Individualidad capitalista y política del like

Imagen: Frank Sera

Algo ha cambiado en el discurrir de la política tal y como la conocíamos antes de la pandemia de Covid-19. Llegamos a nuestra década del veinte y, como hace cien años, las viejas certezas parecen desvanecerse. Pero todavía no tenemos claro de qué se trata, aún no sabemos exactamente a qué se debe esta pérdida de substancialidad de todo lo que sobrevive del viejo mundo de la política. Solo tenemos claro que lo percibimos, se nos hace evidente en lo artificiosas que resultan ya las viejas maneras de pensar, analizar o decir los procesos políticos.

Me arriesgaré entonces a realizar una caracterización de la época con las herramientas que brinda la teoría crítica. Una estrategia de resistencia o de lucha anticapitalista debe hacerse cargo, en primer lugar, de entender la realidad. Debe partir de calcular con la mayor precisión posible la distancia entre la situación actual y aquella en la que se darían las condiciones propicias para la transformación social, para de ese modo poder plantearse una hoja de ruta.

En el momento actual, eso significa aceptar lo lejos que se encuentra un quiebre del capitalismo en el sentido que nos gustaría a quienes anhelamos ver su fin. Las transformaciones que ha sufrido este sistema social, aunque no lo han puesto a salvo de las crisis, han configurado un escenario para-apocalíptico, una evolución caracterizada por un despliegue organizado, sofisticado, e incluso delicado, de la barbarie.

Capitalismo intensivo o de la optimización

Llamamos capitalismo a la formación económico-social en la que la relación social fundamental es la acumulación de capital, sobre la base de la apropiación de la plusvalía producida por los trabajadores. Ahora bien, existen dos modos en que el sistema capitalista puede expandirse, o sea, maximizar dicha acumulación: el primero, mediante un aumento de la cantidad de trabajo vivo implicado en la producción de mercancías, lo cual puede conseguirse incrementando el número de trabajadores explotados o mediante la prolongación de la jornada laboral; el segundo, a través de la optimización tecnológica del proceso de producción, la cual permite que, a pesar de contarse con la misma cantidad de trabajadores o incluso menos, el trabajo de estos tenga un mayor valor agregado que repercuta en la cantidad de plusvalía producida. El primero de estos modos podría llamarse extensivo, el segundo, intensivo.

Imagen: Sin Permiso

Durante buena parte de su historia, el capitalismo se expandió a través del modo extensivo, incorporando nuevas zonas geográficas y poblaciones a la producción de mercancías. Sin embargo, como respuesta a las crisis económicas y a la agudización de la lucha de clases durante el siglo XX, el sistema sufrió una serie de mutaciones que lo llevaron a privilegiar el modo de crecimiento intensivo.

Dicha estrategia le permitió al sistema sociopolítico sobrevivir, principalmente por dos razones. En primer lugar, propició una transformación de la estructura social en los países centrales: el capitalismo de optimización necesitaba de la formación y expansión de un nuevo estamento de tecnólogos —administradores y mano de obra calificada— lo cual impulsó la ampliación de lo que se ha llamado clase media. Esto, a su vez, alivió el frente de conflictividad interna para la burguesía, pues el auge de la clase media y lo que se conoce como sociedad de consumo permitió una estabilización del sistema político en dichos países.

En segundo lugar, aunque el capitalismo no ha renunciado del todo a expandirse de manera extensiva, actualmente no depende exclusivamente de la incorporación de nueva mano de obra, lo cual le ha permitido a la burguesía de los países centrales desentenderse del destino de grandes masas de población en los países del Tercer Mundo. Esto alivia su frente de conflictividad externa, pues eluden el problema de tener que ejercer la dominación directa. Por el contrario, han creado las condiciones para que los países pobres compitan por la oportunidad de atraer inversión extranjera.

