El 24 de agosto es fiesta nacional en Ucrania. Se conmemora la Declaración de Independencia que la Rada Suprema proclamó en 1991, fecha en que se restaurara la soberana República Popular Ucraniana, que en 1921 había sido ocupada por Rusia e incluida como una de las quince repúblicas federadas en la URSS. Sin embargo, este día lo que el mundo entero evoca es el medio año de inicio de la invasión rusa y la heroica resistencia ucraniana. Dicho conflicto se halla hoy en un momento álgido y lleno de incertidumbres.
Un mes antes de que Putin proclamara el comienzo de su Operación Militar Especial —léase invasión—, con el pretexto de desnazificar Ucrania y proteger a los pobladores de origen ruso, escribí sobre «el revuelo político y mediático que causó en todo el mundo, a excepción del Gobierno cubano y su prensa oficial, la respuesta ambivalente del jefe de la delegación rusa en las conversaciones con EEUU» a una pregunta sobre si estarían dispuestos a desplegar cohetes en sus países amigos del Caribe.
Entonces aposté porque Rusia no provocaría a EE.UU. de esa manera: «Es más plausible que invadan a Ucrania a que instalen armas en Cuba y Venezuela [pues] el espacio vital ruso llega hasta el este de Ucrania y harán todo lo que consideren necesario para evitar que el Donbass sea recuperado por Kiev y convertido en una plataforma de emplazamiento de cohetes que apunten al corazón de su territorio».
No obstante, también quedé sorprendido por la magnitud e intensidad del ataque ruso del 24 de febrero y su avance impetuoso. Aunque no volví a escribir sobre el tema, el debate acalorado en mi muro de Facebook entre partidarios de uno u otro rival —conmigo, o entre ellos— se radicalizó de tal manera que me vi obligado a llamar al orden y respeto a los exaltados.
De entonces acá, la guerra ha tenido vaivenes. La feroz resistencia ucraniana y la enorme ayuda de Occidente —en hombres y pertrechos— ha obligado al alto mando ruso a abandonar su afán primerizo por ocupar Kiev para centrarse en la conquista y anexión del rico suroeste del país: Donbass, costas de los mares de Azov y Negro y la protección de Crimea.
Combatientes del batallón Azov con una bandera nazi (Foto: WikiCommons)
En esta fecha tan señalada, analicemos sucintamente la marcha y perspectivas del conflicto, su connotación en la geopolítica mundial y sus interpretaciones desde nuestro archipiélago, tan lejos y tan cerca de ambos pueblos.
Los acontecimientos de los últimos meses suelen ser presentados por la mayoría como una sorpresiva operación rusa que tomó desprevenidos a los ucranianos. Nada más lejos de la verdad. Hay cinco aspectos que no deben ser ignorados para comprender esta manifestación actual del viejo conflicto ruso-ucraniano y sus diversas interpretaciones: a) la guerra no empezó el 24 de febrero; b) los ucranianos se habían preparado durante ocho años para la invasión; c) Occidente no es ajeno al estallido y mantenimiento del conflicto; y d) las sanciones a Rusia perjudican a todo el mundo, en particular a Europa.
a) La invasión actual es parte de una guerra que inició en febrero de 2014 cuando triunfó el Euromaidán, sublevación que derrocó al gobierno pro-ruso de V. Yanukóvich, quien desde 2010 había detenido el proceso de integración del país a la OTAN y la UE. Rusia respondió de inmediato con una intervención militar que incluyó:
- intervención, ocupación y anexión de la República Autónoma de Crimea(febrero-marzo de 2014), sin que el nuevo gobierno ucraniano pudiera movilizar fuerza militar alguna para evitarlo;
- traspaso a Rusia del 85% de la Flota del Mar Negro y el 50% del ejército asentado en la península;
- inicio de la llamada guerra de liberaciónen Donetsk y Lugansk, que llevó inicialmente a la derrota aplastante de las debilitadas fuerzas ucranianas a manos de las milicias rusófilas, apoyadas por tropas especiales y equipamiento militar ruso (2014-2015). Con dificultad, el ejército ucraniano se recompuso y detuvo el avance separatista estabilizándose la línea del frente con esporádicas ofensivas y ataques que incluyeron bombardeos indiscriminados sobre poblaciones civiles.
b) Las fuerzas armadas ucranianas, aún en construcción, son una fuerza poderosa de 250 000 efectivos y un millón de reservistas. Su industria militar es una de las mayores del mundo y es uno de los principales exportadores de armas, entre las que sobresalen diseños propios, como el moderno tanque T-84 Oplot. Los posibles escenarios de guerra habían sido estudiados y fortificados con tiempo, a partir de las experiencias en el Donbass.
