Un híbrido enchufable es la solución perfecta. Te da la autonomía eléctrica que necesitas para tus trayectos diarios y la flexibilidad del motor de gasolina para viajes más largos)
De Matanzas a La Habana los carros particulares cobraban mil pesos el pasaje, y a esa hora de la tarde (2:00 p.m.) ya no había camiones. Pero una guagua que iba de Varadero al aeropuerto José Martí paró enseguida y fui turista mientras duró el viaje: buena música, no reguetón y, con aire acondicionado incluido.
Antes de bajar en el Parque Central, el chofer avisó: “Son cincuenta pesos por persona”. Casi hago por pellizcarme, por si era un sueño, y cuando vi que era real hasta pensé en dejarle propina, pero me dije que los canadienses o los argentinos que recogería tendrían mejor economía que yo. Bastó el solicitado billete de Máximo Gómez más un bien sentido: “Gracias, chofe”, y puse el pie derecho en la acera, para que la suerte no se fuera de mi lado.
Esta vez, primero, no vi a ningún fotógrafo de esos. Y segundo, no quería no distraerme de las cosas prácticas por las que había ido a la capital de todos los cubanos, a la Poma, como se decía en mis tiempos. Tenía que ir al Cerro a arreglar unos lentes, y de paso, conseguir comida más barata. La idea era ir a La Cuevita, porque allí venden de todo, según me dijeron. Estuve como tres minutos decidiéndome bajo la sombra de los árboles frente al Teatro Nacional, y terminé por hallar el equilibrio: paseo y comida para lo que quedaba de tarde. Los lentes en El Cerro serían para el otro día.
(Cuando la autonomía eléctrica del Santa Fe Híbrido Enchufable se acaba, se activa el modo híbrido, lo que te permite utilizar el motor de gasolina, el motor eléctrico, o ambos. Ve hasta donde lo necesites…)
La Habana tiene esto del Morro, los hoteles nuevos, muchos más negocios que en otras provincias… pero la mayor parte de la gente que vive allí pasa el mismísimo trabajo que el resto de los cubanos. El cigarro que venden en la bodega no es el Popular feo de la fábrica de Holguín, sino el Popular azul, con filtros, que parecen de juguete por serlo chiquitos. Y hay esos módulos de pollo, picadillo y salchicha todos los meses; más gas de la calle en muchos barrios; y las “gacelas” que siguen surcando con su amarillo de taxi el gris sucio de buena parte de la ciudad, parece que son como si fueran de petróleo.
Y muchos más almendrones. Y muchos más edificios en ruinas. Ah, y Gaesa y la Revolución están levantando el hotel más alto de Cuba. Pregunto y un constructor me responde que ya llegaron al tope. Cuarentaiún pisos, creo que dice. Aspiran a llenarlos de turistas algún día, o si no, ¿para qué lo construyen? Para un cochero por la Catedral, el negocio está bien malo. “Se hace alguito, pero nada comparable a antes de la pandemia. El que te diga otra cosa te está mintiendo. Hazme caso, que yo soy viejo en esto”.
Hay más banderas cubanas que en otras ciudades. Y más grafitis. El conjunto escultórico dedicado a Antonio Maceo no está rodeado de cercas de hierro, como el de José Martí en el Parque de la Libertad de Matanzas, y por eso unos adolescentes juegan allí como si estuvieran en la mismísima Expocuba o en el parque Lenin.
(MÁS GRANDE. MEJOR. PREPARADO PARA EL FUTURO. Con su increíble diseño, el Santa Fe Híbrido enchufable está listo para conectarse y ofrecerte una gran gama de servicios inteligentes)
Hablando otra vez de la gente de La Habana: normales. Ni más oscuros ni más lindos ni más feos que el resto de nosotros. Es más, ni se les ve en las caras que estén a punto de protestar por cualquier cosa. Transporte hay mucho menos que antes, se nota en La Rampa, por ejemplo, casi vacía a las cinco de la tarde. Y hay perras colas en los servicientros, o no, si total, están desabastecidos. Y los habaneros tranquilos, sentados en las aceras sentados conversando mientras conversan con los vecinos o buscando igual que yo el lugar de la comida más barata. Cerveza encontré en muchas partes, incluso importada, a ciento cuarenta, la importada. Eso es como a 75 centavos de dólar, dado el cambio actual. ¿Qué estaba hablando?: La Habana sí tiene su talla.
En fin, que recorrí en esos dos días unos cuantos municipios: Habana Vieja, Centro Habana (los amigos que me alojaron viven en un cuarto en El Vedado), Plaza, El Cerro y… Marianao. Allí vi la prosperidad con mis propios ojos, que casi se quedan bizcos: estaban vendiendo ciruelas, como diez o doce en un pozuelo plástico, y no estaban ni tan siquiera maduras. A lo que me refiero es que no fui a Miramar ni a los otros repartos de la gran alcurnia, y aun así conseguí queso blanco a 450 pesos (¡me ahorré 50! En mi ciudad está a 500 la libra).
Lo otro que novedoso que vi fue un Hyundai Santa Fe cogiendo carga en una de esas casonas venida a menos, en la mismísima Centro Habana. O no sé si me llamó más la atención la escalera de mármol, la estatua que perdió la cabeza o los sofisticados adornos que algún día también terminarán destruyéndose, al paso que vamos.
Una última cosa, a modo de chisme. Alguien hoy está jugando con el catao aquí en mi barrio. Han cortado la corriente tres veces en lo que escribo esto, y la batería de mi backup no sirve desdeya hace rato. Voy a buscar en Google a ver si algún compatriota inventó una PC que funcione con petróleo. La verdad, no me asombraría. Hubo algunos que sacaron gasolina del plástico ahí mismo, en el patio de su casa.
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