Nada de ello es noticia. No obstante, vale la pena reflexionar sobre los efectos históricos a largo plazo de esta dinámica. El capitalismo ya no puede ser imaginado como un sistema en el que feroces inversores recorren el planeta en busca de trabajadores que explotar y de paisajes a los cuales llenar de fábricas. Se comporta hoy como un sistema volcado hacia sí mismo, perezoso, sin prisa por llegar a los últimos rincones del planeta. La dirección del desarrollo tecnológico refleja de manera clara esta situación.  

Imagen: El Viejo Topo

Las viejas películas del siglo XX especulaban sobre un siglo XXI en el que la humanidad estaría colonizando el sistema solar y más allá; sin embargo, la carrera espacial ha estado mucho tiempo estancada, y todo parece indicar que las mejores mentes están más dedicadas a la producción del próximo teléfono inteligente. Hoy las empresas que más facturan no son las petroleras ni las automovilísticas, ni siquiera las armamentistas, sino las llamadas tecnológicas, abocadas a proveer la infraestructura de una vida cotidiana conectada a Internet. 

Este diagnóstico puede sonar contradictorio desde un punto de vista marxista, si se recuerda la tradicional definición del capitalismo como un sistema voraz que necesita siempre incorporar dentro de sí nuevos ámbitos de la vida. Sin embargo, en realidad no hay tal contradicción, pues la renuncia —solo parcial— a dominar y funcionalizar la totalidad del espacio y el tiempo físicos, es ampliamente compensada por la tendencia a dominar y funcionalizar los espacios virtuales de la subjetividad humana, un territorio potencialmente infinito.

El capitalismo ha evolucionado así en la dirección de ser un sistema cuya preservación no interesa única ni principalmente a los grandes capitalistas —titulares de las mayores fortunas— sino también al conjunto de trabajadores u operadores técnicos, cuya existencia material está vinculada a la optimización de los procesos de producción. Aunque no solo de la producción. El mercado es un sistema imperfecto, en el cual, el éxito no está garantizado solo por colocar mercancías de calidad, de modo que se hacen necesarios también operadores técnicos en las áreas de la circulación y el consumo.

El mayor grado de madurez de este fenómeno se alcanza en la financiarización de la economía, con su ejército de corredores de bolsa, operadores bancarios y agentes de campañas de marketing. Puesto que resulta imprescindible que un Estado que estabilice el sistema, les siguen los burócratas de todos los pelajes. Finalmente, se necesitan también operadores técnicos de la política, pues no puede dejarse al libre arbitrio un espacio en el que se definen tantas pautas para la distribución de la riqueza social.

El destino de la sociedad capitalista global está cada vez más vinculado a este caudal de operadores técnicos del capital, especialistas de la optimización en las más diversas esferas. Se les llama comúnmente profesionales, e incluye a técnicos, ejecutivos, científicos, funcionarios e incluso celebridades. Estos constituyen el grueso de lo que podemos llamar la clase media mundial, y poseen características sociológicas comunes, sobre todo aquellos que se desarrollan en ámbitos de alta competitividad.

Foto: Europa Press

Se trata de un conjunto de individuos para quienes la explotación que viven no es un problema central, pues son los primeros en explotarse a sí mismos, y que realizan una separación total entre su función como técnicos y el resto de su subjetividad personal, la cual a menudo puede alcanzar un alto grado de sofisticación cultural. En ellos se cumple, incluso más que en el burgués tradicional, el ideal del individuo total, que se vincula con el resto de la realidad solo a través de categorías universales. Para estas personas las fronteras no significan mucho, pues se mueven de un país a otro siguiendo los dictados del mercado laboral. De hecho, consumen los mismos productos culturales, desde que Netflix y el resto de las plataformas son capaces de llegar a casi cualquier parte.

También está la capa de quienes, sin serlo, quieren ser parte de esa clase media y comparten de manera virtual su cultura. Algunos le llaman clase media aspiracional, e incluye a muchas personas que son objetivamente de clase baja. Las redes sociales son una vía implacable de propagación de esta cultura, por tanto, no es extraño que cada vez menos jóvenes de clase baja quieran vivir como obreros- y en cambio prefieran ser freelancers, aunque sea vendiendo drogas o estafando a personas en línea. Todo en la cultura dominante les grita que la individualidad es el puesto de mando adecuado para conseguir el éxito, por lo que se debe huir de todo lo que obstaculice su movilidad y maniobrabilidad.

