En su teoría sobre el establecimiento de los Estados totalitarios, Hannah Arendt demostró el importante papel que corresponde al pensamiento irracionalista fantasioso y los fenómenos del subconsciente en el funcionamiento de la ideología totalitaria y sus manifestaciones estaduales de entonces: CCCP estalinista y III Reich hitleriano.
Para la Arendt, el totalitarismo se sustenta en la ficción ideológica según la cual todos los hechos que no estuviesen conformes, o no coincidieran con la ficción oficial, serían tratados como carentes de existencia. Por el contrario, los que se escogieran para fundamentarla se transformarían en mitos y leyendas, objetos de fe cada vez más distantes de los acontecimientos reales y el razonamiento libre.
Esta intelectual descubrió la sorprendente semejanza entre los movimientos totalitarios y las sociedades secretas en lo tocante al papel del ritual, al que considera: «el resultado natural de la ficción conspiradora del totalitarismo, cuyas organizaciones supuestamente han sido constituidas para contrarrestar las acciones de las sociedades secretas enemigas».
En el sui generis Estado totalitario cubano se vive una creciente oleada de irracionalismo en el discurso oficial, que apela cada vez más, ya no solo a mitos, leyendas y rituales de épocas pasadas, sino también al conjuro de fuerzas fantásticas para demostrar lo indemostrable: las ventajas del modelo y su prometida longevidad de 62 000 milenios.
Mitos y leyendas
En Cuba permanece uno de los mitos favoritos de los regímenes totalitarios: el de la plaza sitiada a punto de caer en manos del enemigo al menor descuido o desliz de los defensores. El sustrato idóneo para su persistencia es la política errada de los Estados Unidos, que ha usado factores coercitivos como: amenaza de agresión militar, apoyo al uso del terrorismo por organizaciones antigubernamentales y bloqueo económico permanente para doblegar al país.
Para el grupo hegemónico del Gobierno/Partido/Estado, este ha sido el principal pretexto para justificar su poder omnímodo y liquidar cualquier forma de disidencia, facciones o críticas internas. Incluso, ha posibilitado que las autoridades no solo exijan al pueblo obediencia y abnegación, sino también rituales de lealtad y gratitud por sus supuestos sacrificios en pos de conservar a flote el barco de la Revolución en medio de tantos ataques y planes sediciosos de los imperialistas y sus agentes internos.
Derivado del anterior, surge y se fomenta el mito de la unidad totalitaria, que actúa sobre la base real de la necesaria unidad nacional y la no menos importante unidad revolucionaria, pero las trasciende con creces. La unidad totalitaria absolutiza, manipula y corrompe la unidad revolucionaria cuando el sector conspirador de un partido se emancipa de su control interno y alcanza la jefatura.
El tercer componente de esta tríada es la leyenda del jefe infalible y sobrehumano. Según Arendt, los métodos de Stalin para establecerse como líder supremo totalitario fueron los típicos de un hombre que procedía del sector conspirador del partido: devoción por los pormenores, énfasis en el aspecto personal de la política, estilo implacable en el empleo y liquidación de camaradas y compañeros de viaje que se tornaran amenazadores para su liderazgo por cualquier motivo.
Con variantes propias del contexto diferente y las peculiaridades de los dirigentes históricos de la Revolución Cubana, también acá se manifestaron rasgos similares. En la práctica interna del partido, la leyenda del líder omnisciente y todopoderoso garantizó la liquidación de las facciones y la democracia, con el solo argumento de discrepar de la palabra del jefe. Su complemento final fue la admisión en la organización de militantes desinformadas ideopolíticamente y leales solo al jefe supremo.
Históricamente, este proceso ocurrió de manera natural y acelerada durante el proceso de unificación de las fuerzas revolucionarias (1956-1961), cuando la lealtad al liderazgo de Fidel fue opacando las dudas y discrepancias de muchos, primero con la dictadura militar, y luego con la ideología y la práctica del comunismo.
Bajo el lema: «Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista», entraron al nuevo partido no solo luchadores antibatistianos y comunistas del PSP, sino una gran cantidad de advenedizos que corrieron a alistarse en las filas de la Revolución y jurar lealtad al nuevo status quo en aras de hacer carrera como nuevos revolucionarios marxista-leninistas.
(Foto: Juvenal Balán / Granma)
Rituales
Los rituales existen en todas las instituciones sociales, pero adquieren un lugar primordial en las organizaciones totalitarias. En esos casos, la fastuosidad y sistematicidad del ritual estatizado viene a sustituir en la psicología social el lugar vacío que dejan los derechos humanos conculcados y la participación libre y espontánea en la vida política y social, constreñida ahora a los marcos de instituciones gubernamentales. Estos ritos se aprenden desde la niñez en la familia y la escuela, y acompañarán al habitante de la Isla hasta sus últimos días en ella.
