La polarización y el extremismo político en Cuba frenan el desarrollo democrático de la nación,(1) dificultan el entendimiento entre las comunidades políticas e impiden el trabajo mancomunado por un país mejor. En nuestra sociedad se evidencian las repercusiones de un contexto internacional polarizante, en el que han ascendido al poder políticos con un discurso extremista, que ha ganado no pocos adeptos. Sin embargo, en la Isla el fenómeno adquiere manifestaciones específicas mediadas por el diferendo con el gobierno de los Estados Unidos y el autoritarismo de Estado, circunstancias que crean el caldo de cultivo para perpetuar actitudes excluyentes.
La ausencia de garantías para el pluralismo en Cuba tiene raíces en su pasado colonial, persiste en la primera mitad del siglo XX con dos dictaduras y gobiernos intermedios que, por lo general, no pudieron hacer sostenibles los derechos ciudadanos. Tampoco fue posible alcanzarlo con la implementación de un modelo social que adquirió —por calco— males y deformaciones del fracasado «socialismo real» en Europa del Este, permeado por el estalinismo como ideología y praxis política.
La instauración de un gobierno con vocación socialista en tiempos de la Guerra Fría creó en Cuba una singularidad que la distingue radicalmente del resto de los países de América Latina y el Caribe. La pugna con las sucesivas administraciones estadounidenses convirtió a la Isla en un país asediado —con una dinámica de cohesión, entrega y lealtad incondicional al líder— donde se instituyó una mentalidad de plaza sitiada que sirvió para justificar la represión de todo tipo de disidencia.
La permanencia prolongada de este enfrentamiento ha actuado a favor de un grupo de poder burocrático hegemónico, el cual se ha valido de diversos mecanismos para imponer valores y significados acordes con sus intereses, que entorpecieron la socialización del poder y el control popular sobre la toma de decisiones.
Como resultado, se ha instituido una visión dicotómica extremista entre adversarios y defensores de la Revolución, igualada esta última en el discurso público a Estado y Gobierno. Dicha posición se nutre de enfoques beligerantes y deja solo una pequeña apertura hacia el pensamiento agudo, la autocrítica y la identificación de posturas violentas de ambas partes, mientras se distancia de buscar un camino para la sanación y el entendimiento entre distintos sectores de la sociedad civil.
En la actualidad, el contexto político, económico y social se encuentra más tenso y polarizado que en otras etapas, debido a la crisis sistémica y estructural del modelo; una situación socioeconómica particularmente crítica, cuya génesis se focaliza en errores y fracasos de las políticas internas; el recrudecimiento de las sanciones implementadas por la administración Trump —vigentes aún, junto con el discurso político agresivo recrudecido durante su mandato—; además de la pandemia del Covid-19 y los conflictos bélicos internacionales.
En la última década, la tardía pero impetuosa entrada de Internet y las redes sociales ha favorecido el surgimiento de nuevos espacios de socialización e interactividad. Esto ocurre en una sociedad en la cual el gobierno ha ostentado el monopolio de los medios a lo largo de décadas, con una gestión caracterizada por una visión verticalista de la comunicación pública. La falta de una cultura democrática para el diálogo y el entendimiento desde la diversidad de criterios en ambas tendencias ha estimulado un crecimiento de la polarización de los espacios públicos, físicos y digitales, en los que se priorizan agendas extremistas.
Entendemos la polarización política como el fenómeno en el que actores políticos de una sociedad se separan en posturas divergentes que se tornan extremas y excluyentes entre sí, cancelando cualquier posibilidad de diálogo. En este proceso intervienen las élites políticas, tanto gobernantes como opositoras, medios de comunicación, instituciones y comunidades digitales que agrupan a individuos, movimientos u organizaciones necesariamente en uno de los bandos. Asimismo, se interpreta forzosamente cualquier fenómeno político o sociocultural bajo el prisma del conflicto entre «ellos y nosotros», limitando un abordaje complejo de la realidad. (Conceptualizado a partir de las definiciones de Ernesto Domínguez López; Giovanni Sartori; Iván Schuliaquer y Gabriel Vommaro; y Silvio Waisbord).
