Desde hace ya varios años, el General de Ejército Raúl Castro lanzó una consigna sobre la necesidad de cambiar la mentalidad. El tiempo pasó, y la mentalidad tomó los caminos que ella quiso; la consigna, por otra parte, ya no se oye tanto. Un grupo de expertos en economía, así como personas no tan expertas, llevan tiempo planteando la necesidad urgente de que haya un cambio en la mentalidad económica. Están impacientes con la falta de prisa. Sin embargo, se brinda menos atención a los problemas de la mentalidad política e ideológica en el proceso de actualización del socialismo cubano.
El pensamiento de izquierda en Cuba siempre fue diverso y ahora se está diversificando aún más. En ello ha influido la propia transformación de la sociedad cubana, así como el mayor acceso a la información. Sin embargo, no se puede dejar de reconocer que existe una amplia corriente de personas que entienden los problemas del socialismo y el capitalismo desde una óptica de Guerra Fría. Podría llamárseles, provisionalmente, los viejos comunistas. Muchos de ellos se formaron justamente durante los años de la Guerra Fría, o vivieron en la estela que esta dejó sobre Cuba. La presencia de ese grupo hace complejo el panorama para una renovación del socialismo, porque se trata de cubanos que mantienen la inercia de mecanismos retrógrados, creyendo, al mismo tiempo, que están asumiendo una posición revolucionaria.
Todavía nadie es capaz de calcular cuánto daño le causó al pensamiento revolucionario cubano la incorporación de nuestra isla al bloque liderado por la Unión Soviética. Pero el daño es real, y está ahí. De aquellos tiempos nos ha quedado una concepción del socialismo como estado de emergencia permanente, de preparación para el combate contra un enemigo que está por todas partes. Nos ha quedado un socialismo en el que la virtud más importante es la disciplina incondicional. El antimperialismo, ese principio básico de nuestra nacionalidad, ha sido deformado por algunos hasta entender el progreso revolucionario como una lucha entre bloques de países, en la que es lícito hacer toda clase de sacrificios, con tal de que un bloque venza al otro.
Comunistas de Guerra Fría que mantienen la inercia de mecanismos retrógrados, creyendo que asumen una posición revolucionaria
En la concepción del socialismo de Guerra Fría, todos los esfuerzos deben concentrarse en fortalecer el estado socialista, y la realización de las promesas democráticas y anti-estatistas han de ser postergadas hasta el día en que el imperialismo sea vencido a escala mundial. Los partidarios de esta visión del mundo terminan dándole prioridad a las cuestiones militares, aspirando a la creación de una especie de Nueva Esparta, en la que no habrá mucho tiempo para esa bobería de la libertad. Se trata de una ideología del aislamiento y del atrincheramiento.
Por supuesto, no se puede olvidar cual es una de las causas de esta manera de pensar: los feroces ataques que las fuerzas imperialistas han lanzado siempre contra las experiencias socialistas. Desgraciadamente, cuando una sociedad comienza el camino de la transición socialista, no puede evitar conservar sus garras. El problema está en no dejar que las garras se conviertan en el elemento más importante. En la Unión Soviética, como en otros lugares, los revolucionarios quedaron atrapados en la lógica del enfrentamiento, y por ese camino comenzaron a parecerse a sus enemigos, comenzaron a aplicar la misma racionalidad que ellos, y así se fosilizaron.
Desafortunadamente, los socialistas no siempre han sabido ser espiritualmente superiores a sus enemigos.
Lo peor de todo, es que se sacrifica la realización efectiva de una sociedad superior, no solo en derechos sociales, sino también en libertades y autonomía humana. Siempre se dice que aún no están creadas las condiciones. Resulta admirable la tenacidad con que algunos de estos viejos comunistas se esfuerzan en la defensa del estado socialista, tanto en Cuba como en otros lugares. Pero habría que preguntar: ¿Tanta defensa, de qué? ¿De una promesa cuyo cumplimiento no verá ninguno de los que estamos vivos?
Un grupo de intelectuales de izquierda, en Cuba, hemos comenzado a escribir sobre democracia socialista, autogestión, socialización de la propiedad, descentralización, etc. Pero cuando somos leídos por algunos de estos viejos comunistas se nos tilda de ingenuos, utópicos, o de pecar de intelectualismo. Se trata de una situación paradójica porque: ¿acaso toda esta lucha no se hace para llevar a cabo la realización de un gran sueño?
Cuando uno vive en un mundo ruin, puede llegar a aceptar la naturalidad de la ruindad. Por ese camino, puede llegar a despreciar la utopía. Son muchos de los viejos comunistas, que despachan tan rápido a los utópicos, los que deberían cuestionarse a sí mismos como comunistas. ¿No será que la capacidad de soñar se les ha atrofiado, hasta el punto de que sueñan con cosas mezquinas? ¿Con cosas como la victoria de un presidente de izquierda en la región, o con que Cuba encuentre petróleo en el Golfo? El socialismo es mucho más que regresar a la década del ochenta.
La lucha geopolítica es necesaria, la guerra cultural contrahegemónica también lo es. Pero para que la lucha sea victoriosa puede ayudar mucho el tener por qué luchar. Al mismo tiempo que se lucha en el frente exterior, se debe construir la sociedad socialista en el interior, se deben efectuar reformas audaces. Construir una sociedad superior para los cubanos vivos puede ser efectivo incluso de cara a la lucha internacional, pues no hay nada más poderoso que un ejemplo viviente. En lugar de vivir defendiéndonos del mundo, debemos arrojarnos sobre él, aprendiendo de él lo que podamos aprender, y ofreciéndole nuestro mensaje de solidaridad humana.
Véase que este escrito está hecho refiriéndose a los viejos comunistas, aquellos que no han podido superar la mentalidad de Guerra Fría. No se refiere a los oportunistas de toda laya, que rondan siempre las posiciones de privilegio. Aquellos hombres y mujeres, que muchas veces han sido de los que más se han sacrificado por el pueblo cubano y por la revolución, están equivocados. Pero su error es de la clase que no te hace odiar al errado, sino querer abrazarlo. Decirle fuerte al oído: Camarada, abre esa mente, que el mundo todavía está lleno de colores.
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