En los años setenta del siglo pasado circulaba un chiste, según el cual el mundo era una larga carretera que se bifurcaba en dos caminos. En un primer carro iba el presidente de los Estados Unidos. El chófer pregunta por cuál de los dos caminos tomarían y Richard Nixon responde: «siempre por la derecha». El segundo automóvil era un Zil soviético y ante la misma pregunta del chófer, Leonid Brezhnev respondió: «siempre por la izquierda». En el tercer automóvil iba el presidente rumano Nicolae Ceaușescu y ante igual interrogante indicó a su conductor: «ponga los indicadores para la izquierda, pero tome hacia la derecha».
En agosto de 1968, en ocasión de la invasión a Checoslovaquia, el presidente rumano se desmarcó del resto de los países del Pacto de Varsovia y no solo se negó a invadir aquel país, sino que condenó abiertamente la decisión de los líderes soviéticos, respaldada por Alemania Oriental, Polonia, Hungría y Bulgaria. Convocó a un mitin en el que afirmó: «La invasión a Checoslovaquia es un grave error, una gran amenaza para la paz en Europa y al futuro del socialismo en el mundo. Es completamente inaceptable que los países socialistas invadan la libertad y la independencia de otro país».
Llevaba tres años en el poder, pero a partir de allí llamó la atención de los principales líderes capitalistas, varios de los cuales visitaron la capital rumana —entre ellos Richard Nixon— y lo invitaron a realizar visitas de Estado, además de ofrecerle créditos para facilitar importaciones de maquinarias y bienes industriales.
Rumanía alcanzó un estatus parecido al que gozaba Yugoslavia desde fines de los cuarenta, cuando el régimen de Josip Broz Tito fue expulsado del Buró de Información de Partidos Comunistas y Obreros (Kominform) por su disputa con Stalin. Eran dos países comunistas «diferentes» para la política exterior de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
No importaba que sus gobernantes respectivos tuviesen poderes casi absolutos, ni que se reprimiera cualquier tipo de oposición, sino que mostraban una política exterior relativamente independiente de la Unión Soviética. En virtud de ello, se incrementaron las relaciones comerciales entre Rumanía y los países capitalistas y fluyeron hacia el país balcánico recursos financieros de préstamos que incrementaron notablemente su vulnerabilidad financiera externa a partir de la segunda mitad de la década del setenta.
Rumanía fue el primer país del Pacto de Varsovia que reconoció y estableció relaciones con la República Federal Alemana, ingresó al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio. Ceaușescu personalmente contribuyó a allanar el camino para las conversaciones entre China y Estados Unidos que condujeron a la vista de Nixon a Beijing en 1972, así como a la visita del entonces presidente egipcio Anwar El-Sadat a Israel. Mantuvo relaciones tanto con Israel como con la Organización para la Liberación de Palestina. En 1984 se negó a secundar el boicot soviético y de otros países del bloque comunista a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Richard Nixon y Nicolae Ceaușescu en Bucarest, 1969.
El camino al poder
Nicolae Ceauseșcu (1918-1989) nació en una familia campesina pobre en la localidad de Scornicești, a 160 kilómetros de Bucarest. A los diez años marchó a la capital y en 1932 ingresó al Partido Comunista Rumano. Pasó la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación nazi en cárceles y campos de concentración, donde estableció amistad con Gheorghe Gheorghiu-Dej, quien en 1944 asumió el liderazgo del Partido. Después de la guerra, se convirtió en un cercano colaborador del líder y ocupó importantes posiciones políticas, sobre todo cuando los comunistas se hicieron con el poder total desplazando a los demás partidos antifascistas.
A diferencia de otros países, la llamada facción «nacional» resultó más estalinista que la «moscovita» —integrada por quienes regresaron con la ocupación soviética, sobre todo en lo relativo a la colectivización forzosa de las tierras campesinas impuesta por Gheorghiu-Dej. Cuando se produjo la crítica a Stalin en la URSS, a partir del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), la dirigencia rumana se resistió a condenar abiertamente al estalinismo, aunque tampoco se enfrentó al liderazgo soviético de forma abierta, como hicieron los líderes comunistas chinos y albaneses.
