El siguiente análisis debió comenzar con cifras sobre el porciento de personas que recibe remesas en Cuba desde algún país. Teniendo en cuenta que tales números no existen —o no resultan publicables por institución alguna— asumiré las cifras que el destacado profesor William LeoGrande, experto en América Latina, plantea en el sitio Responsible StateCraft con fecha 21 de julio del 2021: «Cincuenta y seis (56) % de las familias cubanas recibían remesas antes de las sanciones de Trump». El autor tampoco especifica su fuente.
Sea o no exacta esa cifra, es claro que actualmente existe un porcentaje alto de la población que, al carecer de remesas, va quedando en total indefensión ante la decisión de empoderar en la economía a una moneda extranjera e, incluso, impalpable.
La intención del presente análisis ni siquiera es advertir la vulnerabilidad en que se encuentra ese porciento elevado de personas, sino mostrar la cadena de reacciones que de ahí surge; es decir, el incremento de los eslabones de indefensión que se manifiestan a partir de la carencia inicial, lo que se traduce en el menoscabo de la justicia social, o pérdida del camino correcto en un sistema que se dice socialista. Para ello dividiré a la población en dos grupos:
Los divisa-carentes
Determinar las consecuencias de tal escenario para ese sector no resulta difícil ni innovador. Mucho se ha hablado sobre el tema, y aunque el Estado acepta que la situación no es justa ni de su agrado, tampoco el discurso se mueve en dirección opuesta.
Por un lado, estos «desprotegidos» son quienes debieron beneficiarse más con la «Tarea Ordenamiento», ya que la intención declarada era el aumento de su poder adquisitivo con el fin de promover el empleo en la esfera empresarial o estatal, cuestión de vital importancia para sortear la crisis. Sin embargo, ante la inflación creciente, su poder de compra se redujo, una vez más, a un mínimo de prioridades, por lo que para ellos volvió a quedar trunco el sueño de ahorros, esperanzas y proyectos de vida.
«Este es el grupo que, al no poder costear esos precios, debe hacer largas colas con la consecuente pérdida de tiempo en sus vidas y/o contribuciones laborales». (Foto: AFP)
Según la hipótesis de partida del Reordenamiento, un salario mínimo de 2500 pesos equivaldría a unos 100 USD, al cambio de uno por veinticinco. En las condiciones actuales —luego de un enorme desembolso en materia salarial— ese mismo monto, lejos de mejorar la salud social, equivale a unos 40 USD. Y todo en un contexto económico que ha visto dispararse los precios al antojo del mercado.
Por tanto, el incentivo de retornar a la empresa estatal volvió a quedar ensombrecido, pues esos mismos 40 USD eran el valor del salario anterior en medio de una economía más dócil. El propio jefe de la Comisión de Implementación, Marino Murillo, calculó en unos 1500 pesos la canasta de productos básicos y pagos, y estimó por tanto que el salario disponible para acceder a los mercados oscilaría entre 1000 y 3000 pesos. En estos momentos la libra de carne de cerdo se encuentra a ciento quince pesos, una botella de aceite a doscientos y a doscientos cincuenta un cartón de huevos en el mercado informal.
Este es el grupo que, al no poder costear esos precios, debe hacer largas colas con la consecuente pérdida de tiempo en sus vidas y/o contribuciones laborales. Además, son personas estresadas, desencantadas, que sufren a diario fuertes experiencias de violencia física o verbal y dificultades, lo cual va acumulando tensiones. Con solo visitar los alrededores de la reducida cadena de tiendas en moneda nacional, podemos comprobar esta situación.
Los proyectos de este grupo pasan por mantener un empleo mínimo, mayoritariamente estatal, que les garantice un nivel fijo de entradas y tiempo para gestionar su subsistencia. O sencillamente viven de la reventa de lo que puedan agenciarse. Imagínese lo que significa tener un trabajo de ocho horas y a su vez hacer colas en horario laboral para comprar víveres. Entre sus aspiraciones también podemos señalar la emigración de alguno de sus miembros (en edad laboral o intelectual) de forma que puedan garantizar futuras remesas al resto.
Los divisa-tenientes
Es en este grupo en el que quiero enfatizar. Sus integrantes viven hoy con un menor nivel de estrés —aunque lo siguen teniendo— pues cuentan con ciertas garantías que no tiene el grupo anterior.
En primer lugar, pueden decidir no trabajar para el estado, o no contribuir con el desarrollo social en las áreas de mayor urgencia hoy. Cuentan con ciertos fondos para montar un negocio particular o familiar que los involucre y salve a todos. Tener tal negocio hoy en Cuba con fondos estables, especialmente en esferas de la gastronomía, crea un alto nivel de ganancias debido a lo precario del mercado de alimentos. Cuando el país retorne a la normalidad social (con turismo incluido), se incrementará mucho más ese horizonte de ganancias tras la llegada de visitantes de alto nivel adquisitivo. Entonces aumentará la diferencia entre un grupo y otro.