El ejército ucraniano tiene amplia experiencia internacional en fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU (Bosnia, Croacia, Kosovo, Líbano, Kuwait, Afganistán, Irak, Congo, Angola, Sierra Leona, Liberia) y acciones conjuntas con países de la OTAN, en particular Polonia. No obstante, su alta corrupción hace esfumarse gran parte del presupuesto militar y perjudica la eficacia operativa de las diferentes fuerzas.
En el país existen varias milicias nacionalistas de corte filofascista e ideología antirusa que ganaron protagonismo militar con la guerra de 2014. Entre ellas, sobresale el Batallón Azov, de clara ascendencia nazi, que fue integrado al ejército regular y ha jugado un rol destacado en la resistencia.
Si bien la inteligencia estadounidense venía anunciando la intención de Putin de invadir Ucrania desde inicios del año, muchos dudaban que se atreviera a tanto; incluso, el propio Zelenski se negó a aceptarlo. El impetuoso avance ruso en cuatro frentes simultáneos parecía sobrepasar la capacidad del ejército ucraniano. Pero no fue así.
Zelenski tuvo a Rusia como su enemigo número uno. (Foto: AFP)
Pronto los ucranianos demostraron la efectividad de sus tácticas de defensa territorial y el alto precio, en hombres y armas, que debieron pagar las columnas motorizadas rusas en la medida que se adentraban en las vastas llanuras centro-occidentales, con insuficiente apoyo logístico. Lejos de sus bases, quedaban a merced de los ataques sorpresivos del ejército y las milicias, que contaban con modernas armas antitanques, unidades móviles de alto poder de fuego, francotiradores, drones de asalto, aviones y helicópteros que se creían destruidos, y una eficaz información de inteligencia suministrada por Occidente.
En abril, ya Putin se vio obligado a «anunciar» –léase, reconocer− el fracaso de su ofensiva sobre Kiev y plantear una nueva estrategia: la liberación completa de las repúblicas de Donetsk y Lugansk, solo reconocidas por Rusia, y la ejecución de campañas de tierra arrasada por artillería y misiles, exitosamente aplicadas en Siria. En la práctica, sus ataques van mucho más allá y pretenden consolidar un vasto corredor por la costa de los mares de Azov y Negro hasta Odessa, que provea a Rusia de grandes recursos naturales y una salida segura a los Dardanelos y el Mediterráneo.
c) El rechazo mayoritario del mundo al ataque ruso no puede opacar el reconocimiento de las maquinaciones occidentales para provocar y sostener el conflicto con el fin de empobrecer y humillar a Rusia, aunque ello implique enormes pérdidas humanas y materiales para ambos contendientes. Desde hace años existe un corolario en la política norteamericana: «Estados Unidos está dispuesto a ir a la guerra con Rusia hasta el último ucraniano».
Si bien son ciertas las pretensiones expansionistas e imperiales de Putin en su afán de establecer a Rusia como gran potencia euroasiática, no caben dudas de que la política de inclusión de los países exsocialistas y neutrales del este europeo en la OTAN, constituye un escenario muy difícil de aceptar por Rusia. Los compromisos de 1990-1991 con la URSS y Rusia —que llegó a solicitar su ingreso en la OTAN— de que la alianza atlántica no se extendería hasta sus fronteras fueron totalmente olvidados en la segunda mitad de los noventa.
Al incorporar a Hungría, Polonia, Chequia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Lituania, Eslovenia, Croacia, Estonia, Letonia, Eslovenia, Macedonia Sur y Montenegro; la OTAN fue encimándose hasta alcanzar la frontera occidental rusa. Bielorrusia, Serbia y Ucrania quedaron pendientes. En esta última, la división de la población en torno a la incorporación a la UE se tornó cada vez más aguda y empeoró tras el Euromaidán (2014), cuando los gobiernos de Yushchenko y Zelenski proclamaron a Rusia como su enemigo número uno.
