―¿Es el señor Gerard’t Hooft, de la empresa holandesa Mars-One?
―El mismo.
―No se puede ser el mismo después de recibir un Premio Nobel de Física y más de un millón de dólares… Lo llamo porque me dijeron que usted es el que acoge las solicitudes para el proyecto de viajar a Marte el lunes 11 de noviembre de 2024. Pretendo sumarme a los candidatos.
―Es un viaje sin retorno, ¿sabe?
―¿Y qué? Los cubanos estamos acostumbrados a eso.
―¿Cubano dice? El entorno que hallará en la estación marciana no será comparable a los paisajes de su bella isla.
―Para lo que podemos disfrutar nosotros…
―Volviendo al viaje: el trayecto es tan extenso que se necesitarán entre ciento cincuenta y trescientos días para llegar a infeliz destino.
―Usted sabe mejor que yo que de la Tierra a Marte hay alrededor de cuarenta millones de millas cuando está más a mano. Claro que el traslado tiene que demorar, por muy veloz que sea la nave. Peor es echarse casi dos días en tren de La Habana a Guantánamo: me sucedió la última vez que tuve la ocurrencia de ir a ver a mis padres, de los que solo me separan unos mil doscientos kilómetros. Si eso no es entrenamiento…
―Parece conocer mucho de Marte. Habla de ese viaje como si fuera liar bártulos hacia el paraíso. ¿Sabe por qué lo llaman el planeta rojo?
―Claro que lo sé, y si imagina de qué hablo coincidirá conmigo en que con ese color cohabito desde que nací hace cuarenta años. Desde la primaria me enseñaron a asociar al rojo con el edén.
―A propósito de su edad: ¿no le preocupa renunciar de por vida a compartir con los suyos?
―La última ocasión en que estuve más de un mes fuera de casa fue cuando me enviaron en misión de trabajo al África, a una zona desértica muy similar a la superficie de Marte. Al cumplir los dos años comprometidos, mi familia me rogó que me quedara otros cuatro con tal de reunir más plata para completar los arreglos de la casa y adquirir algunos muebles.
―Pero esta vez el pago solo lo disfrutarán sus herederos. Allá no tendrá en qué gastar su salario.
―Mejor entonces. No viviré la angustia de ver en qué lo dilapidan mi mujer y mis hijos.
―Uno de los principales inconvenientes de esta misión espacial para los que finalmente se seleccionen es mantener los equipos funcionando. Si alguno de ellos se descompusiera, desde la Tierra necesitaríamos nueve meses para enviarles piezas de repuesto o recambio.
―Mr. Hooft: poseo un baúl de diplomas, que es lo único que me han reportado las decenas de innovaciones presentadas por mí al Fórum Nacional de Ciencia y Técnica. Al final nunca se aplican, porque es más fácil ligarse un viaje para traer los repuestos (o no traerlos, qué más da) desde Asia o Europa, no importa si a los nueve meses o a los nueve años. En Marte, a pesar de que el sol se ve más pequeño, tendré más luz para mi intelecto.
―Ah, la luz: ¿tiene idea de cuánto dura un día en Marte? El sol se observa con menos diámetro, y es muy difícil disfrutarlo debido a vientos muy fuertes y grandes tormentas de polvo que, en ocasiones, pueden abarcar el planeta entero durante meses. La única iluminación que disfrutará en ese inhóspito planeta es la artificial del hábitat de solo cincuenta metros cuadrados que compartirá con sus colegas. Se alumbrarán de forma extremadamente tenue, a juzgar por el ahorro constante de energía que deberán imponerse si aspiran a hacer el cuento en Internet.
―Hace unos días hubo un derrumbe muy cerca de acá, y no quiera ver usted lo que es una nube de polvo cuando sopla brisa desde el litoral. En cuanto a lo de la duración del día en Marte, ya me enteré que es de 24 horas, 37 minutos y 22,7 segundos. Si a eso le sumamos que el año dura 687 días terrestres, no me negará que contaré con más tiempo para resolver asuntos personales. Lo de la energía eléctrica me tiene sin cuidado: hay días o noches en que me despierto y no sé discernir si mi habitación de seis metros cuadrados está oscura porque el planeta completó una vuelta sobre su eje o por los apagones rotativos que le tocan a mi barrio los martes, jueves y sábados. Y créame que no soy yo quien los impone.
―¿Soportaría vivir con el ruido del transbordador durante las 24 horas del día… digo: las 24 horas, 37 minutos y 22,7 segundos?
―Lo intento desde que me mudé para Centro Habana: los vecinos, la discoteca de al doblar, la Casa de la (in)Cultura, los automóviles y el puñetero cañonazo de las nueve, que ya me ha rajado la pared… ¡qué sabe usted de contaminación sonora!
―No le he dicho lo peor: las condiciones en Marte para usted y para el resto de los chiflados que lo acompañen en la aventura serán de subsistencia límite. El tiempo que logren sobrevivir constituirá un periodo muy especial para sus vidas: alimentación reducida a granos, vegetales, harinas y alguna que otra fritura que tendrán que inventarse para consumir no menos de 3040 calorías diarias y permanecer saludables.
―¿Oí bien: 3040 calorías diarias?… Con mucho menos me he sostenido yo. ¡Es como para que me apunte ya en la lista de los veinticuatro preseleccionados!
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