Nada como caminar por uno de nuestros barrios para comprobar los patrones de precios, las ofertas y la calidad de lo que se vende. Vivo en una zona de mucho emprendimiento, muchas cafeterías, pizzerías y paneras. Observo los precios y sus movimientos para comprobar algunas teorías como por ejemplo, que hoy abundan las mercancías y los números siguen sin bajar.
En cada cuadra hay un mostrador y en cada cuadra la cerveza vale lo mismo; y también, el refresco y la pizza. Los surtidos de galletas son variados, así como los refrescos instantáneos, las maltas y los dulces. Entonces, ahora que hay, ¿por qué no bajan los precios?
Los análisis de economistas de renombre apuntaban a la necesidad de aperturas: presencia de otras formas de gestión, pymes, mipymes, TCPs etc –paso correcto a mi juicio— pero a esa ecuación le sigue faltando algo para que los precios empiecen a descender.
«El mercado se autorregula, el Estado no está para producir y el que quiera importar que lo haga», eran las propuestas más avezadas, sin embargo, ni el paquete de sorbeto ni el de café han bajado y en todo caso, hasta se nota un ligero ascenso en algunos productos, incluso cuando los barrios estén llenos de ofertantes. La confluencia de formas de gestión (o venta) ha traído –eso sí– presencia de productos, pero no ha logrado un impacto en los precios. ¿Y entonces?
Cuando se analiza la estructura de las mypimes en Cuba, ¿qué se observa? Que de las 6564 existentes a la fecha la inmensa mayoría está vinculada a la esfera de los alimentos (emprendimiento seguro dada la alta necesidad y la escasez) y ni así bajan los precios. Y es que hemos dado pasos, sin fortalecer posiciones y, como en el ajedrez, para llegar al medio juego hay que salir bien de la apertura y para garantizar un final ventajoso: hay que concentrarse en el medio juego. Es decir, todo lleva su momento, y dejar la elaboración de alimentos de la noche a la mañana en manos de particulares, nos está conduciendo a un medio juego de clara inferioridad.
La gran empresa estatal no se puede desentender de este sector bajo ningún concepto y mucho menos en una sociedad en dónde se supone el capital no es lo primordial. Es ridículo que el precio de la jaba de pan no baje de los 150 pesos cuando es el Estado el encargado de realizar las importaciones a los mismos cuentapropistas y es el Estado, además, a quien más le puede interesar que estos precios bajen. Lo mismo se aplica para producciones de viandas, carnes y hortalizas: si el Estado, mediante grandes empresas, no logra poner productos en tarimas, la cadena de revendedores que se encuentra el cliente final no permitirá que el precio baje.
El Estado, que se haga llamar socialista, para honrar semejante título tiene que preocuparse constantemente por los precios de los productos alimenticios, por tanto, dejar el alimento en mano de pequeños productores nos va a llevar al mismo camino que las cervezas, los refrescos y las pizzas: mercados inundados y precios no asequibles. Para llegar a un final ventajoso hay que trabajar el medio juego de manera muy fina y no podemos pretender que una población que hasta ayer trabajaba para ese Estado por un salario fijo, sea capaz de montar negocios prósperos en un marco de tres años y sin acceso al financiamiento. Quizá en Finlandia, uno nazca pensando en montar algo y las condiciones allí estén creadas de siempre, pero aquí no, ni todos nacemos con dotes de emprendedores, ni queremos.
La empresa estatal tiene la responsabilidad de producir, controlar y distribuir el alimento si de preceptos de una sociedad socialista se trata; de lo contrario, el trabajador que pudiera aportar de otras formas más novedosas a la sociedad, no lo podrá hacer porque no tiene ese renglón garantizado. Si esta deformidad no se enmienda, lo que estaríamos construyendo sería otra forma de predominio del capital, siendo el resto del discurso una farsa y quien no emprenda (o haga pizzas) perecerá.
(Foto: Prensa Latina)
Esta necesidad de intervención de la empresa estatal en la producción de alimentos es además una gran oportunidad para el mismo Estado, ya que en sus manos quedaría nuevamente la posibilidad de ofertar buenos empleos vinculados a la agricultura y a la producción de alimentos.
¿Cuántas personas no vemos a diario sin trabajo y revendiendo lo que aparece? ¿No les sería más provechoso trabajar de manera segura en un proyecto de desarrollo agrícola en su propia zona? ¿No sería un gran incentivo para él y a su vez una forma que tiene el Estado de reducir desempleo, vincular a la gente y volver a colocar productos en tarima y con ello hacerle competencia al revendedor?
Otro gran problema dentro de la producción de alimentos es la famosa empresa Acopio con su dejadez y falta de seriedad en muchos casos. El concepto Acopio es parte de la necesidad de presencia estatal en la producción y distribución de alimentos. Y si no funciona es por la misma razón que la agricultura no produce: no hay intención de hacerla producir, o quien la debe hacer funcionar lo que recibe son mimos a la hora de rendir cuentas.
Acopio, como concepto, es un puesto para vender y transporte: Yo acopio y llevo a las ciudades. Si se piensa bien, ambas partes del negocio pueden ser gestadas por las populares formas de gestión no estatal siempre que respondan al mismo concepto de “hacerle una intencionada competencia a los precios de los alimentos”. Es decir yo te pago por el transporte del producto pero el producto no es tuyo, ni el punto de venta tampoco.
En todo esto hay mucha tela por donde cortar, pero nuestra inflación está muy vinculada a la industria del alimento, puesto que una buena parte de los nuevos negocios se montan alrededor de ellos. Esto quiere decir que quien produzca limón siempre tendrá garantizado un comprador, o sea, ¿para qué bajar precios? Solamente se verá obligado a hacerlo cuando aparezca un competidor que ponga en peligro sus ganancias. Una vez que retorne la presencia de la empresa estatal en tal esfera, comenzarán a bajar los precios y automáticamente los nuevos emprendimientos se redireccionarán hacia otras áreas productivas inexistentes hoy.
Si uno analiza el sistema de tiendas en MLC, nota la ausencia total de competencia; por tanto no hay una obligación de bajar precios ni existe la intención de hacerlo, incluso tratándose de un Estado que, repito, insiste en hacerse llamar “socialista”. Lo mismo está sucediendo con la escasa producción de alimentos.
Otra sustentación de esta teoría la vemos con el transporte de pasajeros, al menos en la capital. Mientras los precios de los alimentos se han multiplicado por diez, en el transporte no sucede igual porque “ha existido una intención de mantener un nivel de transporte público para que la gente se pueda mover e ir a trabajar”. Malo que bueno hay Gazellas, líneas de guaguas, los famosos P, triciclos y además se producen bicicletas y motores, y por tanto el mercado del botero no queda abierto a su antojo; tiene cierta competencia y sus ingresos pueden peligrar si se va de mercado. ¿Cuándo es que se vuelven locos los precios? En las noches, cuando no queda ningún transporte público en las calles.
(Foto: Jorge Ricardo/OnCuba)
En conclusión, la sociedad que se pretende lograr tiene que tener entre sus fundamentos un elevado nivel de justicia social, incluyendo el acceso a los alimentos y para ello el Estado tiene que convertirse en un competidor del productor independiente, además de estar presente y controlar cada momento de esa producción para que nadie quede fuera de la justicia prometida. Esa justicia incluye una adecuada alimentación y todos los beneficios para la salud que de ahí surgen. De no suceder esto, seríamos un país de base socialista solamente en el discurso oficial.
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