La situación que atraviesa Cuba es sumamente difícil, y sería atrevido, y hasta imprudente, predecir su futuro. Lo que sí se hace posible, es analizar las maneras en que puede evolucionar si nos basamos en una serie de indicios que sugieren dónde estamos parados y hacia qué rumbo posiblemente vamos, para poder desarrollar una perspectiva y acción políticas más certeras y efectivas.
En cuanto a los indicios y criterios que pueden orientarnos, tenemos la ventaja de contar con un amplio y variado registro de las maneras en que los países del mal llamado «Campo Socialista» de Europa y Asia han evolucionado. Ello ofrece una variedad, aunque no exhaustiva, de alternativas posiblemente pertinentes para Cuba.
Europa del Este
El bloque soviético cayó en su mayor parte desde arriba por varias razones. La principal fue el agotamiento del modelo económico de la URSS y la impotencia y parálisis política del unipartidismo burocrático para resolverlo. Una excepción a esta tendencia «desde arriba» fue Polonia, donde se desarrolló un masivo movimiento obrero «desde abajo» que fue significativamente llamado Solidarnosc (Solidaridad). En sus inicios, este movimiento abogó por propuestas igualitarias, como mayores aumentos de salarios para los obreros peor pagados, y debatió cambios respecto a la organización del trabajo que apuntaban hacia la posibilidad de un control obrero.
Solidarnosc fue asesorado, especialmente durante sus primeros años, por un grupo significativo de académicos e intelectuales progresistas agrupados en la organización llamada KOR (Comité de Defensa de los Trabajadores). Uno de los lideres de KOR fue Jan Josef Lipski, que en 1985 publicó un libro donde detallaba la historia del grupo y que, como senador electo después de la caída del comunismo polaco, trató de reorganizar el antiguo Partido Socialista Polaco (PPS), aunque su temprana muerte en 1991 puso fin a esos esfuerzos.
El golpe militar encabezado por el general Jaruzelski en 1981 significó un paso atrás para Solidarnosc, organización democrática y abierta, sin preparación para la clandestinidad. Estas difíciles circunstancias propiciaron un aumento considerable de la ayuda y asistencia de la Iglesia Católica a Solidarnosc, acontecimiento irónico sino paradójico, dado que la jerarquía católica conservadora, temerosa de perder mucha de la influencia y poder adquiridos bajo el comunismo polaco, fue renuente a apoyar al movimiento sindical cuando este comenzó en 1980.
Lech Walesa, líder de Solidarność, en uno de los actos de la federación sindical. (Foto: DW)
Al mismo tiempo, la federación sindical estadounidense AFL-CIO, bajo el liderazgo burocrático y conservador de George Meany —un ex plomero que se ufanaba de que nunca había participado en una huelga y se opuso a cualquier medida sancionadora a los sindicatos segregados racialmente del sur de los Estados Unidos—, también incrementó su ayuda al sindicato polaco, en contubernio con Washington.
Mientras tanto, los cuadros sindicales polacos fueron golpeados duramente por Jaruzelski y muchos tuvieron que abandonar sus centros de trabajo para evitar ser encarcelados. Todo este proceso tuvo un efecto de conservadurismo sobre el movimiento Solidarnosc y reforzaría, tras la toma pacífica del poder a finales de los ochenta, una democracia liberal sin mucha conciencia social ni impulsos hacia cambios estructurales en la sociedad polaca, así como el resurgimiento del nacionalismo.
Esta tendencia política evolucionó a un autoritarismo conservador bajo el liderazgo actual de Jaroslaw Kaczynski. Por una parte, este tipo de nacionalismo favorece al capitalismo mientras es renuente a adoptar el neoliberalismo, que pudiera afectar aspectos de la asistencia económica estatal a la Polonia rural, que constituye la principal base social de los conservadores. Por otra, como en el caso de Hungría, se sigue atacando los derechos civiles y al sistema democrático en general, y en particular al derecho al aborto, que ha sido mermado en Hungría y casi eliminado en Polonia.
En otros países del bloque soviético hubo disidencias significativas entre los intelectuales en los setenta y ochenta, como en Hungría, Alemania Oriental y Checoslovaquia (donde a diferencia de la gran mayoría de los países de Europa del Este, hubo un Partido Comunista de masas que con el apoyo político y militar de la URSS organizó un golpe de estado exitoso en 1948 y veinte años más tarde, un esfuerzo ampliamente apoyado por el pueblo para instalar un sistema democratico en el país, fue suprimido por los tanques soviéticos). Sin embargo, en ninguno de estos casos se extendió la disidencia a la clase obrera, a pesar de que anteriormente hubo rebeliones importantes de parte de los trabajadores, en Alemania oriental en 1953 y Hungría en la revolución de 1956.
