El discurso político de los grandes líderes tiene diversos usos y lecturas según la época y el interés de quien lo lee. Sirve para ilustrar, comprender épocas y procesos, pero también se emplea a veces para cerrar o evadir un debate, extraer frases, unas veces bien empleadas, otras sacadas de contexto y otras mutiladas hasta donde dice lo que sirve a alguien interesado en legitimar determinada postura. Ocurre en cualquier parte, en Cuba, sobre todo, con los de José Martí, Ernesto Guevara y Fidel Castro.
En estos días volví a leer, luego de más de 20 años de haber trabajado procesando documentos de la autoría de Fidel Castro en el Instituto de Historia de Cuba, dos importantes discursos que pronunció el entonces Primer Ministro en 1960: el del 13 de marzo en la escalinata de la Universidad de La Habana y el del 23 de junio en Río Cristal.
Dos razones movieron mi interés. Una, la reacción de algunos intelectuales y combatientes al tratamiento que dio la Mesa Redonda del 13 de marzo al asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, ocurrido en esa fecha de 1957, descalificando la heroicidad del hecho y cuestionando la fidelidad al Pacto de México entre las dos organizaciones más importantes de la insurrección.
Durante casi tres meses se estuvo reivindicando a través de las redes el significado de esos hechos, la importancia de la organización que lo protagonizó –el Directorio Revolucionario (DR) fundado un año antes y devenido en DR 13 de Marzo (DR 13/3)-, en el movimiento insurreccional de los años 50 contra la tiranía de Fulgencio Batista, así como los sucesos que cobraron las vidas de muchos de aquellos jóvenes. El tono de los reclamantes terminó de subir frente a la indiferencia de los medios oficiales ante el fallecimiento, el 8 de mayo pasado, de Guillermo Jiménez Soler, Jimenito, una de las figuras más reconocidas de aquella organización. Lamentablemente, no hubo desde esos medios ni siquiera digitales, rectificación, contrarréplica, o disposición al debate sobre los asuntos cuestionados.
A diferencia de otras organizaciones, respecto al DR 13/3 subsiste en algunos intelectuales y combatientes la percepción de que, a pesar del heroísmo y las posturas unitarias que protagonizó con el Movimiento 26 de julio (M-26-7) liderado por Fidel, los exponentes suyos que llegaron al triunfo del 1º de enero de 1959, no fueron ubicados ni entonces ni después en puestos relevantes de confianza en la dirección de la Revolución. También, que no se les ha dado el espacio y reconocimiento que merecen en la historiografía nacional ni en la práctica política, a diferencia del posicionamiento que rápidamente alcanzó el Partido Socialista Popular (PSP), la otra de las tres fuerzas políticas de oposición al batistato.
Poco después de las insatisfacciones mostradas, Cubadebate publicó el discurso que Fidel pronunció en junio de 1960 ante el Directorio de 1930. Aunque no era ese Directorio el que había movido los reclamos en las redes, valía la pena releer el discurso publicitado para conocer si contenía algún mensaje de interés sobre el tema. En definitiva, no lo había ni en ese ni en el que no se publicó del 13 de marzo. No obstante, alcanzaron para pensar el discurso político como documento histórico, a través de esos dos ejemplos del importantísimo año 1960.
“Nosotros hemos recogido los frutos del esfuerzo que han realizado todas las generaciones anteriores”. Foto: Perfecto Romero/Cubadebate
Mirar al pasado desde el ahora y a través de ese tipo de fuente posibilita pensar la historia más sosegadamente desde la distancia y los compromisos epocales. Las diferencias entre ese ayer y el hoy de Cuba son como de la noche al día. Los primeros años luego del triunfo de enero de 1959 fueron de una extraordinaria ebullición, como suelen ser las revoluciones: grandes manifestaciones, consultas populares recurrentes, traiciones, realineamientos, desgarraduras, confrontación, ilusión, pasión y hasta euforia. Solo en ese primer semestre de 1960 fueron 21 discursos, casi todos en grandes concentraciones populares espontáneas. Fue ese lapso identificado como de “histeria colectiva”, fenómeno socio psicológico que se emplea mucho en la salud pero que en el plano sociopolítico comprende la manifestación de los mismos comportamientos y estados de ánimo por parte de muchas personas cuando están agrupadas.[i]
Los discursos de Fidel Castro de aquellos años dan para comprobar ese estado. En su publicación original reproducen incluso los diálogos del líder con grupos e individuos asistentes, expresiones que corea la gente, aclamaciones reiteradas agradeciéndole los cambios y secundando todas sus propuestas. Y era una escena particularmente frecuente, todo un fenómeno sociopolítico: locaciones diversas, generalmente amplísimas, que se repletaban con hombres, mujeres y muchas veces niños apoyando enardecidos ante aquellas palabras argumentadas, viriles y cargadas también de emoción. Era, como diría el Che, “esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro”, en un escenario muy fértil.
Una lectura adecuada de tales documentos a la altura de los 60 años transcurridos, no puede obviar tres aspectos básicos: el tipo de documento que se trata con sus ventajas y desventajas, sus contenidos básicos e ideas rectoras, quién es el orador y cuáles son sus propósitos y el contexto específico y general en que se produce el discurso.
Lo primero es que se trata de un “discurso político”, documento expresamente público desde que se concibe, aunque fuera mentalmente porque Fidel solía improvisar. Que se dirige a grandes masas o, a un auditorio o segmento de personas de interés y responde siempre a determinados objetivos e intereses políticos que el líder pretende estimular o neutralizar. Lo segundo es que el orador es el máximo dirigente de la Revolución, se conduce con el poder que le asiste pero también a sabiendas de la trascendencia de sus palabras, consciente de la importancia que tiene ganar toda la legitimidad posible en esos primeros tiempos, como garantía para la profundización de los cambios y la defensa del proyecto.
Todo eso iba acompañado de procesos políticos importantes y muy diversos. Eran tiempos de reacomodo de fuerzas políticas, de aprovechar las fortalezas de las principales fuerzas de la insurrección, mediar en las inevitables contradicciones y procurar la unidad para avanzar con el mayor respaldo posible. En los nuevos posicionamientos políticos, era lógico que los combatientes de las diversas organizaciones de la resistencia, estuvieran interesados en escuchar de primera voz el curso de los acontecimientos y las perspectivas, y que estuvieran también observando la distribución de funciones y puestos de confianza en la nueva Cuba. También que la contrarrevolución, como hija natural de la revolución, se incrementara y terminara de estructurar ese año, con una composición diversa y tratando de reeditar la fórmula insurreccional que había dado la victoria de enero de 1959.
Los dos discursos que interesan ahora se pronunciaron en momentos que precedieron y en el que daba inicio a la escalada de medidas y contramedidas económicas y políticas, que radicalizaron el proceso entre fines de junio y de octubre de ese año. Cada una de esas intervenciones públicas se identifica con sucesos específicos, auditorios diferentes, objetivos concretos y líneas de mensaje fundamentales, en algunos casos coincidentes y de continuidad hasta hoy.
El del 13 de marzo en la escalinata de la Universidad de La Habana era el segundo que conmemoraba desde el triunfo y esta vez en su tercer aniversario, uno de los hechos más audaces y heroicos de las luchas cubanas del siglo XX, encabezado por José Antonio Echeverría, también líder de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Fidel discursó para todo un pueblo aunque más enfocado en los jóvenes. La conmemoración se mantendría de esa forma de manera ininterrumpida hasta 1968.
Estaba muy fresco el sabotaje al vapor La Coubre y el sepelio de las víctimas, con una impresionante concentración en la que Fidel pronunció por primera vez la consigna ¡Patria o Muerte!. EEUU aceleraba sus planes agresivos contra la isla, desde las incursiones aéreas, presiones económicas y otras contempladas en lo que 30 años después se hizo público como el “Plan de acciones encubiertas contra Cuba” aprobado cuatro días después de ese masivo acto. Poco antes, en febrero, se había producido la visita del Vicepremier Ministro de la URSS, Anastas Mikoyan.
Algunos aspectos que distinguen este discurso son: 1) Fue menos exhaustivo que el del año anterior en cuanto a los hechos del pasado que conmemoraba, incluso en cuanto a la organización líder de aquellos sucesos. Se centró más en el presente y futuro de la Revolución y el lugar de los jóvenes; 2) Crítica al pasado republicano y la debilidad de la economía cubana por la dependencia, lo que usa EEUU para presionar y castigar, por ejemplo con la reducción de la cuota azucarera; 3) el apoyo a las prioridades de los jóvenes: la edificación de la Ciudad Universitaria con el nombre de José Antonio Echeverría”[iii], el monumento a los mártires y la reforma universitaria.
El discurso ante el Directorio del 30 ocurre tres meses después, cuando se han restablecido en mayo las relaciones con la URSS y se ha firmado el primer acuerdo comercial de suministros de azúcar y petróleo con ese país. Mientras, EEUU a través de sus empresas petroleras suspendía el envío de hidrocarburos a la Isla y prohibía a sus refinerías procesar los que procedieran de otras fuentes. Al mes siguiente reduciría la compra de la cuota azucarera cubana. Se pronunció en un espacio más reducido, con un auditorio más limitado y centrado en el ámbito político. Un almuerzo ofrecido por esa organización política de los años 30, al que asistieron miembros y dirigentes de la misma y también la madre de Rafael Trejo, símbolo de las luchas de aquel Directorio contra la dictadura de Gerardo Machado.
Como en el anterior, el único tema importante del contexto de esos meses que Fidel no incluye en su intervención pública es el de las relaciones con la URSS. Algunos asuntos abordados el 13 de marzo los retoma, expandiéndose con otros argumentos. Otros, que allá fueron marginales ocupan ahora el centro de atención. Acaso el tópico más novedoso y a tono con un auditorio políticamente selecto, a muchos de los cuales no conocía más que por referencias, es el referido a las diferencias entre un momento revolucionario, cuando diversas organizaciones estaban en la lucha incluso con contradicciones, y un momento político como ese, luego del triunfo, en que las prioridades son otras en bien del entendimiento para el país.
Otros tres temas, que están relacionados y se manejan con muy diferentes profundidades en los dos encuentros, son los relativos a: el enemigo externo, la unidad y la contrarrevolución interna. El primero es el más reiterado. Ocupa buena parte de su intervención de marzo, destacando los enormes peligros que impone al país ese enemigo externo con las agresiones económicas, políticas y armadas, para todo lo cual avisa que hay que destinar recursos y prepararse, tanto para la defensa como para resistir las carencias económicas que sobrevendrán. Lo retoma varias veces y asocia esa capacidad de resistencia con el patriotismo, la valentía y usando como ejemplo lo vivido durante la lucha en la Sierra Maestra. También lo vincula al sentido de las conmemoraciones, que en su visión son especialmente para “afianzar ese espíritu de sacrificio, fortalecer ese estado de ánimo de quienes están dispuestos a todo (…) renunciar a todo egoísmo, renunciar a las comodidades si es necesario, para estar dispuestos a dar también nuestra cuota de sacrificio cuando la ocasión se presente.”
En el discurso de junio este mensaje está presente pero en otro tono, además de que se nota un esfuerzo importante en rechazar las acusaciones de que la Revolución se ha excedido y en que tampoco podrán culparla de eso en lo adelante porque ha sido hostilizada desde el inicio, a pesar de lo cual todavía hay intereses estadounidenses en la Isla. Adelanta y a la vez tantea el nivel de respaldo para lo que se iniciará en unos días con las grandes nacionalizaciones, de ahí que expresiones como “no nos quedaremos impasibles ante las agresiones económicas,” aparezcan en varios momentos del texto, con un mensaje sobre todo para los EEUU y también para el capital nacional.
Esboza el escenario venidero mucho menos dramático: “en los meses venideros estamos enfrentados a momentos trascendentales; (…) los acontecimientos se van precipitando; (…) se acercan meses, y tal vez años, de prueba.” Y en la alerta incluye que además de agresiones económicas podrán venir otras de tipo militar desde los EEUU. Desde fines de ese mes se dio una acelerada radicalización de las transformaciones económicas. Sobrevinieron las nacionalizaciones contra el capital extranjero, básicamente estadounidense y en principio contra las refinerías de ese país y luego de otras empresas hasta eliminar las últimas 166 en octubre, a lo que responde EEUU con la primera declaratoria de embargo a las exportaciones cubanas, a excepción de alimentos y medicinas que se agregan dos años después. Aquel ciclo de octubre del 60 se cierra con intervenciones y confiscaciones de otras muchas empresas de todo tipo pertenecientes al capital nacional, desde bancos hasta perfumerías, textiles, productos lácteos, molinos de arroz, tiendas por departamentos, circuitos cinematográficos y almacenes de la economía.
La unidad es una preocupación constante. Se argumenta siempre en sentido afirmativo y como recurso imprescindible para enfrentar los desafíos, en particular los que impone el enemigo externo. En el primero de los discursos la unidad tiene un enfoque más amplio y comprometido, insistiendo en la necesidad de asegurarla junto con el respaldo de la mayoría del pueblo, por lo que “todo lo que divida (…) es tratar de restarle fuerzas a esa mayoría (…) tenemos que mantenerla, (…) debemos saber rechazar con energía a todo aquello que pretenda debilitar las fuerzas de nuestro pueblo”. En el otro discurso, el manejo del asunto es diferente, más persuasivo y menos emotivo. Sus expresiones “Hoy nos hemos sentado todos en la misma mesa (…) y a ninguno de nosotros nos ha invadido la menor duda de que estamos sinceramente unidos”, o que el encuentro “no lo ha promovido ningún interés”, resultan interesantes e ilustrativas de lo que aquí interesa. Hay una evidente intencionalidad política en esas frases, que responden más al “deber ser” o el “estado deseado” que a la realidad y evidencian la prioridad de lograr respaldo de las demás organizaciones de la sociedad civil cubana, que también se está revolucionando.
El tema de la contrarrevolución interna tuvo realmente peso en el segundo discurso examinado. En el primero fue secundario, se menciona solo una vez y para decir que es débil y sustentada por el enemigo externo, que sí es poderoso, de lo contrario no existiría. Pero en junio este no es un tema simple. La insistente referencia a traiciones que se habían estado produciendo desde el triunfo no es casual, aunque a la luz del tiempo y de la ciencia se sabe que ese fenómeno de reconfiguración de fuerzas y posiciones políticas que articulan una contrarrevolución, es una regularidad de las revoluciones. Así como el campo revolucionario se ensanchaba con los que se beneficiaban directamente de las medidas implementadas, que era la mayoría, en el de la oposición ocurría algo parecido al integrar a los afectados y a otros que, siendo del campo revolucionario, tenían contradicciones con el rumbo que iba tomando el proyecto, que a su juicio se estaba desviando de la plataforma que los había incorporado en otro tiempo a la lucha, lo que significaba que estaba cruzando la línea hacia el socialismo, o al “comunismo” como más se decía entonces. Se basaban en general en la radicalidad de las medidas, el acercamiento a la URSS y la apreciación de posiciones sectarias estalinistas en algunos socialistas populares en el poder. En la segunda mitad del año, solo en La Habana habían más de 40 organizaciones contrarrevolucionarias y dos de las más fuertes se identificaban como Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR).
En los dos momentos se evidencia la intención del 1er. Ministro de usar esos encuentros para transmitir informaciones de interés político general y específico para los diferentes auditorios, interactuar con el pueblo y escrutar la reacción popular y de grupos políticos, compulsar el respaldo de la gente y la unidad frente a un escenario que avizora complejo y cargado de desafíos. Todos esos aspectos complicados y muchos conflictivos, los aborda en un lenguaje muy afirmativo, optimista, de seguridad en la victoria y tocando la sensible fibra de la idiosincrasia y la identidad nacional en las personas.
La historia en su función educativa y como recurso para legitimar el proyecto y su liderazgo está presente también en las dos intervenciones, pero de modo diferente. En marzo, ante tanto pueblo y muchos jóvenes, es muy amplio y asociado a las consecuencias de la presencia de ese enemigo externo para Cuba desde fines del siglo XIX en lo económico, lo político y en sus afectaciones a la identidad nacional y las luchas cubanas. En junio, ante el Directorio del 30, la cuestión generacional en la historia de las luchas ocupa el centro del repaso histórico. Su objetivo es persuadir y lograr apoyo de ese segmento político a la Revolución. Así que se extiende en las diferencias entre las generaciones, en particular las de 1868, la del 30 allí presente y la suya propia. Reitera su reconocimiento al aporte de las anteriores, en particular la que está presente y el ejemplo que representan para la lucha de la del 50, más comprometida con el proceso porque con menos tiempo pudo ver coronado el triunfo.
Varios discursos de esos primeros tiempos tuvieron una tónica similar. Examinando el contexto permiten comprender la prioridad que tuvo la casi omnipresencia y oratoria de Fidel en la marcha de los procesos y la reafirmación de su liderazgo, coronado al año siguiente con la victoria en Playa Girón. Lo excepcional no está tanto en los temas y los recursos del líder para convencer y articular consensos a través de gigantescas y enardecidas movilizaciones populares espontáneas, cuyo centro fueron sus discursos y un inédito ejercicio de democracia directa. La mayoría de esos temas principales y recursos los mantuvo durante décadas. Lo realmente relevante está en la novedad que representaron entonces y que correspondieron al extraordinario y definitorio momento en que toda la fortaleza, energía y capacidad creadora (arriba y abajo) se desplegaban al máximo por una nueva Cuba.
Todo y más de lo que se avizoraba, e incluso lo que se temía durante aquellos meses del primer semestre de 1960, ocurrió a seguidas. A fines de octubre el Programa del Moncada se había sobre cumplido y había avanzado de modo notorio la unidad política de las bases sociales en torno al proyecto. Aunque el carácter socialista de la Revolución no se declara oficialmente hasta abril del año siguiente y hasta casi tres meses no surge la primera organización política única y rectora -Organizaciones Revolucionarias Integradas, ORI, que al año siguiente se convertiría en Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, PURSC, mismo que desde 1965 asumiría el nombre de Partido Comunista de Cuba, PCC-, desde el último trimestre de 1960 quedaron a la vista dos rasgos fundamentales que siguen definiendo al socialismo cubano.
El primero, la estatización por socialización en la economía, siendo ya de propiedad estatal -salvo en la agricultura que era el 37%- más del 80% en indicadores fundamentales: comercio exterior, banca y comercio mayorista 100%, construcción e industria 82.5% y transporte 92%.[iv] El segundo, la fórmula de organizaciones unitarias desde la base hasta la máxima conducción política ideológica del proyecto, que también funcionarían como mecanismos de control social. Se había estrenado el año anterior con las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) y se amplió durante 1960: en enero los niños y jóvenes en la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), en agosto las mujeres en la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y en septiembre los ciudadanos a nivel de barrios en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
El titular con que Cubadebate divulgó el discurso ante el Directorio del 30 (“Cuando se hable de la Revolución, se hablará de una sola generación”) es casi la frase que Fidel dijo ese día: “Cuando en el futuro se hable de esta obra revolucionaria, se hablará de una sola generación.” Esa ligera imprecisión en la cita da para volver a la intencionalidad política del documento y los diversos acercamientos y usos posteriores aludidos al inicio. En Fidel fue la necesidad de persuadir respecto a la unidad que necesitaba ese momento político y la oportunidad que les ofrecía para que, de cara al futuro y la historia, fueran ellos también actores directos del cambio que en ese minuto ofrecía la “generación nueva” -como la llamaban los veteranos del 30- encabezada por Fidel. En los editores, pasados 60 años, muestra el interés por extraer y sintetizar una idea en forma de consigna, que resalte en la palabra del líder un mensaje de ausencia de contradicciones y de imperativo de la unidad, en un momento en que ese tema parece preocupar mucho y ocupar muy poco.
[i] Ver de Andre Clement Decoufle: Sociología de las revoluciones, OIKOS-TAU S.A, Barcelona, 1975
[ii] También españolas, francesas, suizas, británicas y canadienses
[iii] La CUJAE, que más tarde pasó a denominarse Instituto Superior Politécnico “José Antonio Echeverría”, se fundó el 2 de diciembre de 1964.
[iv] José Luis Rodríguez García: Estrategia del desarrollo económico de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990, p. 23
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