: La Jiribilla
Yimit Ramírez (autor de la película), como un Heberto Padilla postmoderno, creyó que estaba siendo hiper-vanguardista con su largometraje, dejando caer una ofensa a José Martí, desde mi perspectiva, ridícula. Él y los organizadores de la muestra viven en una tal burbuja de postmodernismo y nihilismo, que subestiman lo que significa el respeto por los próceres de una nación. Por otro lado, los cuadros encargados de la política cultural se mueven en un entorno tan ideologizado que carecen de las herramientas mentales para entender a esos jóvenes. Y como no los entienden, los tachan de contrarrevolucionarios.
Es imposible no darse cuenta que una parte de los reclamos del Cardumen son legítimos. Para mí fue muy chocante ver que entre sus seguidores había personas de mi generación, que conocí en mi época de estudiante, que forman parte de la historia de mi vida. Sé que su rebeldía es auténtica.
Lo que pasa es que, desgraciadamente, se está dando un proceso en el cual la rebeldía natural que se produce en nuestra sociedad, que debería ser el alimento de la Revolución, su garantía de continuidad, está encontrando su salida por el camino de la postmodernidad y la revuelta abstracta. Al encontrarse frente al muro de una institucionalidad estancada, incapaz de renovar el brillo de los sueños revolucionarios, muchos jóvenes como los del Cardumen sencillamente se entregan al desarraigo postmoderno.
Afortunadamente, existen todavía jóvenes artistas que intentan conjugar la rebeldía con la defensa de los ideales fundacionales de la Revolución Cubana. La Asociación Hermanos Saíz, que recientemente celebró su tercer congreso, es una organización que ha logrado servir de tribuna para muchos de ellos y con un reflejo en la pantalla grande.
Esos jóvenes creadores, reunidos en sus asambleas, debatieron sobre los asuntos más espinosos de la cultura cubana, incluyendo lo relacionado con la ley de cine y con el decreto 349. La imagen que quedó, es la de que todavía existen personas capacitadas para devolverle a la cultura de raíces revolucionarias su brillo vanguardista, y que solo hace falta que se les apoye y se les permita trabajar.
Nuestro cine es, como todo aspecto de nuestra realidad, el escenario de una lucha ideológica. Sin embargo, la libertad creativa en la pantalla grande ha servido para sacar a la luz de un modo genuino lo más valioso de nuestra sociedad, tal y como ocurre con la profe Carmela en la película Conducta.
Solo por eso, vale la pena arriesgarse a que elementos de mentalidad postmoderna se infiltren dentro de nuestro arte. La ley de cine, que todavía no se ha promulgado, pero que según todas las señales se cuece en alguna parte, es como una gran perla que todavía no sale de la ostra. Hace falta que esa ley, cuando salga, si sale, sirva para cimentar esa libertad hija de la Revolución, y que se asienta sobre un mar embravecido.
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