I
El debate entre cubanos es difícil cuando de «revolucionarios» y «contrarrevolucionarios» se trata, como se vio en los comentarios a mi texto anterior. Ello resulta de la carga emotiva que implican la manipulación política del lenguaje y nuestra idiosincrasia, que en cierta medida es de pasiones extremas. Intentaba clarificar los términos porque en Cuba se usan como «talismanes» y «mordaza» respectivamente, a pesar de que su verdadero y original significado es muy claro. En consecuencia, se enrarece el debate, se obstaculizan y condicionan —por censura o autocensura— los comportamientos de compatriotas honestos y se ahoga la contribución que podemos hacer a un nuevo proyecto de país y de socialismo.
Esto es muy grave porque la Patria y la Revolución son de todos y constituyen parte del imaginario social de los cubanos. No se trata de una noción idílica, sino de una anclada en la realidad pasada o presente. Cornelius Castoriadis, intelectual griego con una vasta experiencia en estudios antropológicos y sociopolíticos, indica que el imaginario «no es imagen de. Es creación incesante y esencialmente indeterminada de figuras/formas/imágenes», es una mezcla de significaciones sociales, donde los valores, las creencias, ideas, símbolos y subjetividades se integran para conformar lo cultural y el universo simbólico.
Quien tiene el poder político está en capacidad de ejercer gran influencia sobre los imaginarios sociales. Su control, reproducción, difusión y manejo asegura un impacto sobre las mentalidades, conductas y actividades individuales y colectivas; también permite canalizar las energías e influir en las elecciones colectivas, sobre todo en situaciones complejas. Todas las revoluciones tienen un imaginario que, más o menos vivo e influyente, se expresa en referentes, palabras para nombrar las cosas, valores, en fin, un tesoro que identifica a la sociedad con una parte de su historia.
Por supuesto, cuando el poder se apropia del control de los medios y la enseñanza, tiene más incidencia en la creación de ese imaginario, porque son instrumentos de presión, de inculcación de valores y creencias. En sistemas restrictivos de la democracia, el dominio pasa por: posesión de los medios de comunicación masiva, uso de la propaganda más que de la información y argumentación y manipulación/restricción del lenguaje.
Cuando la práctica de invadir los medios de comunicación y la escuela con mensajes de interés político e ideológico se prolonga en el tiempo y se hace sistemática, los efectos son nefastos. Es un dominio perverso, se calcula que las posibles disidencias solo llegarán a un número reducido de personas y que las reacciones durarán poco porque el que hace la crítica puede ser marginado, no cuenta con medios suficientes para hacerse oír, puede estar sometido al poder abrumador de la propaganda y también, sentirse acosado por toda suerte de presiones y chantajes.
II
Todo lo anterior ocurre por tres razones básicas.
1.- El lenguaje es también cultura, filosofía, pensamiento e ideología, y tiene un peso extraordinario en política. El «hecho del lenguaje» es una multiplicidad de hechos, más o menos coherente y coordinada, que al penetrar mayoritariamente en la sociedad se convierte en hegemónica. En el sentido de Gramsci, la hegemonía existe cuando la gente acepta la dominación no por la fuerza sino por el convencimiento político, moral e intelectual. Se puede lograr cuando el poder (sociedad política) consigue alianzas con los sectores sociales (sociedad civil).
A pesar de las contradicciones y disidencias que siempre existen, la Revolución cubana construyó magistralmente esa hegemonía entre finales de los años cincuenta y los sesenta del pasado siglo. Pero esa no es una patente vitalicia; los tiempos y las circunstancias cambian, y la gente también. Para mantenerla se requiere una retroalimentación permanente del consenso; y este puede erosionarse y perderse cuando se fractura en la sociedad civil y empieza a construirse una contra-hegemonía que tendrá inevitablemente serios efectos en lo político.
2.- El riesgo es muy alto en ese ámbito por el peso de la manipulación del lenguaje y los intereses del poder. Lo que, en principio, distorsiona la función de la política, que debiera ser trabajar por configurar la vida humana del modo más adecuado posible. Lamentablemente, a veces se ha llegado a ver como el arte de engañar y seducir, mejorar la imagen propia y desfigurar la ajena y guardar las apariencias para ganarse el apoyo de las masas. La ideología no es inocente, el uso reiterado de términos con mucha carga emotiva y que siempre aluden a posiciones extremas, como los mencionados al inicio, condiciona nuestro pensamiento, nos atrapa e incluso orienta la conducta de las personas.