Economía de la satisfacción

¿Cuál es la principal consecuencia política de esta evolución, en lo que se refiere a las perspectivas de la lucha anticapitalista? Los capitalistas han reducido relativamente su dependencia respecto a los trabajadores no calificados, los cuales, a su vez, están confinados mayormente en ese apartheid llamado Tercer Mundo, donde, ni siquiera el más pleno ejercicio de sus derechos políticos, podría permitirles influir sobre lo que ocurre en los centros de acumulación de capital.

De este modo, el sistema se ha blindado ante cataclismos sociales que puedan desestabilizarlo. Aunque todavía una huelga general mundial acabaría con el capitalismo, se hace cada vez más difícil pensar, no ya en una revolución exitosa, sino tan siquiera en un sabotaje neo-ludista[1] que pudiese afectarlo seriamente. Las partes más sensibles del andamiaje se han puesto a salvo, lejos de los lugares donde más evidentes son las razones para querer destruirlo.

Imagen: Revista Paco

Para quienes nos hemos formado en Cuba y compartimos ideales socialistas, es habitual pensar en el capitalismo como un sistema en el que una minoría disfruta de los privilegios, mientras la mayor parte de la población sufre una salvaje explotación. Pero esta imagen caricaturesca se adapta mal a la realidad, tal y como se presenta en muchos contextos sociales. Quizás el mundo capitalista de hoy, contemplado en su totalidad, contiene tanto o más sufrimiento del que ha existido nunca, pero es evidente que en amplias regiones del planeta, y en capas sociales que abarcan millones de personas, lo que predomina es una economía del bienestar y la satisfacción.

La sociedad de consumo actual, para quienes están incorporados a ella —ya sean de la clase media o de los sectores más privilegiados de la clase obrera— representa un acceso al bienestar material, e incluso espiritual, que nada tiene que ver con las imágenes de escasez y salvaje explotación del capitalismo decimonónico. Para esos millones de personas, no tiene sentido pensar en una revolución socialista que los arroje a una confrontación violenta y un futuro económico incierto.

El capitalismo ha sido eficiente en colocar en lugares diferentes a aquellos que tienen mayores posibilidades de ponerlo en crisis y a los problemas sociales que hacen más evidente la necesidad de superarlo. La inmensa mayoría de los sufrientes generados por este sistema al día de hoy, no solo se encuentran en el Tercer Mundo, sino que, ni siquiera, forman parte del entramado productivo central. Son los llamados excluidos, sujetos de quienes los capitalistas pueden prescindir. Para muchos de ellos, poder ser explotados por alguna empresa representaría una mejora sustancial en su vida, casi un sueño hecho realidad.

La sociedad de los individuos totales y la despolitización de la vida

El ascenso de la clase media mundial, esta nueva sociedad de operadores técnicos del capital, se viene desarrollando desde principios del siglo XX. No es un fenómeno nuevo, aunque ahora estemos asistiendo a algunas de sus consecuencias políticas de largo plazo. Estos «individuos totales», como es posible imaginar, no resultan un material muy apropiado para constituir una ciudadanía en el sentido republicano clásico de la palabra. Dicha clase de sujeto ha sido favorecida históricamente por un peculiar péndulo: por un lado, la socialdemocracia y por el otro, el neoliberalismo.

La socialdemocracia, con su Estado de bienestar, creó las condiciones para que gran parte de la clase baja pudiese ascender a clase media. Sin embargo, la existencia relativamente asegurada del funcionario bajo el Estado Social no es todavía el arquetipo adecuado para el sujeto al que nos referimos: este necesita, para desplegar su potencial como operador técnico del capital, plena maniobrabilidad individual en un contexto de competitividad. Por ello, las políticas asistenciales de la socialdemocracia solo representan una fase de transición, la creación de un mínimo material en el que los individuos de clase baja pueden realizar su «acumulación originaria», para luego lanzarse a su existencia como clase media.

