Apuesto por comentar en este blog sobre las vivencias de los estudiantes universitarios cubanos, sus realidades, los retos que poco a poco va imponiendo la vida. Hoy es un día feliz. Culminan a través de un Examen estatal los cinco años de la carrera. En la quietud de la noche aprovecho para escribir y reflexionar un poco sobre lo acaecido. Hoy más que nunca es un día para pensar.
En la alegría del momento se diluyen las historias de jóvenes que sin más esfuerzos que el de levantarse de la cama todos los días, o alguna que otra trifulca amorosa fueron sorteando los estudios universitarios. De ellos tendría muchas cosas que contar, porque cada vida, bien escrita da para un buen libro, pero prefiero colocar mi atención sobre un personaje singular que un día llegó al aula para arrebatarnos el sosiego y brindarnos a todos su sincera amistad.
¿Su nombre? No importa, muchos de quienes han compartido más de una conversación con él no lo conocen. Preferimos llamarlo El Guajiro, lo que nos recuerda cada vez que la dirigimos la palabra su origen campesino.
El Guajiro es flaco, feo, desgarbado, y ya anda quedándose sin pelo. Le gusta hablar alto, como para que todos lo escuchen; contar historias de dudosa procedencia y poco sustento real; su baile tan horrible como su aptitud para los deportes. Pero el Guajiro es un corazón que anda, un compañero leal hasta el final, un confidente que no descansa hasta solucionar tus problemas, un amigo con letras mayúsculas.
Y en este minuto estoy pensando es este personaje singular, pues si a para unos llegar a esta graduación fue algo como levantarse de la cama, para nuestro Guajiro, no fue así.
Hace cinco años que estamos conviviendo en el mismo grupo, y sin embargo ninguno de sus compañeros hemos podido llegar a su casa. No ha sido por falta de hospitalidad, pero la voluntad de viajar se anula ante lo complicado del viaje. Quienes hemos tenido el privilegio de revisar su carnet de identidad, habituados a la vida en la ciudad, nos quedamos pasmados ante la ausencia de una dirección. Ese carnet apenas nos informa: Finca San Isidro.
Y si de reflexionar se trata, me pongo a pensar lo que habría sido de aquel guajirito, si no tuviésemos las conquistas de la Revolución que son disfrutadas por nosotros todos los días.
Recuerdo en este instante las tristes imágenes del campo cubano que describió Fidel en la Historia me absolverá, los cuentos que me han llegado por familiares y amigos: niños con parásitos, plan de machete por la Guardia Rural, desalojos, pobreza, hambre…
Y me alego por el Guajiro, quien nació, creció y vive en un campo muy diferente. Mientras que a sus ancianos padres les tocó vivir en la neocolonia y ambos suman unos pocos años de estudios, lo elemental, su hijo desde este momento es universitario. Exhibe con orgullo un título que atestigua el sacrificio familiar y las oportunidades que brinda nuestra sociedad.
Pero para nuestro Guajiro todo no fue fácil.
Estas líneas atestiguan aquellos difíciles viajes los fines de semana, como los antiguos navegantes, intentando llegar a los confines de la tierra. O las noches en vela dedicadas al estudio, conociendo de antemano que la materia le era particularmente difícil, creyendo que sabía menos que el resto de sus compañeros. O los trabajos que pasó en la residencia estudiantil, devenida segunda casa, cuando por alguna avería faltaba el agua y debía cargar el cubo de agua desde la entrada de la Universidad.
Así poco a poco fue pasando en tiempo, sorteándose los escollos, formándose el ser humano y el intranquilo animalito que un día llegó a nuestra aula para quitarnos el sosiego, es hoy un profesional.
Sus palabras al finalizar el examen fueron contundentes: “Gracias a la Revolución por esta posibilidad”.
Y así culmino este pedazo de historia personal que comparto con ustedes. Cuba crece con sus graduados entre los que estoy yo, y nuestro entrañable Guajiro universitario.
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