3.- Los diversos usos y el peso que tienen los esquemas mentales, que se alimentan y manipulan de muchas maneras en el escenario político. Estamos acostumbrados a pensar en base a ellos, como pares de conceptos que focalizan posiciones extremas: arriba/abajo, libertad/norma, revolución/contrarrevolución, interno/externo, revolucionario/contrarrevolucionario. Estos suelen ir unidos en nuestra vida y desempeñan una función decisiva. Cuando desde las instancias de poder se abusa de ellos, el efecto es muy nocivo a escala social. Implica que las personas se mantengan pasivas y siempre en los extremos, sin matices ni opciones intermedias. Por tanto, se afecta su libertad creativa.
La fuerza y efectos de los medios de comunicación y la educación en manos del Estado son apabullantes en Cuba. Hace años, una serie de estudios demostró que el cubano que emigra se muestra saturado y rechaza lo político. Al que permanece en Cuba no le ocurre lo contrario, de hecho, son realidades conectadas. La práctica reiterativa e invasiva a través de esas vías consigue sus propósitos por un tiempo, a veces por un largo tiempo, pero termina convirtiéndose en un boomerang.
III
Lo anterior implica que es preciso sanear en el país el terreno del debate acerca de lo político. Como resulta imposible reducir el alcance y la parcialidad de los medios de comunicación, los ciudadanos debemos apertrecharnos de algunos antídotos:
1.- Conocer los ardides de la manipulación y estar alertas, perder el miedo y matizar el sentido de las palabras. Esto último es vital, porque quien manipula hace justo lo contrario: rechaza los matices, no argumenta con hechos sino con frases, consignas y esquemas mentales para controlar el pensamiento de los demás. En Cuba, ese ejercicio manipulador puede ser o no voluntario y no siempre desde el poder. Como sus efectos se han expandido tanto en la sociedad, muchas veces se repiten palabras y consignas que pueden ser desarmadas solo cuestionándole al otro su significado en el contexto en que la emplea y obligándolo a matizar.
2.- Aprender y ejercitar el pensar con rigor y estar en condiciones de exigirlo a los demás, analizando el contenido de las palabras y el contexto, procurando argumentaciones de hondo calado. Cuando las circunstancias se manifiestan de modo acelerado y el discurso que las acompaña también lo es, se logra que la gente no tenga tiempo de pensar, de reflexionar sobre cada uno de los temas. El único antídoto es tomarse un tiempo, no dejar que circunstancia y discurso dominen su mente.
3.- Saber manejar los esquemas mentales. No tomar ni la realidad ni los conceptos como dilemas, sino como ámbitos, lo que impide atarse a posiciones extremas. Si tenemos que escoger en Cuba entre uno y otro —el primero (revolucionario) que se atribuye al gobierno como expresión máxima de la «Revolución» y el segundo como su contrario (contrarrevolución/contrarrevolucionario)— caemos en la trampa. Es lo mismo del «conmigo o contra mí», sin matices. Pero si se observan como ámbitos, la relación entre esos conceptos no tiene por qué ser rígida, aparecen los matices. Depende del pensamiento y la creatividad de quienes reciben el mensaje.
Vale tanto para afirmaciones como para preguntas. Cuando estas se plantean sobre la base de la manipulación a través de los esquemas mentales, distorsionan las respuestas y no promueven reflexión ni debate, solo ayudan a polarizar los criterios o silenciar los inconvenientes. Por tanto, el éxito de aquella sentencia de Stalin[1] respecto a la utilidad de las palabras para la dominación del pueblo por el Estado, depende de nuestra capacidad para asumir los términos fuera del marco de los esquemas mentales.
4.- Ejercitar la creatividad en todos los órdenes, lo que implica activismo, compromiso, implicarse en el mundo inmediato que nos rodea, colaborar con movimientos que se consideren de ayuda al progreso y al bienestar general. La creatividad es herramienta clave para la evolución personal. Como ha expresado López Quintás:«El hombre creativo tiene recursos para evitar que lo reduzcan a un mero repetidor (…) el que se acostumbra a pensar con rigor no acepta fácilmente el uso estratégico de los términos, el planteamiento astuto de las cuestiones, la movilización de procedimientos de dominio fácil».
Necesitamos socializar antídotos contra la manipulación. Descomponer el significado de palabras «talismanes» y «mordazas» como estas, matizarlas e interrogar directamente sobre sus significados al discurso y a quienes las emplean. De lo contrario, los términos y esquemas mentales penetran con toda su carga emocional en nuestras mentes y conducen al estado de fascinación que conviene al ejercicio manipulador. Cuando eso ocurre, las personas aceptan todo lo que venga con esa carga casi sin darse cuenta, tal vez por aquello que alguien dijo una vez: «Salirse del rebaño siempre ha sido durísimo y, sobre todo, salirse sin tener otro rebaño al que ir».
[1] «De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario».
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