El neoliberalismo, en cambio, ha creado las condiciones sociales en las cuales los «individuos totales» han podido maximizar su movilidad y maniobrabilidad, a la vez que reducir su responsabilidad social hacia una comunidad dada. La brújula política de estos se encuentra, por tanto, dirigida —desde hace décadas— hacia la desregulación, aunque ello implique políticas que castiguen a las clases populares.

Imagen: Sitraina

Se ha hablado mucho de la tendencia a la despolitización en las sociedades capitalistas desarrolladas. Una de las causas de esto se encuentra en que los operadores técnicos del capital descubrieron, desde hace mucho, su propia forma de hacer política: maximizar sus beneficios a cualquier costo —aunque este, finalmente, lo terminara pagando la comunidad—. Sin embargo, encontraron resistencias en las clases populares.

Mientras la sumatoria de las «estrategias de vida» de los «individuos totales» presionaba hacia una distribución cada vez más desigual de la riqueza social, la resistencia de las comunidades, ya sea que se expresara con un signo político de izquierda o de derecha, ponía un freno a este proceso. La pura destrucción de lo comunitario no podía aparecer como posición política pública. Incluso aquellos partidos de centro liberal, que claramente defendían los intereses de las clases dominantes, debían referirse a un interés común. La subjetividad política seguía emergiendo de las comunidades, aunque fuese de un modo refractado por los intereses de los operadores técnicos del capital.

Lo que está ocurriendo en el momento actual del mundo es que, finalmente, se está expresando como subjetividad política dominante la de los «individuos totales» del capitalismo.

Las redes sociales representan la gramática de esta subjetividad: el medio es el mensaje. La pandemia de Covid-19 ha servido como un impulso para un proceso de transición de proporciones civilizatorias. La entronización del distanciamiento social, con el consecuente despliegue de medidas sanitarias, representó un golpe al corazón de la vida comunitaria en múltiples contextos sociales, y una coartada para el avance de las políticas antipopulares. Además, creó las condiciones para una sobre-exposición a los espacios virtuales de escala global, que aceleró la universalización de la cultura contenida en ellos.

Obsolescencia e idiotización de la política tradicional

¿Qué ocurre, en estas condiciones, con la política tradicional? ¿Qué son las viejas fronteras y partidos políticos, o incluso los símbolos de la lucha anticapitalista, para la clase media de los «individuos totales»? Toda la política se desplaza al área de la mera subjetividad, junto con las diversas formas de entretenimiento. Es algo separado de lo que uno hace para vivir, del lugar que ocupa dentro del engranaje.

Las causas sociales dejan de ser algo en lo que va la vida, para convertirse en algo a lo que se le da like. Y hasta el éxito de quienes se dedican profesionalmente a la política, depende de este indicador. Ya no se trata solo de una política operativizada, sino que es una para operadores, muchos de los cuales solo se comprometerán con una determinada causa con un pequeño fragmento de su subjetividad, el suficiente para dar un like. Se puede alegar que esto no es aún toda la política, sobre todo en el sur global, pero no puede negarse la evolución tendencial en esa dirección.

Imagen: the Southerner Online

Esta galopante transición hacia una nueva forma de constituirse la subjetividad política se nos hace patente todo el tiempo, tanto porque nosotros mismos entramos a formar parte de ella, como porque sus efectos a macroescala empiezan a hacerse evidentes a nivel mundial.

La idiotización de la realidad no es solo consecuencia de la ascensión de líderes carentes de inteligencia o experiencia, sino un reflejo de la nueva situación. No solo nosotros dejamos de empatizar con las viejas maneras de la política, cuya efectividad dependía justamente de su credibilidad como expresión de los intereses sociales, sino que al convertirse esta en una sensibilidad general, el derrumbe de lo conocido abre el camino para la ascensión de personajes aparentemente outsiders, como Trump, Bolsonaro o Bukele, o para reacciones viscerales de masa como las que se han desplegado a propósito de la guerra en Ucrania.

