Por: Yadira Escobar
MIAMI – Las sirenas de la policía, o los disparos ocasionales entre pandillas juveniles pueden ser oídos dentro de las aulas donde se enseña música en las escuelas “Magnet”, localizadas en los peores barrios de las grandes urbes norteamericanas. Estas escuelas cuentan con créditos federales para gastos en viajes a museos o visitas a galerías, pero desde su creación en los años 60, no parecen haber logrado la integración de los barrios más marginales de la sociedad estadounidense.
El gobierno federal, desde la administración Kennedy, conocía los peligros de una sociedad dividida en regiones raciales y económicas, e hizo lo que pudo por revertir el proceso. Las escuelas Magnet, han ayudado algunos niños a no limitar su educación al entorno inmediato de su barrio. A través de una matrícula que atrae estudiantes de otros barrios, especialmente de zonas periféricas, dichas escuelas servirían para revertir el proceso de marginalidad y pobreza de zonas deprimidas, para compensar la “fuga de blancos” hacia los suburbios. En verdad los resultados fueron muy distintos a lo que se esperaba de estos proyectos.
Lamentablemente existe una cultura de pobreza como reacción a la vida marginal que perpetua la pobreza, y que como señaló el antropólogo Oscar Lewis en los 60, promueve valores negativos contrarios al avance social de las áreas deprimidas. El pesimismo, el vivir al día, la mala costumbre de no hacer planes a largo plazo, y otras patologías sociales tiene su origen en una economía de supervivencia e improvisación que desarrollan muchas familias afroamericanas de tipo matriarcal donde falta la presencia de un padre. La costumbre de las comunidades de crear sus propias instituciones de autoayuda, aíslan aún más a grandes grupos dentro de un gueto cultural desvinculado del resto de la sociedad favoreciendo la falta de participación sociopolítica.
Los suburbios, a diferencia del mundo latino, no son barrios marginales de la periferia, sino zonas residenciales a donde escapan las familias más prósperas. Tras esas familias, van los inversionistas, y un mayor mercado laboral que se aleja de los inmigrantes latinos, negros y pobres en general. Ellos entonces se ven obligados a sobrevivir en guetos de alquileres baratos donde las únicas empresas lucrativas son la pornografía o el tráfico de drogas. Es precisamente en medio de esa pesadilla urbana donde la educación es la única esperanza para las nuevas generaciones, y donde se ubican las escuelas “Magnet”. En realidad los nuevos estudiantes blancos captados en las periferias no se incorporan al colectivo, sino que arrastran a menudo prejuicios raciales, y conforman grupos exclusivos y más racistas aún. Luego regresan a sus barrios de origen sin importantes modificaciones en su conducta cívica.
Estas escuelas tratan de cumplir con sus cuotas raciales y de zonas específicas, con tanta precisión que parece toda una obra de ingeniería social, pero los resultados son aún muy pobres. Sigue siendo un proyecto aislado y casi filantrópico, no acompañado por una vigorosa política redistributiva, y enfocada en fortalecer la formación ocupacional y los programas de ayuda al empleo. El desempleo sigue siendo la causa fundamental de la pobreza y la formación de guetos raciales y culturales cada vez más enajenados del resto de la sociedad norteamericana. Solo con empleos y creación de riqueza dentro de esas zonas, se puede revertir ese proceso destructor.
Es un error gastar recursos tratando de atraer a niños de los suburbios como si fuesen elementos de superior calidad social por provenir de clases medias. En realidad el origen de las desigualdades entre el centro y las afueras de las ciudades radica en el movimiento de capitales y del mercado laboral hacia los suburbios.
El sentido común nos dice que en vez de buscar niños de otras razas con talento en los suburbios para educarlos en las escuelas “Magnet”, se deberían destinar recursos para educar a los niños pobres de esas zonas deprimidas. Además, se debería apoyar con cursos de capacitación a los desempleados para prepararlos para empleos calificados. No estaría mal ofrecer estímulos fiscales a las empresas que decidan establecerse en zonas deprimidas. El Congreso debería proteger los programas actuales contra la pobreza, y no permitir los recortes en ayuda a las familias pobres que están muy concentradas en esos barrios, porque de incrementarse la pobreza en esos barrios, tarde o temprano toda la sociedad norteamericana sufrirá las consecuencias.
Tomado de Progreso Semanal
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