Asumimos como extremismo político el posicionamiento, ya sea de un sector de la sociedad, un partido político, un grupo de poder o un individuo, en una postura totalmente distanciada del diálogo o el respeto al otro. Parte de considerar ilegítimo todo lo que guarde relación con su oponente y asume como necesario cualquier mecanismo para derrotarlo. Por lo general, se vale del populismo y la manipulación para captar adeptos y justificar el uso de la violencia en cualquiera de sus variantes en pos de un «objetivo mayor». (Conceptualizado a partir de Elizabeth Carter; Rosario Jabardo Montero; Anders Ravik Jupskås y Beau Seger; y Mary Luz Robayo Sandoval).
Dichas actitudes adelgazan el espectro y las posibilidades de transitar hacia un desarrollo democrático que garantice la sostenibilidad de la paz. Hoy se manifiestan tendencias preocupantes en algunos sectores de la oposición política, que los hacen susceptibles al populismo de derecha, el fascismo y el extremismo religioso conservador. Mientras tanto, el discurso político oficial y la acción gubernamental han adoptado a veces posiciones fundamentadas en la violencia política y la exclusión que hacen recordar al período conocido como «Quinquenio Gris».
Los dos extremos se han valido de formas de lucha política sumamente cuestionables, como la publicación de material privado, la denigración deshonrosa de sus adversarios mediante elementos sensibles y activadores de prejuicios, la censura y ataque a las figuras públicas que cuestionan sus postulados o defienden otras visiones. Esta guerra simbólica ha tenido consecuencias con efectos visibles, como artistas y obras canceladas por cuestiones políticas, amigos y familiares divididos; también han emergido al espacio mediático figuras que esgrimen sin disimulo un discurso de odio.
(Ilustración: ECPS)
Como consideramos urgente promover una cultura a favor de la reconciliación y el diálogo nacional, basada en el respeto a la pluralidad en materia política, religiosa, cultural y económica, y el empoderamiento cívico de actores que desde la sociedad civil coadyuven al respeto y sostenibilidad de dicha pluralidad en las bases; nuestro Observatorio contra la polarización y el extremismo político se propondrá esencialmente como objetivos de investigación:
- Diseñar una herramienta metodológica para la caracterización de los principales acontecimientos de extremismo y polarización en el terreno político cubano, sus causas, alcance y consecuencias.
- Monitorear actitudes extremistas y formas de violencia en sus distintas variantes.
Nuestras principales aspiraciones son:
- Impulsar una agenda mediática contra el extremismo y la polarización política, fundamentada en los resultados de investigación del proyecto.
- Promover en el campo de la investigación científica sobre Cuba los estudios sobre polarización y extremismo político.
No soñamos con imposibles. Las contradicciones de un país que por décadas ha sufrido el asedio de una potencia extranjera, a la par de dinámicas internas excluyentes, no se resuelven solo con un proyecto de investigación. Sin embargo, arrojar luz sobre el fenómeno desde las ciencias sociales puede ser un primer paso para advertir sus riesgos.
Los espectros sociopolíticos en la sociedad cubana se mueven más allá de las posturas extremas, aunque a veces estas acaparen la mayoría de la atención mediática. Consideramos necesario el consenso entre proyectos y actores políticos de la sociedad civil para la construcción colectiva de una hoja de ruta en función de la reconciliación y el diálogo entre quienes aspiran a una Cuba mejor, con soberanía, independencia y democracia. Emprendemos este camino a sabiendas de que no estará exento de baches y obstáculos, pero convencidos de que es la única alternativa viable para una transformación social que garantice una nación con «todos y para el bien de todos».
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(1) Entendemos el desarrollo democrático a partir de la conceptualización del sociólogo y politólogo cubano Juan Valdés Paz:
La democracia: término controvertido cuya acepción responde a diversas perspectivas político-filosóficas. Nosotros la entendemos operacionalmente, como democraticidad, es decir, como un atributo o cualidad del sistema político o de entidades de la sociedad civil.
Este atributo de democraticidad se define como el grado de libertad, igualdad y participación que podemos observar en la realidad social y política. Esta noción se vincula a la de desarrollo democrático, es decir, al mayor o menor grado de democraticidad alcanzado en el tiempo.
La democracia o democraticidad tiene su mayor posibilidad de realización en el espacio local, dada la mayor diversidad de roles sociales y políticos de su población, su representación inmediata y la participación directa de los pobladores.
(Valdés Paz, Juan (1996). «Poder local y participación». En Haroldo Dilla (comp.), La participación en Cuba y los retos del futuro, La Habana, CEA).
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