Algunas de las formas monótonas y repetitivas que adoptan los rituales político-ideológicos son: desfiles, manifestaciones de apoyo al Gobierno/Partido/Estado y repulsa a los enemigos externos e internos, actos de repudio a disidentes, reuniones, asambleas, actos de imposición de condecoraciones y entrega de reconocimientos, intervenciones en los medios oficiales, mesas redondas y paneles —siempre con la participación de ponentes que piensan casi igual y dicen solo lo que no se salga de la zona de confort del grupo de poder hegemónico.
En el plano íntimo (familiar o amistoso), se manifiesta también el ritual de la catarsis, caracterizado por los diálogos en voz baja donde se hace tábula rasa de las políticas del Gobierno/Partido/Estado, la actuación de dirigentes y las actitudes de compañeros de trabajo, amigos y conocidos. Incluye, como elemento de base, saber seleccionar con precisión el momento y lugar donde se va a ejecutar y, sobre todo, los testigos que van a estar presentes. Es peligroso ejecutarlo en presencia de dogmáticos u oportunistas que puedan molestarse o, peor aún, denunciar al quejoso ante las autoridades.
También en el plano social abundan los rituales totalitarios. El más extendido es el triste ritual de la subsistencia, que tanto amarga las vidas de cubanos y cubanas de los sectores populares, imposibilitados de satisfacer sus necesidades con holgura. Las colas permanentes para cualquier producto o servicio que se necesita constituyen su forma más extendida; pero abarca también la resolvedera —imprescindible cuando las colas no son suficientes— y el amiguismo, que se liga con el anterior pero lo trasciende en ocasiones.
En el último trienio, el ritual de la subsistencia fue puesto en práctica como nunca antes. Mientras se construían cada vez más hoteles por GAESA; la industria, agricultura, ciencia-tecnología, educación y salud, agonizaban por falta de inversiones; las medidas de recrudecimiento del bloqueo de Trump y la pandemia de la covid-19 azotaron con fuerza, una decisión interna: la Tarea Ordenamiento, hizo desplomarse los niveles de consumo y calidad de vida de la población y provocó la estampida actual hacia cualquier lugar allende los mares.
Conjuros
Hasta un lustro atrás aproximadamente, las políticas del Gobierno/Partido/Estado se fundamentaban en la relación objetivos-recursos-resultados esperados, aunque siempre el tercer rubro fuera el favorito de la optimista propaganda política y su control por la población se tornara casi imposible. Pero todo cambió al fallar el factor recursos, aquejado por la disminución de inversiones y el deterioro de las infraestructuras, carentes del necesario mantenimiento.
La ruptura de la cadena inversionista gubernamental le ha dejado al discurso oficial la apelación a conjuros como única vía de prometer resultados. El más abarcador de ellos, que engloba a todos los demás, es la llamada resistencia creativa.
El mantra de la resistencia creativa, sin que se asignen medios imprescindibles para desplegarla, se intenta materializar mediante conjuros más específicos, pero no menos vagos y fantasiosos, por ejemplo: «Si el hombre sirve, la tierra sirve» —expresión martiana que hacía referencia al trabajo libre de los campesinos, no al trabajo forzado dirigido por el Estado—; «Hay que producir más para tener más», «Es preciso disminuir las importaciones alimenticias cosechando más alimentos», y otros por el estilo.
En realidad, este tipo de exhortaciones generales convertidas en lineamientos, medidas y consignas de turno, han existido siempre, solo que ahora no tratan únicamente de elevar el entusiasmo y la entrega a las tareas, sino que se constituyen en la tarea misma. Sus portavoces no son ya exclusivamente figuras de las organizaciones políticas y de masas, sino también el presidente, vicepresidentes, ministros, directores de empresas y demás ejecutivos de la administración, que no están para entusiasmar y sí para asignar recursos a los productores directos y velar por su uso eficaz.
(Tómate de @CubaMicons)
Difícilmente pueda detenerse la caída de la economía mientras la reposición del capital fijo y circulante, el mantenimiento y la inversión, sean sustituidos por invocaciones a la fe y esperanza de la ciudadanía y a la caridad de gobiernos amigos. Únicamente la correspondencia más efectiva entre los intereses nacionales, colectivos e individuales de los cubanos y cubanas, y la gestión más acertada de los fondos públicos, en particular los de inversión, pondrá a la economía en los cauces del crecimiento y el progreso.
Realidades y no fantasías, recursos y no lineamientos, libertades y no orientaciones, competencia y no monopolios; es lo que precisan los emprendedores cubanos para desplegar sus potencialidades reales con interés y dedicación.
En vez de andar recibiendo visitas de jefes que van al surco y al taller en lugar de ir a los mercados finales, sería mejor otorgar a los productores —estatales, cooperativos y privados— mayor autonomía en su gestión y librarlos de rituales y conjuros irracionales hasta el ridículo. Así, pronto se vería que la oferta de bienes y servicios crecerá a partir de las demandas del mercado, no de estrategias, campañas y lineamientos confeccionados por la voluntad de un pequeño grupo —los que saben— en sus locales refrigerados.
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