No está a salvo de esta transformación ni siquiera la política conscientemente anticapitalista. Anarquistas, socialistas y comunistas se ven arrastrados por igual a convertirse en criaturas de las redes sociales. Hacen bien, pues de otro modo se arriesgan sencillamente a dejar de ser escuchados. Pero no deberíamos dejar de ser conscientes de que entramos en el juego de una constitución de la subjetividad política radicalmente hostil. Principalmente, porque quienes estamos hoy leyendo y escribiendo sobre estos temas —o simplemente interesados— por lo general somos parte del lado privilegiado del mundo, operadores técnicos del capital en acto o en potencia. No solo lo somos, sino que cada vez es más difícil engañarnos a nosotros mismos al respecto. Podemos odiar el capitalismo y desear su destrucción—del mismo modo en que podemos dejarnos arrastrar por tendencias suicidas—, pero debemos estar conscientes de que este sistema es hoy nuestra realidad casi total.

La deriva de la política tradicional hacia la obsolescencia explica también algunas evoluciones del escenario político cubano. Se observa una consistente idiotización, simplificación y pérdida de matices de la realidad, y cada vez se hace más difícil tomar en serio los convencionalismos de la política nacional —tanto para el público como para los encargados de ejecutarlos—. Pero también, desde ahí, puede entenderse la crisis de los compromisos, como los que se pretenden que tengan muchos de sus actores en ambas orillas de la confrontación; pues la mayoría de los cubanos no comprometen su tiempo, energía, seguridad o dinero por «la causa», cuando más, dan un like.

Esta evolución global de la subjetividad política explica por qué en Cuba cada vez más podemos esperar de los actores con capacidad para decir y estructurar un discurso público, no otra cosa justamente que uno que reafirme su identidad, de manera desconectada con cualquier realidad social que afecte a los más desfavorecidos. Pues en la Isla las actuales relaciones sociales operan desde la lógica básica del capitalismo, y quienes entran en el juego político aspiran a ser de la clase media mundial, dentro o fuera del país.

El presentado hasta aquí puede parecer, desde cierto punto de vista, un cuadro desolador. Sin embargo, no es más que un nuevo conjunto de dificultades, hacia el cual debe volver el rostro cualquier praxis política con interés en conseguir un avance real. Mucho más si se trata de la búsqueda de una opción de justicia social, inclusiva, para las clases más afectadas por las consecuencias del capitalismo, ya sea en un marco nacional o internacional.

[1] corriente filosófica que se opone al desarrollo tecnológico y científico de la sociedad moderna