Lejos estoy de enjuiciar críticamente a este segmento de la población. El emprendimiento es de los cambios más positivos y esperados que hemos tenido en los últimos años. Ser capaces de generar ganancias propias ha sido un fuerte reclamo de la sociedad y un alivio para muchas familias. Esto tiene, entre otras ventajas, la creación de empleos, la diversidad de la oferta, la descentralización de las opciones, etc. Pero cuando ese nivel de ganancias se dispara y se distancia de la media nacional, el poder de compra de los divisa-carentes disminuye aceleradamente, como en una reacción en cadena.
«(…) como dueño de un restaurante o cafetería, puedo comprar cualquier cantidad de carne de cerdo a ciento quince pesos la libra, ya que mis productos y platos serán adquiridos. En consecuencia, el precio no va a bajar» (Foto: demosnoticia)
Veamos un ejemplo sencillo. Yo, como dueño de un restaurante o cafetería, puedo comprar cualquier cantidad de carne de cerdo a ciento quince pesos la libra, ya que mis productos y platos serán adquiridos. En consecuencia, el precio no va a bajar; y lo que es peor, usted, como divisa-carente, no va a encontrar carne de cerdo fresca porque los divisa-tenientes la obtienen al por mayor en las condiciones actuales.
Por otro lado, el productor no tiene preocupaciones pues siempre tendrá asegurado a ese comprador. Como resultado los precios no bajan, situación que presenciamos a diario en nuestras placitas y mercados. Además, al ser los productos adquiridos directamente por los grandes consumidores, ni siquiera llegan a los lugares de venta por la sencilla razón de que los divisa-tenientes cuentan con fondos «externos» para comprarlos de primera mano.
¿Crítica al cuentapropismo? No. La objeción es a la imposibilidad de que quienes no tienen esa moneda logren competir, «con la moneda propia», con los que poseen la ventaja de un motor impulsor «no hecho en Cuba», prerrogativa creada tras la apertura de cadenas de tiendas en MLC y el cierre —o desabastecimiento— de la inmensa mayoría de tiendas en moneda nacional.
La triste realidad es que no estamos hablando de una competencia para adquirir ropa o efectos electrodomésticos, sino del camino a productos alimenticios vitales a los que no pueden acceder los divisa-carentes que no cuentan con MLC, cuyas opciones se reducen a las colas o al excedente de mercancías. Ergo: tensión, agresividad, pérdida de tiempo, desespero, pésimas dietas, etc.
En otras épocas en que igualmente existían remesas, este grupo tenía la posibilidad de acudir al banco y comprar las divisas necesarias, opción que no tienen hoy. De ese modo continúa extendiéndose la cadena de insatisfacciones y con ella la aparición de una gran injusticia social que ha sido tildada, paradójicamente, como necesaria.
Siguiendo el razonamiento anterior, los divisa-tenientes pueden igualmente adquirir boletos hacia destinos de compras y revender luego sus lotes a los precios que dicte un mercado en total desplome ante la ausencia generalizada de ofertas estatales, o ante las ventas de estos artículos en moneda libremente convertible.
De esta forma, la grieta social ya vigente puede tornarse insondable ante la aparición de una clase de divisa-tenientes en una realidad económica donde muchos no cuentan con esa moneda, y en la que se posterga indefinidamente la promesa de justicia colectiva.
Llegados acá, sería pertinente recordar la intervención del anterior Primer Secretario del Comité Central y general de Ejército Raúl Castro, cuando en el Informe Central al 8vo Congreso afirmara: «No resulta ocioso reiterar que las decisiones en la economía en ningún caso pueden generar una ruptura con los ideales de justicia e igualdad de la Revolución».
«No resulta ocioso reiterar que las decisiones en la economía en ningún caso pueden generar una ruptura con los ideales de justicia e igualdad de la Revolución». (Foto: Juvenal Balán/ Granma)
La solución a estos problemas se extiende en el tiempo y no se vislumbra una salida en el país, ni en la contribución, ni en el sacrificio, ni en el ingenio domésticos; la solución aflora en la emigración —para quienes puedan—, ante la falta de indicios en el discurso oficial que apunten al fin de los mencionados establecimientos. Los que sí proliferan son testimonios de empresas estatales que están apostando a la divisa con sus producciones nacionales, porque también necesitan adquirir materias primas e insumos de importación.
Si a esto le sumamos que los productores nacionales de alimentos igualmente requieren de divisas, resulta comprensible que comiencen a ubicar parte de sus producciones allende a los mares, tras lo cual la posible recuperación del sector se tornará más lenta. De nuevo viene a la mente otra frase de Raúl cuando en esa misma alocución dijera: «Es necesario lograr que las demandas insatisfechas de nuestra población constituyan un incentivo para los productores nacionales (…)».
Si la demora del cierre de estos establecimientos preocupa, es porque de continuar su implementación se solidificará una sociedad tan impalpable e injusta como la misma MLC. ¿Y quién querría transitar por una nueva comisión que, tras otros diez años, presente un nuevo plan? Mientras tanto, el reloj sigue contando y la historia demuestra con creces que la desesperanza no es la mejor de las consejeras.
25 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario