A solo tres semanas del anuncio de que el gobierno cubano iniciaría la compra de divisas a un tipo de cambio «paralelo» al oficial, comenzará la venta de las mismas a través del sistema de CADECA (casas de cambio también oficiales). Se sigue apostando a la gradualidad excesiva sin tener en cuenta que el tiempo es una variable crítica y no hay más que perder ni experimentos que realizar.
Las limitaciones impuestas a este proceso indican que se tratará de la implementación de un mercado cambiario a cuentagotas. Solo se venderán divisas a personas naturales, en magnitudes diarias que no superen las que se adquirieren. Existirá un tope de 100 dólares estadounidenses (USD) o su equivalente para el caso de otras monedas aceptadas (euros, libras esterlinas, dólares canadienses, francos suizos y pesos mexicanos) por persona.
Asimismo, solo se han autorizado a treinta y siete CADECA en todo el territorio nacional, concentradas en las ciudades más importantes y en algunas cabeceras municipales. Mientras tanto, en el aeropuerto solo se comprarían divisas a los viajeros y no se venderían (lo cual carece de lógica si se piensa que a los turistas podrían sobrarles cierta cantidad de pesos cubanos, pero la tiene si la consideración predominante es la recaudación).
Así las cosas, este mercado solo podría tener sentido para quienes demandan pequeñas cantidades de divisas que puedan convertir en depósitos en moneda libremente convertible (MLC) para adquirir bienes en las tiendas dispuestas para ello (excepto los USD que no podrían depositarse a esos efectos). Quienes necesitan adquirir cantidades sustanciales para viajar al exterior o emigrar necesitarán acudir al mercado informal, por lo que éste seguirá gozando de buena salud.
Llama la atención que el ministro de Economía y Planificación Alejandro Gil reconozca que «el tipo de cambio es un precio muy importante en la economía» e insista en que «no se trata de decisiones voluntaristas» cuando en la realidad se persiste en ellas y en el desconocimiento de las realidades económicas que resultan de leyes objetivas.
El titular de la cartera comentó en la Mesa Redonda que la cubana «no es una economía de mercado». Y precisamente ese es uno de sus grandes problemas porque se persiste en una economía centralmente administrada que ha probado su ineficacia como modelo de desarrollo. Lo que requiere la economía es construir mercados transparentes, regulados pero no controlados por el Estado.
El gobierno cubano parece tener clara la apuesta de no ceder el control bajo ninguna circunstancia y por eso es incapaz de realizar las reformas profundas que necesita la economía y que deberían apuntar a la libertad de emprendimiento, al fomento de la producción sin limitaciones de tipos de propiedad; y al funcionamiento adecuado de los mercados de bienes y servicios, trabajo, capitales, inmobiliario, y cambiario, entre otros.
Mientras no se realicen transformaciones estructurales de calado, la economía cubana no estará en condiciones de retomar una senda de crecimiento sostenido. Con sus decisiones erróneas en política económica y su escasa voluntad política para producir cambios fundamentales, las autoridades están siendo responsables del fracaso económico del país y ello tiene serias implicaciones políticas.
En materia cambiaria, la medida más adecuada es establecer un tipo de cambio único a partir de la oferta y demanda de divisas que generen todos los actores en la economía doméstica. Esto significa que en un único mercado concurran los exportadores e importadores de bienes y servicios, turistas, viajeros al exterior, inversionistas, prestamistas y prestatarios de créditos foráneos, etc.
Esto no quiere decir que no existan diferencias entre los tipos de compra y de venta tal y como ocurre en todos los países. Por supuesto que deben existir, porque en esas diferencias reside la utilidad de la actividad cambiaria, como en las diferencias entre la tasa de interés de captación y de colocación reside una de las fuentes principales de las utilidades que reciben los bancos.
Como he expresado en otros textos, la persistencia de los tipos de cambio múltiples, diferenciados entre uno «oficial» y otro «de mercado», crea distorsiones en los precios relativos de la economía doméstica respecto a la internacional y, en consecuencia, reproduce los mismos problemas —a una escala diferente— que existían en los años noventa cuando se implantó la dolarización parcial y se segmentaron los mercados.
Esas distorsiones emiten falsas señales respecto a la competitividad internacional de la producción doméstica. Por otra parte, el ministro Gil insistía en que «una cosa es el mercado cambiario y otra diferente es la actividad de exportaciones e importaciones» que funcionan con la tasa de 1 USD por 24 CUP. Precisamente eso es un problema porque esa desconexión es nociva para la economía.
En los mercados cambiarios de la mayor parte del mundo que usan regímenes flexibles, el banco central no es el que determina el tipo de cambio, sino que ejerce un papel regulador para evitar oscilaciones exageradas de estos por razones especulativas. En ocasiones puede influir indirectamente en el comportamiento de los mismos, comprando o vendiendo divisas extrajeras según sea el caso. Las medidas recientemente adoptadas demuestran que el Banco Central de Cuba carece del músculo para establecer un mercado cambiario en propiedad y para influir sobre él.
Una vez más se crearán condiciones favorables para que florezca la corrupción. ¿Cómo se podrá evitar que funcionarios de algunas casas de cambio retengan ciertas cantidades de divisas para favorecer a familiares o amigos o a cambio de algún tipo de comisión? ¿Cómo podrá evitarse que algunos logren comprar USD a 123,60 CUP y luego los vendan a 135 o 140 en el mercado informal?
Si el banco central estuviera en capacidad de vender a 123,60 en cantidades significativas, el mercado informal tendría que bajar irremediablemente sus precios y de hecho desaparecería, si un mercado formal transparente —no necesariamente estatal— estuviera en condiciones de canalizar las ofertas y demandas de divisas incluyendo a todos los actores de la economía nacional.
Mientras se sigan adoptando medidas de urgencia, parciales y desconectadas entre sí, priorizando las apetencias centralizadoras y controladoras, en lugar de un programa de reformas estructurales, integral y sistémico, no se lograrán superar los actuales obstáculos internos que impiden el desarrollo económico de Cuba y el mejoramiento del bienestar de la sociedad. En consecuencia, la profundización de la crisis económica ahondará la crisis política, de la que ya existen evidencias más que visibles.
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