—Ay, doctor, aquí le traigo a mi marido a ver si averigua lo que tiene. No hace más que mirar a un punto fijo que se pierde en los confines del horizonte, dice él que en el futuro.
—Es un padecimiento común. Comienzan por creerse lo del futuro luminoso. Luego llegan los apagones, el desencanto, la desesperanza.
—Mucho antes de cumplir los sesenta, comenzó a ver la Mesa Redonda, más tarde le entró a los noticieros, y terminó por leerse todos los diarios de circulación nacional. La circulación como que empezó a tupírsele.
—Esperó demasiado para traerlo. Los anales de la medicina no reportan caso semejante. ¿Desde cuándo está así?
—Hace unos días prendió la televisión…
—Si la cosa viene de jornadas atrás, no es difícil entenderlo. Yo mismo caí en un profundo estado de meditación cuando vi que el presidente se iba a una gira de once días por cuatro países. Nunca soñé que fuera a extrañarlo. De pensar que en su ausencia lo sustituiría el vice, y que este dejaría descabezado el país para viajar a Artemisa…
—Pobre presidente cuando se entere. Bastante tiene con la preocupación de que su esposa, con ese velo verde que le cubre la cabeza, se ha convertido al islamismo de tendencia ecológica.
—Turbados deben estar los habitantes del Magreb. En los acuerdos conjuntos firmados con el presidente Abdelmadjid se habla de que Cuba apoyará a Argelia en la próxima zafra.
—Dígalo bajito, doctor. Si mi marido oye eso, capaz de que le baje el azúcar.
—¿Él leyó u oyó algo que haya desencadenado ese estado, digamos, vegetativo?
—Vegetativo de qué, si oyó que, tras veinticinco años de ser «pionera en la apuesta por la agricultura ecológica», «la mayor de las Antillas es referente en este campo», y que por ello ganamos el honor de organizar un congreso internacional de agroecología… Horas antes había comprado un mazo de lechuga en cien pesos.
—La agroecología se fundamenta en la agricultura tradicional y la tracción con bueyes. Y a falta de abonos químicos, adquiere valor la mierda.
—Sobre todo la que se habla.
—A pasos acelerados vamos de regreso al conuco. Tomará importancia saber si nuestros genes provienen de los guanajatabeyes o de los ciguayos. Y con el precio al que han subido los rones, nos veremos impelidos a fermentar yuca y tomar cusubí. Puedo darle la receta.
—Mire cómo se babea cuando oye hablar de soberanía alimentaria… Le di un artículo de Fernando Buen Abad para que me tradujera qué quiso decir ese con «ambigüedad salivosa», «campos semánticos», «nichos de obsecuencia» y «vahos de intransigencia individualista». El remedio fue peor que la enfermedad. Comenzó a convulsionar cuando leyó, a propósito de nuestros enemigos, que «eso que les queda como agenda político-económica será dirimido a tirones de egolatrías lenguaraces domesticadas para fabricar eufemismos que camuflan, de mil maneras, el odio de clase burgués».
—Ambigüedad salivosa, sí. Cualquier glándula muta hacia un coma lacrimoso.
—¿Cree que haya algún remedio, doctor?
—¿Para su marido?
—No, para Cuba.
—Paciencia, mujer. «Muchas de las transformaciones que nuestro país realiza como parte de la actualización de su modelo económico y social son precisamente para ir recuperando de modo progresivo esa relación lógica tan dañada que debe existir entre el trabajo, su valor real y remuneración, el aporte individual y colectivo, y la magnitud y certeza de poder alcanzar nuestros sueños, sean materiales o no». Lo ha dicho Trabajadores.
—Cosa linda.
—Queda poco además para que el primer secretario regrese de su gira. La situación del pan de la libreta presupone algún acuerdo con Rusia para que compense la harina que perdemos con Ucrania. Es de esperar que el curso de la Ñico López sobre el legado transformador de Xi Jinping se lo adelanten a Canel, este vuelva de China con alguna que otra idea, aproveche las veinte horas de vuelo en pensar como país, mire por la ventanilla y ponga la cara que ahora mismo tiene…
—¿El país?
—Su marido. De nada vale que le llene un método con antidepresivos cuya ausencia lo deprima. Convendría lo alegrara con una buena noticia, como la entrada triunfal de una nueva central flotante para la generación eléctrica.
—Ay, doctor. Capaz de que me diga que nos están metiendo otra turca.
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