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4 comentarios

Jose Ramon 18 septiembre 2023 - 7:11 AM
Adoré este artículo. Me dejó optimista que el autor halle tan fuerte el Capitalismo porque las alternativas son realmente peores. Tal vez en unos 500 años sale una mejor que ese feudalismo siglo XX de las dictaduras comunistas de Europa del Este e de sus imitadores tercermundistas. Pero por ahora, solo tenemos este Capitalismo como lo mejor que ha dado la humanidad, hasta ahora, en organización de la sociedad.
manzama7440ab6342 18 septiembre 2023 - 10:31 AM
Una arremetida descomunal contra el capitalismo, al que quizás, le da de comer con muy buenos frutos al que hace el análisis. Posiblemente mañana nos ocupemos de todo lo " bueno " que ha hecho el comunismo, como ideología, a su paso por la humanidad. Por suerte Lenin y Stalin ya no están vivos para contarlo.
Livio Delgado 18 septiembre 2023 - 11:44 AM
No se cuanta experiencia tenga viviendo el capitalismo, fuera del Capisol cubano actual posterior al desmerengamiento, su apellido y origen Ruso no se si le permitió compartir tiempo de vida en el capitalismo resultante en ese país, muy extraña filosofía ante la vida haber estudiado Ciencia y tecnología Nuclear y después ciencias de la religión, nada más alejado de dios que el átomo diría un ateo seguidor de la teoría darwiniana de la evolución de las especies como yo. Pero entiendo como válido que en su escrito de hoy señale “Pues en la Isla las actuales relaciones sociales operan desde la lógica básica del capitalismo, y quienes entran en el juego político aspiran a ser de la clase media mundial, dentro o fuera del país.”, y le aclaro no solo las relaciones sociales, una buena parte de las relaciones económicas de emergencia aplicadas por el equipo de la continuidad están enfocadas en demarcar al estado y hacer que relaciones de mercado o de explotación privada comiencen a consolidar un insipiente capitalismo monopolista de partido único al que aspiran. En un viejo escrito suyo del 2019 “Malos tiempos para la democracia” acertaba cuando expone “Los contrapoderes globales, (Donde usted define los contrapoderes globales como: China, Rusia e Irán) que casualmente son los principales aliados de Cuba, están gobernados por burocracias pragmáticas, que ejercen modelos de dominación híbridos, donde se combinan estado fuerte y mecanismos de mercado. Comparten la filosofía de que el fin justifica los medios, aunque estos impliquen secuestrar y vulnerar el poder soberano de los ciudadanos, con sus derechos y libertades individuales.” En este unos cuantos años pasados apunta “Podemos odiar el capitalismo y desear su destrucción—del mismo modo en que podemos dejarnos arrastrar por tendencias suicidas—, pero debemos estar conscientes de que este sistema es hoy nuestra realidad casi total.”. Creo que ambas afirmaciones pasan por alto esa teoría política de la izquierda internacional que derivo en la socialdemocracia y que muy acertadamente usted señala hoy “La socialdemocracia, con su Estado de bienestar, creó las condiciones para que gran parte de la clase baja pudiese ascender a clase media. Sin embargo, la existencia relativamente asegurada del funcionario bajo el Estado Social no es todavía el arquetipo adecuado para el sujeto al que nos referimos: este necesita, para desplegar su potencial como operador técnico del capital, plena maniobrabilidad individual en un contexto de competitividad. Por ello, las políticas asistenciales de la socialdemocracia solo representan una fase de transición, la creación de un mínimo material en el que los individuos de clase baja pueden realizar su «acumulación originaria», para luego lanzarse a su existencia como clase media.” Ante la realidad del mundo hoy, donde una amplia mayoría de países del globo sigue el criterio de sociedades con socialdemocracia y entendiendo que usted es de los que sueña con vivir el fracaso del capitalismo y más aún lejano ese triunfo o mera existencia de “la alternativa de un socialismo verdaderamente democrático, que combine independencia nacional, derechos políticos y sociales, desarrollo económico, desarrollo cultural, en fin, lo que hasta ahora nunca ha existido en ninguna parte”. Le recuerdo que socialismo como expresión de la dictadura del proletariado y partido único jamás será democrático, siempre será cuna de un Totalitarismo mas o menos represivo que bajo la falacia de la igualdad y el colectivismo deviene en la existencia de una casta de pingues que trabajan para sí. Y se cumpliría esa idea escrita del apóstol que el resto, el pueblo “De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él; y en ese sistema socialista dominaría la comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo”.
Silvano 18 septiembre 2023 - 1:36 PM
Interesante artículo, pero.... El socialismo y el capitalismo, como las razas mal llamadas puras, dejaron de existir per se desde que Lenin, poco antes de morir y a un lustro de haberse robado el poder, retomara la Ley del Valor con su Nueva Política Económica, quizá el primer eufemismo comunista para reconocer que la propiedad estatal era un absoluto desastre. Por su parte, el capitalismo salvaje del decimonoveno siglo, se atemperó después de la Gran Guerra con regulaciones sociales, redistribución de riquezas y anonimatos corporativos. La Teoría de la Convergencia dejó de serlo quizá antes de surgir, y ahora mismo no hay países más "socialistas" que el Reino Unido, Francia, España o USA, ni naciones más "capitalistas" que las regidas por los comunistas chinos y vietnamitas, con los de Cuba loquitos (aunque todavía muy temerosos) por seguirle los pasos a sus camaradas. Entonces, de qué "lucha anticapitalista" estamos hablando? Hay que actualizar algunos paradigmas amigo. Un saludo de un cubano en Oslo.

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