El sesquicentenario del 10 de octubre lo es también de la nación cubana, aunque no exista entre nosotros consenso en torno a cuál es el día de la independencia de Cuba. Con el Grito de La Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes, la mal llamada Siempre Fiel Isla de Cuba mostró al mundo su indomable voluntad de independencia, libertad y soberanía nacional.
No fue Céspedes el primer cubano que se levantó contra el poder colonial. Desde inicios del siglo XIX el listado del martirologio cubano crecía sin cesar. Varela, Aponte, Sánchez, Infante, Heredia, Agüero, López, Armenteros y muchos más, jalonaron con su sacrificio el camino de la independencia.
Pero Céspedes sí fue el primero en hacerlo de manera abierta y pública, con un manifiesto al mundo que el telégrafo de Yara lanzaría al éter, y como parte de un plan nacional que vinculaba a grupos de los tres departamentos en que se dividía la Isla. Su resonancia nacional e internacional fue inmediata.
Gracias eternas sean dadas a la osadía del avezado conspirador y al ímpetu que Martí ponderó en él. Quizás, si hubiera optado por esconderse y esperar a que estuvieran dadas las condiciones idóneas para el levantamiento, aún ondearía en El Morro la bandera roja y gualda.
Nunca hubo mejores condiciones para un alzamiento separatista que en aquel momento. España estaba desgarrada por las Guerras Carlistas y la guarnición de la Isla no pasaba de diez mil hombres. En Cuba, el fracaso de los reformistas en la Junta de Información se conjugaba con la extensión por todo el país de las logias del cuerpo masónico Gran Oriente de Cuba y Las Antillas (GOCA), creado por el espirituano Vicente Antonio de Castro y Bermúdez, verdadera escuela política y centro de conspiración de los revolucionarios del 68.
El liderazgo de Céspedes provenía de su condición de rico terrateniente regional, abogado y hombre de letras, a lo que añadía su carisma personal, la aureola de duelista famoso -especialista en armas de fuego y espada- y su condición de Venerable Maestro de la logia del GOCA en Manzanillo, sumado a una larga trayectoria como rebelde.
Ya en 1843 había participado en la insurrección del general Juan Prim, en España, por lo que tuvo que salir para Francia como exiliado político. En 1852 participó en la fracasada rebelión de Las Pozas, vinculada al movimiento de Agüero y López, por lo que fue encarcelado y perseguido por los gobiernos de Concha y sus continuadores, que lo deportaron dos veces de Bayamo y lo vigilaban estrechamente. Por eso, de manera natural, al crearse el comité insurreccional de la zona de Manzanillo recayó en él la presidencia.
El acontecimiento del 10 de octubre no pudo ser más local. En 1867 Céspedes había comprado el Ingenio La Demajagua, en la costa este de Manzanillo. De ahí que cuando el Comité de Bayamo fijara el 24 de diciembre para el inicio de la rebelión y él, impaciente, adelantó la fecha para el 14 de octubre, diera órdenes expresas a sus hombres –familiares, hermanos masones, amigos, clientes y esclavos- de acudir prestos a La Demajagua a su llamado.
Cuando la conspiración fue descubierta y se ordena detener a Céspedes, el telegrafista le avisó a través de su sobrino Ismael Céspedes, hijo de su hermano Francisco Javier, quien se lanza al campo desde el día 8, fecha en que el líder convoca a los patriotas a concentrarse en La Demajagua. Allí redacta su mensaje al mundo que se conoce como el Manifiesto del Diez de Octubre, donde proclama:
“Nadie ignora que España gobierna a la Isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado (…) que teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos climas o ejecutados sin formación de proceso por comisiones militares en plena paz (…) la tiene privada del derecho de reunión como no sea bajo la presidencia de un jefe militar, no puede pedir remedio a sus males sin que se la trate como rebelde y no se le concede otro recurso que callar y obedecer (…) No nos extravían rencores ni nos halagan ambiciones: solo queremos ser libres e iguales como hizo el Creador a todos los hombres”.
Al amanecer del 10, la campana del ingenio toca a rebato llamando a hombres libres y esclavos. Unos 140 se concentran en la plaza El héroe se presenta portando una bandera nueva con los colores de la Revolución Francesa. Su querida Cambula la acaba de confeccionar según el esbozo cespedista, y es similar al pabellón de Chile -en guerra con España-; solo alternan los colores en los campos azul y rojo.
Todos juran ante la bandera luchar hasta la muerte por la independencia de la patria cubana. Céspedes lee el Manifiesto de Independencia y sus párrafos son aclamados por los hombres exaltados. Al final da la libertad a los esclavos y los convoca a unírseles en la lucha. Al grito de ¡Viva Cuba Libre! se inicia la Guerra de los Diez Años. Ha nacido un nuevo país. Cuba ha echado a andar.
10 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario