Mientras el agua helada del Atlántico Norte llenaba el interior del buque aquella noche, la Wallace Hartley Band no dejó de tocar. En medio de la catástrofe, los músicos se empeñaron en transmitir con sus acordes calma, normalidad y esperanza. Cuando entonaron las notas del himno Nearer, My God, to Thee, estaban seguros de que morirían. Esa fue su última plegaria: los ocho integrantes de la orquesta del RMS Titanic, junto a cientos de personas más, perecieron la madrugada del 15 de abril de 1912.
Acercarse a mucho de lo que se hace en materia de periodismo en y sobre Cuba —especialmente en los últimos dos años—, genera una sensación similar a la que debieron sentir los hombres y mujeres que viajaban en el mítico barco cuando escuchaban la música con la certeza de que no verían otro amanecer.
Como elemento fundamental de estrategia política, la comunicación periodística es la arena donde se libra uno de los combates más encarnizados entre actores diversos. Enfocarse en ellos priorizando una perspectiva que apunte a los extremos contrapuestos, sería errar en el análisis y perder de vista el espectro de posturas intermedias. No obstante, para desgracia del debate público, son esas fuerzas reaccionarias las más visibles. Después del estallido social del 11 de julio de 2021, sus posturas se han radicalizado considerablemente y, con ello, sus prácticas.
-I-
La espiral de radicalización comenzó en los medios cubanos bajo control del PCC mucho antes de la fecha de las protestas. Aunque el espacio no tenía tintes propiamente políticos, el uso de métodos que se han mantenido —difusión de chats de WhatsApp u otras plataformas, desprotección a la identidad de los involucrados, exposición pública de cuestiones privadas—, puede ubicarse en los denominados popularmente Tras la huella del Noticiero Estelar de televisión, en los inicios de la pandemia. Allí fueron mostradas operaciones contra personas que cometieron presuntos delitos, económicos sobre todo.
Aquellos reportajes, que llegaban de diferentes provincias y eran generalmente anunciados con entusiasmo por el periodista Yunior Smith, dieron lugar, ya con el Movimiento San Isidro actuando y en medio de un escenario político mucho más crispado, a la entrada sobre las tablas del abogado Humberto López.
Humberto López durante una comparecencia en el NTV. (Foto: Canal Caribe)
Con ilimitada ironía, quien sería merecedor del Premio a la Dignidad de la UPEC y de un escaño en el Comité Central del PCC, llevó a plenitud prácticas más que cuestionables, ilegales algunas, con el fin de neutralizar el activismo político que por aquellos días tuvo un auge inusitado, en especial después de los sucesos del 27 de noviembre de 2020 frente al Mincult.
Cuando se combinaron la crisis estructural que ya se arrastraba, con la generada por la pandemia, las sanciones de Estados Unidos y la sempiterna mala gestión como telón de fondo; la crispación política aumentó. Dos elementos demuestran que desde el poder se percibió el fracaso de la campaña mediática: 1. al ocurrir las protestas de julio, ya el espacio había disminuido su frecuencia, y 2. tras el Congreso del PCC, en abril de 2021, fue designado Rogelio Polanco frente al Departamento Ideológico del Comité Central, y en su primera intervención en el espacio Mesa Redonda anunció un viraje —que a la postre no sucedió— al referirse a «la disposición a escuchar a los otros, la profundización en los estudios teóricos, acudir a nuestras ciencias sociales».
Desde la otra orilla, con prácticas que parecen salidas del mismo manual, el influencer Alexander Otaola, el hombre de Trump en Miami, atizaba los ánimos de un sector de la emigración en esa ciudad. Para ello recurre igualmente a los asesinatos de reputación y la manipulación de pruebas y declaraciones. A él se suman, como en el caso de su contraparte insular, personajes, medios y espacios que contribuyen, con su permanente disposición al conflicto, a ofrecer las justificaciones adecuadas para que, de este lado, la vida siga igual.
Quien lo dude solo debe verificar los fondos destinados a este tipo de proyectos —aunque no todos son de ese cariz. «Por sus obras los conoceréis», como dijo Jesús en el Sermón de la Montaña— publicados por la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés). La radicalización del espectro político cubano es costeada allá con los dólares del contribuyente norteamericano y aquí con los magros fondos de las arcas de la República.
Como pitbulls que muerden los extremos de una soga, juegan estos radicales mientras, en medio, el pueblo de la Isla sufre los errores de políticas internas y el peso de las medidas de la primera potencia mundial. La intención de ambos extremos, para ser exitosos, es que sus adeptos vean solamente una de las caras de la moneda.
-II-
Como en otros aspectos de la vida nacional, el 11-J llevó la comunicación a terrenos inhóspitos. Para pensar cómo moverse en ellos, el Jefe del Estado y primer secretario del PCC se reunió con representantes de la prensa en fecha tan temprana como el 24 de agosto, poco más de un mes después del estallido. Algunas intervenciones diagnosticaron con precisión las afecciones y propusieron tratamientos. No obstante, casi un año después, está claro que igual que sucedió con lo dicho en los congresos de la UPEC, el diagnóstico no gustó y los planteamientos cayeron en saco roto.