Ceaușescu ascendió rápidamente en el núcleo de poder. Sin haber sido miembro de ejército alguno, recibió el grado de general y se desempeñó como viceministro de Defensa a cargo de la sección política de las fuerzas armadas entre 1950 y 1954. A partir de ese último año se convirtió en miembro del Buró Político del Partido. Al morir su mentor, en 1965, fue nombrado secretario general del Partido tras vencer en la carrera por el liderazgo a Gheorghe Apostol. En 1967 asumió también la jefatura del Estado.
Se dedicó entonces a promover a personas de su confianza en las principales posiciones del Partido y el gobierno y apartó a la mayor parte del equipo de Gheorghiu-Dej. Paulatinamente promovió a su esposa Elena hasta convertirla en la segunda persona con mayor poder.
En 1971 realizó un viaje a China, Corea del Norte, Vietnam y Mongolia. A pesar de la ruptura ideológica sino-soviética, y quizás por ella, decidió estrechar vínculos con el régimen maoísta. Al parecer, quedó impactado por el culto a la personalidad que se rendía a Mao Zedong y a Kim Il sung en sus respectivos países y decidió algo similar en Rumanía. En el apogeo de la ridiculez los medios de comunicación rumanos le llamaban «Conducator» (título que usó también el fascista Antonescu en su gobierno), «Gigante de los Cárpatos», «Gran Arquitecto», entre otros.
En el discurso pronunciado el 6 de julio de 1971 ante el Comité Ejecutivo Político del Partido Comunista Rumano (PCR), conocido como «Tesis de Julio», lanzó un llamado a «reforzar la educación marxista-leninista y la actividad político-ideológica» del Partido, que se tradujo en el incremento de la censura cultural, de la propaganda política y de los mecanismos de movilización ideológica. Todo ello se acompañó de una campaña nacionalista, en la que se intensificaba el culto a su personalidad, apoyado en el fortalecimiento de la temida Securitate.
En la medida en que reforzaban su poder autocrático y su megalomanía, se enfrascaba en proyectos faraónicos que afectaron gravemente la economía rumana. Entre ellos, la construcción del «Palacio del Pueblo», que sería la sede del Parlamento (en la actualidad aloja además al Museo del Totalitarismo). El segundo edificio público más grande del mundo requirió la mudanza obligatoria de 40.000 familias; se demolieron doce iglesias y tres sinagogas y 700 arquitectos y más de un millón de rumanos trabajaron en sus obras. Como se prohibió a sus constructores realizar importaciones, se construyeron fábricas para producir en el país aquello que era necesario de acuerdo con los diseños, aunque su producción tuviera solo aquel destino.
Palacio del Pueblo
La crisis económica y social
En la década del setenta, el PIB de Rumanía creció a una tasa promedio anual de 9,9%, (1) favorecida por las inversiones estatales orientadas a alcanzar una industrialización sobredimensionada y a los créditos occidentales, así como a condiciones internacionales favorables derivadas del tratamiento especial que recibía debido a su política exterior independiente de la URSS. En consecuencia, creció notablemente la deuda externa del país, de 1,2 mil millones de dólares estadounidenses (USD) en 1971 a 13 mil millones en 1982.
Sin embargo, a fines de la década de los setenta empeoraron las condiciones económicas, debido al aumento de los precios de los combustibles y de las tasas de interés internacionales, lo que obligó al gobierno a solicitar una línea de crédito al Fondo Monetario Internacional. La posición financiera externa se había deteriorado mucho, especialmente debido al incremento del déficit en la balanza comercial y de la cuenta corriente de la balanza de pagos. De acuerdo a UNCTADStat (2022), el déficit en el comercio de bienes pasó de 558,4 millones de USD en 1977 a 1.551,7 millones en 1978 y a 2.064,5 millones en 1979.
