El estallido social y político que estremeció la estabilidad de Kazakstán repercute seriamente en esa región centro-asiática, así como sobre sus nexos históricos con Rusia, máxime cuando no se trata de un caso aislado, sino de una profunda dinámica de cambios regionales donde gravitan por igual factores internos e injerencias externas.
Algunos antecedentes indispensables
La configuración del espacio geoestratégico de Rusia comenzó a formarse con más fuerza después de la derrota del Imperio Mongol —los tiempos de la famosa Horda Dorada— que ocupó ese espacio entre 1206 y 1368 y llegó hasta los confines de Polonia y Hungría. La recuperación del territorio por los príncipes rusos y su posterior unificación, llevó a un lento pero indetenible proceso de expansión, con énfasis hacia el este.
Así se ocuparon todos los kanatos —compuestos por poblaciones mayormente de origen turco en Asia Central y la Siberia hasta orillas del Océano Pacífico. De esa forma se conformó el Imperio Zarista, hasta su derrota por la Revolución de Octubre, que asumió la totalidad de semejante espacio geoestratégico, sobre cuya base se alzó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El poder soviético —particularmente bajo la larga y destructiva égida de José Stalin— estableció estas repúblicas en función del rígido esquema que incluía una subordinación autoritaria y la persistente campaña de supresión o reducción al mínimo de la poderosa influencia islámica en los territorios centroasiáticos. Además, se impuso una intensa rusificación de las culturas locales y la formación de élites dominantes —muchas de ellas de base clánico-familiar— dependientes de Moscú en términos absolutos.
Nur Sultán Nazarbaev (Foto: Aleksandar Levajkovic / Agencia Anadolu)
Tras el fallecimiento de Stalin tal esquema de poder no sufrió alteraciones de importancia. Y en el caso de Kazakstán mucho menos, debido a su enorme espacio territorial (era la mayor de las repúblicas centro-asiáticas); su considerable riqueza en minerales y petróleo, así como por el polígono de Baikonur, esencial en los experimentos del armamento nuclear y los proyectos aeroespaciales. Al producirse el colapso de la URSS, las élites antes mencionadas mantuvieron en su casi totalidad, el control respectivo y los nexos de dependencia respecto a Moscú.
La élite dirigente de Kazakstán fue un ejemplo de lo anterior. Estuvo encabezada por Nur Sultán Nazarbaev desde décadas atrás hasta el 2019 en que renunció y, mediante dedazo, nombró presidente a Kassim Jomart Tokayev. Reservó para sí la presidencia del Consejo de Seguridad, asistido por Kassim Masimov, así como la designación de los principales miembros del Consejo de Ministros; una suerte de esquema perfecto de conservación efectiva del poder.
El clan Nazarbaev expandió sus niveles de control familiar sobre muchas empresas y procedió a otro tanto con los principales sectores de la anterior área estatal. En consecuencia, ese grupo logró tanto el monopolio de la política como de la economía, según constatan no pocos especialistas.
Mucho más que los precios de la gasolina
Se ha dicho y repetido que el gran estallido social que conmovió al país —con 164 fallecidos y 6000 arrestados— fue resultado de un aumento del doble del precio de la gasolina de base LPG, una suerte de gas licuado. Pero no pocos especialistas de diversas tendencias insisten en que las causas reales siguen sin estar completamente identificadas, como tampoco las fuerzas responsables por el estallido social y político.
Todos coinciden en destacar que las tropas rusas y de otras repúblicas, miembros de la Organización de la Conferencia de Seguridad Colectiva (OCSC), presentes allí no se vincularon a las acciones represivas del gobierno kazajo de Tokayev, sino a la salvaguardia y protección de centros e instituciones de primera importancia por breves días, ejecutando su retirada con posterioridad.
Kassim Jomart Tokayev (Foto: AP)
Puede concluirse, apenas sin dudas, que aumentar al doble el precio del combustible fue el incidente sobre el cual los partidarios de Nazarbaev buscaron crear un conflicto de mayores proporciones para desalojar del gobierno a Tokayev y sus partidarios más cercanos. De otra manera no se explican las medidas extremas adoptadas por este último destituyendo al propio Nazarbaev, a todo el consejo de ministros y encausando, entre otros, a Kassim Masimov, su mano derecha por muchos años.
Una observación atinada es que el presidente Tokayev parece ser el principal beneficiario de los acontecimientos. No por casualidad la consigna principal de los participantes del estallido no estaba referida a la gasolina, sino a Nazarbaev y su gente. Así lo reflejaba la frase callejera ¡Shal Ket! (El viejo debe irse). Esto muestra claramente que, tras los precios elevados del hidrocarburo, existía un conflicto interno con intereses políticos y económicos en pugna. En esencia, presenciamos un evidente pugilato por el poder efectivo en el que Putin respaldó a la facción encabezada por Tokayev.
Semejante enfoque dista del criterio expresado por Vladimir Putin de que se está en presencia de un caso de «terrorismo internacional». Es lógico que así lo haga, porque su espacio geoestratégico se está viendo amenazando tanto por conflictos internos como por injerencias externas.
Ello se hizo más visible con el caso de Ucrania en 2013 —y antes en las repúblicas del Cáucaso— y el desalojo del gobierno pro-ruso de Víctor Yanukovski, que desembocara en un serio conflicto armado en la región del Donbáss. Allí, Luhansk y Donetsk, regiones pro-rusas y colindantes con Rusia, combatieron contra el nuevo gobierno de Ucrania y lograron su autodeterminación, reconocida en los Acuerdos de Minsk (2013-2014), en tanto Rusia recuperaba —sin necesidad de un solo disparo— la estratégica región de Crimea, arbitrariamente cedida por Jruschov —ucraniano de origen— a Ucrania en 1957.
Hoy este conflicto se ha reactualizado e intensificado y coloca a toda la región en una situación en extremo explosiva. No nos extrañe entonces que Putin insista en el factor «terrorismo internacional» al caracterizar la crisis en Kazakstán. Luego del episodio ucraniano del 2013-2014, otros incidentes de similares perfiles y magnitudes se produjeron en Armenia, Bielorrusia, Kirguistán y Tayikistán. Y esto supone para la Rusia de Putin, una desestabilización de elevada gravedad e inadmisible para lo que han considerado su espacio geoestratégico durante más de tres siglos.
La agenda de conflictos en esa parte del mundo continúa in crescendo. Su manejo político-diplomático dirá mucho de los rumbos actuales y del ascenso de las tensiones que, hasta ahora, parecen prevalecer.
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