Un amigo me comentaba ayer que más allá del desatinado manotazo de Alpidio Alonso, los acontecimientos sucedidos en la víspera del natalicio de José Martí ante el Ministerio de Cultura fueron una provocación montada desde el exterior.
Yo me pregunto: ¿cómo ver el manotazo de Alpidio en el contexto de un «más allá»? ¿Cómo no ver que plantearlo así implica desestimar la gravedad del hecho de que el más alto funcionario de una institución encargada de promover la cultura, junto a un grupo de personas, muchas de la tercera edad, se avienten con actitud guapetona hacia jóvenes que piden diálogo? ¿Fueron provocadores, todos los que allí se reunieron? ¿Fueron todos periodistas pagados por entidades del gobierno de Estados Unidos? ¿Alguien hizo una encuesta?
¿Les molesta tanto a los trabajadores de la cultura ser filmados en público como para proceder a arrebatar de manera violenta el teléfono a quien filma?
De manera repetida, los medios oficiales en Cuba han publicitado en las redes sociales videos y fotos de quienes consideran mercenarios. Alegan el carácter público de estos contenidos tomados de las redes sociales y, por ende, su derecho a usarlos. Nada justifica, sin embargo, que empleen esas publicaciones para difamar. Si al ministro le molesta tanto que lo filmen, el NTV debería poner un «pare» a su cacería de brujas con la cual, al mezclar medias verdades con mentiras, minan toda posibilidad de entendimiento.
¿Que había, entre los asistentes al Mincult, personas que publican en medios financiados por los Estados Unidos? ¿Que uno de ellos, incluso, pidió la intervención de este país en Cuba? Nada de esto, en mi opinión, justifica el manotazo. Este queda, de hecho, en el centro de un problema mucho más grave que tenemos: el de elegir, incluso quienes dicen ser poetas, la violencia, antes que las palabras.
Ailynn Torres Santa explica elocuentemente lo que está «más acá» de ese manotazo: «El Estado que, corporeizado en su funcionariado, ejerce de macho manoteador (individual y/o colectivo), se deslegitima para perjuicio del 99%. Llegado ese punto, el hecho deja de ser un hecho puntual. Se le otorgan, porque las tiene, consecuencias enormes. Se convierte en síntoma».
Y es que constituye responsabilidad de ese Estado —como sigue explicando Torres Santana en su nota—, ocuparse de manera cívica de todos los conflictos, incluso de aquellos que desbordan sus zonas de control, que debutan expansiones de lo permisible. Si no lo hacen ellos, ¿quién lo va a hacer? ¿El pueblo? ¿No le preocupa, a quienes la justifican, una escalada de violencia?
Es precisamente tal incapacidad de puntear y modelar diálogos incómodos la que genera actitudes que desensibilizan, dentro de la sociedad civil cubana, una percepción real de la violencia y sus consecuencias: lo mismo echa guapería Maykel Osorbo que el ministro de Cultura. Se pierde, dentro de todo ese aguaje machotero, la posibilidad de hacer madurar el diálogo.
Inmediatamente después de lo ocurrido, personas favorables a la reacción del ministro decían en las redes sociales que la de Alpidio había sido «suave» y que ellos/ellas «hubieran dado más duro».
No he leído, hasta el momento, que ninguna entidad oficial reproche al ministro el gesto violento. Casa de las Américas, la UPEC, todos, condenan a los jóvenes por provocadores. Unánimemente. El Presidente Miguel Díaz Canel, si bien no aprobó explícitamente el manotazo, tampoco lo criticó, y dijo en su cuenta de Twitter:
Asediar una institución pública es entrar en ella por la violencia. Un buen ejemplo de eso fue lo que ocurrió en el Congreso de los Estados Unidos el 6 de enero. ¿Qué asedio puede haber en leer un poema de Martí en el espacio público alrededor de la institución? ¿Asedio con poesía? ¿No es asedio, por el contrario, impedir que uno de los convocados al diálogo —Yunior García Aguilera—, llegara al Mincult? ¿Que se marque el tono del diálogo desde por la mañana, con detenciones arbitrarias?
Los ministerios no son, en efecto, tarimas mediáticas, pero sí son espacios institucionales con una alta responsabilidad mediadora. Sus funcionarios no están para arreglar los problemas a cantazos, sino con palabras.
Dando y dando (metafóricamente)
Nada de esto significa que no hay fallas en el discurso disensor. De ambos lados debe aprenderse a negociar. De ambos lados deben revisarse los basamentos éticos del diálogo. El viceministro Rojas aceptó a dialogar con tres de los representantes del 27N. Fue un buen comienzo. Les ofreció café, les pidió pasar a la institución. En honor a la verdad, se le vio cordial, diligente y con ánimos de conectar. No puede decirse lo mismo del ministro. Y cuando este agrede, y el primero calla, volvemos a punto cero.
