Muchos conocen aquella afición de los griegos de buscarle un principio al mundo. Apareció Tales diciendo que era el agua, Heráclito que el fuego, Anaxímenes con el aire. Incluso Empédocles, quien dijo que eran 4 elementos. Así continuaron muchos filósofos que intentaban atribuirle una sustancia al mundo. No hacían más que buscar una especie de ente que le antecediera y lo explicara. Sin embargo llegó Parménides, quien hizo de eso que todos buscaban, un principio metafísico.
Desde entonces fue una costumbre inventar sustancias raras e inmensamente abstractas como la mónada de Leibniz o el éter. No pudo escapar al pensar el hecho de tener algo, un elemento superior y trascendental, indivisible, incuestionable y que no había que demostrar. Después de todo, era muy cómoda una verdad desde la cual se puede explicar el mundo.
Se han desarrollado sobre la base de esto muchos pensares metafísicos, que lejos de dar una explicación, establecen principios puros e inexplicables. Tales principios, hoy se manifiestan de muchas formas. Una de ellas, es en la cual se establece una regla de funcionamiento o del sentido de existencia de algo, sin más explicación o demostración, que llegan a convertirse incluso en “verdades universales” para el pensamiento que deben ser aceptadas.
Las izquierdas no han escapado de esto, y en ocasiones han combatido la fuerza dominante del capital y la explotación, con principios metafísicos que toman forma de consignas. Surge entonces “lo irreversible del socialismo”, “lo invencible” o “lo inmortal” de algo. Cosas que son así, pero no se sabe por qué. Esto se hizo extendido y reforzado por la tradición positivista burguesa que aún domina las mentes, y otra, por ese marxismo -positivista también- que se manualizó y que hizo muchos principios metafísicos.
Uno de ellos, y es de los que más daño nos causó y causa aún, es el asociado con el papel del partido en una sociedad. Según la definición, este es una “fuerza superior de la sociedad” que la guiará hacia el socialismo. Es decir, el partido es un ente con un contenido inherente, puro, y debe “ser guía”. Esto es, dicho así, un puro principio metafísico. Debemos asumirlo, saber y creerlo eterno sin más. Como si su nombre ya le atribuyera todo ese carácter de “salvador”. No importa la sociedad, el contexto, época, características de sus filas; su máxima dirección está conformada por buenos revolucionarios que nos guiarán por el buen camino y debemos creerlo.
Semejante condición ilimitada del poder del partido, ya provocó muchos estragos en la historia del socialismo real
Por su parte, la dialéctica, correlato vencedor de la metafísica plantea que nada es porque sí, sino que depende de un contexto, y sobre la base de entender este, se sabe el comportamiento y las fuerzas que describen el movimiento de algo.
Por lo que si se desea hacer cumplir la intención que se tiene con el partido, lo más propicio sería crear las condiciones para que esto ocurra. Entre ellas, puede ser armar los mecanismos para que sus filas las integren los más capaces para ejercer ese liderazgo. Por otro lado, ante su tan ilimitado poder, podría crearse una dinámica con respaldo constitucional que garantice detener cualquier exceso del uso de sus capacidades o que alguno de sus cuadros pueda sobrepasarse.
Tal vez así, el partido cumpla su misión histórica, porque se creen condiciones para ello, y no por un principio metafísico.
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