Aparte de Checoslovaquia, el caso especial de Yugoslavia, y por supuesto Rusia, en ninguno de estos países el «socialismo» llegó al poder como resultado de movimientos y revoluciones autóctonas. Tampoco se puede decir —con la excepción de Polonia—, que el sistema fuera derribado desde abajo, aunque sí hubo en los últimos días del sistema soviético grandes manifestaciones que dieron el «empujón» final a dichos regímenes en varios países del este de Europa.
China y Vietnam
En China y Vietnam el «socialismo» fue producto de revoluciones sociales autóctonas, y hasta cierto punto los partidos comunistas no han sido derrocados por esa razón (a pesar del enorme movimiento de protesta de alcance nacional en China en 1989 que fue violentamente reprimido). Estos «socialismos» han evolucionado hacia un modelo de capitalismo de estado con fuerte orientación al mercado mundial, especialmente a través de la exportación de productos, que en el caso de China han aumentado en su grado de complejidad y sofisticación.
La apertura al capitalismo interno y al mercado mundial han sido acompañados en ambos, particularmente en China, por la supresión de los más elementales derechos civiles y democráticos. Entre estos: ausencia de libertad sindical; frecuente despojo de tierras a los campesinos para utilizar sus tierras para otros propósitos, trato despótico y cruel a las minorías étnicas que no pertenecen a la etnia mayoritaria Han, y maltrato a las grandes masas de inmigrantes internos provenientes de zonas rurales (293 millones de personas en 2021) que no poseen el permiso de residencia (Hukou) indispensable para acceder a derechos sociales y económicos.
Tanto en Vietnam como en China, la pobreza ha disminuido mientras la desigualdad ha aumentado (después de Estados Unidos, China es el país con más personas que poseen más de mil millones de dólares). Aunque han tenido éxitos económicos indiscutibles (China ocupa el segundo lugar mundial en términos de su PIB), no cabe la menor duda de que los partidos comunistas en el poder usarán la fuerza necesaria para mantener sus monopolios políticos.
En 2021, el presidente Xi Jinping declaró el completo éxito en la lucha contra la pobreza en China. (Foto: XINHUA)
Rusia
Por su parte, el modelo ruso tiene cierto parecido con el modelo sino-vietnamita (sistema autoritario de partido único combinado con una economía abierta al capitalismo), pero es económicamente mucho menos prometedor dada su excesiva dependencia a la exportación de hidrocarburos.
Su sistema político y económico tiene aspectos mafiosos muy notables, tanto en el origen cleptocrático de su clase capitalista como en el comportamiento frecuentemente criminal de su poderoso grupo gobernante de silovikis, compuesto por gente asociada con los cuerpos de seguridad y represivos que son capaces de asesinar a críticos y oposicionistas, tanto en Moscú como en Londres. En realidad, Rusia se ha convertido en una potencia de segundo rango.
Recientemente, a través de un acuerdo con el gobierno cubano, Rusia estableció en La Habana un «Centro para la Transformación Económica», supuestamente para asistir en el desarrollo del sector privado en la Isla, compartir tecnologías digitales, así como desarrollar el comercio exterior en cooperación con la corporación estatal cubana CIMEX. Aunque esta iniciativa ha recibido bastante cobertura en la prensa extranjera, debe ser vista con escepticismo dado lo que se ha informado hasta ahora.
No sabemos nada respecto a las estrategias de ambos países con relación a dicho centro, ni respecto a las magnitudes de las posibles inversiones rusas o de los nuevos intercambios comerciales, o sobre cualquier otra iniciativa concreta que tendría un efecto significativo en mejorar la presente situación crítica de la economía cubana. Hay que tener en cuenta que, aunque la economía rusa todavía no ha sufrido tanto por la invasión imperialista a Ucrania como se había vaticinado, no cabe la menor duda que ha sido golpeada seriamente.
El caso mexicano
Si bien México nunca perteneció al «campo socialista», es pertinente analizar su evolución en este contexto, dado que es un país de nuestra América donde ocurrió una de las revoluciones más importantes del siglo veinte, y que durante décadas muchas industrias importantes fueron propiedad del estado bajo la égida de lo que se comportó en realidad, aunque no formalmente, como un partido único bajo el nombre de Partido Revolucionario Institucional o PRI, desde 1940.
