Ichi

Ilustración: Brady

En mi infancia, Zatoichi era el ídolo por excelencia.

 Vi más de una vez cuanta película pasaron en el Acapulco (mi cine de barrio) con ese antihéroe imbatible, suave con niños y mujeres y que armaba una notoria cagazón al comer arroz. Ichi decía lo suyo con dulzura y sarcasmo, se hacía el tonto, exageraba la cortesía y simulaba un empalagoso servilismo con tipos que lo menospreciaban…, a los cuales treinta segundos después abría en canal. Además, con un tajo vertiginoso cortaba en dos un tazón, una peonza, incluso una mosca: entonces gritábamos en el cine con una mezcla de incredulidad y gozo. Era la época (finales de los sesenta y comienzos de los setenta) en que regalaban paquetes de huevitos y gotitas de chocolate a los niños, al entrar a la matiné dominical.

 Desde la perspectiva actual es difícil comprender cuán profunda era la huella que el cine de samuráis (chambara) dejaba en nosotros. Las estocadas y coreografías eran debatidas, evaluadas y reproducidas durante semanas por todos los chamas de todos los barrios, y por no pocos adultos. Nuestras madres se alarmaban porque nos veían jugar con palos, muchacho, que te vas a sacar un ojo. En una época sin video, con precaria TV en blanco y negro que no podías, obviamente, pausar para volver a visionar un detalle, y sin making of que revelara el artificio, ir al cine era un ritual colectivo donde no solo veías (y a menudo comentabas en voz alta) una película, sino que la memorizabas para ulteriores análisis.

 Y si Ichi empujaba la credulidad hasta nuevos límites, luego vino Oichi, una mujer; espectacular esgrimista que también defendía a los pobres, con especial predilección por niños y mujeres ultrajadas. Ah, y también ciega. Y bien vestida. Conviene recordar también a Tange Sasen, otro ronin al que le faltaban el ojo y el brazo derechos. A mí, por lo menos, me queda claro cuáles eran los requisitos para que tu personaje triunfara en el cine de samuráis de la época…

 Por esos años, el cine japonés, que en los cincuenta tuvo nombres ilustres como Kenji Mizogushi y Yasuhiro Ozu, nos entregaba las obras maestras de Shohei Imamura, Nagisa Oshima y, sobre todo, Akira Kurosawa, el que abrió la puerta a Occidente. Los siete samuráis, Yojimbo, La leyenda del gran judo, Rashomon, Trono de sangre, fueron sumamente populares en Cuba. El estilo de actuación nos resultaba tan exótico como los decorados de época, el vestuario, los peinados, comer arroz con palitos, el lenguaje… Pero una vez que entrabas en ese mundo te adaptabas a él, y decías cosas como «si este tipo se faja con el Zorro, le gana», o «qué buena está la china esa».

 Otro fenómeno curioso (aunque, a decir verdad, no solo se verificaba en nuestra recepción de la cinematografía nipona) era la identificación que el público establecía entre personaje e intérprete. Toshiro Mifune, el célebre galán que lucía atractivo aun cubierto de churre, devorando bolas de arroz o ebrio de sake, el actor bandera de Kurosawa (lo que no fue óbice para trabajar con muchos otros realizadores, incluidos el mexicano Ismael Rodríguez y el propio Spielberg, quien lo dirigió en 1941), entraba en ese terreno difuso, al cual también pertenecía Ichi: para nosotros Toshiro era un samurai, andaba así por las calles de Kyoto y el nombre servía para cualquiera de sus personajes… no menos que Ichi, también un tipo real, invidente y formidable con la espada, a quien costaba concebir vestido según la moda occidental.

 Es cierto que, puestas al lado de las piezas  insuperables de Kurosawa (por demás, imitadas y aun plagiadas bastante a menudo), las aventuras de Zatoichi resultan ciertamente menores, sencillas, con una estructura tradicional y reiterada en cada entrega. Ahora bien, todo es relativo, las barreras se diluyen: el personaje de Yojimbo, de la película homónima de 1961, se enfrenta a Zatoichi (interpretado por Toshiro Mifune, como en el filme original) en una espectacular pieza de 1970, de las mejores de la saga.

 Reencontrarme con la saga ha sido complicado. Hace algo más de una década me topé con algunos DVDs en el Bio Bio de Santiago de Chile, un territorio inmenso donde se vende de todo; luego descubrí en Internet copias de calidad de más de la mitad de las películas, subtituladas en español o inglés, y las descargué todas.  Volviendo a verlas adviertes que sí, carecen de la espectacularidad de lo que vino con el advenimiento de la era digital, pero conservan el encanto de las fábulas en que el bien vence al mal aún con un serio hándicap. Y todavía Ichi (Shintaro Katsu, que murió en el noventa y siete después de veintiséis largometrajes encarnando al masajista) es el justiciero duro con el corazón blando que uno quisiera ser.

 Por cierto, Shintaro Katsu estuvo en Cuba en 1975 (vestido con traje), fue japonesamente amable en una conferencia de prensa, se encontró con niños (que, naturalmente, alucinaron), fue entrevistado por Colina en 24 X segundo y hasta ofreció alguna demostración de su maestría con la espada.

 Veintiséis largometrajes y una serie de televisión, filmados a lo largo de tres décadas, cimentaron la imagen de Katsu como el verdadero Ichi. Los más populares en Cuba fueron La historia de Zatoichi (1962), Zatoichi en el camino (1963), Zatoichi, retado (1967), Zatoichi samaritano (1968), Zatoichi se encuentra con Yojimbo (1970), etc. Hay que señalar que a lo largo de su carrera el actor no solo interpretó a este inolvidable personaje, sino que acumuló una nutrida filmografía donde encontramos historias de diversa índole (incluyendo, mira tú, alguna erótica).

 En 2003, el multifacético artista Takeshi Kitano decidió retomar la leyenda del masajista ciego y entregó su propia versión posmoderna, donde él mismo interpreta a un Zatoichi teñido de rubio y con coreografías no solo de esgrima, sino auténticamente danzarias. Es una estupenda versión y fue aclamada por la crítica. A mí, sin embargo, que me dejen con Shintaro y sus moscas bipolares.

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3 comentarios

mepiamo 1 octubre 2023 - 1:37 PM
Muchos directores de Hollywood se confiesan aprendices de Kurosawa, entre ellos, Quentin Tarantino. Los 7 samurais fueron plagiados en los 7 Magníficos. Kurosawa amenazó con demandar y le dieron las ganancias que el filme tuviera en Japón. Ello le dio más ganancias que el filme original en todo el mundo. A Joyimbo lo han hecho muchas veces. La última que ví fue "Last Man Standing," con Bruce Willis.
Taran 1 octubre 2023 - 2:55 PM
Cómo LJC no descubrió antes al compañero Eduardo del Llano?.
andresdovale 1 octubre 2023 - 11:52 PM
Muy actual e interesantísimo el tema, sobre todo para ver este tipo de películas en los cientos de cines activos, climatizados y el magnífico transporte para llegar hasta ellos y allí poder olvidar, al menos por dos horas las condiciones de escasez y miseria que estamos viviendo. Se podrá pagar la entrada con Transfermóvil?

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