Conocí a los editores del blog La Joven Cuba (LJC) mientras trabajaba en la Universidad de Matanzas. Desde el principio valoré altamente su perseverancia para mantenerse a costa de prohibiciones y desconfianza, ataques y etiquetas que ya se tornan cíclicos. A Harold Cárdenas en particular me une una entrañable amistad, de las que resisten al tiempo, la distancia y todo tipo de pruebas.
Me mantuve sin embargo como una lectora no muy sistemática del blog y rechacé con amabilidad sus solicitudes iniciales de colaboración. Reconozco sinceramente que me parecía un poco presuntuoso el convencimiento de aquellos muchachos en que el mundo de los medios digitales era la vía para proponer una transformación de la sociedad y la política cubanas que la prensa nacional no personificaba. Discrepé con Harold muchas veces y le advertía, casi sermoneando, que los medios que la gente consume masivamente son los que debían encabezar las transformaciones, que todos no pueden navegar por internet y que el tradicional periódico o los noticiarios televisivos tendrían que asumir una postura más crítica y activa, exigida incluso por la dirección del gobierno.
Casi nueve años han pasado. Yo también cumplí cada uno de ellos y he dejado atrás mi actitud de antaño. Actualmente estoy convencida de que por diversas vías se incrementa el número de cubanos que accede a internet: en sus lugares de trabajo, pagando las elevadas tarifas de conexión, mediante los paquetes semanales, viajando a otros países, o simplemente con la solidaria costumbre de reenviar a través de cuentas y redes de amigos los artículos y noticias que consideran significativos. Igualmente he renunciado a la esperanza de un cambio inmediato en nuestros medios de prensa, que parecen vivir en un aislamiento casi absoluto respecto a la realidad. Segura de que la patria necesita de las ideas de todos para encontrar su camino, constaté también que saludables costumbres como la polémica, la contrastación de ideas y el debate de opiniones, desconocidos en la sociedad y en los medios nacionales, son normales en la blogosfera.
No necesitaba más para decir “sí, acepto”, la próxima ocasión en que mi joven amigo me pidió un trabajo para su blog. Ahora me identifico con orgullo como una colaboradora habitual de LJC. Cada semana hago un ejercicio de catarsis cívica, y sin pretender imponer mis criterios a nadie —eso no funciona así en la red de redes—, pago a mi conciencia una cuota de responsabilidad.
Antonio Gramsci, un marxista italiano que durante años fue invisibilizado en Cuba por la manualística soviética, recomendaba: “es mejor elaborar la propia concepción del mundo de manera consciente y crítica y, por lo mismo, en vinculación con semejante trabajo intelectual, escoger la propia esfera de actividad, participar activamente en la elaboración de la historia del mundo, ser el guía de sí mismo y no aceptar del exterior, pasiva y supinamente, la huella que se imprime sobre la propia personalidad”.[1] Eso he tratado de hacer desde que descubrí que es el único modo de destruir la cárcel en que podemos llegar a encerrar al pensamiento, mis escritos para LJC son parte del proceso.
Que Harold estudie en la Universidad de Columbia no es ningún problema para mí. No debe ser un pecado instruirse en universidades capitalistas cuando los gobiernos socialistas de China y Vietnam envían a calificarse allí a muchos jóvenes, y cuando funcionarios de nuestro país permiten en ellas a sus hijos. Y no me inquieta pues en EE.UU. las universidades no tienen que concordar en todo con el gobierno.
Tanto es así, que durante la etapa inicial de expansión del imperialismo norteamericano en las primeras décadas del pasado siglo, desde la Cátedra de Antropología de la Universidad de Columbia que desempeñó por más de cuarenta años, Franz Boas, padre del Particularismo Histórico, desafiaba al etnocentrismo y al racismo, daba la espalda al imperialismo cultural y defendía la tesis de que todas las culturas eran iguales en valor. Con su apoyo y el de su universidad fueron abiertas facultades de Antropología en casi todos los países latinoamericanos. Si la influencia de los gobiernos sobre las universidades fuera determinante es muy probable que Noam Chomsky hubiera sido despedido del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
La evidencia más palpable de una crisis teórica es la incapacidad para dialogar con opiniones diferentes, ni siquiera el escolasticismo fue tan lejos. Por ello es muy común que desde el poder se intente desacreditar a las personas que no aceptan, pasiva y supinamente, un solo punto de vista. Es muy fácil desviar la atención afirmando que en Cuba la centralidad de la batalla es entre la lógica del capital y la lógica socialista, cuando se supone que esa contienda debería estar ganada después de más de medio siglo, y si no lo está muchas generaciones nos hemos sacrificado en vano.
La esencia de la batalla, y lo que más molesta, es que muchos representantes de la intelectualidad estamos convencidos del abismo existente entre una ideología política que se declara marxista y la inexistencia de un método dialéctico materialista en el análisis y solución de los problemas. La crisis radica en el divorcio entre la teoría y la práctica, entre el discurso y la realidad. Sí, la testaruda realidad pasa la cuenta a los que confiaron en que un cambio de personas sin cambiar los métodos, las estructuras y las leyes podía encauzarnos por un camino de transformaciones verdaderas, no es mi caso, sí el de Harold.
Una de las críticas que se han hecho a las Ciencias Sociales en los países del socialismo real, fue el anquilosamiento y empobrecimiento teórico que sufrieron por la imposibilidad de contrastar con un pensamiento, no ya de derecha o divergente, sino apenas crítico, en su propio terreno. El carecer internamente de una contrapartida nativa que favoreciera la polémica y que nutriera al propio pensamiento de izquierda con espacios en que pudiera desarrollar una cultura del debate en su enfrentamiento teórico y de principios, el encerrarse en nichos asépticos e intentar adaptar la realidad a un discurso preconcebido en lugar de partir de la realidad para comprenderla y lograr, entonces, transformarla, significó un costoso saldo. Aprendamos de aquellos fracasos.
No podemos dejar a los periodistas la tarea titánica de salvar la nación, ella es patrimonio común de todos los cubanos. No queremos que nuestras agencias de noticias sean entregadas a los brazos del mercado y sus periodistas a la calle. Necesitamos con urgencia que las agencias de noticias reflejen los verdaderos problemas y necesidades de la sociedad cubana y que los periodistas sean protegidos por las leyes de la nación para que puedan cumplir sus funciones.
Es cierto que nunca fue tan retador y desafiante el panorama mediático, pero más cierto es que ese panorama no va a cambiar. Las reglas del juego son diferentes a las de décadas anteriores, y los cubanos ya descubrieron, antes de que lo hiciera el congreso de la UPEC, que el acceso a la información, la comunicación y el conocimiento es un derecho ciudadano, y como bien público va a ser defendido, porque la voz de la nación es de todos.
[1]Antonio Gramsci: “Todos somos filósofos”, en Cuadernos de la cárcel.
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