Pocos pensadores han insistido tanto en el papel de los intelectuales en la sociedad como el italiano Antonio Gramsci. Su concepto del intelectual orgánico es citado en los debates actuales por tirios y troyanos. Pero en este, como en muchos otros temas, la falta de lecturas del clásico y de sus estudiosos fieles hace que la confusión reine, para beneplácito de los que solo consideran como tales a aquellos que les son fieles, dóciles y confiables.
En síntesis, Gramsci sostenía que todos los seres humanos son intelectuales por tener la capacidad de pensar y crear según su voluntad, solo determinada por las circunstancias de la vida de cada uno. No obstante, precisaba que siempre aparece un sector que, dentro de la división social del trabajo, se especializa solo en labores intelectuales y por eso reciben ese nombre. Por la naturaleza de su labor se tornan una especie de conciencia crítica de la sociedad.
La mayoría lo hace a partir de sus propios intereses, motivaciones, preferencias y talento para la creación artística y científica, y de eso viven con mayor o menor fortuna. A esos los llama intelectuales tradicionales. Mas, hay un pequeño grupo que pone su talento al servicio de determinadas clases y grupos sociales y refleja sus intereses y objetivos en sus obras de manera militante. Esos son los intelectuales orgánicos.
Casi todos ellos son representantes fieles de las clases hegemónicas y, como el buey del conocido poema martiano “Yugo y estrella”, reciben por ello “rica y ancha avena”. Son las migajas que los grupos de poder les dejan caer para que cumplan con el lamentable papel que les han conferido: convencer, una y otra vez, a las masas populares de que viven el mejor de los mundos y que deben obedecer, adaptarse, e incluso aprender a disfrutar de su situación subordinada y explotada.
Esclavistas, señores feudales, capitalistas y burócratas socialistas han tejido su red de intelectuales orgánicos que les permitan ejercer la violencia simbólica sobre los sectores hegemonizados. Al mismo tiempo, han existido siempre otros intelectuales que han decidido poner su pensamiento y capacidad creadora al servicio de los humildes y acompañarlos en su eterna lucha por la justicia, libertad y fraternidad universales.
En Cuba han sido muchos los que han optado por la “estrella que ilumina y mata” –como diría Martí en el poema citado−. Abogados, periodistas, profesores, médicos, escritores, ingenieros, poetas, filósofos, artistas de todo tipo, han asumido este rol que los ha llevado, en muchas ocasiones, al martirio y la ruina. Son los que nunca han metido la cabeza en la arena ante los problemas sociales, ni han abandonado su función de conciencia crítica por cobardía o ambición.
Martí les enseñó el camino al afirmar: “¿criticar qué es, sino ejercer el criterio?”[1] Y como defendía la necesidad de la crítica social observaba con júbilo: “en los cubanos de todas condiciones y colores, aquella laboriosidad tenaz, aquella crítica vehemente, aquel ejercicio de sí propio, aquel decoro inquieto por donde se preservan y salvan las repúblicas”.[2]
En las condiciones actuales de Cuba, algunos intelectuales limitan su deber crítico frente a los asuntos cruciales por el temor a perder sus prebendas. Otros se acogen a la autocensura con el pretexto de que sus críticas debilitarían la unidad de la Revolución ante las acechanzas del enemigo imperialista y sus lacayos y se agencian temas insípidos y neutrales que no pican a nadie importante. Son los intelectuales tradicionales de hoy.
Con el tiempo, los intelectuales orgánicos cubanos del presente se van delineando en dos campos encontrados. De un lado están los que defienden cualquier postura, decisión o medida que se tome por la burocracia hegemónica, aun cuando los lleve a defender posiciones que hasta ayer atacaban sin misericordia. Del otro están los que, desde dentro de la Revolución, plantean y argumentan sus ideas públicamente, con total honestidad y transparencia y las someten a la opinión pública, cada vez más inquieta y participativa.
Para valorar a unos y otros valdría la pena retomar las ideas del Maestro: “Brazos de hermano se ha de tender a los hombres activos y sinceros, que son la única crítica eficaz y la única honrosa en las sociedades que padecen de escasez de verdad y de energía”.[3]
[1] “Estudios críticos, por Rafael Merchán”. OC. T5, p.116.
[2] “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre”, Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1891. OC. T4, p.264.
[3] “La Verdad”. OC. T5, p.57.
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