Antes de 1930, la propiedad estatal predominaba en los sectores ferrocarrileros y bancarios. Bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se extendió a la industria rural, el petróleo y la fuerza eléctrica. Hasta 1970 continúo expandiéndose a los grandes molinos de acero y plantas de fertilizantes, fábricas de equipos ferroviarios y varios bancos.
Esto cambió durante la presidencia de Miguel Alemán (1946-1952), cuando la empresa privada comenzó a jugar un papel cada vez más importante e inició una dinámica de convivencia con lo que era todavía un poderoso capitalismo de estado, a la cabeza de un amplio sector de empresas nacionalizadas. Sin embargo, mientras a principio de los cuarenta el sector público representaba más del 50% de la formación bruta de capital, este porcentaje descendió a 30 en 1970.
No es coincidencia que para la década de los setenta comenzaran a desarrollarse grupos de tecnócratas (muchos entrenados en universidades norteamericanas, como Harvard y Yale), que proponían un curso diferente del de los viejos líderes nacionalistas del PRI que gobernaban un sistema político que distaba de ser democrático en la práctica, para acercarlo a las perspectivas e intereses del creciente sector privado.
El programa de los tecnócratas se impuso cada vez más durante los periodos presidenciales de los priistas Miguel de la Madrid (1982-1988), Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo (1994-2000), en los que se registró un gran cambio en la política económica de México, con una masiva ola de privatizaciones de empresas estatales y la introducción de uno de los neoliberalismos más drásticos del hemisferio.
Este cambio radical afectó la política social del país, por ejemplo, en el caso de la baja de salarios obreros, la creciente informalidad del mercado de trabajo, con la consecuente falta de protecciones legales, atención médica y seguridad social para los obreros y empleados informales. Al mismo tiempo, un movimiento democrático importante se desarrolló en México comenzando con el gran movimiento estudiantil de la segunda mitad de los sesenta y principios de los setenta.
Los tecnócratas, que eventualmente desempeñaron un rol crítico en la victoria del neoliberalismo mexicano, no tuvieron nada que ver con el movimiento estudiantil y democrático, de hecho trataron de contenerlo y reprimirlo mientras que aun así se vieron forzados a dar concesiones políticas, algunas importantes, cuando llegaron a la presidencia del país en los ochenta y noventa. Como uno de los resultados de estos procesos, el monopolio político del PRI desapareció hace ya varios años.
El caso de Cuba
En Cuba el liderazgo político parece estar inclinado, pero a un grado muy limitado, a adoptar aspectos del modelo sino-vietnamita. Tanto la vieja guardia de los líderes históricos —cuyos exponentes máximos ya se encuentran en su décima década de vida—, como la nueva guardia nacida tras 1959, se han mostrado renuentes a las reformas económicas que reducirían el poder económico del estado.
Esto lo demuestran las concesiones hechas a regañadientes a cuentapropistas urbanos y usufructuarios rurales; concesiones que han sido menos generosas que las aprobadas en Vietnam y China a esos mismos sectores. Aun así —quizás debido a presiones generadas por las repetidas crisis económicas desde el colapso del bloque soviético—, el gobierno cubano adoptó en el año 2021 medidas como la legalización de pequeñas y medianas empresas privadas (PYMES), que pueden emplear hasta cien trabajadores y potencialmente abren la economía a la empresa capitalista a grados sin precedentes.
Si bien los líderes cubanos son herederos de una revolución autóctona que en gran parte les ha permitido sobrevivir en el poder por muchas décadas, su renuencia a adoptar reformas económicas refleja el temor a perder el inmenso control económico y político que poseen bajo el sistema unipartidista, notablemente policíaco y carcelario, con cientos de presos políticos, que incluye a los muchos sentenciados por las protestas del 11-12 de julio de 2021.
Al mismo tiempo el gobierno tiene razón —desde su punto de vista—, para temerle al poder político y económico del creciente número de cubanos en el sur de la Florida. En lo que constituye una importante contradicción del régimen, ese mismo gobierno ha estimulado la emigración, dado su evidente acuerdo con Nicaragua para que los cubanos puedan entrar libremente en ese país.
Los presidentes Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega. (Foto: PL)
A su vez, depende en grado apreciable de la emigración para reducir, por un lado, la presión que tiene encima por la crisis económica, y por otro, se beneficia por la entrada de dólares enviados por los emigrados a sus familias, usados no solamente para sostener un gran número de cubanos, sino también para renovar residencias en mal estado y aun para crear pequeñas empresas en Cuba.