Rumanía fue uno de los países socialistas más golpeados por la crisis de la deuda externa de 1981-1982, debido a que el gobierno se negó a renegociar los pagos del servicio de la misma ante sus acreedores, lo que produjo la cancelación de líneas de préstamos internacionales. Ceaușescu decidió adoptar un plan de austeridad económica para pagar la deuda en pocos años, mediante el incremento de las exportaciones —incluso de parte de la producción de alimentos usualmente destinada al consumo doméstico— y la reducción de las importaciones, de forma tal que el déficit comercial se transformara en superávit. En la práctica, ello significó el establecimiento de una situación de «cuasi-autarquía» económica, que afectó a la economía en general y al nivel de vida de la población en particular.
Las medidas de austeridad adoptadas durante los ochenta incluyeron el restablecimiento del racionamiento en la distribución de alimentos; supresión de la calefacción; cortes de energía eléctrica (de hecho, cuando había electricidad solo se permitía el uso de bombillas de 40w) y del suministro del gas natural. En marzo de 1989 se había pagado casi toda la deuda a costa de un inmenso sacrifico económico y social. A pesar de ello, no solo se mantuvieron los racionamientos de carne, huevos, leche, azúcar y otros alimentos, sino que se hicieron más estrictos. En el invierno de 1988, varios cientos de ancianos murieron debido a la hipotermia.
Del dirigente comunista independiente de Moscú y abierto a las relaciones con Occidente, Ceaușescu aparecía ahora como un dictador megalómano, despiadado y dispuesto a sacrificar a su pueblo para conservar el poder. Mientras tanto, la propaganda oficial seguía insistiendo en el «futuro promisorio del socialismo», tal y como quedó reflejado en los XIII y XIV Congresos del PCR, efectuados en 1984 y 1989.
Entre 1980 y 1989, el PIB creció solo un 1,7% promedio anual. Sin embargo, en 1987 apenas se incrementó un 0,8%; en 1988 se contrajo a -0,5% y en 1989 a -5,8%. Mientras tanto las autoridades, y muy especialmente la pareja Ceaușescu, que disfrutaban de lujos versallescos, daban muestras de ignorar las dificultades en la vida de la inmensa mayoría de los rumanos.
Las duras condiciones de vida de la población provocaron sucesivas protestas sociales. En septiembre de 1983 se produjo una huelga en siete minas de Maramures. En noviembre de 1984 ocurrió otra de los trabajadores industriales de Cluj-Napoca, así como en la fábrica de vidrio de Turda, en protesta por la reducción de salarios y de raciones de pan. En febrero de 1987 estallaron protestas de miles de trabajadores y estudiantes en la ciudad industrial de Iași y 150 obreros fueron expulsados de sus trabajos.
En noviembre de 1987, cerca de 20.000 trabajadores de la planta de Steagul Rosu, la fábrica de tractores y la hidromecánica declararon una huelga masiva en la ciudad industrial de Brasov, contra la reducción de salarios decretada por el gobierno y la propuesta de reducir 15.000 empleos. En este último caso, alrededor de trescientos participantes fueron procesados y condenados a penas entre seis meses y tres años.
Protestas en Timișoara contra Nicolae Ceaușescu.
La caída
En marzo de 1989, seis antiguos altos dirigentes del PCR —Gheorghe Apostol, Corneliu Mănescu, Alexandru Bârladeănu, Silviu Brucan, Constantin Pîrvulescu y Grigore Răceanu— publicaron una carta abierta en la que criticaban las políticas de Ceaușescu, así como su estilo autoritario y la ausencia de democracia partidista. Lo acusaban de traicionar al socialismo, no respetar los derechos humanos y conducir al país a un desastre. No exigían la democratización del país sino del Partido, así como el fin de las políticas represivas del régimen.
La carta fue divulgada por diversos medios occidentales, incluyendo Radio Europa Libre y la Voz de América. Todos fueron detenidos e interrogados por la Securitate, sin embargo, no se adoptaron medidas extremas contra ellos debido a que algunos mantenían vínculos con el Kremlin e incluso con la KGB y aunque Ceaușescu se había desmarcado abiertamente de las reformas de Gorbachov en la URSS, temía ser derrocado por un golpe de Estado.
