Pasan los días y no se borra la angustia por los sucesos de Bahía Honda. Estaban escapando, como cientos, como miles, como cientos de miles que en los últimos años han dejado todo, han arriesgado todo —la vida, que es todo—, para intentar salir de la caldera hirviente en forma de Isla.
Nadie tiene derecho a penetrar en espacio jurisdiccional de ningún país para traficar personas. Las salidas y entradas ilegales hacia o desde cualquier nación son comprensiblemente penadas. Todo eso es cierto y hay que defenderlo como normas de convivencia y principios de soberanía. Pero entre razonamientos jurídicos, diplomáticos, políticos… se filtra el simple entender humano. Lo que se siente, o no, por los prójimos.
Y esos prójimos, simplemente, estaban escapando. No habían robado ninguna embarcación. No habían secuestrado a nadie. No habían agredido a nadie. Huían.
Escapar, ya se sabe, irrespeta demasiado a los jerarcas. No puede permitirse.
La nota oficial, ese monumento cotidiano a la nebulosa periodística, esta vez tampoco aclaró nada. “Una lancha rápida procedente de Estados Unidos, que violó el mar territorial de Cuba en una operación de tráfico de personas, se hundió al norte de Bahía Honda, Artemisa, al colisionar con una unidad de superficie de Tropas Guardafronteras durante su identificación, de acuerdo con informaciones preliminares”. Y más adelante, como quien informa de un inventario de almacén: “Fueron rescatadas 23 personas, incluyendo 5 fallecidos (un hombre, tres mujeres y una menor)”.
Nada más para explicar en qué condiciones se produjo la colisión, por qué se produjo, quién la originó. Pero, como siempre, un texto habla más por lo que calla. Cualquier lector mediante informado y sagaz puede imaginarse las líneas que faltan.
¿Provocarían el choque los que solo intentaban huir? ¿Estaba tan congestionada la inmensidad del mar que dos embarcaciones, accidentalmente, tenderían al impacto? ¿Con tantos testimoniantes a mano, de los que iban en una y otra nave, no se podía esclarecer en pocas horas lo sucedido, por simple contraste de fuentes, y delimitar responsabilidades?
Conocemos las respuestas. Y si no bastaran nuestras conclusiones, ahí está el relato de los hundidos, ¿o debo decir, de los embestidos, de los casi ahogados, de los que “partieron al medio” y lanzaron al mar?
Claro, la nota oficial sí se apuró a señalar al único culpable posible: “la política hostil y cruel del gobierno de los Estados Unidos”, “el bloqueo económico, comercial y financiero [que] provoca enormes dificultades a la población”. Y no es que sea menos responsable el gigante del Norte. Es que no es el único. Ni el principal.
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Vidas. Se trataba de vidas. No de sacos de arena o trastos viejos.
Quien conozca un poco de cómo funcionan las jerarquías y procedimientos en Cuba, máxime en las fuerzas militares, sabe que ninguna decisión, mucho menos las relacionadas con intercepción de naves extranjeras, la determina un trasnochado y negligente capitán de barco guardafrontera. Ni siquiera un jefe de destacamento provincial. Hay una cadena de consultas y disposiciones. Hay órdenes precisas. Hay ejecuciones que solo se autorizan en altísimo nivel.
¿O puede cualquiera violar las “órdenes terminantes de que no se tratara de interceptar nunca una embarcación con personas”, según respondió Fidel Castro a una interrogante de Ignacio Ramonet sobre el Remolcador 13 de Marzo, que también hundieron, al costo de 41 vidas segadas.
Y mi pregunta, la pregunta que no cesa de aguijonearme desde el pasado 29 de octubre, es cómo, con qué estómago, esos, que decidieron, y ordenaron desde la nación, y acataron/ordenaron desde la provincia, y acataron/ordenaron desde la cabina y acataron/ejecutaron desde el timón, cómo esos, repito, no se detuvieron, al menos un segundo, a pensar que iban a hundir, que iban a matar, que iban a asesinar a seres humanos, a compatriotas que solo intentaban irse, sin dañar a nadie, sin robar, irse, escapar, desaparecer hoy y abrir otro día los ojos en una realidad mejor.
Los que así mandaron, y así cumplieron, y así trozaron, ¿son mejores que los que en otras épocas torturaban? ¿Cuándo veremos al primer militar infractor debidamente juzgado? ¿Lo serán alguna vez los que golpearon o indicaron golpear sin compasión el 11 y 12 de julio de 2021? ¿Lo serán alguna vez los que han convertido en caricatura el flamante “Estado de Derecho socialista”?
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Hay “penas sin nombre”, como nos advirtió José Julián. Familias rotas que nunca más recuperarán su aliento. Solo eso ha de bastar para que nadie olvide.
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