(El siguiente texto fue publicado el 21 de Junio de 2018)
Por: Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Una sociedad en transición al socialismo no es una sociedad libre de conflictos. Todo lo contrario. Durante el proceso de transición, la sociedad es escenario de una lucha ideológica continua entre los diferentes grupos y clases sociales. Cada sector, según el lugar que ocupe en el proceso material, adoptará una posición ante el proceso de transformación. Incluso puede haber grupos que se opongan pertinazmente al avance del socialismo. Solamente el proceso natural de construcción de hegemonía decidirá si la transición avanza o retrocede.
La sociedad cubana, que se encuentra en ese proceso de transición, hace ya varios años que hizo una apuesta arriesgada desde el punto de vista ideológico. Con la adopción de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, aprobados en su primera versión en el VI Congreso del PCC, Cuba apostó por aceptar una mayor presencia interna de relaciones monetario-mercantiles y una mayor interacción con el capitalismo internacional. Se inició el proceso de actualización del modelo económico, una serie de cambios que afectó a toda la estructura social del país.
Por un lado, el fomento de la inversión extranjera propició una mayor interacción entre los agentes económicos del capitalismo internacional y los actores de la economía cubana. Por otro lado, el desarrollo del turismo, que ya venía desde el período especial, favoreció la presencia en el país de una gran cantidad de personas consumiendo según los patrones del mundo capitalista desarrollado. Pero lo más novedoso fue la aparición de empresarios cubanos que, con licencia de cuentapropistas, contrataban a otros cubanos para hacerlos trabajar y beneficiarse de la plusvalía. Esto significó, de facto, la reaparición de la burguesía en Cuba.
Uno puede preguntarse: ¿Qué llevó a los comunistas cubanos a asumir estos riesgos, que incluían la restitución de la propiedad privada y del enemigo de clase? La respuesta está en que existían una serie de condiciones que exigían los cambios con urgencia. El estado cubano necesitaba, por una parte, aumentar la entrada de capitales extranjeros, indispensables para sacar al país de la crisis económica en que la había dejado el período especial. Y por otra parte, necesitaba liberarse de un sinnúmero de actividades económicas no fundamentales que sobrecargaban su presupuesto.
Pero lo más importante, es que cuando se comenzó el proceso de los Lineamientos existía la conciencia de que la Revolución era lo suficientemente fuerte como para resistir esos cambios. La manera en que se le dio inicio al proceso, llamando a la participación a todo el pueblo, es una muestra de que se esperaba llevarlo adelante bajo la égida del poder popular revolucionario. En ningún momento se pensó que la aparición de relaciones de mercado pudiese desbancar la hegemonía socialista en Cuba.
Sin embargo, el tiempo pasó, y la nueva burguesía creció y se desarrolló al calor del proceso de actualización. Su poder económico creció y- no podía ser de otro modo- pronto comenzó a buscar de un modo inconsciente formas para manifestarse ideológicamente. Surgieron una serie de medios privados, casi todos digitales, dedicados a temas de farándula, arte, actualidad, etc. Al mismo tiempo, se desarrolló una verdadera industria cultural asociada al reguetón y promotora de la banalidad, la enajenación y el consumismo. Las noches de La Habana se llenaron de bares, galerías privadas, paladares; en definitiva, de espacios en los que la nueva burguesía socializaba sus patrones de conducta. Comenzó una dinámica de recomposición de la hegemonía burguesa.
Llegado cierto punto, esos medios que servían para darle voz a la nueva burguesía empezaron a estructurar un discurso que capitalizaba simbólicamente el proceso de cambios. Estos ya no eran presentados como una estrategia de la Revolución para salir de la crisis, sino como una especie de camino natural hacia algo diferente. En su visión de las cosas el sujeto de las transformaciones no era el pueblo trabajador sino justamente la nueva burguesía. Al adoptar este discurso, que seguramente ellos mismos se creyeron, intentaron socializar un nuevo sentido común. En el fondo de su accionar latía una antigua creencia supersticiosa: si repites algo las suficientes veces, se hará realidad.
Ellos no lo decían expresamente, pero lo que sugerían con su discurso era que en Cuba estaba ocurriendo un proceso de restauración capitalista. Algunos medios, con mayores pretensiones, buscaron la forma de expresar ese espíritu de un modo que fuese reconocible como una posición política. Es así como se echó mano a la noción del “centro”: lo cual, dentro del contexto cubano, significaba no estar ni con el gobierno ni con la disidencia histórica. El centrismo fue la bandera de los más politizados heraldos de la nueva burguesía, tanto si eran conscientes de ese mandato clasista como si no.
No obstante, que la burguesía se desarrollara de esta manera no es algo sorprendente o preocupante. Esto era solo esa clase social siendo ella misma. Lo preocupante es que tuvieron cierto éxito y lograron venderle esa interpretación a una parte nada despreciable de la sociedad. Muchos jóvenes, fascinados por los fuegos artificiales de lo nuevo, comenzaron a compartir el sentido común que ellos desplegaban. Y ocurrió algo aun peor: muchos revolucionarios también aceptaron esa visión, y comenzaron a ver detrás de la actualización la sombra, para ellos horrible, de la restauración capitalista.
Cabe hacerse otra pregunta: ¿Cómo fue posible que los medios neo-burgueses tuvieran éxito para capitalizar simbólicamente los resultados de una política revolucionaria?
