La distinción ideológica entre esclarecidos y desorientados que da forma al mecanismo de poder real en Cuba es obsoleta y debe ser superada. No porque asuma la preeminencia del signo ideológico de la izquierda, sino porque es parte de un sistema ideocrático que enajena la toma de decisiones de forma incompatible con el pensamiento inclusivo y plural de la Cuba actual y de la futura. Esto por sí solo ya es motivo suficiente para pensar en la transición hacia un socialismo verdaderamente participativo, donde la democracia no esté limitada por la ideología.
La ideocracia cubana tiene un nivel formativo en el trabajo político-ideológico que es dirigido fundamentalmente a las masas en tanto contraparte de la vanguardia. Sin embargo, en los últimos años de supervivencia de la Revolución ha sido imposible enlazar siquiera teóricamente el plan de progreso económico y social con el núcleo de la doctrina. Con el endurecimiento de la línea injerencista del imperialismo, el trabajo político-ideológico ha ido adoptando una posición por completo defensiva. Así, el dogma luminoso del hombre nuevo se ha reducido a la inevitabilidad de un fundamento real-socialista como única forma de preservación de la independencia y de las conquistas de la Revolución. Hoy es imposible reivindicar la idea de un hombre nuevo ideológicamente esclarecido tanto así como proponer desde el gobierno un discurso de futuro a la altura de Palabras a los intelectuales.
El nuevo tiempo viene además cargado de una pluralidad que es esencial a la persona real, amplificada por una era de comunicación sin precedente que llegó cuando menos para quedarse. Esa imposibilidad cada vez más fundamental de agrupar a las personas bajo sistemas ideológicos detallados desborda no solo nuestro modelo político real-socialista, sino también el marco pluripartidista de los modelos capitalistas representativos.
Pero si en la lucha histórica por la independencia de Cuba y por la justicia social la narrativa del hombre nuevo nos ha hecho avanzar hasta aquí, ¿cómo puede a este punto una narrativa de la participación, centrada en la persona real, impulsar hacia adelante la construcción de la sociedad socialista? La respuesta podría ser: haciendo que la responsabilidad de la toma de decisiones recaiga, por primera vez en la historia, de forma igual en todas las personas.
Un socialismo realmente democrático añadirá muchos de los derechos individuales enarbolados por las democracias liberales a la gama de derechos y libertades fundamentales conquistados por nuestro socialismo real. Esto, sin embargo, no debe confundirse con la adopción de una institucionalidad burguesa; más bien es el proceso natural en que el socialismo asimila lo que ha sido conquistado y mantenido con mucho esfuerzo por las clases explotadas en diferentes contextos. Pero además, y este punto es esencial, la narrativa de la participación sustentará un modelo de socialismo democrático verdaderamente participativo que será tan incompatible con la sumisión a un partido como con la falacia representativa del menú pluripartidista.
Esta transformación del poder real en Cuba se puede hacer desde la misma institucionalidad existente si comenzamos por liberar los mecanismos del Poder Popular, hasta hoy discípulo obediente del Partido. El Poder Popular, que organiza las comunidades en consejos locales electos en asambleas populares, es una de las más valiosas conquistas de la Revolución y establece un marco institucional para el empoderamiento popular a todos los niveles de gobierno en la república. Es en buena medida el sueño dorado de la izquierda: un diseño hecho con la clara voluntad de dignificar la representatividad política del pueblo, al tiempo que elimina los mecanismos burgueses de dominación de clase. Pero solo funcionará bien si puede separarse del acatamiento ideológico y de la circunstancia de un órgano suprademocrático que le dice todo el tiempo qué hacer y qué no.
El Poder Popular puede entonces usarse como base para el desarrollo del mejor experimento democrático de nuestro tiempo, despojándolo de las trabas formales e informales que conocemos y que continuamente iremos identificando en el ejercicio plural e inclusivo que nos marca el socialismo nuevo. Superando el esquema real-socialista, que es hoy freno más que empuje para un verdadero empoderamiento popular, la carrera por un socialismo democrático en Cuba pondrá a la persona real frente a su país como frente a una obra propia, con institucionalidad y garantías.
El modelo que emerge en la narrativa de la participación es continuidad y es ruptura. Cuando todas las personas sean capaces de influir, seguir y validar con mecanismos dinámicos de representación y canales ágiles de comunicación y supervisión a todos los niveles, los electos estarán en cierto modo mucho más cerca del dirigente sacrificado del pensamiento guevariano. La tendencia a constituir una clase privilegiada, que la persona real experimenta inevitablemente al formar parte de un aparato burocrático, sería minimizada por un electorado plural que como mínimo exigiría transparencia constante. La asamblea nacional asumiría de verdad la dirección del país y los cerebros detrás de las estrategias fundamentales de desarrollo nacional serían conocidos, discutidos y consensuados por el pueblo.
Un efecto inmediato y no menor de la implementación del nuevo socialismo será recuperar el sentido de pertenencia ciudadano, devastado por décadas de crisis y por una verticalidad estatal que responde a las bases solo indirectamente y a través de una matriz ideológica. El papel secundario que hasta hoy ha tenido el Poder Popular, siquiera sea en las cuestiones del municipio, ha lastrado la democracia al punto de que un delegado de circunscripción no es visto como lo que es: una figura política, con la sagrada responsabilidad de influir en el destino del país como miembro de una asamblea municipal. Si logramos que esa percepción cambie, que no exista una circunstancia que una persona real no se sienta capaz de cambiar a través de las estructuras democráticas, fluirá una corriente de ideas de abajo hacia arriba. Representantes cada vez más comprometidos con el elector podrán inundar todos los niveles de toma de decisiones estableciendo nuevos modos de hacer, de supervisar y sobre todo de rectificar con honestidad.
El marco nuevo de la narrativa de la participación es mucho más que anticapitalista, trasciende el concepto mismo de partido político y lo asimila. Si la creación del Poder Popular fue la ruptura con la aparente pluralidad del modelo político burgués, sujeto en realidad a los poderes económicos del capital privado, la liberación del Poder Popular en el socialismo nuevo emancipa finalmente al sistema de los dogmas ideológicos para volverlo instrumento únicamente del pueblo. Es la persona real tomando el destino en sus manos como sociedad justa e independiente, y dejará expuesta como nunca la verdadera naturaleza de la agresión externa y del espejismo capitalista. Ni un socialismo de castas ni un capitalismo de partido único, esta debe ser la dirección de nuestro progreso económico y social; y no hay problema más acuciante, más importante o más decisivo para el presente y el futuro del pueblo cubano.
Con la constitución protegiendo los ejes políticos fundamentales del socialismo nacional, acompañada eventualmente por un tribunal constitucional, la renuncia a la ortodoxia ideológica que es necesaria para el curso de la nueva democracia no implica una desideologización de la sociedad sino exclusivamente de las estructuras participativas. Toda persona real carga una ideología propia de la que es más o menos consciente. Es de esperarse que en una Cuba educada por la Revolución en valores socialistas, todas las vertientes de la izquierda, incluyendo por supuesto la línea del socialismo real, tendrán siempre una gran representación.
Al Partido, que ha tenido la tarea histórica de resistir y preservar el legado revolucionario hasta la actualidad, le esperaría en la Tercera República un rol mucho más de base que implicaría el rediseño de su dinámica interna. Pero antes que eso, en la posición que adopte frente a la concepción y el establecimiento de la nueva narrativa de la participación, le podría esperar uno de los retos más importantes de su historia y de toda la del socialismo.
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