Vale notar en este contexto la diferencia entre Cuba y China. En el caso del país asiático, el gobierno ha podido contar con el apoyo político y económico de sectores amplios de sus emigrados, especialmente en el sureste asiático (entre otros: Indonesia, Vietnam, Malasia y Filipinas). En los países mencionados, el gobierno chino en varias ocasiones actuó como protector de sus minorías (que incluían a comerciantes e industriales) contra las agresiones de mayorías étnicas que resentían el poder económico de personas de origen chino. Hay que señalar que muchos capitalistas emigrados chinos han invertido cuantiosas sumas en su país de origen.
Otro factor que ha afectado la política económica del régimen cubano, sobre todo bajo Raúl Castro, es el temor a que la introducción de cambios mayores en la economía provoque escisiones en la cúpula gobernante, tanto por razones ideológicas y políticas como por haberle pisado el callo a intereses creados dentro de las esferas gubernamentales.
Los líderes han tomado en serio las consecuencias de las divisiones que hundieron a los amigos del gobierno cubano, como el golpe de estado contra el argelino Ben Bella en 1965; el derrocamiento del gobierno de Granada en 1983 (con el asesinato de su principal dirigente, Maurice Bishop); lo mismo que las divisiones que dañaron a varios movimientos de guerrilla en América Latina, por ejemplo, en Guatemala.
Quizás aún más importante en términos geopolíticos fue el conflicto que tuvo lugar en Angola en 1977, entre el liderazgo oficial del MPLA y la facción disidente dentro de ese partido, encabezada por el líder Nito Alves en 1977. El gobierno cubano intervino, tanto política como militarmente, para apoyar a su aliado contra Alves, poniendo en duda su supuesto compromiso de no intervenir en los asuntos internos de Angola y del MPLA.
Nito Alves
Sea en el caso de Argelia, Angola, Granada, o Guatemala, el gobierno cubano ha confrontado este tipo de divisiones varias veces y seguirá haciendo todo lo posible para evitar tal peligro en Cuba, lo que incluye medidas represivas de todo tipo que refuerzan el carácter monolítico del sistema.
De hecho, las facciones que dividieron a países y movimientos cercanos al gobierno cubano reforzaron la alergia de Fidel Castro a lo que siempre consideró, aún antes de tomar el poder, faccionalismos divisionistas, lo cual constituye un obstáculo muy serio a la democratización. En su definición clásica de una situación revolucionaria, V.I. Lenin señaló que una de sus características es la división dentro de la clase gobernante; precisamente el tipo de división que se ha evitado a toda costa en Cuba.
A la luz de estas dificultades, actuales y potenciales, no es de sorprender que, en términos generales, el gobierno prefiera abrirse al capitalismo internacional a través de GAESA, la gigante empresa de negocios originada en las fuerzas armadas, en vez de dejar paso abierto a un sector de la empresa privada no controlada directamente por el régimen. Aun así, como vimos anteriormente, las presiones creadas por las repetidas crisis han forzado al gobierno a permitir la apertura de medianas empresas capitalistas, incluidas en la categoría de PYMES.
No obstante, el hecho de que ocurra un cambio económico a favor del sector no estatal de la economía no necesariamente implica una democratización del país. Eso no quiere decir que los gobernantes cubanos no estarían dispuestos, bajo ciertas circunstancias, a simular la introducción de reformas democráticas, como ha hecho Vladimir Putin en la Federación Rusa con su desacreditada pseudodemocracia electoral.
En el caso cubano, tal pretensión pudiera ser necesaria para tratar, probablemente de manera infructuosa, que el congreso estadounidense derogue la Ley Helms-Burton, que establece la indispensabilidad de «elecciones libres» para que cese el bloqueo. Siguiendo el ejemplo de China, el Partido Comunista Cubano (PCC) mantendría su monopolio para presidir y controlar cualquier proceso de cambio desde arriba. O sea, que ni siquiera podemos esperar que dicho sistema introduzca el tan anhelado «estado de derecho en Cuba».
El hecho de que un partido único siga dictando «orientaciones» a la gran mayoría de instituciones cubanas, es incompatible con un estado de derecho. En la ausencia de una verdadera democratización, ¿sería posible lograr que el sistema judicial, la policía, las fuerzas armadas, y el mismo Ministerio del Interior estuvieran exentos de recibir «orientaciones» del partido único? Por supuesto, la imposibilidad de dicha meta no quiere decir que no debamos seguir demandando, como mínimo, que sean las leyes democráticamente adoptadas e implementadas, más un poder judicial independiente del régimen, que rijan en el país, y no la arbitrariedad y el poder sin límites de los líderes del PCC.
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