La única manera de explicar ese éxito es a partir de los errores en el trabajo ideológico por parte de las instituciones socialistas. En primer lugar, contaron con la ventaja de lo novedoso: traían un mensaje fresco, mientras que los medios de comunicación revolucionarios fueron ineficaces en renovar las formas de transmitir sus mensajes, dando la impresión de estar repitiendo siempre lo mismo con lo mismo. En segundo lugar, encontraron un terreno preparado de antemano para la aceptación de sus productos. La población cubana ya estaba acostumbrada a consumir en televisión nacional productos culturales de factura capitalista, promotores de valores capitalistas. Los mensajes neo-burgueses fueron fácilmente asimilados por una sociedad que, como consecuencia de la larga crisis económica, ya estaba mostrando síntomas de pérdida de valores, apatía y enajenación. En tercer lugar, contaron con un personal calificado de primera mano- diseñadores, fotógrafos, editores, etc.- al ofrecer salarios muy superiores a los que pagaba el estado.
Desde un punto de vista socioeconómico, la nueva burguesía pudo también mostrarse ante la sociedad como el sector de mayor crecimiento y movilidad social. Esto, en parte, se debió a las insuficiencias en las medidas adoptadas para enfrentar los grandes problemas del sector socialista de la economía. No lograron superarse el exceso de centralización, las barreras a la espontaneidad, la falta de productividad, la pirámide invertida, la doble moneda, etc.
Por último, la nueva burguesía comenzó a recibir apoyo internacional. No se trata solo del apoyo natural que viene en forma de inversiones de cubanos en el exterior e incluso extranjeros, sino también del apoyo interesado de quienes han querido utilizar a ese sector social como punta de lanza contra el socialismo cubano. Varios medios militantemente neo-burgueses surgieron con apoyo financiero de enemigos de la revolución cubana. El momento cúspide y símbolo de este apoyo externo fue la visita de Obama en el 2016.
Cuando se analiza el conjunto de la situación ideológica que se configuró en Cuba durante los últimos años del período de Obama, se hace evidente que la Revolución estaba perdiendo la iniciativa frente a los actores neo-burgueses. En aquel momento, el centrismo político se estaba convirtiendo cada vez más en la posición hegemónica. Solo la victoria de Trump los dejó completamente descolocados.
Como cualquiera puede recordar, en el 2017 se llevó a cabo la famosa lucha contra el centrismo, en la cual el blog La Pupila Insomne tuvo un papel protagónico. En el momento en que dicha cruzada fue llevada a cabo, se estaba haciendo necesario un enfrentamiento de los sectores revolucionarios contra esa corriente. Ya Fernando Martínez Heredia había llamado la atención sobre los intentos de resucitar bajo la categoría de “centro” un nacionalismo de derechas que solo era funcional a los intereses del imperialismo. La contraofensiva era necesaria; sin embargo, la manera en que fue llevada a cabo tuvo varios errores.
La crítica misma cayó bajo sospecha en un momento en que la Revolución más que nunca necesitaba criticarse a sí misma
Entre los defectos que tuvo la lucha contra el centrismo estuvo que se puso el mayor énfasis en denunciar los medios neo-burgueses por el tema del financiamiento desde el exterior, cuando hubiese sido mejor explicar por qué la Revolución y el Socialismo tenían razón por sobre todos ellos. No es que hubiera que perdonar los casos de verdadera traición a la soberanía nacional, pero en muchos de los casos las fuentes del financiamiento y sus razones caían más bien en la zona de lo ambiguo. Además, junto con la ofensiva se creó un ambiente refractario a la existencia misma de esos medios, un ambiente que sugería su desaparición como solución para todos los problemas. En general, se antepuso la crítica del enemigo a la autocrítica, como si nuestros errores no fuesen la causa principal del avance de la hegemonía burguesa. La crítica misma cayó bajo sospecha en un momento en que la Revolución más que nunca necesitaba criticarse a sí misma para evolucionar y sobrevivir.
Desde hace varios años, el pueblo cubano y su partido comunista expresaron la voluntad de avanzar desde un modelo de plaza cerrada hacia un modelo de plaza abierta. Se decidió avanzar hacia un modelo abierto a las influencias del exterior, en el que la hegemonía socialista debía ejercerse sobre la base de la coexistencia con mensajes divergentes. Debemos acostumbrarnos a que una sociedad más plural desde el punto de económico-social tendrá una mayor diversidad de criterios y manifestaciones ideológicas. No puede ser que, después de haber dado aquel importante paso, ahora nos asustemos ante las consecuencias y queramos regresar a un pasado imposible. Mucho menos podemos ponernos una venda en los ojos para no ver una realidad que está frente a nosotros, hacer como que en estos años no ha pasado nada.
Para ganar la lucha ideológica contra la nueva burguesía no es necesario tomar la contraproducente medida de cerrarle la boca para que no hable. Es mucho mejor dedicarnos a liberar nuestro sistema social de las taras del socialismo real. Si realmente somos socialistas y queremos que el Estado desaparezca, lo mejor es empezar de una vez por todas. Se debe tomar en serio el proceso de descentralización de la economía y la sociedad. Sería bueno que el Estado devolviera a la sociedad civil revolucionaria las cuotas de poder y los espacios de decisión que le ha enajenado, para así crear esa democracia popular de base que es el único remedio verdaderamente eficaz contra los intentos de la burguesía de restablecer su hegemonía.
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