Pese a que se alertó en ese encuentro acerca de los peligros de la radicalización, este año se ha visto como, desde lo formal, el discurso mediático ha permeado de palabras e ideas de origen militar o, en casos extremos, ha echado mano incluso a frases de la jerga de guapería barrial.
Desde el propio título de los programas —televisivos, radiales u otros—, se explicita una predisposición a la confrontación y la amenaza. Espacios como Con filo, Chapeando bajito, El ojo que te ve, o la peña de la Pupila Asombrada, que se nombra la Pupila Afilada, son algunos ejemplos. En la mayoría de los casos se evidencia una recurrencia casi fetichista a las imágenes del machete o el cuchillo como armas aguzadas para herir al oponente, o al ojo como símbolo de vigilancia.
Igualmente, existe en muchos de estos programas un deseo de capitalizar «la verdad», enunciado también desde los títulos: Hacemos Cuba, Palabra Precisa, Las razones de Cuba.
Una característica compartida por ambos extremos del espectro comunicacional, es el que Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania Nazi, situaría como el primero de sus once principios: «el de simplificación y enemigo único». Individualizar al adversario es un recurso útil para atacarlo. Mercenario o ciberclaria, contrarrevolucionario o comunista; son cómodas etiquetas para matar al mensajero sin necesidad de introducirse en el mensaje.
Más allá de los medios en sus versiones tradicionales, las redes sociales han desempeñado en este último año un rol central. No solo son el foro de debates en torno a temas acuciantes y profundos, o el espacio para denunciar y visibilizar cuestiones que interesan a la ciudadanía, sino también han hecho gala de su dimensión lúdica.
A esto último ha contribuido la irrupción de personajes como la primera dama, con sus tuits ubicados a kilómetros del sentido común; u otros más esporádicos, como el héroe que alaba, desde un pullover, el miembro viril del presidente de la República. Gracias a ellos, y junto a frecuentes errores y meteduras de pata de los dirigentes, un enorme ejército de memeros tiene el pan de cada día asegurado.
La risa es una herramienta poderosa, lo sabía el monje que envenenó los libros de la abadía a la que nos traslada Umberto Eco en El nombre de la Rosa. La burla es un instrumento que desarma, y la democratización que implica la masividad de las redes sociales hace que sea casi imposible controlar la incursión en ellas de actores políticos y ciudadanos.
-III-
El 11 de julio pasado se publicó el anteproyecto de Ley de Comunicación Social, un sueño largamente anhelado por el gremio. Su artículo 5 consigna que «el Instituto de Información y Comunicación Social es el encargado, como organismo de la Administración Central del Estado, de articular la gestión del sistema de comunicación social en el país».
Muchos han visto en este cambio de manos, del Partido al Estado, una respuesta a la observación que hiciera el periodista y académico cubano Julio García Luis en su libro Revolución, Socialismo, Periodismo: «las pretensiones de arbitrar contenidos han tenido históricamente resultados paralizantes y desastrosos».
¿Seremos testigos del nacimiento del observatorio crítico que requiere el socialismo y al que aludiera el presidente de la UPEC en la convocatoria al XI Congreso de esa organización, bautizado con optimismo de la Transformación? Sin embargo, para responder tal interrogante no puedo evitar recordar la conocida frase del Rey Sol: «L’État, c’est moi». Aclimatándola al artículo 5 de nuestra Constitución, sería: Sobre el Estado, estoy yo.
La confluencia discursiva propiciada por el monopolio de propiedad estatal/partidista, contrasta con la línea generalmente crítica de los otros medios. Estas posturas contribuyen al binarismo del debate político, que divide a los cubanos en grupos permanentemente enfrentados, sin puentes que permitan algún tipo de acercamiento.
Hace algunos días, la Cinemateca de Cuba y el proyecto Aguacero abrieron un nuevo espacio con la película alemana Good bye, Lenin. Un hijo que ama a su madre enferma debe presentarle el tránsito de dos Alemanias a una. Sin embargo, termina representando no solo para ella, sino para sí mismo la obra de cómo él hubiera deseado que fuera el proceso. A los cubanos nos deja lecciones que no deberíamos ignorar.
En la emisión final de su inventado noticiero, el cosmonauta Sigmund Jähn, devenido secretario general del Partido, lanza una idea hermosa y cardinal: «El socialismo no significa amurallarse sino acercarse al otro, vivir con el otro». ¿Es para los cubanos ubicados en los extremos del espectro y usufructuarios de una parte considerable del poder, tan difícil pasar por sobre sus diferencias y construir una nación en la que quepamos todos? Como en el Titanic, cuando suene Nearer, My God, to Thee, ya será tarde.
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