Tras el 24 de febrero, los países occidentales se han esforzado por castigar al agresor y extender la resistencia ucraniana por dos vías: el rearme constante de las FFAA ucranianas, y las sanciones contra Rusia. Decenas de miles de millones de USD y euros se han entregado a Ucrania en armamentos sofisticados, para beneplácito de los combatientes pero también de los mercaderes y las fábricas del complejo militar-industrial. Aunque la resistencia ha hecho buen uso de parte de ellos, muchos han terminado destruidos o confiscados por las fuerzas rusas, o en el mercado negro mundial de armas.
d) Las sanciones han perjudicado grandemente la economía rusa; pero con los enormes mercados chino e indio a su disposición y las contramedidas para proteger el rublo —hoy más fuerte que nunca—, no parece que sean suficientes para quebrar el esfuerzo de guerra de Putin. Por otra parte, muchos fabricantes, mercaderes y consumidores europeos comienzan a encontrar dificultades para producir, traficar y consumir sin la energía y los insumos rusos. El tiempo pasa, the winter is coming, y una pregunta comienza a preocupar a Occidente: ¿cómo sobrevivirá Europa al invierno 2022/2023 sin el petróleo y el gas rusos?
El resto del mundo tampoco escapa a los avatares del conflicto. Rusia y Ucrania son los principales suministradores de cereales y fertilizantes de la economía global y tienen un rol importante en varios otros. Los parlamentos comienzan a rumiar sus inconformidades y proliferan las críticas a Zelenski en la medida en que su anunciada contraofensiva demoledora no acaba de llegar.
Todo indica que el poco tiempo que resta al verano será fundamental para el alto mando ucraniano si pretende reconquistar territorios. Tampoco parece que los rusos, quienes apenas pueden proteger a Crimea de los bombardeos ucranianos, tengan fuerzas para avanzar a sangre y fuego hasta Odessa, como tanto han anunciado.
En su afán de vencer, uno y otro rival empiezan a acariciar la terrible opción nuclear. Los bombardeos ucranianos a la ocupada central de Zaporiya, la mayor de Europa, agitan el fantasma de un Chernóbil multiplicado; mientras, las amenazas de Putin de desaparecer al Reino Unido y a varias capitales europeas con sus misiles hipersónicos nucleares, no parecen simples fanfarronadas. Como bien han sostenido el Secretario General de la ONU, Antonio Gutérrez, y el Papa Francisco, solo las conversaciones y los tratados pueden traer paz y seguridad a los pueblos ruso y ucraniano y evitar un holocausto nuclear que destruya la civilización humana.
Es interesante apreciar la actitud de las potencias emergentes del grupo BRICS (China, India, Brasil, Sudáfrica), América Latina (Argentina, México, Venezuela) y el Cercano Oriente (Irán, Golfo Pérsico); quienes si bien no apoyan la invasión, tampoco se adhieren a las represalias occidentales y, por el contrario, mantienen un creciente flujo comercial con Rusia que hace inoperantes las sanciones.
En escenario tan complejo, el gobierno cubano ha ido bajando el perfil inicial de cobertura al conflicto, a partir de los descalabros militares rusos y la necesidad de preservar el equilibrio precario entre la negación diplomática del uso de la fuerza como vía de solución de conflictos internacionales y su apoyo tradicional a Rusia, sostén histórico en su enfrentamiento con EE.UU. La escasa información oficial sobre el conflicto es una copia de los comunicados oficiales y medios rusos, donde la palabra invasión no es pronunciada y los crímenes de guerra solo son cometidos por el Batallón Azov.
Sin embargo, una gran parte de la población cubana —aun cuando muchos no compartamos la ideología del gobierno de Zelenski ni la rusofobia de la ultraderecha ucraniana— contempla admirada cómo los combatientes ucranianos han hecho realidad los postulados de la guerra de todo el pueblo y demuestran día a día que el más poderoso invasor puede ser repelido si los hombres y mujeres del pueblo están decididos a defender el suelo patrio y la soberanía de su añorada república frente a las apetencias imperiales del poderoso vecino.
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