En algún sitio de la gran biblioteca que albergue la historia de estos tiempos, seguramente habrá un estante reservado a las rarezas cubanas. Puedo imaginar el asombro del investigador del futuro que se tropiece con los tuits de quien sin ser la Primera Dama asiste a recepciones de Estado y se le estropaja el corazón con apagones que no sufre; o con la canción del rapero que paralizaría Cuba —sin el más remoto éxito— con su deseo de compartir bendiciones con sus panas y andar en un lamborghini por Varadero.
Me parece ver su rostro estupefacto cuando se cruce con la noticia de que un promedio de 100 mm de lluvia en un día provocaron alrededor de 150 derrumbes en La Habana e inundaciones en muchas zonas —¿cómo resolverán el problema los habitantes de Mawsynram, en la India?—; asimismo, le será difícil digerir que un senador de la Florida vea, con la preocupación de un gato agazapado, que en la administración Biden haya personas que podrían querer, nada más y nada menos, suavizar las medidas de aquel país contra el de sus padres.
Intuyo, sin embargo, que probablemente no se genere demasiada sorpresa en él cuando se tope con la imagen del concierto del trovador Carlos Varela, algunas de cuyas canciones fueron coreadas por enardecidos gritos de «¡Libertad!». ¿Qué propiciaría que el incidente fuera una noticia? ¿Cuál es la razón para que de un lado y otro se le dedicara tanta atención? ¿Por qué libertad se clamó a gritos aquella noche?
A lo largo de los siglos, cada generación de cubanos ha luchado por una libertad diferente. Cuando en 1959 triunfó la Revolución, el 92.9% de los habitantes había nacido durante la República, por tanto, sus luchas no eran contra un sistema esclavista y colonial, como fueron las de sus padres y abuelos del siglo XIX.
Para aquellas personas, el referente de opresión del que ansiaban liberarse era un régimen inconstitucional y asesino, que tenía sumidos a muchos en la pobreza y entregada una buena parte de la riqueza nacional al capital extranjero. Las botas de los militares golpistas del 10 de marzo debieron ser barridas, como lo habían sido las de la última generación de mambises políticos gracias a la Revolución del Treinta.
La generación que se congregó en las calles para vitorear a la Caravana de la Libertad —el nombre no es casual ni inmerecido—, estaba tan feliz por lo conquistado y segura de que sus anhelos se materializarían en un tiempo cercano o medio, que llenó de hijos las casas de Cuba. Así, para 1970 el 27.6% de la población tenía nueve años o menos (hoy en ese grupo está apenas el 10.2%). Aquel Baby Boom fue una demostración de confianza, como las oleadas migratorias posteriores lo han sido de decepción.
¿Por qué libertad se clamó a gritos aquella noche? (Foto: Facebook / Carlos Varela)
Del mismo modo que para los cubanos del 59, los días oscuros de la esclavitud y la Reconcentración de Weyler eran historias lejanas y trascendidas, lo son el capitalismo republicano y la dictadura de Batista para el 83.5% de los actuales, nacidos durante la Revolución. De esos, el público en el concierto de Varela estaba compuesto en su mayoría por el 40.4% que ha conocido únicamente al Período Especial, pues llegó al mundo después de 1990. Entonces, ¿por qué libertad clamaron esas personas, nacidas en un socialismo supuestamente emancipador? ¿Cuáles son sus referentes de opresión?
Hace algunos días ví los instantes finales de la transmisión en que la activista Sahily González —con cuyas opiniones políticas no estoy familiarizado, pero que son tan legítimas como las de cualquier militante de la UJC, la Asociación Católica o el Partido Verde—, era parcialmente ahorcada por el más inepto de los agentes de la Seguridad del Estado. Al percibirlo con tanta nitidez, recordé la escena del Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, en que la esposa del oftalmólogo le dice al matón que nunca olvidaría su cara. Varias páginas después lo asesinó de un tijeretazo.
El hombre creado por el escritor portugués —física y moralmente ciego—, es la representación del opresor; ella, que decide matarlo aun cuando con eso trasgrede sus más asentados límites, lo hace compulsada por la necesidad de sobrevivir en libertad pese al caos que la circundaba. «Donde hay poder, hay resistencia», dice Foucault.
Lo sucedido a la activista González es un botón de muestra. Dado que por obvio no requiere un análisis ético, cabe preguntarse desde el pragmatismo político: ¿sirve para algo? ¿Cuál es la relación costo/beneficio en acciones como esa? La represión violenta, las persecuciones, la prisión, los despidos laborales, el acoso o los linchamientos mediáticos; funcionan tan bien a largo plazo como el alcantarillado habanero con 100 mm de lluvia. La historia de Cuba tiene ejemplos sobrados que lo ilustran.
La libertad es tan intrínsecamente humana que quienes la reprimen han debido despojar primero a sus víctimas de cualquier atisbo de humanidad. Bárbaros, negros, rebeldes, gusanos, mercenarios, comunistas, maricones, ciberclarias, son algunas de las herramientas del idioma utilizadas para tal fin. La palabra es la mano que moldea el barro del pensamiento, y del mismo modo que forja la empatía en las relaciones sociales, también puede malograrla hasta el fratricidio.
Sentenciaba Rosa Luxemburgo, con el acierto de una profetisa, que «la libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido, por muy numerosos que sean, no es libertad en absoluto». Sin embargo, como condición inherente a los hombres, la libertad encontrará su sitio natural a cualquier precio, como río que recupera el cauce pese a la urbanización.
Los jóvenes congregados alrededor de Carlos Varela clamaban por el derecho a gritar «¡Libertad!» sin que ello constituya un acto subversivo o noticioso, y menos en un país constitucionalmente socialista, puesto que socialismo debiera ser libertad en todas sus dimensiones. Recuperar los sueños que unieron a nuestros abuelos en torno al proyecto de aquella caravana, hace más de sesenta años, no es trabajo ajeno sino de cada ciudadano. Unos pocos no pueden ser usufructuarios de lo que es de todos, pues, como dice el poeta, «la libertad nació sin dueño».
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