De acuerdo con las directas compartidas, los jóvenes se negaron a entrar reclamando que liberaran a los detenidos —Bruguera, Bisquet—, y arguyendo como razón la fuerte presencia de oficiales armados en los alrededores y dentro del ministerio. No vi en ninguno de los videos, un fuerte despliegue policial en los jardines de la institución. Quizás sí lo había y no fue capturado en cámara.
De todas formas, no queda claro que el no querer pasar a dialogar dentro del edificio pueda ser visto como una provocación. Incluso, desde el punto de vista de las condiciones de riesgo de la pandemia, era más aconsejable dialogar en un espacio abierto.
Hay que considerar que existe el mal precedente del 27 de noviembre, cuando después de la promesa de una tregua al acoso, fueron detenidos muchos de los vinculados a la manifestación. Y, junto a esto, está el accionar cotidiano de los medios oficiales que arremeten por igual contra tirios y troyanos.
La confianza se genera, no se obtiene a manotazos. Hay que cambiar el algoritmo. Si había desconfianza para pasar, razones sobraban.
Pero de la misma forma en que el gobierno cubano debe echar por el tragante el arcaico floppy disc en el cual lleva años guardando un programa defectuoso de control de un modelo predecible de sociedad, cabe llamar a los integrantes del 27N a actuar con responsabilidad. Si los invitados eran tres, y ese era el acuerdo, ¿por qué cambiar el libreto?
En la cronología publicada por el movimiento, se entiende que el viceministro reitera la condición de que «la institución no aceptaba dialogar, citamos, con “corresponsales de medios financiados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos”».
Asumimos que estas condiciones fueron aceptadas, puesto que asistieron al diálogo. Si fue así, ¿qué hacían algunos de esos medios ahí? Se entiende que era imprescindible la presencia de prensa independiente que verificara el diálogo. ¿Por qué no invitar entonces a agencias independientes acreditadas en Cuba, que nada tienen que ver con el financiamiento y los programas de cambio de régimen avalados por la Helms Burton?
Marcar distancia de estas agendas no es solo lo martiano —asumimos que los del 27N lo son, así lo han manifestado—, sino justo, correcto; incluso desde un punto de vista estratégico, acertado: el pueblo de Cuba rechaza en masa tales posturas injerencistas. No desde ahora, sino desde mucho antes, desde aquella guerra de intervención que, por cierto, los libros de historia en los Estados Unidos aún llaman «Spanish-American War», dejando a Cuba fuera.
En la cronología publicada, expresan los del 27N: «a pesar de las campañas de descrédito y agresiones de que hemos sido víctimas, hemos rechazado (…) cualquier acto que ponga en riesgo la soberanía de la patria». Toca entonces ser consecuentes. Agencias vinculadas a los programas de cambio de régimen son una afrenta a esa soberanía. Quizás en el próximo plantón, los muchachos del 27N puedan leer fragmentos de «Nuestra América».
Por su parte, el gobierno debe cesar de actuar como entelequia controladora, como Deus Ex Machina de la historia nacional. Tienen todo el derecho a reprobar la presencia de interlocutores asociados a quienes promueven cambios hambreando y causando penurias, traspasando incluso los límites de la decencia humana (recordemos el bloqueo a las donaciones de equipo médico de la compañía Ali Baba para combatir la pandemia). Pero deben también dar espacio, junto a posturas oficiales, a un periodismo independiente hecho en casa, capaz de exponer los límites y retos del poder, de ejercer un sistema de chequeos y balances del mismo.
Si son tan populares las agendas oficiales, ¿a qué le temen? ¿A exponer las fisuras de un poder que, a todas luces, necesita encauzarse en un urgente proyecto de auto revisión? Si lo que quieren evitar es una Perestroika para Cuba, esa hace rato ya empezó. Puede que haya algo de cierto en lo de la narrativa de la «provocación desde el exterior», pero ello no niega que desde el interior existan demandas inminentes por parte de generaciones cansadas de discursos autoritarios y exclusivos.
Pienso que hay cierta autoconciencia de esto por algún sector de la oficialidad. No es un detalle más que paralelamente a las campañas de difamación y al discurso oficial castigador, se hayan mantenido abiertos back channels de comunicación entre la institucionalidad y voces del 27N. A ello apunta el contenido de los textos y correos publicados.
Quiero pensar que todo esto ha sido un ensayo y que el verdadero diálogo está por ocurrir. Uno con interlocutores maduros y consecuentes. Esa historia está aún por contarse, por todos y todas. Con palabras, no con manotazos ni empujones.
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