El XIV Congreso del PCR, efectuado entre el 20 y el 24 de noviembre de 1989, aprobó el rumbo de la política de Nicolae Ceaușescu y lo ratificó como secretario general. Mientras, en otros países del bloque soviético comenzaba el derrumbe de sus respectivos regímenes. Con la retórica característica del socialismo burocrático, durante el congreso se convocó a modernizar la industria, especialmente la ligera y la alimentaria, y a elevar el rol del Parlamento en la conducción del país.
No obstante, la crisis económica, el deterioro del nivel de vida y la férrea represión habían ahondado la fractura del consenso político, ya evidente desde años atrás. Adicionalmente, se había desatado una campaña nacionalista contra la minoría húngara de Transilvania, debido al inicio de una corriente migratoria de estos hacia Hungría, que era el más avanzado en reformas económicas dentro del socialismo.
En diciembre de 1989 estallaron protestas en Timișoara que reclamaban la renuncia del dictador y el establecimiento de libertades cívicas, pero fueron reprimidas violentamente por la Securitate, la policía local e incluso fuerzas militares por órdenes directas de Nicolae y Elena Ceaușescu.
Para entonces, había caído el Muro de Berlín; debido a protestas populares en sus respectivos países habían renunciado Erich Honecker en Alemania Oriental, Todor Zhivkov en Bulgaria y Gustav Husak en Checoslovaquia; mientras que en Polonia Wojciech Jaruszelski gobernaba en cohabitación con un gabinete mayoritariamente de Solidaridad. En todos ellos, además de Hungría, se perfilaban elecciones libres para el año siguiente. Todo ello era conocido por la población rumana a través de las noticias difundidas por medios radiales occidentales.
La caída se produjo el 21 de diciembre, al día siguiente del regreso de Ceaușescu de una visita a Irán, para cuando estaba convocado un mitin de reafirmación del apoyo popular a su gestión. En principio fue una convocatoria típica de las escenificadas bajo el llamado «socialismo real», con banderas rojas y carteles de apoyo al PCR y al socialismo, inmensas fotos de Nicolae y Elena, y una primera fila de disciplinados apparatchiks aplaudiendo sin cesar. Pero solo ocho minutos después de comenzar el discurso del máximo dirigente, se escucharon protestas desde la parte trasera de la multitud que fueron creciendo ante la mirada atónita del dictador y de los dirigentes que ocupaban la tribuna.
Poco después, una marea humana rompió el cordón de seguridad que impedía el acceso al edificio del Partido desde cuyo balcón hablaba Ceaușescu. Lo demás es conocido: las fuerzas armadas le retiran el apoyo, enfrentamientos en las calles entre civiles y miembros de las fuerzas de seguridad, intento de fuga de la pareja gobernante en un helicóptero, posterior captura, juicio sumario y fusilamiento. Mientras tanto se derrumbaba el viejo orden y se instauraba un gobierno provisional de un «Frente de Salvación Nacional» encabezado por Ion Iliescu, antiguo dirigente comunista defenestrado por Ceaușescu e integrado por otros dirigentes provenientes de las filar del PCR.
En Rumanía confluyeron las peores características de la crisis del socialismo: la economía en profunda crisis sin solución dentro del modelo predominante; una dirigencia que hacía caso omiso a las realidades políticas y sociales; el desprestigio del Partido Comunista y sus dirigentes; las duras condiciones de vida de la población y la imposibilidad de que la propaganda y la movilización política pudieran ofrecer esperanzas respecto a un mejor futuro inmediato. Todo esto, unido a la violencia con que se reprimían las protestas sociales y la disidencia, resultó una mezcla explosiva que condujo al derrumbe de un régimen totalitario del socialismo burocrático con derramamiento de sangre.
***
(1) Cálculos del autor con base a UNCTAD (2022).
60 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario