Son tiempos de celebrities en las redes sociales que venden entretenimiento como si fuera política, pero no lo es. Es odio. Tiempos en que convocar desde la ignorancia y la vulgaridad es motivo de orgullo. Son días en que los representantes de los sentimientos más viscerales, arrastran hordas de repetidores y aplaudidores de una realidad que no entienden. Con la ilusión de que dicen cosas verídicas cuando son víctimas de la manipulación más básica. Y terminan convertidos en soldados de ese odio.
Sorprende lo fácil que es secuestrar el sentido común y envenenar la inteligencia, pero tampoco es nuevo. Cuba se suma tarde pero con paso acelerado a las dinámicas más nocivas de las redes sociales, alimentadas en este caso con mucho dinero dedicado a provocar un cambio político en la isla. Somos una sociedad sumida en la posverdad y la urgencia de la vida cotidiana. Mucho más ahora, en tiempos de un confinamiento y distanciamiento social. Ahora más que nunca la humanidad socializa en una dimensión digital donde, paradójicamente, es más frágil su sentido crítico de la realidad exterior.
No me había permitido mirar los aquelarres televisivos de Alexander Otaola, hasta ayer, porque me considero vigía insomne del contenido que no aporta. Pero la nube de lodo ya hace ruido, impacta a artistas y personas que admiro, y fue lo que me hizo entrar a mirar el ritual. La composición del cuadro muestra dos sillas rojas con fondo amarillo, mientras un personaje en una de ellas, colorido y extravagante, grita e insulta mientras hace sonar un manojo de pulseras en uno de sus brazos, intercalando entrevistas de lenguaje chabacano.
Se respira mala vibra con el eco del sonido amateur, el chroma key mal depurado y la figura dantesca de un hombre con barba, gorra y anteojos, que gesticula nervioso. Pero es solo para disfrazar el mensaje. Lo que parece un programa de mero espectáculo con una batería de sponsors, se revela pronto como una vista oral macartista, en la que se acusa a otros cubanos como si estuvieran vinculados a una ideología pagana sacrílega que explota las bilis del sector más recalcitrante de la comunidad emigrada en USA, esa ideología no es otra cosa que el comunismo.
A menudo se pronuncian palabras mágicas que funcionan como conjuro anticomunista para excitar a la audiencia: libertad, dictadura, régimen, castrista. Mueven las fibras de una identidad que se considera como la única legítima y busca anular el disenso. Para estos actores, tomar café en una taza de color rojo y leer el Granma, es un imperdonable performance comunista. Todo lo que no es condenar, detectar y señalar comunistas, se convierte en una enfermedad cancerígena para ellos.
Este comportamiento intolerante no es nuevo en Estados Unidos
Recordemos aquel discurso de Edward R. Murrow en televisión, que mirando al senador de Wisconsin que detectaba comunistas hasta en la leche, dijo: “la línea entre investigar y perseguir es muy fina. No debemos confundir disenso con deslealtad. Debemos siempre recordar que acusación no es prueba.” Yo digo que también hay una línea muy fina entre el terror y la loa.
Me cuesta mucho creer que la mayoría del público otaolense no ve la intención malsana cuando señala con el dedo, denigra y difama. Condena a la hoguera a sus víctimas como si fuera un senador anticomunista en los 50, desde el bastión de su fondo amarillo, con la impunidad de la aparente gratuidad de sus palabras. Y lo aplauden miles, desde la hipnosis que provoca la escasa cultura política, que celebra una afirmación banal por el solo hecho de que suena a verdad dicha con valentía. ¿Cómo logran estos activistas políticos y celebrities de redes sociales, anular el sentido crítico de toda una audiencia? ¿Cómo la aumentan? ¿Cómo un centenar de personas eleva estos haters a la categoría de posibles líderes en la Cuba fantástica construida por algunos en el exilio?
Y la habladuría entretiene, duerme. Crea juicios falsos que se contagian más rápido que el Covid-19. El odio es morbo. La velocidad con que es preciso generar nuevo contenido en tiempo real, anula el análisis del contenido anterior. Exagera anécdotas banales, explota contenido audiovisual ambiguo, carga al adversario errores propios, responde a los ataques con más ataques y construye argumentos a partir de fuentes no fidedignas. Moviliza a la diáspora desde un dolor histórico no superado y sabe crear un enemigo, convocar a combatirlo, a una audiencia que no busca profundidad, ni investigación, ni está acostumbrada a cuestionarse tal contenido. Solo da likes y contribuciones.
Entonces, ¿qué enseñan estos personajes del mundo youtuber, en tiempos donde la polarización y radicalidad de un sector en la Florida ganan espacio?
Los intelectuales y artistas cubanos se harían un pobre favor bajando a este escenario de politiquería militante. Sería darle a estas personas una mayor celebridad, los que lo han hecho y se han dejado provocar, han pagado altos precios. Pero hay una tarea pendiente y urgente del sector intelectual y académico de la sociedad cubana, que no está mirando cómo este discurso sensacionalista gana terreno; es necesario revisar qué espacios alternativos se ha entregado a estos grupos, qué vulnerabilidades existen en la sociedad cubana dentro y fuera de la isla, que los hacen susceptibles de consumir el odio como discurso político. No basta con crear espacios de mayor profundidad si no tenemos quien transmita en un lenguaje más potable y rápido de ser captado por la inmensa mayoría.
Hay un componente de marketing que se está obviando y que hace potable cualquier contenido. Existen académicos que han multiplicado su influencia al utilizar un discurso más accesible, como el caso de Darío Sztajnszrajber, filósofo y ensayista argentino que ha sido premiado por su labor divulgativa, llevando la filosofía a un estrato más cotidiano y realizando una labor comunitaria más enfocada a militar el pensamiento. Pienso en economistas que van a programas televisivos de diferente corte ideológico y exponen sus ideas de forma que miles de personas los entienden. Usar recursos expresivos y de comunicación que ayuden a despertar otros criterios, desde la verdad científica y la transparencia, que ayuden a desenmascarar la estridencia del activismo reclutante en la Florida. Pienso en jóvenes figuras en Estados Unidos que cada vez adquieren mayor significancia, como Yadira Escobar, que ha “bajado” a estos canales y participado en debates con estos youtubers, y ha salido siempre triunfante.
¿Nos estamos quedando sin estrategas o le dimos las armas a la gente que no era?
No se trata de entretener, ni volver nuestros pensadores en influencers vacíos y gritones, se trata de diseñar campañas efectivas, que ilustren el efecto práctico de las sanciones a Cuba, que expliquen cuán necesaria es la reconciliación entre emigrados y residentes de las dos orillas. Y buscar a los mejores comunicadores para eso.
No fue hasta el final de la Guerra Fría que los norteamericanos vieron el daño terrible que había hecho Joseph McCarthy: un clima de terror anti americano, guiado por su sed de poder y reconocimiento mediático. Estos personajes que hoy dividen y marcan a otros con letra escarlata en nombre de la libertad, descalificando a otros según les parezca, no tienen cabida en ninguna sociedad sana. El terreno donde son débiles, es precisamente el del conocimiento, las ciencias, la historia y la verdad. Los cubanos de ambas orillas, académicos, artistas, y los de a pie, no debiéramos jamás desistir en acercarnos unos a otros, nunca en acentuar las diferencias. La libertad no se alcanza por el camino del odio sino por el conocimiento y el respeto a nuestras diferencias. Cuenten conmigo para eso.
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